jueves, 30 de enero de 2014

   Una amiga me ha mandado esto. Sin ningún tipo de instrucción ni excusa. ¿Qué se supone que debo hacer, Luis?




miércoles, 29 de enero de 2014

La importancia de llamarse Abelardo

   Hoy, en la comida juntera (rancho) hemos estado, la Pollo y servidora, jugando a los juegos. De ello se desprende que todavía no se ha zambullido demasiado, Lucía, en las revueltas aguas de la adolescencia. 

   Yo intento que se aficione a lo de los juegos. Me los invento sobre la marcha, a cada cual más peregrino. Veo que flojea en cálculo mental (norma general en esta Educación que nos van dejando) así que ahora todos van de dos más dos. Le explico mis trucos, los atajos. Las aproximaciones al múltiplo mayor, el cinco y el cero, las curiosidades del tres, la regla del nueve. A ella le gustan más los de Letras.  Transijo a veces, claro. Hacemos series de nombres de cosas por sus iniciales. Yo le aprieto a que empiece por la zeta y vaya en el sentido contrario a las agujas de la costumbre. Si estás más de cinco segundos sin abrir la boca... punto para el contrario y cambio de turno. 

   Cuando estaba ya rematando mi lista se me ha quedado la lengua pegada al paladar, porque me tocaba un nombre de chico, por la "a", no mencionado con anterioridad. Y hay tantos.

   Joer. En la última bocanada que me ha venido "Abelardo". La Pollo me consiente, así que no la puedo engañar. Abelardo. "¿Tú conoces a algún Abelardo?", me ha preguntado. 

   Sí. A uno. Era el presidente del Comité Superior de Disciplina Deportiva de Castilla y León. Supongo que por ahí habrá hemeroteca que lo confirme. Pulcro, alto y con un talante que daba gusto verle. 

   Si te da por ser así, Abelardo es un nombre que te ayuda a conseguirlo.
   

   ¿Pero qué puede ocurrir si te llamas Abelardo en otros contextos, en otro ecosistema? Bueno. Hubo un jugador del Barcelona con ese nombre. Y el tal Pedro Abelardo y el de la Eloísa.  Pero imagina que eres un chaval con las rodillas peladas en la España de los primeros setenta. En territorio rural, más en concreto.



miércoles, 22 de enero de 2014

Sueño 3

   Lugar indeterminado. Es raro pero no me suena a los que vamos visitando últimamente, mis lugares de la noche. Estoy fumando un cigarro. Volutas hacia el cielo, esos detalles. Veo a una paloma urbanita sobrevolar hacia Levante. La veo como un punto luminoso cuando enfrenta su cuerpo al sol de atardecida y rebota allí la luz. Llevo las gafas. Eso quiere decir que, siendo como es solo una motita resplandeciente, bien pudiera hallarse a más de trescientos metros. La apunto con el dedo y disparo. La alcanzo. El punto se detiene y realiza un perfecto picado. Me miro la punta del dedo. Buena puntería. 



martes, 21 de enero de 2014

¿Son ya las nueve y media?

   Es domingo por la mañana. Charo ya se fue a trabajar y la Pollo duerme. Reina la calma. A veces me da por echarme un cigarro asomado a la ventana. Son como las nueve. Amaneció pues hace ya un rato. El sol todavía no fabrica sombras pero es muy de día. Y aún así, la calma de un domingo. Abajo, en el jardín, los gorriones juguetean entre las ramas del durillo. Cada rato se asoman, para comprobar que el mundo sigue ahí afuera y no acechan mayores peligros. 

   La campana de la iglesia ha sonado. Me he dicho "las nueve y media" pero aún faltaba un buen rato. Pasado un breve espacio de tiempo ha sonado otra vez, como suele hacerlo siempre, con un evidente deseo recordatorio. Varios de los relojes de casa me han desmentido su exactitud. La que iba adelantada era ella.

   Luego, pasados unos alargados segundos, ha vuelto a sonar. Y luego otra vez. Y otra. 

