lunes, 31 de marzo de 2014

Cosas que se me ha ido olvidando contarte

   ¿A quien no le pasa?

   Que tiene un amigo-amigo al que se le vienen a vivir vecinos enfrente. Y hete aquí, cómo no, que la familia de recienllegados tiene un hijo de (aprox.) la misma edad que tu amigo y, por lo tanto, también que tú. 

   Las escaleras de los pisos antes eran otra cosa. Se hablaba más. Había siempre más puertas abiertas. Como más trasvase. De palabras, de ingredientes, seguro que también de vidas. 

   La madre de tu amigo le dice que justito ahí enfrente hay un chaval de su edad que no conoce a nadie por lo que está un poco triste y que haga el favor, mi amigo, de hacerle algo de caso. 

   Para que luego digan. La adolescencia de entonces era más tranquila, no sé si más sumisa, menos problemática quizás que las de ahora. Sí, claro, adoptamos al muchacho. 

   Era narigón y bigotudo. Con un mostacho moreno, a lo Cantinflas. Y con una cara de pánfilo que no veas. 

   Tras las debidas disculpas ("Chico, me lo ha dicho mi madre") mi amigo me lo presentó. No sabíamos muy bien qué hacer con él. Pero tuvo dos detalles que hicieron que en un brevísimo espacio de tiempo nos deshiciésemos de él sin demasiadas contemplaciones.

   Detalle 1

   Nochevieja del setenta y tantos. Los padres de mi amigo se han ido  una copa a casa de su hijo mayor, que l tiene más grande y lujosa. Así que nos quedamos allí, solos, los tres. Hemos comprado petardos. Unos petarditos de mierda si les comparas con lo que se gastan ahora. Tiramos (con escaso escándalo) un par de ellos por la ventana, a la calle Madrid por la que ya pasarían arreglados de fiesta los chavales más mayores que nosotros. En un arrebato de iniciativa, el recienllegado decidió meter un petardo en una de las botellas de champán que por allí andaban, vacías. Mi amigo estuvo de acuerdo. Agarró por el  cuello la botella, l asomó a la ventana y esperó a que el otro encendiese el petardo y atinase a introducirlo por la boca. 
"Pssshhh". Un silbidito penoso. No llegó a explotar. Aquello fue gracioso así que repitieron la operación sin sacar esta vez la botella por la ventana. Y claro, así... un estallido, explotó petardo y explotó botella con un estruendo de los cojones, dejándonos a los tres medio sordos y a mi amigo, empuñando aún el cuello de la botella, con una sensación muy rara en los dedos.





  





viernes, 28 de marzo de 2014

Y hablando de patos

   Hace un tiempo, no demasiado, esperaba a la Pollo a la salida de sus clases del Jueces del Castilla. Como son los hijos ahora los que marcan el trayecto, puedo calcular que sería hace dos o tres años. 

   Sale la Pollo, es por la tarde, arroja su mochila escoliótica a nuestros pies y se va con sus amiguitos a jugar. A jugar. No hacen faltan juegos, no dice, por ejemplo, a jugar a la toba, a jugar al fúrgol, a los campos quemados. No conoce el concepto de etiqueta ni falta que le hace.

   Estoy con alguna madre de alguno de sus compañeros. Los años, transcurridos, ayudan al aproximamiento. Aún son los niños pequeños por lo que revolotean por las cercanías. 

   El día es luminoso. Por el cielo, dos siluetas vuelan desde el sur, apenas separadas un metro la una de la otra. Se imagina uno, por lo tanto, que les une el amor. Están tan próximas la una de la otra que parece que anden entablando una conversación privada, profunda, en la que nada pintamos los mirones que desde abajo les vemos. Vuelan, así que son aves.

  ¿Qué será, el despiste, el abandonamiento? Mientras que el ánade que vuela en la posición izquierda apenas con un gesto cambia en unos grados el norte de su trayectoria, su pareja, enfrascada, quizá en sus razonamientos, o en la contemplación de su amada, no se da cuenta y sigue recto. Recto, recto. Igual soy yo el único que se da cuenta de su despropósito. Mas no sé cómo avisarla. Así que se estampana, con un sonido sordo y doloroso, contra la ventana de la esquina de un aula del segundo y último piso. Creo que de los de 3ºB.  Cae al suelo como un fardo y antes de que le dé tiempo a explicarse lo sucedido ya le rodea un nutrido grupo de infantes exclamativos. Eso es lo que llaman el horror pánico. Aún tiene el salero, el animal, y las fuerzas de huir hasta el poyo de una ventana. Intenta sin lograrlo esconderse tras el escuálido ramaje de un arbusto moribundo. La muchachada le sigue con deleite. Al pato no le caben los ojos huidizos en la mirada. 

