viernes, 18 de enero de 2013

La buena vida


   Continuamos otro gulliver más con esto de las intenciones sanas, los mensajes positivos, intentando desbordar optimismo, contagiar buen rollo, calzarnos las gafas de color rosa "zapateril", que decía el navarro Pedro... Ya me dirás cuándo te hartas, si es que no lo has hecho ya.

   ¿Por qué caminar por esa senda?, preguntará el sabio. Y yo, como siempre, no sabré muy bien qué respuesta ofrecerle. Seguro que intentaré escaparme por las ramas peteneras de un razonamiento impepinable. Con la que está cayendo, y uno, que no desciende de una estirpe de guerreros, no tiene más remedio que pelear con las armas de que dispone. Sonrisas, besos (mi hermana Bego era terriblemente besucona), también abrazos. El objetivo principal es ablandar al enemigo. Pero como ahora ya nadie sabe dónde está el enemigo y, encima, el enemigo no tiene pinta de ablandarse por más arrullos y meloserías que con él gastemos, pues va a ser un motivo falso, tramposo. Y lo peor es que ya lo sabía yo desde el principio. Y lo ya pésimo del todo es que también el sabio lo sabía. Se le nota muchísimo en ese entrecerrar de ojos y en la sonrisita sobrada. Habrá que contar la verdad más obvia. 

   Es por cobardía.

   Hoy todos dicen ser cobardes pero nadie, en su fuero interno, se lo cree ni una miajita . Ni tan siquiera yo, que tantas veces lo he demostrado. Además y para empeorarlo todo, mi cobardía no viene del miedo sino de la pereza. No sé si me entiendes.
 

   El grupo de hoy, ya te he avisado, se llama La buena vida. Me suena que son de San Sebastián, tampoco les he seguido mucho los pasos. Pero hete aquí que me gustó una canción, que es la que te traigo. Ahora mismo no sé ni cómo se titula pero lo que se cuenta en ella me pareció muy oportuno para ofrecérselo a Charo a los mismísimos pies del altar, a la vez que mi alma. 

   Y es que, como tiendo a lo hippy y soy inconsecuente a más no poder, nos casamos por la iglesia. Y encima, no puedo alegar en mi defensa que nos viésemos obligados para no dar tremendo disgusto a la familia creyente. Mi padre, de los míos el único católico practicante, estaba ya de vuelta de todo tras una vida. Y haber casado (por la iglesia) a mi hermano primero, y, no tardando,  a mi hermana, ambos separados de sus parejas media docena de años después. A la familia de Charo tampoco le atrapa el olor a incienso. Bien es cierto que en el 1997 aún no se habían popularizado las bodas civiles. Creo, incluso, que te tenía que casar un juez o en quien él delegase. Y casarse en los Juzgados es casi casarse por lo penal.

   La cosa es que nosotros nos casamos por la iglesia. Y dado que ambos lo habíamos elegido, y si se elige hacer algo, hay que hacerlo como dios manda, nos tomamos el asunto con mucho cariño. Intentamos que no fuera una boda al uso. Al menos para nosotros.


  Al oficiante le conocimos subido a al tejado de la iglesia y blandiendo una motosierra. Fermín, el párroco de Tordueles. Bajó de cuatro brincos y se plantó ante nosotros con una melena que ni el mismísimo Jesucristo, los pulgares en las trabillas de los vaqueros y con unas camperas a las que no cabían más tachuelas por ningún lado. Estuve a punto de desenfundar primero pero Charo me frenó. Nos invitó a un café en su casa, que nos sirvió con resolución y afecto su novia, que es hija del compañero de subastao de mi entonces futuro suegro Primitivo. Es un poco lío pero Primi le sigue picando al amigo con lo del buen yerno que se ha echado. Cosas de los pueblos. Con Fermín, concertamos fecha y, muy por encima, el desarrollo del acto y esos fueron todos los ejercicios espirituales que nos hizo hacer. O nos vio muy convencidos o muy enamorados, vete a saber.

Fermín, cura rural de las localidades de Ura, Puentedura y Tordueles
   Hicimos una larguísima lista de preparativos y una no tan larga de invitados (que al final creció, fuimos cerca de doscientos). Entre las muchas tareas, la que más tiempo nos costó y una por las que sentimos más cariño fue la recolección de 400 cantos rodados, del tamaño de una castaña (aprox.) y sin la más mínima grieta ni mácula. Todas las piedras salieron de un antiguo cauce del río Arlanza, a su paso por Tordueles. La Madre  Tierra estuvo con nostros, por explicarlo. He de reconocer que nos ayudó, con gran energía y también entusiasmo, la que sería en breve mi suegra Lucía. Para complicar más el asunto, las piedras debián "casar" de dos en dos. 

   ¿A qué tanta mandanga?, te andarás preguntando. Pues todo ello se debía a que habíamos encargado doscientos saquitos de barro a un alfarero de Mecerreyes y pretendíamos llenar cada uno con una pareja de los guijarros. Como recuerdo para los asistentes. Acompañando a las piedras, convenientemente enrollado y lacrado, en un papelito de colores suaves se podía leer, para mis vergüenzas, lo siguiente: 

Pensamos los viejos que las piedras de los 
ríos son corazones de amantes que se
quisieron tanto quer no permitieron que nada
los separase.

Igual los más viejos nos lo creemos sólo
porque nos lo dijeron nuestros más viejos y
así una y otra vez.
Igual estamos equivocados.
Y entonces Charo y Jose no se convertirán
nunca en piedras como éstas que ahora
tenéis. Mas no importa.

Lo que de verdad cuenta es el deseo que
tienen de que nunca nada les separe.

De cualquier forma, pongáis donde pongáis
estas dos piedras, sólo por si acaso,
ponedlas juntas.

   Ya ves, Luis, lo de ser tan gilipollas no me viene de ahora. Debe de ser de nacimiento.

   A la puerta de la iglesia de Tordueles esperé, acompañado por buena parte de los invitados, a que llegase la novia. Así lo manda la tradición. La traía su padre del brazo, montados ambos en un carruaje, como Cenicienta. Tiraba del conjunto un yegua blanca y de gran alzada, que atendía por el nombre de Princesa. Amarrado con un cordel al petral, les seguía al trote un potrillo de igual capa y un par de meses de vida. Por ello, la yegua, pese a ser mansa de condición, se mostraba nerviosa. No te digo más que una vez todo el personal hubo entrado en el templo, un hermano de Charo se encargó de devolver a ambos animales a las tranquilizadoras cuadras. Con lo que me ahorré yo, y al cielo que le doy las gracias, el oficiar de cochero de la ya mi mujer, al finalizar el acto, en el viaje de regreso al Molino.

   Y ya llegamos casi hasta donde queríamos por más que nos haya costado. Ya que en la misa no faltó primo violinista, ni amigos con poemas en vez de las Lecturas con mayúsculas y sagradas, ni dejó de tenderme Fermín la trampa que me había jurado, el blasfemo, que no me iba a tender, y no me quedó más remedio que  agarrar el micro y agradecer su presencia a todos los presentes, a los que en mi acelere no alcanzaba a ver, y desear a todos que se casasen y a los que estuviesen casados, que se casasen otra vez. 

   Tampoco faltó, claro, la banda sonora. No recuerdo muy bien cual fue. Sólo me quedan en la memoria dos canciones. Una era la "Lágrima" de Dulce Pontes, para emocionar a mi suegro, que tiene un cacho de alma portuguesa. Y la otra, es la que aquí te dejo para acabar este gulliver variado y complejo. Casi un multifrutas hecho a patchwork


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