viernes, 26 de diciembre de 2014

Descartes 2014


   Como Gulliver sospecha que este es el último día del año en el que se va a acercar a esta bitácora y con el objetivo de hacer de esto ya tradición, solo incluirá a unos cuantos amigos que se quedaron fuera porque, la verdad, pues todos no caben. Eso sí, me ruegan (a su manera) que intentes adivinar las historias que de ellos te podría haber contado.

























martes, 23 de diciembre de 2014

   Llevo unos días dándole vueltas a una imagen que retrata muy bien mi estancia en Valladolid. Hace unos gulliveres te hablaba de ella. 



   Ni con tirios ni con troyanos. Yo andaba en un no lugar (me veo hasta flotando) que me permitía, supongo que por ósmosis, cierta relación con esos dos mundos bastante impermeables. Pero, chico, que no me veía en ninguno de los dos lugares. Lo que podría dar como resultado a un inadaptado, que quizá sí. 


    








lunes, 22 de diciembre de 2014

Vaya horas


   Gulliver ha decidido por un día no madrugar.  No es que ayer trasnochara ni que piense en recuperar sueños perdidos. Solo es que ahí fuera se ha desparramado una helada blanca de frío, la primera del año que merecería  tal nombre. Y se estaba a gustito entre las mantas. 










jueves, 18 de diciembre de 2014

Madera de maduro

   No son los enemigos, Luis, los que te convierten en adulto. Qué va. Eres tú mismo el enemigo que has de vencer para hacerte una persona hecha y derecha. Por así decirlo. 

   Saberte solo en aquel mundo.

   Saber que los problemas o te los resuelves  o no hay tu tía. Saber que o te buscas tú remansos de felicidad o nadie va a dejártelos encima del felpudo. 

   Con ello, lo que pasa es que todo adquiere una gran merma de importancia. O tú te vuelves un completo inconsciente. 



   Salia a pasear a menudo, sin más rumbo que mi apetencia. Siempre me perdía, no hace falta decirlo. Pero al final, cada vez acababa encontrándome. Me dejaba llevar e invariablemente, cuando ya no tenía ni idea de por dónde andaba, aparecía frente a mí algún hito de los que sí, sabía. 












miércoles, 17 de diciembre de 2014

   Lo mejor de las noches de farra con Arturo era que la mayoría de las veces ni te acordabas. Y elevabas tu gratitud a las alturas porque así fuese. En los días siguientes te acudían vagos flashes a esa zona bastante profunda e íntima de la conciencia y ello hacía que tu gratitud se acrecentara. 



   Tenían la ventaja, además, esas excursiones vikingas, de que se aprendía mucho de la geografía de la ciudad, aunque nada más fuese en forma de hitos sin prácticamente ninguna hilazón entre ellos. Sí, podía haber zonas que incluyesen varios hitos (Paco Suárez, San Miguel, La Rosaleda) pero incluso esas zonas (de natural y por definición más extensas) también estaban perdidas en el meollo de calles y callejuelas que atiborraba ese pedazo de núcleo urbano. Vamos, que nunca sabía volver yo solo a aquellos antros que tanto me gustaban. 

   Y aquí que enlazo, de una manera que hasta a mí me ha parecido inusitada, con aquello que te contaba de hacerse mayor.













martes, 16 de diciembre de 2014

   ¿Y qué pintaba yo allí?, te preguntarás. Entonces no era muy consciente y además, cabía la posibilidad de que cuando Arturo bajara a estirar las piernas asomase la cabezota por la puerta de mi nicho y me lanzase yo también a los peligros. Ya que con aquel mostrenco cualquier situación podía convertirse (birlibirloque) en un peligro de indefinido calibre. Toda una aventura. 



   Bueno, algo sí que notaría porque a los pocos meses decidí buscarme un alojamiento más amplio y tranquilo. 

   Luego, nos veíamos prácticamente lo mismo. Quedábamos a menudo para comer, salíamos los tres a tomar unas copas, me acercaba yo a su casa a echarle a Coco una mano con la informática, que iba a acabar con ella y sus cientos de notas y textos y más datos y redatos, por aquí y por allá. 