    Antes de que ningún mocoso se envalentone y lo agarre por el cuello, me acerco y le cojo. No opone ninguna resistencia. Le acaricio un par de veces desde el cuello hasta la cola. Tiembla, el animal, en su argentino plumaje de colores imposibles. Hago un gesto a los niños para que me sigan y me dirijo a las traseras del cole, por donde discurre el río Vena. Parezco el Flautista de Hamelin. El pato, en el regazo, se deja llevar. Bajamos todos en procesión por una rampa que nos permite alcanzar la misma orilla. Le dejo en tierra y tras una sacudida de plumas, en un par de pasos se mete en el agua, con una honda interjección de los chavales. "Ooooooh". No sé si es de admiración o de decepción pues se aleja su juguete. 

   Siempre me he preguntado si aquella pareja de patos se volvería a encontrar. Si no muy lejos de allí, acechaba a la comitiva una pata preocupada y llena de amor.

 



jueves, 27 de marzo de 2014

Perfecta formación

   El hecho de haber realizado mi instrucción militar en el Ejército de Tierra no quita para que reconozca, nada más verla, una perfecta formación.

   No, Luis, no. Tampoco soy aficionado al cine bélico. Del Barón Rojo me gustaba más la parte suya de mujeriego, pero ni tan siquiera esa me hacía mucha gracia. Demasiado respingo en el tratar a la vida, demasiada compostura y decoro.

   Y aún así, y aunque nunca fui un especialista en aerodinámica, tampoco, en cuanto veo una perfecta formación algo me dice que lo es. 

   Me susurran mis ínfulas que puede deberse a ese sentido de la estética que creen que tengo. Yo tiendo más a echarle la culpa al sentido común. Si alguien le tiene, y todos le tenemos, ha de notar nada más verla que una formación es perfecta.

   Para que se dé una formación, sean cual sean sus cualidades y su graduación,  ha de haber (desde mi punto de vista) al menos varias unidades semejantes entre sí. Ya se trate de formaciones rocosas o de cazas de combate.  Con dos no vale. Han de ser al menos tres.

   Viene todo esto a cuento, o no, de lo que pretendo contarte hoy, otro día más de acelerado gulliver.

   Estaba fumando un cigarro. Aprovechaba tan placentero momento para hacer crujir mi cuello, intentando sacudir las contracturas que tanto rato al teclado me produce. 

   Como ya es época, en ese momento (miraba yo al cielo) han cruzado tres patos en perfecta formación. La belleza en el alargarse los cuerpos, el aprovechar, sin recelos, el rebufo del que guía, que hace que el grupo adquiera una elasticidad de cosa viva. Como la picha de Jorge, que se estira y se encoge, pero con una naturalidad que ya quisieran los ingenieros, con una sencillez que seguro ni notan. Son ánades reales, de eso no me cabe duda.

   Hago un esfuerzo por meterme en la cabeza de un pato. Un pato en la última posición de una formación perfecta.




miércoles, 26 de marzo de 2014

_____________________Sí

Satrústegui
Schopenhauer
Samoa
Sátrapa
Síncope
Sinagoga
Somormujo
Sinsabor
Saraseta
Savoir faire
Sardinero
Sombra
Somoza
Saramago
Serafín
Sirope
Sirenita
Sandalias
Sinatra
Suertudo
Solozabal
Saturnino
Sabadell
Sinónimo
Sobreasada
Simbad
Simpatía
Sabelotodo
Sumatra
Sebastián
Soliloquio
Suharto
Sandoval
Salamanca
Sinergia
Saxofón
Siempreviva
Serpiente
Sambenito

   Sí, Luis, me he pensado que mañana te haré un cuentito que incluya todas las palabras que construyen este totem cherokee que nos ha salido ahí arriba. Será un cuento de viajes, claro, y con un elenco coral pero coral desafinada ya que, entre el ir y el venir para tantos lados y a toda la prisa (ya que de un cuento se trata), se pisarán el turno de palabra y solo se oirá al que más chille. Como en este mundo feroz.



