jueves, 28 de febrero de 2013

The English Teachers' Country. 3rd. Happy end.

   Después de no superar mi (glasph) tercer COU por el maldito inglés y de haberlo dialogado convenientemente con mi padre, me fui a la mili. Y a la vuelta, empecé a prepararme oposiciones. Curiosamente también estaba Tobi por allí y hasta ligamos con dos opositoras de bastante calidad. Merece al menos un gulliver aquella época, que la diosa Constancia lo permita. Pero a lo que hoy nos trae, habré de decir que aprobé, de una forma ciertamente insólita y bien puede decirse que por los pelos, las oposiciones, pues fui 115º y penúltimo. Compartí piso con el 116º, aquel medio catalán medio salmantino ojeroso y enmorriñado.

   Una vez ubicados en la ciudad y por matar las añoranzas que me contagiaba Javier, me apunté en el Instituto de Bachiller a Distancia (en adelante INBAD) de la única asignatura que me quedaba. Tenía una hora semanal de clase, nada de agobios, los viernes por la tarde, con el mejor profesor que me haya tocado nunca. Era un borrachuzo ya retirado de la profesión que me enseñaba cosas como que el presente de subjuntivo del to be en primera persona del singular era, curiosamente, were y no was como el indicativo parecía indicar. Para ello me cantaba la famosa canción "If I were a rich man, bidubidubidubidu". No se me olvidará nunca, claro. Tenía una voz horrenda pero de gran potencia y entusiasmo. Se desgañitaba. Comenzamos el curso siete alumnos y no habíamos llegado a los Santos que ya era yo el único y pertinaz asistente. Con lo que empezamos a variar de aula. Quedábamos en la biblioteca del centro o en algún bar. O a las orillas del acueducto. O en su casa para ver un documental apañado. O en el Paseo de los Jardines de la Fuencisla. Siempre había al menos una hora de docencia, que muchas veces se duplicaba. Después ya era más camaradería y alcohol.

   Y no lo debió de hacer mal don Francisco pues saqué un 8,5 de nota final. Él me corrigió "sacamos, sacamos los dos, hermano, que venías muy pez". Dejamos de vernos y no habían pasado dos años cuando alguien me dijo que se había muerto. 



   Y así, después de semejante pirueta tirabuzónica, llego hasta donde quería. Cuando me dieron la tarjeta con la nota, saqué una fotocopia y la metí en un sobre con una larga y sentida carta que mandé a mi profesora Docio. Y así fue que la vida me otorgó otra magnífica ocasión para dejar mis cuentas bien saldadas.








miércoles, 27 de febrero de 2013

El País de las Profesoras de Inglés. 2. Aterrizaje forzoso.


   Today, music is before.

   Los señores Smiths, very brithish, y por si no querías té, taza y media, te va entero un álbum de grandes éxitos. 

  Las fotos también las pongo hoy antes. De casualidad, han caído dos de orientales, que habrás de reconocer que también son muy britis.




   Y ahora, querido Luis, retomemos el hilo conductor que no era otro que el empezar de cero que nos juró y nos perjuro la señorita Docio, hembrona un poco destartalada, caballuna y con una pizca de hippie. Y aún así, estaba pero que muy buena. Tuve incontables ocasiones de llamarle mentirosa a lo largo de los siguientes años. Y no desaproveché ninguna. 

   Ya que de lo único que me enteré ese primer día de clase, y eso preguntándoselo a un compañero avezado, era que al día siguiente teníamos que llevar nada más y nada menos que el padrenuestro traducido. Cuando aún no había sido inventado el dios google ni los padres chapurreaban lo más mínimo. Como entenderás perfectamente, los días siguientes me enteré aún de menos. Era como ver en versión original una película iraní. Y que tú fueses el protagonista. Peor. Salvaba el desastre total que la Docio era toda una hembrona, con un tipazo para chuparse los dedos, de auténtica delicia, y una faldita de veras corta para los usos del entonces y del allí, y que, para lo del más inri, se abotonaba por delante de los prietos muslos de la profesora, que eran dos, tremendos e indómitos. 

   Felix, mi compañero de frontenis, estaba en mi misma situación intelectual, en aquel entonces, así que, por mor de facilitar que en nuestras duras molleras penetrase la lengua del Bardo, o por cualquier otro motivo igualmente acertado, determinamos colocarnos en la primera fila, mesa central. Pero chico, ni aún por esas.

   Como era previsible, llegaron los días de exámenes. Y no menos previsible, visto con la debida distancia y la suficiente objetividad, era que iba a suspender. Aquel fue un momento cuyos efectos nadie en mi entorno había previsto. Nunca, en mi vida escolar, se me pasó por las mientes que podía llegar a suspender. Y, con sinceridad, no estaba preparado para ello.