   Pude, por lo tanto, seguir comprobando cómo discurría su atropellada relación. Francamente, seguía habiendo bastantes de arena por cada una de cal, en aquel maremágnum del amor.












lunes, 15 de diciembre de 2014

   Aquellas veces, cuando Arturo parecía que regresaba del mismísimo infierno, lo habitual era que Coco le lamiese las heridas (porque hasta con heridas llegaba), le mudara los mugrientos ropajes y lo acunase entre sus tetas. Y buenas tetas que tenía Coco, doy fe. 




   También podía suceder que se armase la gran gresca del año, una más, y que, al poco, el mostrenco saliese de aquella habitación-vivienda en pequeñito que tenían, con una maleta del año pum, cargada íntegramente (incluso rebosante, la maleta) con la parte del voluminoso temario que anduviese entonces por casa. Aquello pesaba como una montaña robusta (no necesariamente rusa), con lo que le veías abandonar la casa de quedo, por el pasillo, por el largo pasillo, arrastrando el maletón y sorbiéndose con ahínco los mocos, en la manga del jersey, del terrible disgusto.  

   Yo, las primeras veces, ponía cara de curado de espantos. Intentaba no interferir ni mucho menos posicionarme y me buscaba ocupaciones para el resto del día.  Luego, ya, con la costumbre, me daba la risa, que al principio disimulaba con pudor y ya después mostraba con gran franqueza en forma de carcajadas.  





viernes, 12 de diciembre de 2014

  Arturo era otro cantar. No se sabía qué era peor, si tenerle al lado peleándose con alguno de los muchos tomos de su temario, rezongando a niveles insufribles, o que, cuando ya no le daban más las piernas, te dijese que ya no le daban las piernas más y que se bajaba a que le diese un poco el aire. 

   Lo que podía suponer que:

   a) volviese a subir a los diez minutos, que es lo que había tardado en beberse tres cañas, a intentar concentrarse de nuevo, para dejarlo diez minutos después ya que no le daban las piernas de más, y así un largo etcétera.

   o b) que apareciese muchas horas o incluso muchos días después en un estado de veras lamentable. 



jueves, 11 de diciembre de 2014

   Aguanté solo unos meses en aquel piso compartido de la calle Bautismo. Piso de mierda, por otra parte. Las mellizas (la mayor y la menor) no daban para nada que se pudiese llamar convivencia. Luctuosas sombras atravesando la nada. No guardo ningún recuerdo de sus caras. Por no guardarles, ni rencor. De vez en cuando aparecía un sargento por allí, igual de trasparente que ellas. Debía de ser novio de la mayor.  



   Y luego estaban Coco y Arturo, pasando momentos de lo más trascendentes para sus vidas, pues andaban siempre a punto de matarse. Coco preparaba su tesis sobre Juan Ramón Jiménez. Se había traído material de sobra de su viaje a Puerto Rico pero a todo aquello había que darle forma. Lo que requería una concentración de lechuza en un ambiente relajado. Algo que, francamente, era complicado con alguien como su novio al lado. Ya que Arturo, a su vez, estaba preparándose oposiciones para algo dificilísimo, ya no sé si era inspección de trabajo, judicaturas o vete a saber. Y allí estaban los dos juntos, en su habitación, codo con codo, sentados en una mesa larga en frente del ventanal que daba a la calle. Coco peleándose con el ordenador que nunca le hacía caso y Arturo...









miércoles, 10 de diciembre de 2014

Initium sapientiae est timor Domini

   Valladolid, como ciudad universitaria que se precie, es interesante de patear. 

   Cuando me refiero a ella como universitaria quiero decir universitaria universitaria, de las de antes. Ahora, en cualquier lugar te plantan un campus de chicha y nabo y se quedan tan anchos. 

   Pese a la grisura cenicienta de su morfología, su ranciedad ambiente, lo áspero de los caracteres que allí moran y el intrincado diseño (plagado, además, de estrechas arterias y angulosas esquinas sin concordancia) la calle está tomada por estudiantes, a cualquier hora.