   La canción me ha venido de recamotón. Esta palabra designaba muy gráficamente una de las formar de lanzar la peonza, más vigorosa y efectiva que cuando la tirabas a mantequilla. Pero también más complicada de ejecutar.

   Sí, no podía sino habernos venido la canción Sandrevan Lullaby, de nuestro querido Sixto, Sugar Man.

martes, 25 de marzo de 2014

Schopenhauer en el espejo



   Estas cosas nada más me ocurren en este tiempo. Fue contarte que andaba a vueltas con Satrústegi para que esa palabra se perdiese en los sinsentidos de mi cabeza y apareciera otro apellido también sonoro pero del que, si he de decirte la verdad y reconocer mi gran incultura, sé menos que del anterior, que bien poco sabía.

   La peculiariedad, esta vez, es que la palabra solo se me aparece cuando me miro en el espejo.









lunes, 24 de marzo de 2014

Asuntos primaverales

    Son días raros estos primeros de la primavera. Además de contento por el aumento de la ración lumínica diaria, que le viene perfecto a mi alma, se nota uno enardecido, y esa es postura placentera por propia definición. 


   Como estas cosas tan así son contagiosas o porque todo chisque sufra las mismas inferencias, ves por la calle un aire más amable y abierto. Le ves a la gente como con ganas. 

   Y luego está eso de que te ocurran cosas raras. Exentas de peligro, nimieces sin sentido y que no sabes de dónde han salido. Nada comportan pero nada exigen. Y lo único que te llevas a casa es una pequeña sensación de regocijo.

   Por ejemplo: llevo un par de días con un apellido en la cabeza. De vez en cuando me viene y  tiene un pronunciar bien sonoro. Es como cuando Arquímedes exclamó sapristi o algo parecido que exclamó. 


   No tengo ni la más remota idea de qué pinta esa palabra allí, en mi mollera. Ignoro también cómo es que vino la primera vez, qué diosas la invocaron. Sé que así se apellidaba un futbolista de hace mucho, probable jugador de la Real Sociedad. No conozco a nadie más que se llame Satrústegui.



viernes, 21 de marzo de 2014

   Seremos breves hoy también, Luis, que ya es viernes y no es cuestión de retomar Pucela por donde la dejamos, que vete  a saber por donde. Tendré que sentarme este fin de semana conmigo mismo. Y ponerme muy serio. Vamos a dialogar, Joselito. Así, en ese plan. Un tú a tú que no parezca mucho un yoyo. A ver si de una puta vez me convenzo de que no pasa nada, que el pasado es inocuo, que igual si hago un esfuercito.

   Así que seamos breves pero confusos, como dice un amigo mío. Y volvamos al jardín, y esto ya se acerca esto a la mariconada, tanto brotecito y tanta vaina.

   Pero es que no veas cómo está la parra de botones a punto de reventar, no veas como está el begonio. 

   El begonio no es un begonio, ya te imaginarás. Es una forsythia pero que tiene hincadas sus raíces en un poquito de las cenizas de mi hermana y me da a mí que ella la alimenta y se pone contenta ya que le encantan las flores amarillas. Luego  me doy cuenta de que mi hermana está muerta pero eso es lo de menos. Me sirve para acordarme de ella. Como que hicese falta nada para que me acuerde de ella. 

   Hala, Luis. Ya me puse peripatético.






jueves, 20 de marzo de 2014

   (Pum pum, escribe escribe. Tienes apenas 12 minutos y ninguna bala en la recámara. Pum pum. Tienes que escribir.)

   Y claro, no se te ocurre nada. Piensas en lo que venías pensando en el coche de regreso al hogar. Nada. No el éter sino la nada. Laforet y Nietzsche. Adán. Nada del verbo nada. Da, como todo, para un tocho de mil páginas. Naaaada. La nada. No me importa nada. Nada montada. Na-da.

   Ya está, lo has vuelto a conseguir. Si no lo medimos al peso, el gulli de hoy ya es redondo, está cuadrado. No necesita NADA más. 

   Buen, sí, una canción.


