Y aún no es momento.
Ya que continuamos en la ciudad de Segovia. Y en sus alrededores. Que si el pantano de Revenga, que si la Mujer Muerta o dormida, que si Pedraza que si Sepúlveda. Que si la Granja de San Ildefonso.
Pueblo con fama de pijo, este de San Ildefonso. Antes tenías que pasar por las destilerías del güisqui DYC, el más nacional de los güisquis, que perfumaba de dulzona cebada los amaneceres segovianos. Creo que en esa recta larga fue donde el pillo de Perico Delgado ganó una Vuelta a España. También allí había un pantano, más urbanizado que el de Revenga. Con su chiringuito y sus tumbonas y hasta su trampolín desde el que zambullirte en sus aguas frescas. El Embalse del Pontón Alto se llamaba. Allí estuve con Cuchi en uno de aquellos regresos tempranos, que parece que fueron más de los que recuerdo. Ya sabíamos ambos que lo nuestro no tenía futuro pero tampoco era cuestión de por ello robarnos el presente. Ninguno de los dos tenía ropa de baño. Pero yo llevaba unos boxer que daban bastante el pego. La chica albina tenía más problema con sus bragas y sobre todo con su liviana camiseta que, mojada, enmarcaba perfecto aquellas tetas redondas con los pezones duros en el centro de la diana.
Luego nos secábamos un poco al sol y, ya en La Granja, visitábamos sus jardines. Nos gustaban más los más elevados, lejos de los reflejos de las fuentes, burda copia de las de Versailles, antojo del francés Anjou. Arriba del todo había un pequeño lago al que golosamente llamaban El Mar, donde, decían las malas lenguas, expertos hombres rana insertaban colosales truchas en el anzuelo del nefasto dictador para sus fotos de pesca.
Cuando nos cansábamos de andar por allí, bajábamos al pueblo, en el que conocíamos unos cuantos bares con musiquita y, muchos de ellos, patio interior repleto de plantas. Las tardes verdes de Cuchi y el Capitán.
[Habrás observado cuán callando se puede pasar de año.]
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