   Así que cuando llegó el suspenso y, de verdad asustado y expectante, comprobé que no se abría en dos la tierra bajo mis temblorosos pies, ni las pestes de los dioses caían del cielo cual bolas de fuego, que no me faltaba el aire y la sangre circulaba con su ritmo habitual por mis venas, fue entonces que empezó ese preciso momento, ese instante en el que a uno le va a cambiar ya para siempre la vida. 

   A lo de "empezar de cero" se unió el "vivir de las rentas" y seguro que lo de las compañías. Y así fue que empecé a deslizarme por un tobogán divertidísimo. En la tontería de aquellos años me ufanaba yo de ir repitiendo y repitiendo cursos por aquello de no dejar de asistir a un lugar tan entretenido. 

   Y así fue también que empecé a turnarme con la Docio  y con la Badía, depende de los años. Yo creo que se me rifaban. O lo contrario. Siempre con algún otro ignorante como yo al lado y sobreviviendo a duras penas cuando tocaba salir a la pizarra. Y con la Badía no era aquella cualquier batalla. Estaba lo que se dice pirada. Hablaba clavado a la señorita Rotenmeyer pero a un volumen bastante más brutal. A mí, con ella, por los nervios o por hacer el payaso, siempre me ocurría que me levantaba cuando decía que nos sentáramos y hacía igualito a la viceversa, con lo que a uno se le va modelando su forma de ser y de ser visto. O yo qué sé. 


¿Mis profes?


   Al final la recluyeron a la loquita de la Badía, literalmente, aunque para ello tuviera que pelearse con todas las uñas del mundo con cinco de sus alumnas, más precisamente con las 5 a la vez. He de decir yo en su defensa que hubo una ocasión en la que me quité el sombrero. Llegó una nueva profesora de dibujo, gorda y de aspecto simiesco pero muy al tanto de las nuevas corrientes pedagógicas. Y no se le ocurrió otra cosa que organizar, para las fiestas del instituto, una exposición de caricaturas de los profesores. Hubo dos anginas de pecho y una enemistad creo que aún no resuelta. A la hermanita del cineasta Giménez Rico, que daba francés, le dio el papatús, la profesora innovadora y convocante destrozó con sus manos dos dibujos demasiado realistas que protagonizaba. Cuando llegaron al jardín de la entrada del instituto los ecos de la tormenta yo me puse en lo peor. Fue un exceso de confianza, una imprudencia o qué sé, pero a mí la Badía me parecía la persona creada por los dioses para que el mundo le hiciera caricaturas. Fui el único, con lo que imaginé que sus iras se iban a concentrar hasta niveles insoportables en mi persona. Pues qué va, vino a felicitarme y a decirme que me compraba el dibujito. Ya ves.

   El coletazo final a esta manera tan tonta de que le cambie a uno la vida ya para siempre vino en mi tercer (¡glasph!) COU. Me quedaban cuatro asignaturas. O tres y el inglés. Tenía, con todo, su mérito aquello ya que "viviendo de las rentas", me pasaba que después de asistir al viaje de fin de curso por dos años (ay, papás, si me estáis oyendo, ¡cuánta imprudente paciencia!), dos viajes que tuvieron por destino nuestras más perjudicadas hormonas, bien en Benalmádena, bien en algún can de Mallorca, decía que me pasaba que no aparecía más por clase. Y nada tendría aquello de extraño si no ocurriese que, por alguna pedagógica pero extraña organización de año escolar, el viaje de FIN de curso tenía lugar en las vacaciones de semana santa. Y aún así, solo tres (y el inglés).

    Lo hice, ese tercer año, por nocturno y me acuerdo que Tobi estaba también por allí. Las otras tres asignaturas las superé brillantemente, bien fuese por mi natural destreza o porque el nivel de exigencia del nocturno bajaba considerablemente. Ya en febrero todo hacía presagiar que el único escollo que superar en aquella crucial batalla era la lengua inglesa. Lleno de arrestos fui a la profesora de entonces, de la que solo recuerdo su menguado tamaño y una gafotas enormes de chica triste. Le expuse mi situación con crueldad, no olvidé mencionarle eso que llamamos futuro y la ya para entonces agotada paciencia de mis padres. Detrás de aquellas gafotas vi a la chica emocionarse. Además, me aseguró, nunca en la enseñanza española, desde su creación, a nadie le habían hecho repetir únicamente por la lengua extranjera. 

   Como te digo, igual pequé de excesiva confianza. Quizá lo adecuado hubiese sido asistir impertérrito a sus clases y dejarme llevar así hasta junio. Pero es que la vi tan convencida que no volví a aparecer por clase.

   Mí único y ridículo consuelo es que ese año fuimos dos los primeros en no poder pasar a la universidad por culpa del inglés.

   Mecachis.