   ¿Y cómo sabía yo que todos aquellos eran estudiantes? Vamos, Luis, no hará falta que explique semejante cosa. Ni por las carpetas al pecho ni por las trencas de colores verde oliva, lo que luego inventaría Panama Jack. Simplemente se nota. En los aires en el andar, en la manera de tratarse entre ellos, en ese modo de moverse solos sabiéndose siempre acompañados, en la forma de ignorar al resto del vivientes. 

   Es como que existiesen dos ciudades superpuestas. Los intercambios entre ambas (de energía, de fluidos, de conversación) tienden al mínimo. 

   Yo, no es por fardar, pero debía de estar ubicado en la delgada línea que las dividía, que, si te pones a pensarlo, es simplemente otra manera de no estar. Demasiado delgada la línea.








martes, 9 de diciembre de 2014

Oscuro gabán


   A Valladolid, el marino Gulliver fue de paso. No era, por lo tanto, dicho lugar más que como uno de esos guijarros resbaladizos que siempre aparecen en el medio de una torrentera y que ha de servirnos simplemente para pasar al otro lado. O para partirnos la crisma.

   Llega uno, por lo tanto, con el cuerpo desalertado, con esa floreja y el tumbao de los guapos. Eso sí.

   Vestía el Marino, por entonces, habitualmente de oscuro, rematando los atavíos con un sobretodo de paño negro, largo como un verano, que un amigo de la infancia  le había traído de regalo, de un mercado de ultramar, de segunda mano. Cómo sería la prenda que sus cercanos se la pedían prestada si tenían un acontecimiento importante que celebrar o debían cortejar a sus amadas. 

   Y así, por entonces, por lo tanto, el muchacho caminaban elegante las calles, las faldas del gabán al viento, olisqueando él los aires nuevos. 






jueves, 4 de diciembre de 2014

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Vida adulta [el paso a la ~]

   Lo dejamos ayer en mis indagaciones sobre los desencadenantes que nos hacen (si ha lugar) pasar de la tormentosa juventud a la mucho más severa, adusta, cansina edad madura. No soy el más indicado para hablar de ello dado que (ya te decía) siempre me he jactado de no querer alcanzar nunca dicho lugar ni condición (el aspecto sería en este caso secundario), por lo que solo puedo hablar de oídas y sin demasiado conocimiento de causa. Pero esa incapacidad no me impide pensar en ello. Incluso opinar gratuitamente y sin ponerle freno a mi lengua.

   Yo, de mayor... 



   Nada. Pamplinas. Tengo más que asumido que nunca seré más mayor que ahora. Sí que seré más viejo pero nunca más lúcido, experimentado, sagaz. Me rendí si alguna vez peleé por ello. Qué cojones de pamplinas.     


   







martes, 2 de diciembre de 2014

La vida adulta


   Leí una vez que uno entra en la vida adulta cuando es consciente de que tiene enemigos. En aquel momento esa teoría me conmocionó bastante y me tuvo buenos días dándole vueltas al magín. Ya que, pese a contar con los suficientes años cumplidos para que se me considerase una persona madura, por más que me liaba con el asunto, no encontraba en aquellas circunstancias mías de entonces a nadie que me odiase. Seguro que los había y con razones suficientes pero, chico, yo no caía en quiénes podían ser. Quizá fue allí cuando, a la fuerza, me resigné a ser un tonto adolescente para el resto de mi vida. 

   Hoy, aquí, escribiendo, claro, he vuelto a pensar en ello. Pero muy por encima. En el asunto en general, no me ha apetecido andarme con muchas pesquisas. Y como no he dejado de ser un tonto en medio de la pubertad pero además me he vuelto ecléctico, he pensado que a lo mejor sí pero a lo mejor no. 

   Es más. También he pensado que además del citado factor, dado lo complicado que sin duda es el mundo, influirán en ese paso del Rubicón muchas otras consideraciones y efectos que en el trascurso de la vida nos van acaeciendo. 









viernes, 28 de noviembre de 2014

Regreso al pasado


   Creo que fue Ortega el que dijo aquello de que todo esfuerzo inútil conduce a la melancolía. 

