miércoles, 30 de abril de 2014

El nombre



   Llevamos unos días en esta redacción haciendo quinielas sobre el nombre del príncipe que habit el Gulliver últimamente. Las apuestas empiezan a ser cuantiosas y cada vez más alocadas. Los más experimentados tienden a elegir nombres rotundos, sonoros, dada la donosura del sujeto y sus aires elevados. Raimundo, Facundo, Hermenegildo. Otros se decantan por la línea visigótica de la vaina o eligen para el personaje nombres de santos antiguos, cotundantes y categóricos, notorios y reputados. Los de Internacional, es lógico, apuestan por onomásticas en idiomas extranjeros, pero sin gastar demasiada imaginación. Henry, Philipe, Paolo. El hadita de las fotocopias se apunta a nombres de mariposas o arbustos exóticos. Son improbables pero bonitos los que propone. Y Gaspar, el redactor jefe, como era de prever, nos ha dicho que él nunca apuesta. 







martes, 29 de abril de 2014

      Marcha el Príncipe disgustado, hacia palacio. Los cortesanos siguen tus pasos a prudente distancia. Atrás, solo, el hermano escruta en el suelo su humillación. 

   No. Obnubilan tanto las pasiones que ciegan los sentidos y engañan a la realidad. Caín mira sin ver la piedra en la que, empecinado, ha clavado los ojos y que, en breve, debería lucir en el anular de su cuñada y princesa. La mira pero no la ve. Se sacude la deshonra de un capotazo y desaparece de la escena. 


   Es socorrida la realeza para esto de los cuentos. Por su carácter modélico, la belleza que se les supone y el porte en el moverse (esto también es importante, mucho más que lo de la sangre azul). Pero no nos entretengamos en tan banales pensamientos que el cortejo está a punto de llegar, silencioso, a las puertas del alcázar. Es curioso observar cómo tan breve recorrido le ha servido al príncipe para mutar su ánimo, al prever el encuentro deseado. Solo el fugaz recuerdo de Miranda (que así se llama de bautismo la muchacha) ha transformado los cielos en un lienzo increíble, tanto por sus colores y como por su composición. Los aduladores que le acompañan no parecen haberse percatado.

  



lunes, 28 de abril de 2014

El Príncipe y el anillo. Paseo.

   Suponte que quieres hablar del tiempo y su influencia en nuestras maneras. Que te sale ponerte serio y contar de cosas importantes. Supón que te sientes trascendente. 

   Suponte (también) que adviertes, antes siquiera de meterte en faena, que la empresa es ardua y difícil de abarcar. Y que es evidente que no posees ni las artes ni las mañas para lograr superar la prueba.

   Has, entonces, de respirar con fuerza unas cuantas veces. Las primeras metiéndote la mayor cantidad de aire que te pueda caber en los pulmones, sin exceder ese límite ya que corres el riesgo de expeler sin pretenderlo el aire y perder con ello tu turno en la partida. Mantén ese aire ahí dentro sintiendo sino su peso si al menos su grave densidad, su aplomo. No más de unos segundos, claro. 

   Suéltalo, entonces, suavemente, dosificando la salida a un estrecho tubo. Como cuando pronuncias la "u". Sin pausa pero prolongando la acción hasta que no te quede sino vacío en los pulmones.

   Debes repetir el proceso unas cuantas veces para comprobar, como el apóstol Tomás, que nada has avanzado en tu misión. 

   Es entonces que dices: "Pues voy a escribir un cuento". Tenemos al príncipe, tenemos el paseo, tenemos el anillo.



   El Príncipe, claro, es apuesto como un ángel. Y moderno, no como los de ahora. El paseo es principesco. Ancho y alargado y con un apenas de serpenteante.

   ¿Y el anillo? De aquilatado metal aúreo (que diría el otro) y en él, en fina labor, una piedra que nada más reluce al sol de los ojos de su amada, ay, príncipe suertudo. Lo de tan inusual característica en la joya se debía, cómo no, a las buenas mañas de Maese Afonso, artesano de Leiría, ya ves qué cosas.