 





  


martes, 26 de febrero de 2013

Gulliver en el País de las Profesoras de Inglés



     Corría 1977. Había yo acabado mi educación básica, que se compuso de un año de amor con las monjitas del Zapatito Blanco, seis de terror en el colegio público Padre Manjón (pero que, por otra parte me fueron muy productivos)  y los tres últimos, 6º, 7º y 8º, de gratis, en los Jesuítas.

   Debía, así, empezar bachillerato y los Jesuitas pasaban a ser de pago. Tocaba dialogar. 

   El tal verbo venía siempre acompañado de una serie de movimientos acomodatorios previos. Y como allí el único que se movía era yo, mi padre partía con una gran ventaja de base.

   Cuando vivía con Nines y mis padres en la Alhóndiga, para llegar a mi habitación debía cruzarse antes el salón. Mi padre estaría allí, leyendo en "su sillón". Sería media tarde. Al llegar a su altura y haber alcanzado casi el picaporte era cuando decía:

   - Jose, tenemos que dialogar.

   Frenaba yo en seco mis pasos, dibujaba un elegante giro de 180 grados y me dirigía a sentarme al extremo izquierdo del sofá de tres plazas. Una vez allí, le inquiría con la mirada. 

   Esa era la secuencia inicial siempre. Luego, dependía del tema a tratar pero juro que hubo ocasiones terribles. Así que no me vengan a mí con que no se dan diferencias sustanciales entre los verbos hablar y dialogar. Vamos anda.

   Aquella vez no fue de las malas. Se habló de la asunción de responsabilidades, de mi edad, catorce años, de la situación económica general y, más concretamente, de la familiar, de las opciones que la vida a veces te plantea. También se dialogó sobre los pros y los contras. Ya desde el principio las posiciones estaban muy cercanas. Era de cajón que iba a estudiar al Cardenal López de Mendoza, donde, sin temor a equivocarme, he pasado los mejores años de mi vida. Y eso que del resto no me quejo.

   Quedaba un fleco que abordar. La elección del idioma. Ambos estábamos de acuerdo en que, para eso que llamamos futuro, me iba a ser mucho más útil el inglés que el francés que tantos años llevaba estudiando. Como todo había ido tan bien en nuestro dialogar se ofreció gentilmente a acompañarme unos días antes de iniciar las clases para hablar con la profesora y enterarnos si "se empezaba de cero". Nótese cuán paladinamente mi padre ya sabía, a aquellas alturas, que la profe era mujer.


El López de Mendoza en la actualidad. En aquel entonces unos tilos daban sombra a nuestra pirolas.

   Como a continuación se verá (o quizá un poco más tarde, como bien diría el bueno de Yorick), la frase "empezar de cero" pasó desde aquel preciso momento a tener un significado, una musicalidad un tanto habitual en mi vida.

   Y fue así que Gulliver inicio el peligroso pero embriagador viaje al País de las Profesoras de Inglés.

   Gulliver, una vez concluidas las tareas del despegue se dirigió a su camarote y puso en su ipod esta canción.

 

lunes, 25 de febrero de 2013

Sé constante (cap.2)

   Ser constante.

   Ser consecuente.

   Dialogar.

   Son tres cosas que me repatean y que, pienso yo, están íntimamente relacionadas aunque solo sea en mi fuero interno (si es que de eso tengo la suerte o la desgracia de poseer).

   Ah, mi ombligo, centro del universo, así que cómo no de estas mediocres y divagantes páginas del Gulliver. 

   Me asomo al de verdad, al que ves tú en directo y no a esta agobiante pantalla blanca desde donde escribo. 

   Me asomo y compruebo que llevamos con esto desde el 25 de octubre. Solo cuatro meses y además unicamente en tus días laborados. Y aún así lo fliparía mi padre. Quizá solo se trate de esas ocasiones que la vida me regala, para saldar cuentas y andar uno en paz consigo mismo.

   Y ahora tocaría contarte el sucedido que a tal respecto me ocurrió con una (o varias) profesora(s) de inglés(es). Je je.

  Y me río también porque acaba de caer en los reteles un tema para mañana. Yuju.

   Por hoy, solo desearte lo mejor y presentarte esta western song.

   No sé si es una canción muy de despacho pero me parece que le cae bien a esta entrada tan etérea y disipada. Es la última de las creaciones de Germán Coppini, que también estuvo (y mucho) en la gran banda Siniestro Total y en los no menos grandes Golpes Bajos.






viernes, 22 de febrero de 2013

Redacciones

   En el fondo, esto del Gulliver viene a ser como la tarea para casa. Pa' mañana, redacción, tema libre. Lo cual no sé si mejora o complica las cosas.