  






miércoles, 19 de marzo de 2014

Trípodo

   Salimos de puta casualidad de la trampa en la que solitos habíamos metido el pinrel estos días, de aquí para allá. 

   O no. 

   La otra tarde, supongo que un bar, alguien con no muy buena pinta me estuvo contando de lo bien que se desenvolvía por la vida un perro que conocía él, que solo tenía tres patas. En aquel momento lo único que se me ocurrió fue aquello de que hay que hacer de la debilidad virtud. Pero no se lo dije al chaval. Tampoco le pregunté, como hubiera sido pertinente, de donde cojeaba el animal, si de alante o de atrás. Eso sí, me lo imaginé bien pinturero y saleroso, correteando por la vida.









martes, 18 de marzo de 2014

Bucles, sí, y más bucles

   Ayer estábamos (volvíamos a estar) donde estábamos hace unos meses contándote donde estaba hace unos años. He mirado en la wiki la distancia entre Segovia y Valladolid. 116 kilómetros. Y en hacer aquel recorrido, del que por otra parte ningún detalle recuerdo, hemos tardado lo que hemos tardado. 

   En el componente psicológico de estos hechos no nos vamos a meter. Pero sí en sus efectos prácticos. Y es que con estas estratagemas de brujo chamán, el jodido de Gulliver, me tiene bien cogido y bien metido en otro de los infinitos en los que yo solito me meto. Dando vueltas a un farol. 



Pincha aquí, por favor.

lunes, 17 de marzo de 2014

En ese lugar perdido entre dos aguas


   ¿Cómo es la vida, a veces? El hecho de haber cogido un póster de Camarón de la Isla, que vete  saber cómo había llegado a mi vida, un póster enorme, bien es cierto, y con una enjundia en la mirada y en el estar exento de cualquier testimonio escrito, estoy convencido de que (chas, efecto mariposa) me cambió la vida. 

   Seguro que lo cogí en el último momento, cuando el rellano segoviano se llenó de vecinos para anunciarme la gota fría que le estaba cayendo a nuestro vecino el mecánico. Brinco, brinco. Qué cosas. Cogí la maleta, me despedí con un beso de aquella Cuchi y (¿ves la tontada?) vi el póster en un rincón, enrolladito, intacto, inmaculado, aún no había sido clavado en ningún sitio. (La crucifixión de los carteles). No era muy cómodo compañero de viaje, por su largura y fragilidad, pero en aquellos años eso no tenía ni la menor importancia. 


   ¿Ves? El tiempo que se aquilata y nos hace giribiquis. Si hace ya la tira que nos estábamos yendo de Segovia. Y otra vez allí, a puntito. Y claro, el Jose que se va no es el Jose de ahora, ni el Jose de la anterior vez que nos estábamos yendo. Ni el que, en aquel momento, escribía este blog. Los ríos que pasan. Pero que aquí vuelven y regresan. En un dibujo en zigzag verdaderamente despistante. ¿Quién te sigue, Gulliver, quién te persigue?





viernes, 14 de marzo de 2014

Laboreando (más)

   Aunque aún ha de helar, hace un par de días preparamos, la Pollo y yo, los semilleros. Como siempre, ella quiere uno independiente, del que hacerse cargo personalmente. Yo siempre pienso en lo de inculcarles el sentido del deber, la responsabilidad, que toda esta vaina no solo consiste en tener derechos...  Al final me cansaré de avisar y terminaré regando a las plantitas yo. Al final, como todos los años, seré el que las meta bajo teja cuando amenace el termómetro. 

   No para vengarme aunque un poco sí, le he gastado una broma de la que, si nada sale mal, será ignorante. 

   Mientras metemos en los envases de yogur la tierra y las semillas, vamos anotando los nombres de las plantas, por no confundirnos luego y ponerlas, cuando llegue su momento, en lugares equivocados, bien porque no peguen allí, bien porque sea el terreno o la exposición inadecuados. Para ello, como es lógico, hacemos una especie de esquema de los semilleros y la Pollo va apuntando con su primorosa letra los nombres que yo le digo. "Cinias del 2013" dice el bote donde las guardo. O "Multicolores de Rocío". U "Hojiblancas 2009". Ella no sabe que las "multicolores de Rocío" son cinias pero no sabía yo como se llamaban cuando me las dio hace años.  Y así seguimos con todas las variedades que algún año nos han funcionado. Cosmos, margaritas gigantes, flores de papel, nigelias, guisantes de olor... No hay muchas más. 