   Ayer te contaba de mis intenciones de realizar un retorno al pasado que cágate tú las prisas. Así como si nada. 

   Y de veras que lo intenté. Y estuvo bien, pero para un rato. Demasiado fuerte la experiencia.

   Ya que una vez que le has cogido el tranquillo al andar con el tiempo a vueltas, para delante y para detrás, te viene la memoria, de propina, con el cuento de que ha alcanzado la ubicuidad, lo que es ya la reoca. Te crees el arcángel San Gabriel. Pero notas tal presión interior, digamos que intercelular, que sí, lo disfrutas pero al poco que no puedes ya con ello. Por excesivo. 



   Así que la estrategia va a ser seguir como que no nos damos cuenta del embrollo. Como que el inocente Gulliver fuese el que nos vaya a contar todo esto.


   

jueves, 27 de noviembre de 2014

El laberinto



   Sin haberlo pretendido y (lo que es más importante) sin ser consciente de ello, Gulliver se había metido en un laberinto. En un laberinto invisible, además. Tremendo. Y ese desconocimiento le hizo pasarse cinco años en la puta inopia. 

   Solo ahora se me acaban de caer los palos del sombrajo. Y como consecuencia de ello se me ha quedado una cara de haba... Necesitaría otro montón de tiempo tan grande como el que nos ha costado llegar hasta aquí, hasta las puertas, para ir haciéndome a la idea. Rebobinar fuerte y revivir todo aquello desde esta nueva perspectiva. Quizá solo así...

   

miércoles, 26 de noviembre de 2014

   Oh, dios mío. Acabo de caer en la cuenta. Y casi y literalmente me da un mareo. Qué súbito, qué subidón.



   Luis, haz el favor, métete en un google maps y teclea "Valladolid". Al poner la "V" (fíjate), te salen como opciones Villariezo y Vizcaya. Añade rápido la "a". ¿"Valencia"? Como la máquina es tan relista, seguro que ha captado tu geosituación y te propone ya el lugar deseado. No lo pienses más y dale a la lupita. Y luego, si eso, ya me cuentas. 









martes, 25 de noviembre de 2014

   No estoy seguro pero sospecho que no haberme comprado un plano al poco de llegar a aquella ciudad tiene mucho que ver con todo lo que allí me sucedió. 

   Arengo a la memoria y, chico, nada, no sé llegar de un sitio a otro. 

   Y lo que es más grave es que visito una de esas páginas en las que te aproximas a la altura de puerta de las casas, ves los letreros de las tiendas. Y tampoco nada.

   Recuerdo lugares concretos. Situaciones. Miles de ellas. Pero no sé llegar desde un lugar hasta otro. 

   Paseo por la ciudad a vista de pájaro, en otra de esas páginas que nos regala la red amiga (güegüegüé). Ah, los mapas. Pero tampoco nada. Es difícil de creer que me pasé allí cinco años. Sobre todo es complicado de creerlo para mí. 

















lunes, 24 de noviembre de 2014




   Cuanto mejor crees conocerte, mayores  y más profundas se hacen las lagunas de  tu ignorancia. Quizá sea por ello que nuestro Marino se va volviendo a cada poco más loquito. No hay quien le siga. Lo mismo te dicen que creyeron verle paseando por el Puente de Hierro que cantado "bluses" en el Mercado del Val, a las imponentes puertas de la Iglesia de San Benito el Real, a la hora del ángelus.

   [¿Será posible? Ayer alguien sin malas intenciones me hizo creer que el Mercado del Val se llamaba de San Miguel y la iglesia era la de San Nicolas. Y lo peor es que me lo creí sin discutirlo.]

   También ha sido visto bien entrada la noche con aspecto de que ni él mismo supiera muy bien dónde se hallaba. 

   Y todo eso, estoy seguro, por no comprarse un plano de la ciudad.



   






martes, 11 de noviembre de 2014

Convencimiento


   A Valladolid llegué con lo puesto. Albergaba en mis adentros, eso sí, la convicción de que atracaba en una ciudad conocida, habida cuenta de las numerosas ocasiones en que las habíamos aparecido por allí, de visita. Ese convencimiento, a la postre, resultó ser falso como la falsa moneda. Y me llevó a cometer un error de bulto cuyas consecuencias no terminé de pagar nunca.