   Del extravío del anillo podría hablarse largamente, no descartándolo este escribano para un no lejano futuro. Digamos por ahora quje razones tendría el Príncipe para abofetear a su hermano, Caín, a la vista de todos. Mas fue tal el sonrojo que todos sintieron que nadie se percató de que, con el arreón y por mor de la fuerza centrífuga, el anillo que su Alteza portaba en el dedo meñique, salió despedido de la mano, voló inmisericorde por los aires y fue a confundirse entre las redondeadas piedras.





viernes, 25 de abril de 2014

Un cuento

   Es fácil armar un cuento. Coges a un príncipe y le pones a caminar por un paseo. El príncipe ha de estar perdidamente enamorado, eso sí. Y el paseo construído de piedras rodadas, sueltas, dragadas de un río cercano. El cielo aparece tan hermoso que es difícil apartar de él la mirada (ni un segundo). Pero el príncipe ha de buscar el anillo que en el camino de ida extravió. 

   Lo complicado suele ser ponerle fin al cuento.




jueves, 24 de abril de 2014

   Nos lamimos las heridas, aún sentados en el suelo. El sabor acre de la rabia se mezclaba con el de la sangre en mi boca. Aunque a primera vista los daños no eran irreparables. Lo que más dolía, eso sí, era el adentro.

   No sé dónde lo encontró pero Jimmy apareció con un palo de madera dura en las manos. O quizá fuese un tubo de metal. Ambos sabíamos el destino de los matones. Una discoteca barata cerca del Acueducto, lugar de reunión de gente de esa edad. Solo tendríamos que esperar a cierta distancia su salida, ver qué dirección tomaban, irles siguiendo y cuando el grupo se fuese dividiendo, desgajando (cada mochuelo a su olivo), atacar al que nos pareciese el jefe de la jauría, al más bravo.

   No hablamos mucho entre nosotros. Solo lo suficiente para no hacer sospechosa nuestra estadía en tan anodina situación. 

   La verdad ya te la habrás imaginado. No estuvimos allí ni diez minutos. Mandamos a la mierda el palo y con el humor y la dignidad por los suelos, y con la razón por las nubes, nos fuimos a casa que es buen prado, a intentar olvidar lo fea que a veces se puede poner, inopinadamente, la vida.







martes, 22 de abril de 2014

   Violencia. Pura y dura. Gratuita. Jodida violencia. 

   Pese a la apariencia que mi aspecto debe de dar, soy de natural tranquilo. Incluso cobarde y pusilánime. La educación cristiana, qué sé yo. Ya no te digo cómo es Jimmy a este respecto. 

   Y sin comerlo ni beberlo te ves siendo machacado sin motivo  aparente. Con saña, con prepotencia, con inquina. Por el rabillo del ojo ves cómo están tratando a tu amigo con la misma medicina, quizá incluso a mayores dosis. Te agazapas, intentas hacerte armadillo, después de sopesar que nada puedes hacer por salir en su auxilio. La tunda va parando poco a poco. Una colleja, una patada desganada. Los chavales continúan su bajada como si tal cosa. Quizá solo un poco más risueños. 


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   Siempre he pensado que el dibujante de esta Historia de la Humanidad tenía que ser Milo Manara. Pero no estoy seguro. Aunque apostaría que sí.








lunes, 21 de abril de 2014

El último pase

   Sería jueves. Por supuesto que no me acuerdo con exactitud pero me da que era jueves. Los días, antes, no estaban tan delimitados en laborales y festivos. Ya sabes, la insensatez, la energía juvenil. Así que sería jueves o lo mismo era martes. Al caso le es indiferente. 

   Habíamos ejecutado con prestancia nuestras actuaciones sonnycrockerscas acabando en La Escuela, verdadero templo de la movida segoviana (ay, aún aquí). "Al suelo, al suelo". No había mucha gente aún, solo los habituales, el que me llamaba Burguitos, La Moco... y a estos poco les sorprendían nuestras mañas. Aprovechamos así pues el espacio disponible, optimizando los recursos en lo que quizá fue nuestra mejor interpretación. Nos bebimos, por lo tanto satisfechos, un par de güisquis con cola. Quizá para celebrar que nos cortábamos la coleta para tales payasadas. No nos dijimos nada, Jimmy y yo, pero ambos sabíamos que la broma había terminado. 