   Esto que hoy te escribo es lo que sustituye a lo que me desapareció ayer. Birlibirloque. Y sí, iba de la búsqueda del tema pero sobre todo de la constancia, algo por lo que bregó mi padre conmigo toda su vida. Y he tenido que cumplir casi medio siglo y, más importante, he tenido que criar a una mocosa de 12 años para, como en otros muchos aspectos de la vida misma, darle toditita la razón. Lucía, que es con mucho más razonable que yo y ya ni te cuento si hablamos de lucidez, anda preocupada por su inconstancia. Lo dice, que empieza muchas cosas pero al poco las abandona. Al saberlo, tendrá más fácil, si quiere, solucionarlo. 



   Te contaba  alguna cosa más. Pero como me parezco bastante al dibujo de aquí arriba, aunque nada más sea en el gorro, pues paréceme que me repito, ya ves la bobada.

   Hasta me resulta iterativo ponerte esta canción.





jueves, 21 de febrero de 2013

No debe de haber luz

   O así lo creen los chicos de Dwomo.



   La canción del disco es mucho más limpia. Más producida. Pero no la he encontrado en el cajón del youtube, así que te tendrás que conformar con esta. 

   Es un grupo raro, Dwomo, casi por definición. Hacen un montón de versiones, experimentan no canciones e incluso tienen la nana que querrás cantarle a tus nietecitos cuando tus hijos te los regalen. La Nana Masai, en un directo no demasiado bien grabado, pero es que no hay otra. Y aún así...







miércoles, 20 de febrero de 2013

Craso error

   Ya uno más tanto da.

   No. No era el silencio. Ni tan siquiera la necesidad.

   

   Tenía una profesora de dibujo, en el Cardenal López de Mendoza, con serios problemas mentales. Ya desde niño he tenido esa clarividencia que hace que no se me despiste una lesbiana por más que vista de Dior ni un enfermo psíquico por mucho que le sonría a la cámara. O eso me creo. También creo poseer esa lucidez para distinguir a una buena persona de un perfecto hijodeputa, y aún así, a veces... 

   Aunque quizá con esa cualidad vengamos todos de fábrica.

   Sería por culpa de nuestras hormonas embrutecidas pero, en aquellos tiempos, tampoco nos esforzábamos mucho por hacer confortable la vida de Amparo, que así se llamaba la profesora. Reconozco su gran profesionalidad pues nunca perdió los estribos, algo de veras complicado para una persona sin sus problemas, no te digo ya para ella. Era triste, melancólica y en sus ojos comprobaba yo el bullir de su mente deprimida. Los abismos.

   Parece que tengo una flor en el culo para que la vida me dé la ocasión de saldar mis cuentas pendientes, ya que resulta que Amparo era amiga de mi hermana Bego, y recuerdo un par de cafés largos agradeciéndole, algún año después, todo lo que con ella aprendí. 

   Ya que Amparo, ignoro si por altibajos en  la medicación o, más probablemente, por ese gran temperamento pedagógico que poseía, había días en los que se olvidaba de la tinta china y las pinturas de cera (ese año tocaba dibujo artístico) y nos soltaba tremendo mitin acerca de la vida y de su manera de funcionar en ella. Yo, al principio, me pensaba: "Pues sí que manejas tú bien el asunto". Pero poco a poco algo de todo aquello que nos contaba fue haciendo goterita en mi dura mollera y hasta el día de hoy. 

   Venía a decir, aunque su discurso era mucho más preciso, se ve que lo tenía muy claro, que esto de la vida es una montonera de hábitos que adquirimos casi por el mero hecho de respirar. Acciones, decisiones, creencias, afectos, miedos... Todo lo que consideramos normal, humano, viene de haber interiorizado, de haber hecho "habitual", el mero funcionar por la vida. Con lo que estos hábitos (y aquí hacía paradiña y yo casi oía el tatachán enfatizador) pasan a ser costumbres que nos acompañarán para siempre, indisolublemente. 

   Dicho así, parece sacado del manual de psicología de la señorita Pepis, pero cuál fue mi sorpresa cuando, hace un par de sábados Javier Gomá lo explicaba perfecto en un Babelia.


   Llevo ni se sabe el tiempo buscando en google en artículo de marras. O no era el Gomá o no era el Babelia o simplemente lo he soñado con tal viveza que creeré para siempre haberlo leído.

   Y es una pena porque era ciertamente explicativo.

   Seguiremos indagando.



   Malía, a quien no tengo el placer de conocer, ha hecho un disco de homenaje a Nina Simone. Lo llevo disfrutando un par de días. Viene a la Casa del Cordón, el 1 de marzo. 


   Por problemas técnicos ajenos a nuestra voluntad, si quieres ver un vídeo de la artista tendrás que pulsar aquí.

  








   



martes, 19 de febrero de 2013

El personaje

   Me pregunto, a menudo, quién es el personaje que navega desde hace unos meses en este barco. 


   Ya sabes que nunca has de confundirlo con el narrador, aunque a veces parezca que sea lo que proceda. Mucho menos ponerle la cara del autor. Creerle sus bravuconadas de niño antojadizo, de serpiente encantadora de apetitos irracionales.