   Bueno, sí, hay otra. El año pasado retomé mi antigua afición a plantar marihuana. Cuando las plantas estaban terciadas, Charo, en un arranque no sé si de sinceridad o de coleguismo mal entendido, se lo dijo a Lucía. Y claro, tuvimos el verano. Primero fue convencerla de que estaban allí a meros efectos ornamentales. Y luego, llevar las macetas a la parte más recóndita del jardín ante la visita de cualquiera de sus amigas. Un trajín. Otro disgusto se llevó cuando las vio arrancadas y colgando de un gancho en la despensa. Más que cuando las vio, cuando las olió. No recuerdo la patraña que le tuve que contar aquella vez pero... Ya sabes, nos creemos lo que nos queremos creer. 

   Y hete aquí que este año, transpasando ya la barrera de lo permitido, se me ha antojado volver a realizar el mismo cultivo, y por arrancarle un mes a nuestro alargado invierno, me apetecía hacer semillero con ellas. Y allí que ves a la Pollo, primorosa, ignorante, apuntando en los redondeles que señalan la última fila de los semilleros, con esa letra tan bonita: "Damajuanas", "damajuanas", "damajuanas".







jueves, 13 de marzo de 2014

Laboreando, pero menos.

   Estas últimas tardes, que nos han salido tan majas, me las paso laboreando por el jardín. He corrido al RAE a buscar esta palabra. Además de labrar o trabajar algo pensé que también poseía una acepción hacia lo despectivo, hacia lo menor. Algo así como mariposear entre las plantas, quitando ramitas secas, hojas enfermas, que es lo yo hago. Ya hice las podas gordas de los rosales, del ciruelo, de ese árbol del paraiso con el que me ves arañazos inexplicables en los brazos, siempre por estas fechas. Ya ves, Luis, ni el Edén se libra de espinas. 

   Ahora es superagradecido, el jardín. Empiezan los brotes a explotar hacia fuera (y que valga la redundancia) después de tantos meses inertes, escondidos. No debo de ser un gran jardinero porque compruebo que, un año más, en el lilo, las yemas que luego serán flores, que ya se notan más oscuras e hinchadas, son muchas menos de las que solo se harán hojas. Pero yo me lo paso muy bien, me siento muy a gusto, no sé si me explico.

   Quedan cosas por hacer, como vaciar la compostera, cavar todos los arbustos y recubirles de esa pasta negra que de ella he conseguido, o volver a recortar la hiedra por arriba, francamente desmandada. 

   Pero entre que ya empieza a caer el Sol, con el consiguiente encogimiento térmico, y que tengo la tarea sin hacer, me he venido al estudio. Antes de ponerme contigo, me he fumado un cigarro lento en la ventana. Si me pingo un poco llego a vislumbrar unos cuantos jardines. De las cuevas donde parecen haber estado escondidos durante el invierno, salen personas al exterior. A cortar el cesped, a rellenar no sé qué con grava, a meter en cintura a lilandis ingobernables. Agitadas como hormigas en el primer paseo, quizás un poco más ruidosas de lo necesario. 

   Este es para mí el comienzo del año, en lo biológico, en lo sentimental y en la madre que lo parió. Ya te he dicho veces que soy un oso e hiberno.










miércoles, 12 de marzo de 2014

Aguantamos

   Tienen que haber días así, en el Gulliver, en los que simplemente festejemos por seguir vivos. Que nos miremos las manos o los ojos en el espejo y nos siga pareciendo todo una broma enorme y ciertamente ingeniosa. Existir, los poros de la piel, llevar un anillo en el dedo corazón, la espuma de la cerveza, la invisibilidad del aire azul. Las luces. Los dibujos de los nervios en el envés de las hojas, el gesto imperceptible de la muchacha que te sirve el café. El frío. 

   Por no reventar y creernos demasiado, callaremos de las ideas, de los alfabetos, de las catedrales, de los teoremas, de las canciones. De las estrellas, del infinito y del arte. 









martes, 11 de marzo de 2014

Homenaje a un genio, por persona interpuesta

   Dije que estuve allí, en Bautismo, poco rato. Pero no te sabría concretar si fueron semanas, meses o sí hasta cumplí el año. Como una de las características principales de este blog que nos gastamos es la de poseer un gran poder evocador, me revolotean alrededor enjambres de recuerditos pequeños, de momentos mínimos que por mera acumulación tuvieron que comerse su tiempo, sus días de fortuna. 