   Para subir desde La Escuela a la parte amurallada de la ciudad existe una escalera amplia como las de Roma, cómoda por sus huellas anchas y sus peraltes menguados de nariz roma. Ah, los peldaños, cuánto misterio encierran. Lleva, la escalera, al Salón de la Reina, ya lo hemos contado. Y de allí, por un callejón que bien podría llamarse de la Luna, alcanzamos la Calle Real.

   Y en maldita la hora. 

   Debido al esfuerzo o quizá por hallarnos absortos en nuestros pensamientos, íbamos callados. 

   Bajaban por la calle en ese momento un grupo de media docena larga de jovenzuelos que casi al pasar a nuestro lado dijeron: "Mira estos". Y nos dieron una paliza.



 

miércoles, 16 de abril de 2014

   Como viene siendo ya norma de la casa, llegamos, después de los vericuetos y los guadianas, hasta donde habíamos pretendido llegar desde un principio, hace una semana larga. O más.

   Llegamos despues de pájaras y bajonazos. De laberintos escuetos pero complicados, de pensar mucho en nada. Llegamos después de contarte lo infantiles que podíamos ser a los veintimuchos. Lo infantiles que ya nos quedamos para el resto de nuestras existencias. Como siempre, nos costó llegar.



   ¿A dónde?, te preguntarás con merecida impaciencia. No muy lejos, ya verás,  y encima no sé a qué tuvimos que llegar allí. Después de los matos y los chifis y de tanto hacer el gilipollas por los bares. Normal que estemos cansados, Gulliver y yo. Normal que no queramos que, por la respiración aún entrecortada del esfuerzo (no te vayas a creer), nos salga el remate a estas últimas entradas precipitoso, ligero, atropellado.

    Deja que se nos pase el resuello. Disfruta que unos días de pasión, olvídate de los unos y de los otros. Y ya, si eso, luego te cuento.


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martes, 15 de abril de 2014

En las últimas



   Anda desgalichado, Gulliver. Renquea y parece a punto de caer. No es extraño, según se comprobará. Pero a nosotros, ahora, lo que nos inquieta es verle en esa situación. Como a un púgil a punto de besar la lona y no volverse a levantar. Le ves dar palos de ciego agarrándose a un clavo que más que ardiendo está apagado, sin jugo del que libar. Y a ver así cómo continuamos. Una toalla limpia, blanca, sin usar, permanece a nuestro lado, doblada en tres, esperando la decisión que adoptemos. ¿Será el momento? Antes de decidirnos, intentamos adivinar alguna señal en la cara del marino. Pero su pómulos hinchados, la capa espesa de sudor que le cubre y su cuello blando que hace que la cabeza oscile sin pretenderlo, nos ocultan el verdadero significado de su mirada. Su mirada apenas vislumbrada detrás de los párpados inflados, violáceos. Se vuelve el muchacho a tambalear y ya no sabemos si en su incierto movimiento existe un gramo de empeño o todo es un vagar en la inconsciencia. Un golpe más, justo encima de la oreja, hace que su cuerpo se vuelva más gomoso. Que el tiempo se pare medio segundo. Posa la rodilla en la lona y se agarra a las cuerdas. Está a nuestro lado, a menos de un metro. Las líneas que son sus ojos a nuestra altura. Levanta la barbilla buscándonos. Pero no hay mirada en su mirada. ¿Y así qué hacemos?

   Su cabeza ha vuelto a caer y rebota al compás de la cuenta atrás, que el árbitro desmenuza como un diapasón. Hey. ¿Al compás? Quizá aún haya esperanza.

