Un día, sin hablarlo ni nada, decidimos solucionar un asunto que a lo mejor teníamos pendiente. Sería fin de semana y mis compañeros de piso no estaban a la vista. Elegimos la habitación de Pepe, por tener mucho más amplia la cama. Y por que coleccionaba perfumes caros. Los tenía allí expuestos en la coqueta, prácticamente en formación de a tres. Con lo que el aire olía más profundo y seductor.
El mayor gatillazo de mi vida toda.
No sé en qué proporción lo motivó la parte alucinógena del asunto. No sé si lo soñé. Pero aquella noche Moca tenía cubierto el pubis por un extenso y espeso matorral de pelos negros, lisos, en punta. Rarísimo. Y a mí me dio por pensar que debía de ser ello así por haber tenido ya un hijo, que se le había puesto aquello de esa manera a cuenta del parto. La Madre Natura había, ¿cómo decirlo?, preparado el camino para aquel chaval que por allí había salido, por más que hacía ya bastante tiempo. Pero yo me imagina al chaval, de la edad que el chaval ahora tenía. Y me cagué en el alcohol y en la madre que lo parió porque es que ya me estaba hasta mareando.
Moca me cogió la polla y, masajeándola, se la fue acercando. Sentí como si entrara de frente en una escoba que acabase de haber barrido el Infierno. De repente un estertor y tuve una corrida mínima, cuatro gotitas, penosa.
Moca tenía que tener experiencia en estas lides ya que intentó cuidarme y despreocuparme. Yo no paraba de decir que no hacía falta.
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