   Algunos de ellos aparecerán por aquí como de visita, con sus mejores galas. Otros no habrán sido más que chispazos en las sinapsis, en muchas a la vez, bien es cierto, pero cuyo sentido no nos ha dado tiempo a adivinar. Los recuerdos perdidos. 

   Pero habrá que regresar al principio. El Marino arriba a su nuevo lugar sin sirenas y corto de equipaje ya que mucho allí no cabía. En el último momento, se acordó de coger un póster enorme, en blanco y negro, de Camarón pero que muy en blanco y negro. Como en su camarote no entra ni atravesado, lo coloca en el pasillo, que tiene bien de metros para decorar. Quiere su maldad que vaya a clavarle con tachuelas encima del mueblecito que alberga el teléfono, con lo que tanto Coco como Arturo se chocan con un exceso de duende, nada más abrir la puerta de su nido de amor. Sí, Luis, somos animales territoriales y hay que ir meando hasta en las esquinas que te importan un carajo, no vaya a ser.

   Y viene a cuento, o no, lo del enorme postercito. 

   Se nos ha ido otro de los grandes, grandes. Andamos estos días de luto. Unos más que otros. Se nos fue Paco de Lucía a tocarle a Dios, si este tuviese la desvergüenza de existir. Mentiría si dijese que mi hija se llama así en su honor. No descarto que por esas y otras casualidades, sí que tenga que ver algo en el asunto la facción portuguesa de ambos, de ella y de él, pero sería ya rizar el rizo asegurarlo aquí. 

   Y viene a cuento, decía, cuando todas las radios se han postrado a los pies del artista. Incluso aquellas que en la puta vida han emitido un toque suyo.

   Pero al final, la necrológica que más me gustó fue la de un arrebatado, en Radio3. Todos babeaban ante la inmensidad del genio. Y él no podía estar más de acuerdo. Lo más grande del flamenco, en siglos, lo más grande del arte y la cultura. No podía estar él más de acuerdo. Y para dejarlo meridiano, no podía menos que gritar: ¡Que viva Camarón!


  








lunes, 10 de marzo de 2014

Fiesta de bienllegada

   Al final, claro, me quedé con la habitación. En mi favor me he decir dos cosas. Que no anidé allí excesivo rato y que el rato en que allí anidé fue intenso, de enorme densidad, quizá demasiado intenso. Sí, no fue cómodo pero fue profundo.

   Muérdete la lengua, Gulliver, no adelantes a los acontecimientos por la derecha. No vaya a ser, además, que sean todo paparruchas y aguas de borrajas.

   Por elevar la moral de la tropa y porque era así costumbre, hicimos una pequeña fiesta de bienvenida. Como allí, el que se buscó los participantes y el que compró todo lo necesario para hacerla realidad fui yo, creo que mejor la llamamos la fiesta de bienllegada. 

   Y sí, ya lo has adivinado, fue una fiesta problemática, diferente, una gran fiesta pero... El hecho de no tener salón complicaba bastante la intendencia. La cocina era puro formica, de un tamaño acorde a los estándares de la época en que fue construida. Y en el pasillo, desangelado, a mitad te quedabas sin casi escuchar la música reinante. Todo esto obligaba a una visibilidad permanente, bien en la cocina, bien en el pasillo. Lo cual, quieras que no, es agotador. Vino gente de Burgos, vino gente de León, alguno vendría de Segovia también. Por invitar, hasta habíamos invitado a las dos hermanas gemelas con las que compartíamos piso, a la mayor y a la otra. No quedó claro en ese momento, por su permanente fuga, si íbamos a gozar o no del placer de su presencia. 

   Ya más que terciada la noche caímos en la cuenta de que no las habíamos visto en todo el rato. Coco, que era muy echada p'alante, llamó a su habitación a pedir explicaciones y ante la ausencia de las más mínima respuesta, entró salerosa. Salió al poco, entre alucinada y tronchada de la risa. "Están en el armario, están metidas en el armario las dos".