   Antes de que el plazo reglamentario concluya, Gulliver se levanta. El público debe de rugir pero nosotros no oímos nada.









lunes, 14 de abril de 2014

Gulliver says

   Proud Mary se mantiene lozana pese a los muchos viajes navegados. Como es lógico, tiene sus achaques. Ahora le ha dado por uno que es ciertamente molesto. Se le ensancha la pantalla. Apenas una pulgada pero es distancia suficiente para que desaparezca del enmarque la "x" esa que siempre tiene en su esquina superior (derecha).  Además no es un movimiento rectilíneo puro, solo de ida, sino que un ir y venir temblón, casi cataléptico. Al Marino, es de comprender, le pone esto muy nervioso. Yo le recomiendo que la cambie ya por una de esas planas y achatadas, que están tiradas de precio, pero él se resiste. Después de no menos de una docena de años, le ha cogido cariño a esta tan mole, tan cuadradota que le come medio secreter. Es importante la pantalla como para eso y para más, opina. Es donde se reflejan sus pensamientos. Algún día saldrán de allí. Y volarán. Y nunca podrá decirse, entonces, que ha muerto del todo. 

   Eso dice Gulliver. 









viernes, 11 de abril de 2014

El transcurso

   Te mentiría si dijese que ayer no me metí a ojear un capítulo del Miami Vice. Con ver la entrada ya tuve suficiente. Y lo que son las cosas. Lo que antes lucía con vivos colores brillantes, del más puro neón, ahora, birlibirloque, aparecía desgastado, como en el anuncio del detergente y los payazos. También las pelis adquieren, van adquiriendo, se ve, ese tono sepia con su mero transcurso. Jo, como la vida.















jueves, 10 de abril de 2014

Mi Miami (Beach) Privado

   No creo que haya nadie en el mundo (conocido) que no haya oído hablar de la serie televisiva Miami Beach. Digo esto para que quede claro que la entrada de ayer fue gulliveresca a más no poder. Y que, por lo tanto, perfectamente nos la podíamos haber saltado. 

   Nosotros no nos perdíamos un episodio. La música, ya te decía, era genial. Muy de lo último. Paso de buscar en Google su banda sonora, que el tiempo apremia, pero seguro que sonaban los HoodoGurus, los Replacemens, gente de ese pelo. Además estaban las chicas que eran todas soberbias y no te digo ya cómo estaban. Y el estilo de vida de lujo de piscina multicolor. Tanto a esto como a lo de las chicas, el clima ayudaba bastante. Y también estaba esa moral lerda, de peseta, que los protagonistas hacían lo posible por esconder. En fin.

   Y luego estaba lo que a Jimmy y a mí más nos gustaba. Así que nos pasamos los dos una temporada (que espero y deseo no fuese excesivamente prolongada) entrando a los bares con las piernas separadas, los brazos estirados hacia adelante, las palmas cogidas con fuerza y los índices juntos, apuntando a varios sitios, alternativa y sucesivamente. "Al suelo, al suelo". Nos agachábamos detrás de las mesas, corríamos hasta pegarnos a una pared, nos cubríamos las espaldas. Y así llegábamos a la barra y nos pedíamos unos aguachirris. En fin. Que estábamos ya talluditos para tales chorradas. 








miércoles, 9 de abril de 2014

Otros tics compartidos de los años tontos

   Mato, chifi. Ya me dirás tú que pensaría el informe PISA de nosotros, de haber existido entonces.

   Luego vino una época en la que todo era guarifó o guatemai. Intentaría explicarte el significado de esos palabros inventados sin duda en momentos de excesiva euforia. Pero creo que su propia sonoridad aclara con mayor exactitud y más afinada precisión de lo que conseguiría yo hacerlo con una larga y aturullada exposición. 

   Y me acuerdo de otra, que ejecutábamos al alimón el bueno del Jimmy y servidora. La verdad es que ya andábamos talluditos para tales cojudeces. 

   Recordarás, porque es cultura popular, o al menos te sonará de oídas, aquella serie que protagonizaba Sony Crockett con su amigo el negro (afroamericano). No la confundas con Starky y Hass (léase Starsky y Hutch), que es más antigua y en esa el negro es italoamericano. 