   Sí. Esta vez opté por no comprarme un plano de la ciudad. 













viernes, 7 de noviembre de 2014

Juré, lo que nunca hago.

   Juré, lo que nunca hago, que llegaríamos a Valladolid. Y aquí estamos. Otra vez. 



   Sabes, Luis, que esta es la última etapa del viaje. Y que quizá por eso me ha costado tanto llegar a ella. Lo mismo no hay ningún secreto encendido en algún rincón de esta ciudad, ningún misterio que me termine abrasando. Igual todo ha sido una farsa para ir alejando aunque fuese a empellones el que sabemos que será el final.  

   Porque sí, este arrastrarse del Gulliver de los últimos tiempos ha sido a costa, casi siempre, de retorcer tanto las palabras y ver que allí salía más bien poco zumo. Penoso. Incluso tú, que me tratas con excesivo mimo, has dejado caer alguna vez que ya iba siendo hora de ir parando. De que ya valía con la burra a brincos.

   Así que aquí estamos, en el, por así decirlo, último capítulo de pedazo novelón en que se terminó convirtiendo esto. 

   Por que no se quede nuestro héroe en el aire ( ridículo, despatarrado) te contaré sus últimas fechorías en aquella ciudad y dejaré que sea él el que, quitándose donoso el sombrero, ponga punto final a la función.






jueves, 6 de noviembre de 2014

Por otro lado


   Sí. Sí. Que ya lo sabemos. Por el otro lado también llegó Gulliver a aquella ciudad, terminó llegando, pero dando vueltas y más vueltas. Más vueltas que Torombolo dio. 

   Mejor dicho, más que dar vueltas iba cogiendo impulso cada vez. Como en las carreras que echábamos cuando éramos niños. A la de una, a la de dos y... 

   Y vuelta a empezar,  que parecía que nunca abandonaríamos las tierras segovianas.

   Pero por fin, sí, eso ya lo sabemos, llegó. Se aclimató como pudo a un lugar de trabajo del que, pasados un par de años, pensaría que era el mejor que había tenido. Siempre le pasaba igual con los trabajos en los que estaba, que el último era el mejor. 

   ¿Y a la ciudad?, ¿se aclimató? No podría decirse que ese fuese el verbo más apropiado para definir su aterrizaje en ese lugar, como en breve podemos ver. 

   Pero, antes de todo ello, deberíamos cerrar ya de una vez por todas el tremendo bucle en el que llevamos flotando meses. La cuestión es indagar en qué momento se encontraron los dos Gulliveres al llegar a mismo sitio pero por diferentes caminos. De eso, quizás, nos enteremos uno de estos días.




miércoles, 5 de noviembre de 2014

   Como todo el mundo sabe, a cualquier sitio puede llegarse por al menos dos caminos. Y no otra cosa ha hecho Gulliver. 




   Por un lado... (hay que acordarse, que tampoco fue hace tanto)...

   ...salió a oscuras a la cubierta del Proud Mary. Ya ni recuerda (claro) cuál era el problema ni la solución adoptada. Aún falta un trecho para que el gallo despierte pero hacia Levante se deslava el negro del cielo, que empieza a derretirse, o eso adivina el ojo expectante y avizor. Con el velero anclado al fondo (quieto, quieto), la imaginaria baja la guardia por efecto de los días de nula travesía (ay, la molicie del ocio) y del alcohol trasegado tras la cena. El corazón palpitante del recién levantado. Presto, muy presto el Marino, alerta. 

   Lanza al agua el botecito que suelen usar para acercarse a tierra cuando menguan las provisiones. En pequeño chapuzón le parece un estruendo. Nada, todo duerme. A suave golpe de remo, apenas hincando las palas en la espesa inmensidad del agua, silencioso, de espaldas a esa tierra firme que en breve alcanzará.

 Eso por un lado.



martes, 4 de noviembre de 2014

Otra vez


  Ya estamos otra vez con la burra a brincos.