   No soy ducho en toques de campana pero si creo poder reconocer el que convoca a muerto. Este era bastante similar pero mucho más espaciado. Marcelino es el cura. Lleva poco, no llegará al año. Suplió a un relamido preboste con un exceso de pucritud, de esos a los que parece darle asco casi todo. Y bastante encizañador. Marcelino es majo. Campechano, muy normal, si en esto de la normalidad puede haber escalas. Hemos hablado bastantes veces conversaciones plácidas y corridas. Desde que vio que no asistía a sus oficios me habla menos. Se dedica más a su rebaño. 

   Vive en el pueblo, en los apartamentos que hay encima del Trasgu. Aún así, me he preguntado si había sido él el que había accionado el mecanismo para que la campaña sonase. Todo el día de guardia a la espera de sucedidos. No sé. También me he preguntado si existe un toque alternativo, para cuando se anuncia a muerto a primeras horas del día. Que se hace más levemente para no sobresaltar.

   Varias persianas se han levantado espantando a los pájaros. Luego la campana ha dejado de sonar y ha regresado el silencio.



lunes, 20 de enero de 2014

Tiempo de reflexiones

   Un amigo, al que considero persona cabal e inteligente y al que, desde ahora, consideraré también como a alguien valiente, ha escrito en las redes sociales un mea culpa por pensar que "NADA ni NADIE, ni los dioses ni los demonios, pueden ser razones para pasar esa línea de no retorno que supone la violencia". No me parece moco de pavo en estos momentos de euforia. Le he respondido esto, que me viene muy bien para ahorrarme casi entero un gulliver:

   "Tiempo de reflexiones. Yo también me he preguntado estos días por ese deseo que nacía en mí, de asumir como necesaria la violencia para alcanzar algún fin. De justificarla. Pero si eso no venía en mi manual de instrucciones. Luego, quizá como mecanismo de defensa, me han venido a la cocorota otro tipo de violencias, como la que sufre en sus carnes el padre de familia que apenas alcanza a dar alimento a los suyos. O la del empresario déspota que obliga a sus empleados a hacer horas sin cobrar porque lo tomas o lo dejas, o la del político corrupto que mete la mano en una cartera grande que es tuya, y mía, y de todos. O la de... Así he estado mucho rato. Había un montón de violencias. Las había sorpresivas porque no te las esperabas de alguien que predica la paz y promete infiernos. Las había ladinas, que casi ni lo parecían. Las había rastreras. Pero las peores, ya que de todas las demás tenían ingredientes y eran alargadas en el tiempo, infinitas, me han parecido aquellas que inflingían los que tenían el poder y con él la fuerza, contra los que nada tenían para defenderse. Deseo, con todas las fuerzas, que encontremos las maneras de funcionar para que no me den deseos de alentar o al menos de justificar según qué tipos de violencia."

viernes, 17 de enero de 2014

Echando (brevemente) la vista atrás

   Gulliver se encuentra confuso con los últimos pliegos que va escribiendo. 

   Recapitula.


   ¿En qué se ha convertido esto que empezó con unos únicos afanes didácticos, en lo que a la música pop(ular) concierne?  Pronto le dio al marinero por contarte sus vajes. De ahí, por  calentamiento de boca, era fácil llegar a promesas de relatos sicalípticos, pudorosamente sicalípticos, si se vale la contradicción. Casi un recuento de novias y de amigos. Que le llevaron (y a nosotros con él) a otros lugares, a otros puertos. Miserables súplicas de amor que él nos ha intentado colar como batallas donjuanescas, arrogantes y perdonavidas. 

   Para salpimentar el preparado final, va metiendo alguna lechuga entre col y col. Lechugas con pinta de postales tinerfeñas o de breves de la más rabiosa actualidad.

   Y ahora lo de los sueñitos numerados. 

   En fin, Luis, paciencia. 




jueves, 16 de enero de 2014

Sueño 8 (cont.)