   De título Miami Beach, tenía una banda sonora de pelotas, con lo último de lo último y además siempre featured por algún nota de auténtica moda. (Antes las modas duraban incluso un mes). Y hablando de moda, había que ver a Sony con su  pantalón de lino crema, sueltito, una camiseta pegada, blanca, con manga subida por  la propia acción de los bíceps, y una americana de espiguilla con pinta de no pesar nada. Vaporosa, con una caída de puro apresto. Miami Beach, cágate loro. 

   Sony Crockett se llamaba Don Johnson en la vida real y parece ser que le dio alguna tunda a su mujer. No lo digo por desarmar el mito sino porque existen las hemerotecas. Su mujer era Melanie Griffith, más conocida por su interpretación en Wild Thing, más conocida aún por su actual marido, Antonio Banderas. Ya ves, el mundo es un pañuelo.  


   Y ahora toca recoger el hilo tirado hasta llegar al asunto que te quería contar, pero será ya mañana, que esto ha sido una gran regresión.  





martes, 8 de abril de 2014

Escapada de Simbad. Fin de semana corto.

   Me dicen que ha venido Simbad. Yo no lo sabía, así que no he salido a recibirle. La gente que no le conoce, que tan siquiera ha osado acercársele  a unos metros, viene a mí y me regala noticias de lo más variopintas. Las más, cruentas, crueles. Los que con él se codean bien sé yo que no van a soltar prenda. 

   Nos quedaremos, así pues, sin saber.














lunes, 7 de abril de 2014

Nimieces, tontadas. Asideros.

   A lo largo de sus existencias, los humanos (igual también los animales pero no hay estudios determinantes), al comprobar lo extraño y expuesto del mundo que les rodea, buscan lugares donde refugiarse y, quizá, estar un rato tranquilos. 

   Gulliver no iba a ser menos. Muchos de los asideros a los que se aferra para soportar esta vida feroz (o que a lo mejor no lo es tanto), muchas de las excusas, de las mentiras, de los cuentos que, inconsciente, produce y realiza, ya los conoces de hace tiempo, bien porque los hayamos contado aquí, bien porque, observador, los vayas descubriendo en el día a día.

   Son detalles privados, compartidos apenas con un reducido grupo de cercanos. Una canción que no suene en la radio, un palacio de escasos metros cuadrados en mitad de un cementerio de coches, que es mitad palacio y mitad cueva, unos andares que terminan contagiados, las distintas maneras de saludarse. 

   Viene esto a cuento (que posiblemente no venga) por que me  acabo de enterar de que la memoria va a capas. Como los subsuelos, como los peinados de las niñas modernas. Como las cebollas. Rebusco entre ellas intentando dejar luego las cosas como estaban. Y hete aquí, claro, que he encontrado, en un lugar no excesivamente recóndito (ay, mis esdrújulas), un recuerdo referido a lo que te estaba contando. Esos lugares comunes que nos buscamos los próximos, los cercanos. 

   Primeros años del bachilletaro, no puedo precisar más. Clase con el Carpin, pobre desgraciado. Alguien, me suena que Pedro Simón, alto, rubio, desgarbado, todo lo contrario a un apostol o un pescador, con nariz a juego y un humor bestia y sibilino, en mitad de una explicación en la que el profesor escribe con esmero y letra de jesuitas en la pizarra, alguien, quiza Pedro Simón, gangosea su voz, la nasaliza y sube unos todos para disimularla, y dice "maato". Por contagio, otro compañero suelta, con igual voz, "chiiifi". El Carpin se da la vuelta con escasa curiosidad pero pronto nos vuelve a dar la espalda y continúa con su perorata. Y así empezó que nos pasamos el año con los chifis y los matos, cada uno diferente al anterior, con distinta larguza, con otra entonación. Los profesores estaban hartos pero no acababan de reconocerlo ante nosotros. 