   Pero qué diablos habrán anidado en los entresijos sinápticos para que el chaval rehuya el encuentro con aquel pasado como si por allí anduviesen sueltas las siete pestes.   

   Y el muchacho le da vueltas y más vueltas y no logra entender de qué puede tratarse. Y eso al muchacho le da más miedo. 

   Por lo que (es lo más probable) volverá a enzarzarse en mil patochadas, que ni a cuento viene ni tienen gracia, con tal de...

   Pero todo esto, Luis, ¿no te lo he contado ya otras veces?







lunes, 3 de noviembre de 2014

Vendo vendo

· Dos cuerdas de guitarra (LA-A 5éme Nº 525 R y MI-E 6éme Nº 526 R, respectivamente) fabricadas en Francia.

· Un fijador de carboncillo en buen uso.

· Tres bombonas de gas para mecheros, con la carga casi intacta. Sí, tres. 

· Un pedrusco extraído del Muro de Berlín de 836 gramos. Fiabilidad de origen media.

· La colección entera del Reader's Digest en portugués. 1971 - 1998.  Bueno, casi entera.

· Un calendario de vacunación (sin estrenar)

· Tres fichas rojas del parchís, con su cubilete.

· Un mapa de la Comunidad de La Rioja (enmarcado).

· Una báscula de cocina de gran precisión. A ver si no cómo te crees que he pesado el pedrusco berlinés.

· Un llavero convertidor de pesetas a euros y viceversa. 















viernes, 31 de octubre de 2014

En la heladería, ahora, de nuevo

   Sentado en la terraza de la heladería, lamiendo con descuido el helado de cuyo sabor ya no recuerda el nombre, el Enviado está pensando. Piensa en el trascurso del tiempo. Piensa tantas veces en ello que ya no sabe si piensa las mismas cosas cada vez, siendo éste material tan maleable y sustancioso.

   Pestañean los ojos del muchacho y vuelve a la realidad.

   ¿Será posible que lo que a nosotros nos han parecido meses de divagar, va el muchacho y se cree que han sido apenas unos minutos?

   De pronto se le vuelve a hacer consciente su misión. ¿Dónde diablos estará Gulliver? Tiene un par de ideas de por dónde empezar. Le suena haber oído hablar al Marino de unas buenas amigas que siempre le habían tratado bien en anteriores viajes. A nada que se esfuerce podría recordar sus nombres y algún otro detalle que le pusiese en una buena pista. Nombres de bares a los que solían ir. O mejor, quizás, empezar dándose un garbeo por las bibliotecas públicas.

   Entre estos y los otros divagares, parece ser que se hizo la hora de cerrar la heladería para que la muchacha pudiese ir a alimentarse. 

   Se levantó con demasiada rapidez al ver a la chica recoger y bajar las persianas del kiosco. Y sin pensárselo dos veces se acercó a la chavala y le propuso ir a comer juntos. La heladera aceptó con evidente agrado. Les vemos alejarse hasta alcanzar una de las salidas del Campo Grande. Charlan animadamente. Es muy probable que no volvamos a saber de ellos.




   



jueves, 30 de octubre de 2014



  Tiempos nuevos, tiempos salvajes.

   También esa es otra de las ventajas de nuestro torpe proceder. Cuando no sabes dónde estás, también desconoces qué herramientas utilizar para defenderte, para envilecerte o para agarrar como si tales fuesen salvavidas. 

   Los tiempos verbales y los tiempos narrativos. 

   Lo curioso de ello es que, si te pones a pensarlo, sino comprensibles, esos líos que te cuento vienen cargados con un fardo de sinceridad que les hace al menos legibles, inteligibles, importando poco su formas ni las desinencias de los verbos utilizados. Da incluso lo mismo si van en plural o en singulares, en cuarta o en sexta persona, en modo subjuntivo u objetivo, en qué tal conjugación, en qué sustancialidad indicativa. 

   Empezamos aquí, hace tiempo, ya bastante perdidos. El Mayor Tom nos indicaba que él no abandonaba la nave por pereza pero se veía incapaz de devolvernos la cordura. La Tierra es azul y no hay nada que hacer. 

