viernes, 27 de junio de 2014

... (y 2)

   Dejamos a la pareja, en la entrega de ayer, prácticamente al final de este cuentito breve. 

   Les dejamos sobeteándose en la habitación de ella, en su cama. 

   Me sentí un poco violento al ser observador de tan íntimas conductas así que salí de najas, casi llevándome por delante al zagal. 

   Me lo pensé luego, claro, y entendí que era mi obligación volver al lugar, si lo que quería conseguir es acabar de una vez por todas de contarte este cuento tonto. 

   Gracias a dios, la situación había cambiado bastante. Lo que antes era movimiento con pinta de llegar a perpetuo se había truncado en una calma chicha-chicha. Los mostrencos, parecía ser, habían llegado al límite de sus energías. 

   [Mostrenco. Así me llamaba si madre cuando me portaba medio mal].



   Iba a regocijarme otro par de días en la supongo que evidente solución a la historia pero te vas a las indalas tierras y volverás, imagino, otro. Tan alargado paréntesis no tendría sentido.

   Así que remataré de cualquier modo el, ahora sí, final de cuento. Ya me vale, Luis, tanta marivuelta y to pa ná'.

    Total que, en contra de lo habitual, cuando la niña se levantó de la cama todavía dormía el príncipe. ¿Serían los polvos de la droga, con un último efecto embriagador? 

   Así que cuando el muchacho despertó nadie había a su alrededor.

   Casi lo primero que observó fue el anillo de promesa que pensaba perdido brillando en su dedo corazón. Se quedó, asomado a la ventana, mirando al infinito. Abajo, a la sombra de un soberbio tilo, la niña, con los pies descalzos, leía un libro de un montón de páginas.

   Madre mía, Luis, si resulta que después todo es un sueño...



   Se despide Gulliver, pues, hasta tu vuelta, repitiendo músico. Jack White, la mitad testosterona de The Strypes, que acaba de sacar un disco que, no sé, me ha dado que le podría gustar a Arturo. Y lo mismo también a Pilar. De Álvaro y de ti aún desconozco los gustos a este respecto.

   Que este año esté más fresco que nunca el calamar que te vas a comer a la plancha.





jueves, 26 de junio de 2014

...


   Y lo que más rabia debe darnos es habernos perdido, Luis, por andar distraídos en mundiales y proclamaciones y alguna otra cosa más, habernos perdido, digo, la parte del cuento en la que la muchacha se desnudaba, quedándose, con lo cual, más en pelotas que recién nacida. 

   Por atontolinado que estuviese el príncipe, era tal la belleza que emanaba de ese cuerpo (hemos de recordar que hasta entonces ignoto y ,solo quizá, inmaculado) que se le puso una sonrisa bobalicona en el rostro, cargó con la chica de cualquier modo y transportola hasta el  lecho en busca de satisfacer las evidentes intenciones. Ambos se reían, creo. Posola en la cama  con mimo de gorrión y de allí que no pudo escapar, si esos hubieran sido sus propósitos, que bien sabemos que no. No hubiera podido escabullirse de haberlo deseado ya que la niña muchacha lo abrazó con fuerza y ojos brillantes de lujuria. Lo abrazó con brazos y piernas y unas tremendas ganas de comerse al muchacho entero. 

   Ya se sabe que cuando esto ocurre es difícil tratar de detallar una relación de los movimientos, acciones, ocurrencias, gemidos y sonidos y otras artes de los participantes en el acto del amor. Tendremos, así pues, Luis, que echarle al asunto un poco de imaginación, que de eso sí que nos queda aún algo. 

   







miércoles, 25 de junio de 2014


   También nos hemos perdido, Luis, con tanto demorarnos en miradores que dan a otros paisajes distintos a los del cuento de la abuela, el final que lleva a que se silencie por fin la voz del pastorcillo, embebido vete a saber en qué ocurrencias. Y que sea entonces cuando ya no basten las miradas de los amantes, ya dejó de tener sentido ese tira y afloja. El silencio pesa tanto que obliga a detenerse. La muchacha roza suavemente la mejilla de su loco amado, le dibuja con un dedo el contorno de la cara. Le dibuja también la nariz recta, los labios rojos. Y cuando va a dibujar los ojos oscuros del niño lo que desea es borrar con una goma de borrar las ojerazas que se le han puesto de tanto andar desolado.