   Y lo peor, lo peor de todo es que entramos unos cuantos nada más que para comprobar que Coco no nos había mentido. 



  





jueves, 6 de marzo de 2014

Mi primera habitación allí

   Sé que lo que vas a pensar es: "Ya está este y sus exageraciones". Pero la visión primera que tuve cuando me enseñaron la habitación me hizo pensar en los designios que cada uno de nosotros debemos llevar escritos en la cara. O yo qué sé. 


   Era una birria de habitación. 



   Era lo más birria en habitaciones que me había echado yo a la cara. Y allí estaba la parejita, a mi lado, tan sonrientes, esperando mi veredicto. Y era todo tan bonito. Y lo amigos que nos sentíamos allí los tres. Y lo bien que lo íbamos a pasar todos juntos. Y yo, como soy gilipollas.


   El habitáculo, que de alguna manera habrá que llamarlo, tenía escasos ochos metros cuadrados. Daba a un patio que era la propia definición de la angostura. Allí desembocaban también, para lo del más inri y en perfecto ángulo recto, las ventanas de las cocinas. Como era el primer piso, tenía la ventaja de que lo que perdía en luminosidad lo perdía también en humos y olores de guisotes. No se conforma el que no quiere.

   Mobiliario: Había un camastro, suspirando por las esquinas, en recuerdo de tiempos mejores, una silla a juego y una barra que se apresuraron a explicarme que era el armario.


   Estaría pintada, la habitación, de ese azul claro, que bien podemos llamar de panza de burra. Y la bombilla, sí, por supuesto, la bombilla era de cuarenta vatios.

 

  





miércoles, 5 de marzo de 2014

Bautismo en Valladolid

   Después de quizá excesivas explicaciones sobre nuestras maneras de vivir, aquellos entonces, por ponerte en situación y no llevarte a engaño, llega el momento de empezar, ya sí, a contar de las andanzas pucelanas del Marino. 

   Llegó, ya se ha repetido en este sitio, como manda la canción, escueto de equipaje y amplios los aires. Iba a quedarse en casa de Coco y Arturo, faltaría, que sí, que sí, y no se hable más. Siempre es conveniente llegar a un nuevo lugar con un apoyadero donde reclinar los huesos en los momentos de cansancio o debilidad. 




   Pero no vaya a pensarse quien estas páginas lea que esas convincentes razones de, sobre todo, Arturo, iban limpias de polvo y paja. Se juntaban, por así decirlo, el hambre con las ganas de comer. Ya que si bien es cierto que sus deseos de tenerme cerca eran grandes y sinceros, no por ello dejaba la cosa de tener su trasunto mercantil. Te cuento.

   El piso tenía, además de cocina, baño y un alargado y desangelado pasillo, tres habitaciones. Lo cual quería decir, a poco que reflexionemos sobre ello, que salón... pues no tenía la casa. La causa principal (sino única) de esto era que allí, la más antigua era Coco. Dado lo cual, había decidido hacía tiempo, antes de que los demás apareciésemos por allí, quedarse con el amplio salón con balconada a la iglesia que había en la calle Bautismo. Supongo que el nombre de la calle, al menos, es adecuado e incluso conveniente para la primera morada en una ciudad.

    De lo anterior puede fácilmente deducirse que además de la de Coco, en el piso había otras dos habitaciones. La una, lindante con el que en su día fuera salón, aunque con menos tramo de fachada y por supuesto que con mera ventanita, la ocupaban dos hermanas gemelas, que se llevaban dos o tres años. No dejaba de ser esto curioso para un recién llegado, pero a los pocos días de no verlas más que en fugaces pasadas cruzándose contigo, fantasmales, por el pasillo, o en raudas razias de dos segundos a la cocina, a los pocos días lo entendías. Una era más mayor y la otra un poco más joven, pero eran totalmente gemelas. 

   La tercera y última era la mía. Estaba al comienzo del hermoso pasillo y mañana te contaré cómo era. Por hoy, solo indicarte que allí se tenía por costumbre pagar por habitación. Con lo que mi pujante generosidad se vio puesta una vez más a prueba.













martes, 4 de marzo de 2014

Los novios de Coco (4)

   No hubo ninguna otra ocasión propicia en nuestras vidas. Nunca lo hablamos porque, en aquellos entonces, no se hablaban esas cosas. Luego viví una temporada con ellos, con Coco y con su novio Arturo, que de eso se pretendía hablar en estos pliegos que el marino Gulliver deja caer, displicente, de su escritorio de nogal al piso del camarote.