   Ni narrador, ni autor, así pues.

   Aquí, no puede ser de otra manera, le damos una vuelta de tuerca a la cadena para hacerla más gordiana que el famoso nudo.

   No, Luis, no soy yo el autor de estas palabras. 

   Voy a intentar no meterme en terrenos excesivamente líricos aunque bien difícil que lo tengo. Ya que el hacedor de este humilde espacio es nada más y nada menos que el silencio.

   Sí, Luis, el silencio, compadre de la calma, primo hermano (como decía la canción) de la necesidad. Se desconoce quién es contingente y quién astringente, en esta triada de peso. Vamos, que ignoro los vínculos que conjugan estos tres elementos ni su orden habitual de aparición. 

   Sé, eso sí, cuál es la pócima final, el bravo brebaje que me bebo hasta las heces. 

   Hey, hey. Que ya me empieza a salir lo poeta.

    Cuando eso, lo mejor es ponerte una chica, que me alegro yo también con ello. Elijamos.



   Para que después te quejes. Te trato como a un pachá, como a una reina.

   Pero no nos despistemos de nuestra búsqueda con placeres inalcanzables. 

   (Mas es bonito soñar)

   El silencio, la calma, la necesidad. Son productos de última generación. Son los productos de siempre. Eso sí, no se sabe su valor en el mercado de futuros. Lo malo es que son rebeldes o al menos antojadizos. Que van a su bola. Uno le da mil vueltas al manual de las instrucciones y pasa como con los muebles de Ikea, que unas veces te salen y otras no.


- o - o - o -

   Es como para matarme. Hablar del silencio en un blog de musiquita (pop). Menos mal que sé que tú me entiendes. O al menos me dejas hacer.

   En el intervalo de tiempo que me ha llevado escribir estas pocas líneas he tenido que atarme los machos para no meterte de rondón unas cuantas canciones. Por material sonoro no va a quedar. Pero es necesario que venga la calma, en forma de silencio, como necesidad. 

   Sólo entonces aparece la puntita del hilo de la que tirar. 

   Ovillo, que estás hecho un ovillo. Que siempre se te olvida lo más importante. Que es de lo que careces.
   



lunes, 18 de febrero de 2013

Alt-J

   Por primera vez en este blog, repito vídeo.

   Lo incluí como colofón un día en que estaba yo enfurruñado y creo que se me pasó desapercibido. Es una versión sobradamente libérrima de la Escuela de Atenas de Rafael. Aunque sí, yo, para almorzar invitaba antes a Miguel Ángel, que por cierto seguro que sabes que sale en esta obra, nada menos que en el papel de Heráclito el Oscuro. "En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]". Quizá en eso mismo esté pensando ahora mismo el Papa alemán, en uno de sus últimos paseos por ese chiringo vaticano que se montaron hace ya tiempo.

   Los filósofos del vídeo son los filósofos del futuro. No sé si ponerme a rezar o a bailar la conga. Ya que ya si lo pienso mejor, estos no son los filósofos del mañana sino los del ahoritita mismo



   Han perpetrado los  Alt-J. La canción es Tessellate. Algo parecido a Mosaico, pero más en este plan.







  Pero también en este.


   A mí es que me gustan estas polladas.

   Por cierto y por aquello de las congruencias o no de la vida, la combinación Alt-J en el teclado de windows no tiene asignada ninguna función. Lo acabo de comprobar. Qué cosas.

jueves, 14 de febrero de 2013

Gigantes (4 y punto)

   Perdóname. Ayer también hice trampa.

   Otra canción de los TMBG que se me cruzó en el camino. Y no pude por más que echarla al saco. A esto es a lo que me refiero cuando te digo que me meto en charcos y que me pierdo en infinitos. Lo normal.

   Te pondré ya hoy por fin la jodida cancioncilla pero ya te habrás imaginado que antes te voy a poner otras dos, que se me han cruzado. Y me voy a atar las manos con una cuerda porque otra que se me está cruzando ahoritita mismo.

   Primero va una jam session que no sé de dónde ha salido. Después, una canción del famoso álbum inicial y que me ha gustado volver  escuchar. Y para terminar, la que tenía en mente hace ya ni se sabe los gulliveres.







    Escueta la entrada esta, después de tanto destape, pero trae, hoy, Sección Postales.






 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Definitivamente, deberíamos ser gigantes (3)

   Lo que da de sí la compra de los sábados.



   Una vez abonada dicha compra, nos despedimos de Sara. 

   (Antes... Pepe es así. 

   - Aquí te presento a mi cajera de cabecera, mi favorita, la predilecta.

   - Bah, como todas.