   Pese a sostener todo el tiempo la mirada, el muchacho parece ausente. Quizá solo sea la droga que aún pasea por su cuerpo. El muchacho parece no estar. 

   Con mañas de gitana pero ninguna prisa, la niña va soltando botón a botón de la casaca del chico loco. Va soltando, también botón a botón de su camisola de seda. No acaba esta tarea cuando ya le está acariciando el pecho con los dedos de la mano libre. Se demora en los diminutos pezones, se detiene en esa parte del vientre, justo debajo de ombligo, donde mora el más primitivo placer. 






martes, 24 de junio de 2014

   Con tanto de aquí para allá y demorarnos en cada escaparate que se nos cruza en el camino, resulta que va y hemos llegado tarde al final del cuento. 

   Por lo tanto, nos hemos perdido cuando, ya en los aposentos de la chica, han vuelto los amantes a aproximarse y a separarse en un tira y afloja que tiene algo de muelle dado de sí, o de imán moderno y desfasado, o de película del género bobo también, ya. 

   Todavía visten para la cena, una gala medio alta que dificulta a la abuela dar el siguiente paso en su narración sin que su hablar salvaje despoje a tirones las ropas y desagrade y asuste a la infantil concurrencia. Así que alguien ha puesto música (quizás hayan sido los polvos mágicos) y es entonces que la anciana pinta ante los ojos abiertos de las nietitas un hermoso fresco de danza y baile que los prometidos acompasan unidos solo por sus miradas que no pueden dejar de mirarse.  Al rato la música empieza a condensarse en unas escasas notas alargadas y melosas, que entran por el balcón, entonadas con voz de ángel por el zagal que cuida del ganado de la hacienda.



   







jueves, 19 de junio de 2014

Coronado

   Hoy es el día de la coronación. No sabemos si técnicamente será tal y le encasqueten al borbón de oros y pedruscos. 

   Si Gulliver se apellidase Joyce o gustase de celebrar las cifras redondas en el cuentakilómetros de su BMW, haría coincidir (sin que nadie se percatase, eso sí) tan histórica fecha con el final de su cuento de príncipes y todos juntos comeríamos perdices, si de ello estuviera. 

   Mas quiere dar una vez más muestra de su humildad infinita y no osará ensombrecer un ápice los focos que iluminarán  tan egregia ceremonia.

   No podrá evitar, eso sí, que en mitad de juramento se oiga su voz, desde las filas de atrás, lanzando el grito predilecto:

   "¡Que viva Méjico, cabrones! ¡Aquí solo mis chicharrones truenan!"


---o---

   En los avatares de esta bitácora, haremos constar hoy que, en el breve espacio de una semana, es la segunda entrada que (ya envuelta para entregar) desaparece de la pantalla del ordenador y con ella del universo infinito. La hemos rehecho con más paciencia que pericia. Ay, mi mala memoria. Nos acordamos, eso sí, de que sonaba Tom Waits, cantando un tema de Cole Porter. 











miércoles, 18 de junio de 2014


   Tú, que lees de una chica que lee un libro. Los pies de la chica, en la hierba, nos proporcionan frescor.

   La chica, que lee en su libro de una abuela que es amiga de Gulliver. La abuela les está contando un cuento a sus nietas. Se hace tarde y hay que mandar a las chavalas a la cama. Ardua labor. Pero como la abuela no pierde el humor, terminan convencidas de que lo mejor va ser acostarse y esperar a que mañana, quizá sí, la abuela termine el cuento y sepan de qué color es el final. 

   Tú lees de una chica que lee, en su libro, cómo las niñas se acuestan y sueñan con príncipes y con deseos. 

   La abuela no ha dicho a nadie que ha vuelto al vicio de fumar. 






martes, 17 de junio de 2014

   Las risas se van apagando. Se transforman, poco a poco, en un murmullo que parece alejarse en el aire. Al final, se hace el silencio. 