   Pero volvamos al sueño aquel, de los cangrejos, que fue impreciso y mezclado, ya que además de la chopera, a la que había que acceder por un intrincado sendero, se unía un aparcamiento por el que no dejaba que llegar e irse gente. Menudo quilombo. Todos venían con sus problemas, te los dejaban allí y se iban tan contentos. Por supuesto que sin hacer caso a tus plegarias de que se quedasen un rato más, hasta que los problemas fuesen encauzados. 

   Ya bastante avanzado el sueño, próximo pues mi despertar (aunque eso entonces no lo sabía), se hizo una especie de paz en el sueño. Me quedé solo con los reteles. Cuando me aburrí, empecé a recorrer el río aguas arriba. Muchas veces saltando de piedra en piedra. Las aguas eran como dicen que son las aguas, cristalinas. Tardé pero al final alcancé el lugar donde había posado sus nasas otro pescador. Resultó ser (cosas que pasan en los sueños) uno que trabaja con nosotros, un ser rastrero, baboso, servil, hablo con conocimiento ya que le conozco desde la niñez. No sé el motivo de que aparezca tanto en mis sueños, siendo así él y no importándome nunca un carajo. 

   Luego llegamos a (¿cómo decirlo?) lo más sueño. Nos encontramos con dos cangrejos. Si, tal cual te cuento. Eran del tamaño de mi perro Tron por lo que sobresalían entre las piedras, al ser el cauce poco profundo. Se movían torpemente, ya que penaban medio envarados. Nos quedamos allí, mirándoles con curiosidad y repugnacia. R empezó a recoger sus aparejos y se fue. Yo no me lo podía creer. Así que también me fui. 

-o-

   La canción de hoy, pese a ser reciente, casi estreno, me retrotrae a tiempos pasados. ¿Será que me recuerda a Cat Stevens?






miércoles, 15 de enero de 2014

Gamonal

   Quizás habría que explicarlo. No vaya a ser que en un futuro ciber aún haya dos o tres pirados dedicados a la antropología y, por extraños vericuetos, lleguen a nuestra bitácora. Y crucen datos y se sorprendan de que no haya ninguna entrada a tal respecto en estos días.




   Gamonal, lugar poblado de gamones. Dio la suerte (o la desgracia) de ser un pueblecito demasiado cercano a la capital. En tiempos infaustos, cuando reinaba el tirano, se produjo un éxodo (de ese que llaman masivo) de la gente del campo a la ciudad. La Industria, el Desarrollo. Y pasó este pueblo a ser parcial pero severa e irreversiblemente destruido en pos del bien común. Y fue que se edificaron, con innnecesaria prisa y nulo celo, un buen montón de moradas para los recién llegados. Qué digo moradas, aposentos. 

   ¿Para qué jardines, para qué aparcamientos, para qué dignidad?

   Pero la dignidad es fácil encontrarla si la buscas debajo de las piedras. Las gentes son calcos del territorio que han mamado. 

   Hala. Ya se me está llenando esto de apologías y de demagogias y de tópicos con halitosis y de otras degeneraciones similares. Lugares comunes.

   Posiblemente, cuando relea esto dentro de... no digo unos meses, digo unos días, todo suene a viejo o a broma (que sería peor).


   Sí, repito hoy canción. Por si ayer no la escuchaste como debías. No sé, me suena a banda sonora.



martes, 14 de enero de 2014

Sueño 8

   Y dale con los sueños, Gulliver. ¿Pero tanto pánico te da seguir el camino, tanto miedo tienes a gastarte el pasado y luego a ver qué?


   Esta vez hemos cambiado de lugar. Nos hemos visto en una chopera confortable. Estamos pescando cangrejos. Hablo en plural pero no me acuerdo de quién es mi compañía. 


   Cuando era pequeño, en los veranos de Silos, mi padre me llevaba a pescar cangrejos. Igual ya te lo he contado pero hace tanto. 


