Cuando me refiero a ella como universitaria quiero decir universitaria universitaria, de las de antes. Ahora, en cualquier lugar te plantan un campus de chicha y nabo y se quedan tan anchos.
Pese a la grisura cenicienta de su morfología, su ranciedad ambiente, lo áspero de los caracteres que allí moran y el intrincado diseño (plagado, además, de estrechas arterias y angulosas esquinas sin concordancia) la calle está tomada por estudiantes, a cualquier hora.
¿Y cómo sabía yo que todos aquellos eran estudiantes? Vamos, Luis, no hará falta que explique semejante cosa. Ni por las carpetas al pecho ni por las trencas de colores verde oliva, lo que luego inventaría Panama Jack. Simplemente se nota. En los aires en el andar, en la manera de tratarse entre ellos, en ese modo de moverse solos sabiéndose siempre acompañados, en la forma de ignorar al resto del vivientes.
Es como que existiesen dos ciudades superpuestas. Los intercambios entre ambas (de energía, de fluidos, de conversación) tienden al mínimo.
Yo, no es por fardar, pero debía de estar ubicado en la delgada línea que las dividía, que, si te pones a pensarlo, es simplemente otra manera de no estar. Demasiado delgada la línea.
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