   Los novios de Coco. 

   No se acuerda el  muchacho de los motivos pero amaneció un buen día en los alrededores de Bilbao. Bien pudiera tratarse de Baracaldo, que es pueblo con nombre de sopa de letras. Amaneció en compañía de, por ese orden, Pepelete Ibeas Revolution, Tetulín y la buena de Rou. Quizá estuviese también Quique pero no pondremos la mano en el fuego por ello. Nos pasamos toda la mañana de chiquitos. Luego fuimos a picar algo a la Casa Gallega. Qué pulpo, de no olvidarse en la vida. Un poco de sobremesa en casa de Tetu, que trabajaba allí, por entonces. Y acercarse luego a Santander con el corsa de Pepe, que Rou ha quedado con sus amigas. 

   Nos recibieron con suma hospitalidad. Fui allí donde aprendimos lo que era un "golpeao". Medio vaso (de los pequeños, de chupito) de tequila. El resto de tónica. Se le coge al vaso cubriéndole la boca con la palma de la mano. Se golpea plano y seco, fuerte, contra la barra de madera. Y se intenta que la mayor parte del agitado entre en la boca. Botellas enteras nos hemos llegado a beber, mediante tan ridículo procedimiento.

   Coco vino con su novio y unos amigos. El novio se llamaba Javi Mogollón. Y ya que llegamos a nuestro destino deseado, que no era otro que hablarte del tipo, casi del fenotipo, de hombre que Coco se echaba todas las veces. Este era un poquito traficante y tenía ese tumbao que tienen los guapos al caminar. Él, la tequila se la tomaba al modo tradicional, con su sal y su limoncito.

   Supongo que después de días de circunloquios, una vez llegados al quid, lo he explicado con un exceso de brevedad, aunque espero que te haya quedado claro el concepto.

   Quizá se nos olvidaba lo más importante. Para el viaje  de regreso, tuvimos que meter entre todos a Pepe en su asiento. Es que se desparramaba. Estaba encantado de haber conocido al novio de Coco. E intentaba abrazarle a cada ocasión, viniese o no a cuento, bien es cierto que con escaso éxito. Lo raro era que nunca habíamos visto a Pepe así. Y nunca así le volvimos a ver. 

   Eso sí, una vez al volante, se cercioró de que me llevaba de copiloto, para evitar que los de atrás le pudiesen distraer, y con una conducción perfecta, suave, precisa, nos metió, prácticamente a todos en la camita. Sin decir ni una palabra.






lunes, 3 de marzo de 2014

Los novios de Coco (3). Pudo haber sido.

   Me gustan las frases de tres palabras en las que todas son verbos. Hablan de mi barroquismo de cámara, del coco enrevesado que me gasto también para lo cotidiano, de lo intrincado de este mundo feroz pero que puede ser muy bonito. 


   Como nunca hay dos sin tres, te hablaré hoy de una fiesta más, que bien pudiera haber cambiado el rumbo de los acontecimientos, por decirlo brevemente. No recuerdo demasiados detalles de esa noche por lo que sería la típica fiesta de música y alcohol, en casa de noséquién. Es curioso que me acuerde, en cambio, de que lo que sí que había eran muchos cubos de agua por allí, ignoro con qué función.

   Corte a negro. 

   Coco y el Marino huyen de la fiesta. En el guion nada se dice de las causas así que no aventuremos. 

   Llegan a su destino y Coco no tiene las llaves. 

   El Marino intenta no poner cara de descreído. A estas alturas. Los ojos de Coco muestran tan poco sosiego que Gulliver no puede dejar de creerla.

   Se paran unos segundos a pensar. 

   Quizá les da la risa tonta.

   El muchacho saca una tarjeta de su cartera. Los recursos, siempre los recursos. 

   Ya a la tercera tarjeta que se les casca, por la aceleración, al querer forzar la cerradura, empiezan  a llegar los otros, de la fiesta. 

   Un cruce de miradas que permanece intacto en mi memoria.

   Corte a negro.
- o- 

Este es Chuck Prophet, el de la música de hoy. Inquietante animal.