Los novios de Coco.
No se acuerda el muchacho de los motivos pero amaneció un buen día en los alrededores de Bilbao. Bien pudiera tratarse de Baracaldo, que es pueblo con nombre de sopa de letras. Amaneció en compañía de, por ese orden, Pepelete Ibeas Revolution, Tetulín y la buena de Rou. Quizá estuviese también Quique pero no pondremos la mano en el fuego por ello. Nos pasamos toda la mañana de chiquitos. Luego fuimos a picar algo a la Casa Gallega. Qué pulpo, de no olvidarse en la vida. Un poco de sobremesa en casa de Tetu, que trabajaba allí, por entonces. Y acercarse luego a Santander con el corsa de Pepe, que Rou ha quedado con sus amigas.
Nos recibieron con suma hospitalidad. Fui allí donde aprendimos lo que era un "golpeao". Medio vaso (de los pequeños, de chupito) de tequila. El resto de tónica. Se le coge al vaso cubriéndole la boca con la palma de la mano. Se golpea plano y seco, fuerte, contra la barra de madera. Y se intenta que la mayor parte del agitado entre en la boca. Botellas enteras nos hemos llegado a beber, mediante tan ridículo procedimiento.
Coco vino con su novio y unos amigos. El novio se llamaba Javi Mogollón. Y ya que llegamos a nuestro destino deseado, que no era otro que hablarte del tipo, casi del fenotipo, de hombre que Coco se echaba todas las veces. Este era un poquito traficante y tenía ese tumbao que tienen los guapos al caminar. Él, la tequila se la tomaba al modo tradicional, con su sal y su limoncito.
Supongo que después de días de circunloquios, una vez llegados al quid, lo he explicado con un exceso de brevedad, aunque espero que te haya quedado claro el concepto.
Quizá se nos olvidaba lo más importante. Para el viaje de regreso, tuvimos que meter entre todos a Pepe en su asiento. Es que se desparramaba. Estaba encantado de haber conocido al novio de Coco. E intentaba abrazarle a cada ocasión, viniese o no a cuento, bien es cierto que con escaso éxito. Lo raro era que nunca habíamos visto a Pepe así. Y nunca así le volvimos a ver.
Eso sí, una vez al volante, se cercioró de que me llevaba de copiloto, para evitar que los de atrás le pudiesen distraer, y con una conducción perfecta, suave, precisa, nos metió, prácticamente a todos en la camita. Sin decir ni una palabra.
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