   Esto me abona mucho el paso para poder yo cantar de sus virtudes y ponerme a sus pies. Y confundirme cuando me devuelve, mi Sara dulce, la tarjeta y cogerle así, al descuido, la mano entera. Que no suelo. Yo creo que Pepe lo hace por eso. )

   Nos tomamos un par de cañas, charlamos, cotilleamos. Al final, pese a que me puse científico y me hice el remolón, pagué yo las cañas y le tuve que acercar al final de la calle Fernán González, sabiendo él, como sabe, lo nervioso que me ponen a mí las calles peatonales cuando voy conduciendo y lo complicado que se me hace salir de ellas. 

   Gulliver, cada poco,  me depara sorpresas y me obsequia con regalos insospechados. Por ejemplo, la canción de ayer. Ya que no era esa la que tenía en el magín. Pero se me cruzó por el semáforo de la vida y hube de dejarle pasar. Así que hoy voy a ponerte una de las que quería, de los primeros discos del grupo. A Jimmy también le molaban.


   Creo que al final de lo que va a ir mi próxima última novela, que por supuesto no voy a escribir nunca, va a ser de la amistad. De la enormidad de formas que la amistad puede adoptar. También abarcará no pocas páginas el futuro de la amistad. Que no se me olvide. Al menos un capítulo o capítulo y medio. Todos hablan del futuro de la novela, del futuro de los universitarios, del futuro de Europa... y a nadie se le ocurre hablar de qué va a ser a mucho no tardar el concepto de amistad, en qué se va a convertir. 

   En Segovia estuve siete años y malviví en cuatro pisos. Y eso sin contar las breves estancias en casa de las novias. Digo malvivir en su acepción burguesa ya que la juventud no se permite semejantes payasadas. 

   En el primero viví con un catalán de Salamanca, o viceversa, que se apellida Isern pero se pasó años agonizando por que le mandasen a la ciudad charra, donde agonizaban también, en perfecta reciprocidad, su amada esposa y sobre todo su hija, que había heredado perfecto los genes preocupones, el llevarlo fatal que su padre trabajase fuera y unas ojeras tremendamente explicativas de todo ello. Tengo foto que lo demuestra. 

   Cuando nos cogíamos enorme la borrachera, daba igual el día de la semana, le agarraba la morriña y se le agudizaba tanto la querencia que no había manera de placarle para que no se montase en el coche y se fuese a dar una sorpresa a sus amores. El jodido de Javier, que así se llamaba, siempre se daba la hostia a la altura de Villacastín, famosa en toda nuestra comunidad por ser la localidad con más casas de putas por metro cuadrado. Con lo cual, al día siguiente, o a los dos días, según como hubiese sido de accidentado el percance, volvía Javier Isern al curro con las ojeras ya desbordadas y el ánimo por el suelo. 

   También, ese primer piso lo compartimos con otro personaje conocido como el Mañó. Era un tremendo hijo de puta, odioso hasta el tuétano. No me extraña, así pues, que hoy sea director general de altura. Quizá de Administración Territorial. Tenía una novia con bigote, ya en aquel entonces, que olía parecido a él. Y para que te hagas una idea de cómo era su perfume, te cuento.

   Tanto Javier con el Maño era dos moles de mucho cuidado. Y francamente, tenían sobrepeso. Así que solían salir a correr como dos hotentotes por un bosquecillo cercano. 

   Las tareas de hogar las teníamos repartidas en un preciso cuadrante, que ocupaba lugar de honor en la cocina. 

   Nunca he sido remilgado. Nunca. Pero daba auténtico asco ver como el jodido del Mañó te hacía la cena con la misma ropa con la que había vuelto, y no veas cómo, de su carrerita.

   Y eso si se daba bien, que un día, regresábamos hambrientos Javier y yo, una vez finalizada la dura jornada laboral, cuando nos encontramos en la mesa, un plato con arroz cocido y un tercio de manzana con pinta de haber sido cocida junto al arroz. "A mamaíta se le ha olvidado hacer la compra", creo que nos dijo. 

   A ese piso llevamos a Jimmy, que tendría veintiuno pero parecía, además de extranjero, como de dieciocho años. Pero eso da para más gulliveres.



  
  

martes, 12 de febrero de 2013

Tendríamos que ser gigantes (¿y 2?)

   Está bien que existan los asideros en la vida. Sara es mi asidero de los sábados a la matín. La vida es como una escalada al Anapurna. Dependiendo de tu alma aventurera y de tus dotes atléticas, te será más grato o más odioso, más fácil o imposible.


Es guapu el cabrón

   Yo tengo el alma aventurera rato sí rato no, así que aprovecho las mareas altas para ir subiendo poco a poco, enrocándome cuando viene el alma quieta. Como atléticas no tengo yo las dotes nunca, la ascensión va al paso de la vaca Matea, pero prisa tampoco tenemos. 

   Y justo cuando falta el aire, justo cuando se te abren los ojos y el estómago se da la vuelta como un calcetín, es cuando viene de puta madre un asidero como Sara.

