jueves, 6 de marzo de 2014

Mi primera habitación allí

   Sé que lo que vas a pensar es: "Ya está este y sus exageraciones". Pero la visión primera que tuve cuando me enseñaron la habitación me hizo pensar en los designios que cada uno de nosotros debemos llevar escritos en la cara. O yo qué sé. 


   Era una birria de habitación. 



   Era lo más birria en habitaciones que me había echado yo a la cara. Y allí estaba la parejita, a mi lado, tan sonrientes, esperando mi veredicto. Y era todo tan bonito. Y lo amigos que nos sentíamos allí los tres. Y lo bien que lo íbamos a pasar todos juntos. Y yo, como soy gilipollas.


   El habitáculo, que de alguna manera habrá que llamarlo, tenía escasos ochos metros cuadrados. Daba a un patio que era la propia definición de la angostura. Allí desembocaban también, para lo del más inri y en perfecto ángulo recto, las ventanas de las cocinas. Como era el primer piso, tenía la ventaja de que lo que perdía en luminosidad lo perdía también en humos y olores de guisotes. No se conforma el que no quiere.

   Mobiliario: Había un camastro, suspirando por las esquinas, en recuerdo de tiempos mejores, una silla a juego y una barra que se apresuraron a explicarme que era el armario.


   Estaría pintada, la habitación, de ese azul claro, que bien podemos llamar de panza de burra. Y la bombilla, sí, por supuesto, la bombilla era de cuarenta vatios.

 

  





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