Del periplo segoviano, ya te he hablado de Bruno, el conejo candor. Y hace ya meses aparecían, un día, de refilón, dos hermanos de nombres Salomón y Tiberiades, de la especie felina y de vida feliz.
Se lo pasaban en grande los gatitos jugando entre sí. Es más, sabíamos cuán en grande lo habían pasado nada más entrar en casa. Si al mero ruido del llavero les veías llegar a ambos resbalando por las baldozas de la entrada es que el día había tranquilo. Mas si cuando abrías la puerta ninguno elemento de la pareja te salía a recibir, yuyu, habías de temerte lo peor.
Lo peor, dentro de lo que recuerdo, fue un día. Y visto con la debida distancia, no fue para tanto.
Por supuesto que no aparecieron a darnos la bienvenida, a nuestra vuelta del trabajo. Y nada más entrar al salón nos fue fácil adivinar el motivo.
Teníamos, en ese salón, un mueble castellano. Por quitarle robustez, le decoramos con postales y fotos. Y en él también pusimos, con igual intención, el aparato de música y nuestros discos.
Y hete aquí que la pareja de hermanos se lo había pasado en grande por el sencillo procedimiento de dar brincos (algo para lo que estan sobradamente capacitados) y con las uñas de sus patitas delanteras ir tirando al suelo nuestros amados discos. Como guinda del pastel, encima del destrozo relucía, sacado de su funda, un disco de los Feelies, que hoy te traigo, y que, para lo del más inri, era de un brillante, encegador vinilo blanco. Crazy Rhytms se titulaba.
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