   Lo demás es juego, fuegos de campamento en el Campamento número 2. Los sherpas tienen fiesta de luna llena y han bebido lo indecible. El cielo limpio de nubes pestañea a las estrellas. Grande es el frío. Y es cuando, toma ya, otro asidero, el más borracho de los sherpas agarra una guitarra española y se toca unos acordes llenos de recuerdos y de ternura. La nostalgia alimenta pero no engorda. Vaya hostias.

   Vaya hostias porque el sábado del que te hablaba en el anterior gulli me hice el eslalon gigante, en el Alcampo, y de Sara ni asomo. 

   No sabes cómo me pongo. No sabes cómo puedo llegarme a poner.

   Lo primero, pensar: "¿Dónde coño está el sherpa?". No me como las uñas, que yo creo que no sería la peor solución, pero no me las como.

   Hay un bichejo del que, para estos momentos tan cruciales, he imitado con bastante fidelidad su comportamiento. Se llama "armadillo" y es una pasada. 


El bicho
 
Su forma de proceder
   Una piedra en el camino me enseñó que me destino era rodar y rodar.

   Rodar y rodar.

   Es el momento de desafiar a Newton y a su puta ley de la gravedad. Ya que, todo redondolo, subo por anti-inercia las escaleras del Alcampo, para el piso de arriba. Me patino al frenar en la línea de cajas.

   - ¿Qué haces ahí?

   Sonrisa de dos cuartas de Sara.

   - ¿Te han castigado?

   - No lo sé. Yo también me he mosqueado. 

   A Sara le gustan las cajas de abajo, que hay más bulla y se hace mayor recaudación.  Ya ha ganado varios viajes a "la mejor", que ofrecen los miserables de sus jefes. Política de empresa, cómo mola.

      Después del sofocón, estamos departiendo tan ricamente, Sara y yo, cuando, por fin, llegamos a donde queríamos. ¿Qué te parece?

   Ya que, a la misma caja, arriba nada menos que Pepe.  Pepe Horencio López Ibeas. Pepe Ibeas Revolution. 

   ¿Y quién es Pepe?, te ves obligado a preguntar. Pues un amigo burgalés de mi estancia en Segovia. Compartimos dos pisos. Llegamos a tener una relación que, desde mi experimentado hoy, es lo más parecido que estuve nunca a estar casado. Una noche hasta tuvo que dormir en el coche porque no le abrí el cerrojo. Antes quemó el timbre, eso sí.

   Pepe da para varios volúmenes de anécdotas, sucedidos y retrecherías. Que no descarto incluir aquí en algún momento. Pero traigamos al menos un botón de muestra. Nos pasábamos todo el día detrás de dos hermanas, camareras ambas de La Escuela, hito del modernismo local. Las llamábamos Elena de Troya y Victoria de Samotracia, porque esos eran sus nombres. Eso sí, ellas no entendían nada. ¿Que habrá sido de sus tiernos cuerpecitos alargados?

   Mucho se ha hablado (y se ha escrito) de los 60 y de la movida, dos periodos sin duda peculiares y productivos, en lo musical, pero hubo otro tiempo, a finales de los 80, verdaderamente asombroso por su cantidad y su calidad. A escala mundial. Y de él no dicen nada las enciclopedias de andar por casa. 

   Allí ya estaban U2 y los Smiths. Y los Cure y los sultanes de los Dire Straits. Y Joe Jackson. Y Queen. Pero también fue el momento de la eclosión del pop en los mil añicos del cristal en el que nos mirábamos. Los Feelies, los Pixies, los Smithereens, los Posies, los Nomads, los Housemartins, Dexy Midnight Runners, los B52's, los UB40, Midnight Oil, los Violent Femmes, por poner sólo algunos ejemplos emblemáticos. 

   Hoy te traigo uno de ellos, por mí muy querido. They Might Be Giants. Deberíamos ser gigantes. No sé porqué me da que te van a gustar.






  

  

    

   

  
  



   

viernes, 8 de febrero de 2013

Tendríamos que ser gigantes (I)

   Esta mañana en el Alcampo me he encontrado con más conocidos de lo habitual. He ido más tarde de lo que suelo, no más de media hora. Pero ese pequeño desajuste, en mi cuadriculez, me provoca una aceleración involuntaria de los bioritmos. Doy asquito. Soy un completo autómata. En esto de hacer la compra se nota perfecto. Es paradigmático, que diría aquel. 

   Aparcar el coche. Siempre en la misma zona. Dentro de ella, dos o tres plazas predilectas. Plan B para días alborotados. Subir las escaleras mecánicas desliando el cable de los auriculares del ipod. Comprobar que no me ha tocado nada a la primitiva y echar para el siguiente sorteo. Saludar desde la miopía a la dependienta del Movistar, que es vecinita del pueblo y no se puede creer que estoy para cumplir cincuenta años. Toma ya. 