   Y sí, llegó el día en que a E. le había salido todo mal. No era difícil que ocurriese porque E. era exigente consigo mismo. El número uno indiscutible en todo lo curricular, era (como dicen ahora) un pringao. No era raro que cualquier nimiedad le amargase la vida, pero ese día habían llovido (sus pequeños desastres) a calderadas. Y estaba harto. Así que, sin venir mucho a cuenta, soltó un mato en exceso gritado y en un tono de voz que solo podía ser el suyo. Su primer y único mato entre los miles, los millones de matos y de chifis que habían poblado a lo largo y a lo ancho todo un curso escolar.


   El pobre, se cayó con todo el equipo.





viernes, 4 de abril de 2014

Viento del Sur. Ejemplo de sus efectos

   Una amiga me ha pasado esta canción. ¿No la habíamos puesto aquí antes, eh, Gulliver?



   Pero vayamos a lo prometido, que es deuda. Aunque esté uno un poco hasta los huevos del hartón que se ha pegado hoy al teclado. A ver si va a ser adicción y me pasa como al burro del gitano.


Ejemplo paradigmático de los efectos que el Viento del Sur
provoca en las personas, animales, plantas y cosas.

   Ya sé que un humano dentro de un coche se suele transformar en algo diferente pero en días así, las conductas irregulares son evidentes, se agudizan. Y se dan en dos sentidos opuestos. Se nota muy bien en la salida de los semáforos. Y en concreto el que sirve de puerta a la Autovía de Ronda es, sí, un buen laboratorio. 

   Como tengo coche con motor viejito pero aún vigoroso, me suelo poner en el carril de la izquierda, con la intención de llegar antes a casa.  Siempre les hay con la misma intención y un motor más potente. Pero bueno, siempre existe la organización y no suele llegar la cosa a mayores.

   Los días de Viento del Sur lo que ocurre es que se agudizan los comportamientos, tanto los desviados como los conforme a la norma. Y así, cuando llegas al desvío de San Agustín, que es que cojo para llegar a mi queo, puedes observar dos conjuntos perfectamente disjuntos de vehículos. El uno compuesto por elemento que si ya no te han adelantado les falta un suspiro y el otro, una masa amorfa, como un espejismo de desierto, ocupando una parte mínima del espejo retrovisor. 
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   Al final va a ser adiccion. Mondovino. 

jueves, 3 de abril de 2014

Viento del Sur

   Es gracioso y a la vez intructivo observar los efectos que provoca este viento que nos viene.

   Supongo que todo el mundo lo sabe pero, como decía la retrechería, nadie hace nada por evitarlo. 


   Es raro sufrir este viento aquí, que somos más del "norte". "Ya ha salido el Norte", y a joderse de frío. 

   Pero últimamente, ya conoces los cambios climáticos, nos visita con inusual frecuencia. Y monta una revolera que levanta bolsas y papeles del suelo (qué sucios somos), que bufa por las ranuras, que maltrata las cuidadas permanentes de las señoras de edad, tan genuinas de esta ciudad. Y a todos nos vuelve un poco majaras.

    Si, además, sopla en días tan de principio de primavera, los efectos se multiplican, creciendo las posibilidades de que los propensos traspasen los umbrales de lo socialmente admitido. Se dan casos. 

   Aunque en la mayoría no llega la cosa a mayores, imagínate si no. 

   Te pongo un ejemplo. Pero lo leerás mañana, que hoy no me dan los relojes más cuartelillo. 



miércoles, 2 de abril de 2014

Arrendajos

arrendajo.
(De arrendar3).
1. m. Ave del orden de las Paseriformes, parecida al cuervo, pero más pequeña, de color gris morado, con moño ceniciento, de manchas oscuras y rayas transversales de azul, cuya intensidad varía desde el celeste al de Prusia, en las plumas de las alas. Abunda en Europa, habita en los bosques espesos y se alimenta principalmente de los frutos de diversos árboles. Destruye los nidos de algunas aves canoras, cuya voz imita para sorprenderlas con mayor seguridad, y aprende también a repetir tal cual palabra. 


   Me encanta el Diccionario de la RAE.





martes, 1 de abril de 2014

Cosas... (Detalle 2)

   La otra vez que el vecino de mi amigo se lució fue muy poco más adelante.