     Quizá tengan (los amantes) doloridos los músculos de la cara y también los de la barriga (cigóticos y risorio y también varios abdominales) de tanto reírse.  Quizá por ello agradezcan esta calma que ha llegado con la intención de quedarse un rato. Los muchachos se miran y se ven reflejados en los otros ojos. En ellos hay brillos y sonrisas, los iris palpitantes. Sí, creo que saben que se aman. 

    No se conoce, en cambio, si es a causa de los polvos azules (igual a la muchacha, por inexperta, se le fue la mano en la dosis) o por la mera  retroalimentación pero, claro, es entonces cuando hace acto de presencia el deseo. Con aires de marqués y la respiración densa. Manda mucho el deseo, sin él pretenderlo. Y espesa el aire. Nos despoja del control, nos pone tontos, niños. No sabemos ni lo que hacemos. 

   La princesa se acerca al muchacho. Se detienen. Rozan, apenas, sus dedos. Torpemente. Se crispan, por atrás, sus cuellos.  

   Luego, a lo loco, comienzan una carrera escaleras arriba. Es un carrera atípica, ya que se trata de correr rápido-rápido con la intención de llegar el último. Se frenan, se chocan. Rozan, apenas, sus dedos. Y vuelven a correr y a parar. 



o·o

   


lunes, 16 de junio de 2014

La nave se moderniza

   Como ya sabes, en el Proud Mary reina la más absoluta democracia. En fin, que somos asamblearios. No quiere esto decir que nos pasemos los días y las noches en trifulcas sobre qué rumbo tomar o el menú para la cena, por ponerte un par de ejemplos clarificadores. Conocemos nuestras responsabilidades y es raro que en las faenas rutinarias se planteen dudas sobre las que queramos decidir. 

   Pero, como en cualquier sociedad, se dan, a veces, situaciones que no estaban previstas y que influyen a todos sus miembros. Es entonces cuando se debate y no se para de debatir, que yo creo que muchas de las veces se plantean las cuestiones nada más que por el placer de andar allí discurseando. 

   A los postres de la comida de ayer vino Antonio con una de esas propuestas que hay que debatir. Se ha empeñado en que nos vendría de perlas poner un cajero automático en la cubierta de estribor. 

De derecha a izquierda, Andrew, Antonio y Gulliver, poco antes de embarcar.






jueves, 12 de junio de 2014

Globos de colores

   El Príncipe se reía y no paraba de reír. De tal manera reía que empezaron a saltársele unas lágrimas gruesas como globos repletos de agua ("hala" gritó el coro de las niñas que escuchaban), y de idénticos colores que estos (puntualizó la abuela), que al estallar contra el palaciego suelo chapuscaban las manoletinas que calzaba para aquella ocasión. Pese a ser este calzado de piel muy delicada y elevado precio, no parecía que ello contrariase el estupendo humor del muchacho sino, más bien, que lo avivase, si tal fuera posible. De la risa, sin pasar por aduana, había mudado a las carcajadas. Abiertas, enormes, casi peripatéticas. Tales eran que le formaban extravagantes muecas en la cara.

   Y encima es que no podía parar.

   Estas muestras de alegría ingente duraron un rato más bien prolongado, quizá cerca de la media hora, por más que a los dos presentes en la mesa se les hiciese, como un terrón de azúcar en una fosa marina, breve.

   Ya que es de imaginar (apuntaba la abuela) que, además, por ser este proceder actividad altamente contagiosa, la muchacha acompañase en sus alborozos al chaval. 




Calor y frío



   -Pa mí que el príncipe está marihuano.

   Fue Carmina, la nieta que vivía en la capital, la que así opinó cuando la viejecita les explicaba los efectos que aquellos polvos azulados habían causado en el comportamiento del muchacho del cuento, no muchos minutos después de haberlos ingerido.

   Nos hemos de fiar de la abuela cuando dice que al principio solo fueron sensaciones alternas de frío y de calor, en diferentes partes de su cuerpo. Cuando todo hacía sospechar que el chaval terminaría por  volverse del todo loco, o al menos así lo pensase ante tan insólitas dislates térmicos, y seguramente a causa de la misma droga, lo que ocurrió es que aquello de tener un meñique helado y la nariz la mar de ardorosa y al momento le corriese por la espalda un escalofrío que (a mitad de camino) se volvió escalocalor, todo aquello  tan raro que notaba en su cuerpo le hacía un montón de gracia. Lejos de preocuparse por su salud y por su futuro (y por ende por el destino de la nación que un día no lejano reinaría), no paraba de reír. Dio a observar la abuela si también cabía la posibilidad de que el príncipe hubiese alcanzado la cota máxima de desdicha que un cuerpo podía contener (por más alteza que este cuerpo fuese). Hubo disparidad de opiniones entre la audiencia aunque las más de las niñas se adhiriesen a la facción de Carmina, que también reía y no paraba de decir que el niño estaba turulato. 