   Un día, se ve que no andaba muy católico (mi padre) y en vez de ir él regaló el pedazo de permiso para el coto del Mataviejas a una de las hijas de su amigo el veterinario, con la única condición de que me acompañase en la jornada. 

   Sí, definitivamente ya te lo he contado, pero pensando en el sueño de esta noche he saltado a aquel otro día de ensueño. Creo que fue la primera vez en la que se me despertó eso que llaman el apetito sexual. Ya que las dos hijas de su amigo el veterinario eran lo más parecido que a diosas por aquel entonces había visto yo. Eran mellizas de las que no se parecen más de lo que se parecen los meros hermanos. (Jo, qué lío). La una tenía el pelo negro y la otra castaño. La morena lo tenía más corto que la otra. Ambas caras eran perfectas, dentro de lo que marcan los cánones clásicos. Tenían dos o tres años más que yo, que a lo mejor tenía once o doce. 

   ¿Te puedes creer que no me acuerdo de si fui con la morena o con la otra? Pobre chavala, qué día le daría. Yo allí callado, con toda la vergüenza del mundo, que era mía en aquel tiempo, mirando a escondidas el superminishort que vestía, un pantaloncín vaquero mínimo, recortado, no se veía entonces a mujeres tan poco pudorosas pero eran muy modernas las hijas del veterinario. Y la camisetita, blanca, con algún dibujo. Así, todo el día.








lunes, 13 de enero de 2014

Deleted




  Ahora va a resultar que me estoy borrando. 

   Ahora resulta que voy a empezar a deshacerme como (sí) un azucarillo, como las ilusiones, como los buenos recuerdos.

   Ahora resulta que me derrito, que me diluyo, que voy a empezar a desaparecer.

   Pero, quizá mejor, me explico.

   Hoy estaba tomando algo con un amigo. Tan ricamente. Y de repente me ha dicho que qué me pasaba en los ojos. Le da mucha importancia a los ojos, mi amigo, por lo que casi ni me he alterado. Aunque he repasado mis últimos días en busca de excesos que motivasen un abultamiento en las ya intrínsecas ojeras o que hubiesen provocado algún pequeño derrame arterial. Mas no, no se trataba de eso. 

   Me ha dicho que era como que el iris se estuviese poniendo de otro color por los extremos exteriores. No me ha sabido explicar muy bien. Como voy de despreocupado por la vida lo que no he hecho ha sido salir corriendo hasta los baños a ver (¿cómo decirlo?) mi estado visual.

   Algo que, por supuesto, he corrido a hacer en cuanto me he quedado solo. Y bueno...

   ...que efectivamente, me estoy borrando. Ya que resulta que mis iris sufren una decoloración muy evidente en su corona exterior, más acentuada en la parte superior. Algo de eso ya me decía mi amigo, que parecía que, con mi caidita de mirada, se estuviese poniendo blanca la parte de arriba de la esfera, en la que no me da el sol.

   Como no soy hipocondriaco, he corrido al google, simplemente a ver qué contaban, sabiendo de los peligros que dicha actitud conlleva. De todo. Aunque lo más aproximado (dentro de mi profanidad) tiraba a tener que ver con la edad y con la hipercolesterolemia. 

    Luego he pensado en ti, que también eres muy mirado para los ojos (si me permites la tontería fácil). Y que seguro que estabas al tanto. Pero he preferido no preguntarte. 

   Y acto seguido, me ha venido a la mente la importancia que mi hermana Bego le daba a los iris, reflejo del mundo o por lo menos del mundo interior.

   Lo mismo que las orejas o las plantas de los pies, que para el conocedor se convierten en  mapas del homúnculo que cada uno somos, que se nos ponen así cuando vamos  desarrollándonos en el útero materno y son clavaditas a nosotros de fetos encogidos y aún nonatos. Pues con el iris pasa lo mismo. Para el conocedor, claro. 

   El iris como espejo del mundo, como explicación principal, como oráculo total, como el gran mandala de mi ser. 