   Y allí seguimos. Y aquí, por lo menos, que estamos.





   





martes, 28 de octubre de 2014

Paseos desnortados

   Tienen estos paseos desnortados, a falta de mucha gracia, otras no menores ventajas. Al menos para el que les va dibujando (bien que con mano torpe) en el mapa de su sinrazón.  

   Ya que es cierto, Luis, que el único concierto que con el tiempo han adquirido estas historias (qué historias, tan solo parrandas cuando no patrañas), el único orden que poseen es el que les marca el que esto escribe. Qué otra cosa ha de esperarse sino caos.

   De aquí para allá te tengo desde hace ya más de dos años, fieles ambos a nuestro compromiso. Hay días en los que te pasará como a mí, que dudo si merece la pena el esfuerzo.

   Y aún así.




   Y aún así este amasijo de ideas contadas con un estilo tan empecinado tienen, al menos para mí, sus ventajas.

   Al ser tan grande el lío y tan difusa la trama, el que esto escribe se puede permitir usar todas las voces narrativas aunque a cuento no vengan, explorar sin pudor los distintos subgéneros, agrandar las elipsis hasta sobrepasar lo razonable, inventarse desvergonzado vocablos, rediseñar figuras, hilar subordinadas sin notar el cansancio. 

   Una vez vencida la primera prevención, el miedo al ridículo (tan sabio consejero) pierde fuelle y mira, pasa lo que pasa.





   

   
    




lunes, 27 de octubre de 2014

Segunda enseñanza


   Ya nos quedó suficientemente claro, o eso espero, cuál era el modo más efectivo de cazar un murciélago. Pero no llegamos a concretar qué otra enseñanza saqué de aquel estío ataviado de boy-scout , que aún a día de hoy no he olvidado.

   En fin. Que había habido robos.

   No era grande la enjundia de ninguno de ellos pero sí su frecuencia mayor de lo habitual. Un reconcome flotaba por el campamento.

   Parecía que aquello iba a ser un asunto que no se iba a arreglar pues ya se acercaba el final de nuestra estadía en Revenga. Pero, mira, para algo servían los manuales. 

   Justo el día anterior a nuestra partida nos hicieron formar a hora inhabitual. El Jefe (sí, ese era su título allí) nos soltó una arenga sobre la hombría y el saber estar en la vida. Me extrañó que usase la palabra "cojones" en su alocución. 

   Sí, no fue un discurso largo. Pero iba cargado con torpedos dirigidos a nuestra línea de flotación. Notabas que te bajaban las defensas. 

   Después dio la palabra a un subalterno que, con timbre nervioso y grave, nos fue detallando lo que decía el manual para casos como aquel.

   Como habíamos observado, no nos habían hecho formar en uno de los lugares acostumbrados sino frente a un tiendón de tres pares, que ya estaba instalado cuando llegamos el primer día y que servía de almacén y despensa. Dentro de dicha carpa, parecía ser, habían instalado una mesa alejada de las miradas y en la que, entrando por parejas, iríamos dejando los frutos de nuestros hurtos. 

   Me maravilló la estrategia de hacernos entrar por parejas.     

   Miré a mi izquierda con inconsciente curiosidad y allí estaba Pedrolo, que también en ese momento me miraba.

   Tuvimos que estar allí mucho rato, en posición descansen, por ser de los últimos de la formación. Según se iba acercando nuestro turno, notabas un incomprensible nerviosismo. 

   Llegó nuestro turno y entramos como a un templo. Las piernas temblaban ante lo desconocido. Una vez dentro nos volvimos a mirar, un segundo, y acto seguido arramplamos con todo lo que pudimos de lo que había en la mesa. Y aún nos dio tiempo para llevarnos, camuflados en los numerosos bolsos de nuestro uniforme, una docena de tubos de leche condensada La Lechera, varios paquetes de las galletas destinadas a nuestro último desayuno, una caja de insignias metálicas, para las boinas, un cuchillo de campo igual al que llevaba el Jefe y hasta un balón de fútbol sin estrenar (esto último no me pidas que te explique cómo).