   Y es que, en el fondo, Luis, ¿qué es, sino locura, la felicidad?







miércoles, 11 de junio de 2014

Un poco después

   [Ese mismo día, pero ya al anochecer, en el palacete de la Princesa]

   La cena, que en otros no lejanos tiempos era un acopio de lo que había sido su día, donde (mientras picoteaban) se contaban las mil y una peripecias que la jornada había tenido, estuvo en esta ocasión presidida por los arranques del príncipe, que en otros pagaba sus penas. A los vegetales les faltaba salazón, a la carne le sobró tiempo en el fuego, los vinos, todos picados. Ni cuenta se dio el bobalicón de una nueva diadema que la muchacha lucía y que ella misma se había confeccionado  en sus ratos de ocio. 

   No es el enfado que tal descuido puede conllevar sino un plan previamente ideado. El caso es que la chica, en uno de los muchos descuidos de su compañero (cuánto obnubila el ofuscamiento), le vierte, viejo truco, unos polvitos en la copa, polvitos cuya composición desconocemos, así como sus efectos.

   Bueno, los efectos sí que los conocimos, pero un poco más tarde.




martes, 10 de junio de 2014

   Las niñas escuchan con la mayor atención. 


La princesa y el príncipe


   En una de las frecuentes visitas del príncipe, viéndole tan atolondrado y ya sabiendo casi todo, la muchacha elige la hora adecuada, le agarra del brazo y tira de su cuerpo hacia el jardín. Un sobresalto de su alteza, el niño, le confirma en sus sospechas. 

   Es tan precioso el cielo, a esa hora precisa, en el jardín de la dama, que hasta la mirada ausente del chaval se clava en los colores profundos, en los juegos de luces y nubes. Suavemente ahora, que a la princesa le cuesta menos dirigir sus pasos. 

   Atesora la niña, entre otras cualidades evidentes, la belleza interior. Lo que no es poco. Y así es la única en los contornos que puede apartar la vista del imantado cielo. Y así le place, en sus paseos, observar como todos contemplan extasiados la que llaman bóveda celestial. De sus idas y venidas pausadas, con el príncipe colgado de su brazo, nota como algo refulge en el suelo de cantos rodados. Así es como consigue la última pieza del puzzle  y se acerca, por lo tanto, el final de este cuentito breve.








lunes, 9 de junio de 2014



   Pocas han sido las veces en las que Gulliver se ha parado a pensar en cierta hipótesis que aventura la supremacía del género femenino humano en cuanto a inteligencia se refiere. Con lo dado que es a escudriñar conjeturas, desmigándolas, por ver si las verifica o las desmiente. Pocas, como digo, han sido las ocasiones en las que, ante tal aseveración, se ha quedado un rato ausente y ensimismado, por más que no lo pareciera y siguiese asintiendo a conversaciones en las que, francamente,  ya no estaba. 

   Y las pocas de esas veces, tampoco ha llegado a un seguro cierto, al convencimiento. No han sido excesivas las féminas con las que, en profundidad, ha tratado hasta poder sopesar tales poderes o la ausencia de ellos. Y es tan amplio el abanico observado en la muestra, tales las desviaciones de la media en el alcance a que parecían poder llegar, que no se atrevería a apostar que la afirmación fuese cierta. Tampoco,  y por idéntico motivo, osaría pensar lo contrario. 

   Bien es verdad que en ciertos ejemplares de cada género, elegidos entre los mejores, se atisba una sabiduría especial y, sospechamos, más allá de lo por nosotros comprensible. Lo más, lo más, ponernos cerca por ver si por arte de birbibirloque se nos pega aunque sea un poco.



  Bansky al poder.