   Y va y a mí se me empiezan a borrar.


  





viernes, 10 de enero de 2014

A Valladolid, a pasar el rato

   Desde aquel concierto del que te hablaba ayer, del que no me queda más rastro que aquellas palabras escritas en el tique de entrada, nos desplazábamos desde Segovia a Valladolid con suma soltura. Solían ser fines de semana de no descansar ni un segundo pero también podía suceder que, a media tarde de un martes, nos diese la tontuna y nos acercásemos a ver a nuestras universitarias. ¡Éramos tan bien recibidos! 

   Fueron tantas la veces que se me mezclan y se altera su orden y su fundamento, si de esto hubo tan siquiera un poco. Los recuerdos, en cualquier caso, se apelotonan.

   Sería una de las primeras veces. Dejamos el coche en una angosta calle con una "A" de anarquismo enorme, pintada en blanco sobre la piedra gris. Nos pareció señal suficiente pero al querer regresar, el coche no aparecía, había cientos de aes dibujadas en una ciudad que no era más que piedra gris en calles estrechas y anarquistas. 

   Ese sentido de encontrarme en un laberinto me duró eternamente, incluso llevando allí años de patear y patear la ciudad. Una zona precisa, céntrica, donde, además, estaba el colegio mayor en el que moraban nuestras amigas, donde estuvo luego la casa más loca de todas las casas (pero no te embales, Gulliver). Donde estaban los cafés de las tardes y los bares de las noches. No sé. Enfilaba una calle y nunca sabía dónde me llevaba, a qué otra iba a llegar. Al principio daba mareo pero luego me lo tomaba como un juego de mesa. Incluso la última vez que por aquellas calles estuve, que fue contigo, tuve la misma sensación y me hizo la misma gracia. Pero creo que no te dije nada.



jueves, 9 de enero de 2014

   Se me desmadejaron las postales de la llegada a aquel puerto. El periplo castellano no era otra cosa que un retorno a Ítaca, por lo que aquello no suponía más que otra estación en la que estar de paso. Transitorio era el apellido de lo que entonces sentía, por lo que imaginé que nada de allí me dejaría huella, ninguna sustancia impregnaría mi piel. ¿Sería, quizá, además, aquella, la última posta antes de alcanzar el deseado destino?

   Valladolid era el lugar sin nada, una horrenda capital postiza. Sucia y anodina.  No proclamaba entonces (ni lo hago ahora) el odio de los tópicos aunque estos, sin yo darme cuenta, me habían confeccionado la guía de estancia. Casi no tenía ni curiosidad.

   Además, el mundo ya empezaba a empequeñecer y el decorado me era familiar. Había estado muchas veces. Solíamos acercarnos allí desde Segovia una vez por mes (aprox.). Teníamos unas amigas universitarias que nos seguían muy bien el juego. Les gustaba la fiesta y hacer el tonto, ¿para qué más? 

   Familia adoptiva de colegio mayor, de cuatro componentes. Dos eran de Santander, las más bellas, una de Salamanca (Inma, ¿eras de Salamanca?). Y la que había servido de enlace era Rocío, de Burgos. Mi querida Rou, que es harto raro que no haya aparecido por estas páginas ya que se trata de personaje tranversal en mi vida. O se trataba, que ahora, con la niñas, con los líos, casi no nos vemos. El otro día coincidimos en la fiesta de cumpleaños de un amigo y no nos lo podíamos ni creer. Rou calculó que hacía dos años. Yo, que tiendo a exagerado, pienso que no llegaría a tanto pero que ya nos vale. 