   Pese a nuestra tierna edad (¿13?, ¿14?) ya íbamos a los billares. Tenía aquel lugar un olor a submundo, a mundo paralelo. El humo, los techos bajos. El serrín de los días de lluvia. Al fondo, la garita acristalada del encargado, que te cambiaba monedas o te daba las tres bolas y la tiza y ponía a cero el cronómetro del tiempo. Desde la garita, elevada un peldaño, tenía una gran visión del conjunto. Y aún así, la de trampas que le hacíamos. 

   Digno ese lugar de contar con su tomo en estas idas y venidas pero, como tantas cosas, lo dejaremos para más adelante, que tiempo habrá.  Un tomo monotemático. Digamos, por ahora, que como toda cosa placentera traía consigo su lado oscuro, su aquel de peligro, muy bueno para nuestras adrenalinas.Tenía (el peligro) la forma y el alma de un gitano. De nombre Diego. Huraño, pendenciero, malvado. Ahora que tanto tiempo ha pasado, no sé cuanta parte de aquellos modos eran pura pose pero en nuestra infancia acojonaba. Un día me juré que nunca más me robaría nada. Quizá mañana te cuente de aquella vez pero ahora centrémonos en el vecino de mi amigo. En fin.

   Desde aquel día que me juré que nunca más me robaría nada se habían dado muchas oportunidades para ser fiel a mi palabra. Y mal que bien la iba cumpliendo. Adopté la vieja táctica de ponerme muy farruco. Y bueno, iba colando. Indefectiblemente, cada vez que me veía se acercaba para que le prestase dinero. "No tengo" era mi escueta pero segura respuesta. Se ve que por mor de la costumbre, empezaba a registrarme y era el momento en el que le empujabas suavito y le increpabas: "¿Qué pasa, que me estás llamado mentiroso?". No sé si debido a ese código de actuación y honor que tienen los miembros de su raza (¿o debe decirse etnia?, me la suda a mí tanto papanatismo políticamente correcto) o porque temiese que aquel arrebato de pundonor mío fuese en serio, se echaba para atras. "Vale, vale, ¿y un cigarrito me das?". "No, tabaco tampoco tengo".

   Y así iba pasando el tiempo y Diego casi dejó de pedirme. He omitido, en un alarde de humildad, que muchas veces sus requerimientos venían acompañados por el brillo de una faca, que dice la copla. Por lo que tenía que hacer grandes esfuerzos para que mi valentonada sonase creíble. 

   Y así llegó el día que hace tiempo que llevas imaginando. Sí, era por la tarde, casi ya había anochecido. Todos los rituales tienen sus horarios. Salíamos de los billares mi amigo, su vecino y este servidor. Contentos porque eso toca a esas edades. No dimos de morros con el Diego. Y se ve que este, por mor de la costumbre, saco la navaja y nos pidió el dinero. Procedí como solía hacerlo y pronto se desfondó su arrojo. "¿Y estos?". Mi amigo, al que tenía yo bien aleccionado, dijo que tampoco él tenía un clavel. Y fue entonces que al vecino, bien por la falta de costumbre, bien por vernos a nosotros tan echados para alante, bien porque fuese gilipollas del culo, no se le ocurrió otra cosa que explicarle que él sí que tenía dinero, quince mil pesetas, nada menos y para ser exactos, pero que se las había dado su madre para comprar los libros del colegio. Tuvo que sentir un subidón muy grande, de la purita alegría, el Diego, suficiente para que despistase su defensa por unos segundos, breves pero que aprovechamos mi amigo y yo para tirarle unas patadas que le desarmaron, agarrásemos al idiota por la solapa y salíesemos de allí pitando. Nos persiguió hasta el Espolón y, una vez allí, bien por falta de fondo físico, bien porque excediese aquel paseo de sus territorios de caza, se paró y (a voces) juró matarnos.

   Me lo encontré otras tantas veces y, bien a la vista está, no cumplió con su palabra. Si quieres que te diga, a dios gracias.



   Hoy ha venido a buscarnos esta canción. Creo yo que muy apropiada. Aunque, parece ser, no es muy idónea para estómagos sensibles. Tu verás.