   Y Rou, ¿cómo había llegado hasta nosotros? Pues casi en cadena de amigos. Pepe mantenía su pandilla del colegio. Era una pandilla porque, pese a ser sus componentes bien distintos entre sí, les unía una cualidad que ahora callaré pero que es muy de suponer. Varios de esos miembros  tenían un grupo musical que fue medio puntero en Burgos, por aquellos años. Eran pésimos. De hecho, un par de ellos siguen ensayando, tanto y tanto tiempo después, su buena ración semanal, y siguen siendo igual de pésimos. Rou era la novia del bajista, un clásico. Estuvimos en la puesta de largo de la banda, o en la presentación de su único disco, qué sé yo. Se llamaban Los Presos de la Época, para que te sigas haciendo idea. No recuerdo gran cosa de aquella noche. Solo que, ya bastante discurrida la mañana siguiente, llegamos Rou y yo a mi coche y allí estaba, en la bandeja trasera, el disco de marras, totalmente combado por el calor del sol, inservible. Creo que le dimos el cambiazo a algún conocido porque, ahora que lo he comprobado, el  disco lo tengo en perfectas condiciones.

   Me fui a la cama a la hora de comer y no sería ya ese día sino el siguiente, en Segovia, que descubrí en un bolsillo del pantalón el tarjetón de entrada al concierto, con alguna frase contundente y el número de teléfono de Rocío, escrito todo con la letra más perfecta que haya conocido yo en mi vida.

    






miércoles, 8 de enero de 2014

Sueño 9 (continuación)

   [Dejar los sueños suspendidos de un fino hilo de seda. Esos lujos nos permitimos en el Gulliver.]


   Volvamos pues justo al momento (¿se llamarán allí "momentos"?) donde lo habíamos dejado. Gulliver, después de mucho fregado de aquí para allá, se la encuentra.

   Por la muchacha también ha pasado el tiempo, lo cual da a la situación un grado mayor de verosimilitud. Hablan bastante pero en conversaciones sin altos vuelos. Hablan de lo cotidiano, de ese momento. "¿Vienes?". "Voy". "¿Tienes un cigarro?", pero ella ha dejado de fumar. 

    El sueño está lleno de trajines, por darle mayor hondura. Y ese punto de descontrol necesario para que todo sepa mejor. El Marino hace tiempo que aprendió a vivir sin ser dueño, en esa parte de su ser. Se deja llevar por laberintos sin salida. Ah, que no. Que sí que aparece, escondida en ese último rincón, cuando ya no había escapatoria, una trampilla por la que seguir corriendo a más no poder. ¿Quién les persigue? Al poco, no sabe a qué altura de la situación se encuentran pero ya para entonces eso da bastante igual. Qué jaleos.

   [Dicen que los sueños empiezan en el momento exacto de la noche para que terminen acompasados al milímetro con tu despertar. Me parece tan difícil ese cálculo... pero así es que sucede.]

   Ya no huimos. La luz que nos alumbra es de un color entre el amarillo y el naranja y de baja intensidad. Todo es mullido y no tengo ni idea de dónde estamos. Su cuerpo ha perdido solidez pero ha ganado en suavidad, en tacto.

   Ya no nos siguen por lo que tenemos todo el tiempo del mundo hasta el despertar. Así que nos desnudamos tan despacio que no nos damos ni cuenta. Luego nos abrazamos en un lugar sin tiempo. Quizá flotando. Su boca está tan cerca de mi oreja que oigo su corazón. Me susurra frases antiguas y me mordisquea el pendiente que (hace tanto) no se atrevió a ponerme. Esas palabras me acarician como sus dedos en la espalda, que deletrean la piel que cubre mi columna, aprendiéndose el pasado. 

   [Suena música. Tres o cuatro acordes que se repiten una y otra vez. La misma música que ayer. El mismo sueño.]



   Ya sabes que en los sueños es más lo que se oculta que lo que se muestra. No es, pues, por recato ni por ganas, que no te cuento los detalles. Es que los detalles estaban en la parte invisible del sueño. Pero, tenlo en cuenta, no por ello se goza menos.




martes, 7 de enero de 2014

Sueño 9


   El Marino se echa últimamente las siestas en el palo de bauprés. Todos le advierten de que es un poco arriesgada la maniobra, principalmente porque el Marino sufre el síndrome de las piernas inquietas, con lo que, en uno de esos arreones que (según parece) le sobrevienen al dormir, es probable que resbale y caiga su cuerpo al agua, siendo el lugar propicio para que la quilla del Proud Mary le parta en dos mitades.

   Aunque no esté del todo en desacuerdo con esos razonamientos, el muchacho desoye los consejos ya que en esa cuna, a la sombra fresca del foque, tiene sus mejores sueños, los sueños que no podría permitirse en otro lugar. 



   ¿Cuál será el código ético que rija ese mundo onírico? ¿Habrá, tan siquiera, leyes y deberes? ¿Teorías de obligado cumplimiento? ¿Propiedades inmutables en los objetos?

   Piensa en ello el chaval y no llega a quedar convencido de una cosa ni de la otra. Piensa en ello (a la sombra del velamen) porque últimamente viene a visitarlo a menudo allí uno de los mayores amores que tuvo de este lado de la vida. 


   Se trata, por lo tanto, de un sueño intenso. Y recurrente. Del que mañana, sin dudarlo, te hablaré.

viernes, 3 de enero de 2014

Carta a los Reyes Magos

   Pasado incierto, futuro cada vez más presente. Así de breve ha sido la carta de Gulliver a SS.MM. de Oriente.

   Todos le han advertido de nuevo. Que no se puede andar jugando con los deseos, que a veces toca, que no sabe el muchacho ni lo que pide. Pero El Marino vuelve a hacer caso omiso. Los consejos, ay, los consejos.

   Así que se prepara para zarpar a otras aguas. ¿No te da un poco de miedo, Luis?






jueves, 2 de enero de 2014

   Pero no te líes, Marinero, que te has vuelto a liar, que Charcos fue otro gato en tu vida, sí, pero aún tardaría un tiempo en llegar. 

   Y aún no es momento.

    Ya que continuamos en la ciudad de Segovia. Y en sus alrededores. Que si el pantano de Revenga, que si la Mujer Muerta o dormida, que si Pedraza que si Sepúlveda. Que si la Granja de San Ildefonso.

   Pueblo con fama de pijo, este de San Ildefonso. Antes tenías que pasar por las destilerías del güisqui DYC, el más nacional de los güisquis, que perfumaba de dulzona cebada los amaneceres segovianos. Creo que en esa recta larga fue donde el pillo de Perico Delgado ganó una Vuelta a España. También allí había un pantano, más urbanizado que el de Revenga. Con su chiringuito y sus tumbonas y hasta su trampolín desde el que zambullirte en sus aguas frescas. El Embalse del Pontón Alto se llamaba. Allí estuve con Cuchi en uno de aquellos regresos tempranos, que parece que fueron más de los que recuerdo. Ya sabíamos ambos que lo nuestro no tenía futuro pero tampoco era cuestión de por ello robarnos el presente. Ninguno de los dos tenía ropa de baño. Pero yo llevaba unos boxer  que daban bastante el pego. La chica albina tenía más problema con sus bragas y sobre todo con su liviana camiseta que, mojada, enmarcaba perfecto aquellas tetas redondas con los pezones duros en el centro de la diana. 

   Luego nos secábamos un poco al sol y, ya en La Granja, visitábamos sus jardines. Nos gustaban más los más elevados, lejos de los reflejos de las fuentes, burda copia de las de Versailles, antojo del francés Anjou. Arriba del todo había un pequeño lago al que golosamente llamaban El Mar, donde, decían las malas lenguas, expertos hombres rana insertaban colosales truchas en el anzuelo del nefasto dictador para sus fotos de pesca. 

   Cuando nos cansábamos de andar por allí, bajábamos al pueblo, en el que conocíamos unos cuantos bares con musiquita y, muchos de ellos, patio interior repleto de plantas. Las tardes verdes de Cuchi y el Capitán.



 [Habrás observado cuán callando se puede pasar de año.]