Ay, las chicas.
    Coger carrito, nunca con una moneda de euro, siempre con una de 50 céntimos. El pan y los sobaos son lo primero y después a la zona de las verduras. Pimiento verde, italiano, tecla 28, pera conferencia, tecla 11. Así sábado sí y sábado también. Es un clásico igualmente encontrarme a medio recorrido con nuestro compañero Alfredo y su sonriente mujer. Parece tan buena gente como él. Gana quien dice antes "vais tardíos". 

   Conozco a todas las reponedoras. En algunas me fijo más que en otras. Con el fin de no olvidarme de nada de lo que llevo apuntado en un pósit, voy haciendo, entre las estanterías, eslalon, que según la RAE es un trazado con pasos obligatorios. Claro y escueto. Bromeo conmigo mismo, a veces, apostándome que podría hacer la compra con los ojos cerrados. 

   Aún me queda algún vestigio burgués porque me prohíbo entrar en las super-ofertas del Discount, incluso avizoro (que ya es palabra rara) a las personas que están allí, eligiendo sus productos, metidas en la zona naranja. Intento quizá encontrar en su miradas, en sus ropas, en sus gestos, alguna señal que las haga parecidas entre sí. Y distintas a mí. Rémoras clasistas, yo, a estas alturas. Para vomitar.

   También me suelo encontrar, cerca de la zona de las bebidas, al conductor que dicen estar liado con nuestra compañera de la primera planta. La verdad es que no me extraña, porque tiene un pico de oro. Una vez hasta intentó venderme una bici para Lucía y cuando le dije que venga, que sí, no sé qué odisea se inventó de que era segunda opción yo, que primero tenía que preguntarle a su mujer si la iban a querer unos sobrinos. Total que al final no me la vendió y quedó demostrado, una vez más, que hasta el más arrogante de los galanes es un patán y un bragazas. Lo que siempre es un consuelo.

   Pero me voy por peteneras.

   Cuando, pasillo arriba pasillo abajo, hago los giros más cercanos a la línea de cajeras, ya voy yo, todo nervioso, estirando el cuello. Sé que vas a pensar que son polladas mías pero con Sara, Sarita, hemos llegado a la fase en que gana quién antes ve al otro. Sara es mi cajera favorita, hasta unos niveles de no dormir y matar si fuera ello preciso. No deja de extrañarme que, aunque me acerco sigiloso por su espalda, siempre es ella la que se vuelve y me saluda a lo lejos, lo mismo a cinco o seis metros, levantando el brazo, muy torera. Lo achaco yo a que siendo ella trabajadora de esa empresa tendrá el concepto del lugar más interiorizado, con lo que su radio de visión será mucho más amplio que el mío. Lo que el doctor Samuelson llamaba las distancias subjetivas. Lo cual tampoco deja de ser curioso ya que dicho doctor era especialista en medicina interna. Ya ves qué cosas.

   Imaginarás que, a partir de ese instante, la compra se vuelva más grata, menos nerviosa. Me apaciguo. Ya no hay ansia. 

   Aunque... siempre hay algún aunque... Existe otro momento crucial, que alguna vez, al principio, me causó una gran desazón. Y no es otro este que cuando llega la hora de acercarse con el carrito bien cargado a mi caja preferida. Sara me vuelve a hacer así, con los ojos y con los dedos. Y justo es entonces cuando una compañera suya, cercana, me dice que pase por donde ella, que no tiene a nadie en la cola. Imagínate mi cara. Y encima delante de Sarita. Pero la experiencia es buena maestra para ir tirando por la vida y ya me atrevo a declinar sus amables ofrecimientos con una más amable pero enérgica negativa, que acompaño de explicación: ya que yo... en el fondo... voy al Alcampo solo a estar con mi Sara, que diga mi cajera. Debo de ser famoso ya entre todo el personal por mi estupidez. Como una que también suelo ver, que trabaja con nosotros y que almacena bolsas. Literalmente.
 
   Hoy no tocaba esta canción y mucho menos este grupo, al que prometo traer, y largo y tendido, próximamente. Pero no ha quedado más remedio. Se me ha hecho grande el gulliver, se ha puesto a darle al pico y no me va a quedar más remedio que dosificártelo en dos días, no te vayan a dar las pampurrias.



                                                                                      [. . . c o n t i n u a r á . . . ]


jueves, 7 de febrero de 2013

Conferencia de prensa

   Es una locura, esto del Gulliver.

   Tengo pensada una canción y con lo que voy escribiendo tengo que aparcarla porque otra me parece más adecuada al sentido de mis palabras, si es que estas alguna vez lo han tenido. Con la que te traigo ya me ha pasado dos veces. Y claro, de hoy no pasa.

   Con lo que, espero, saldrá esta entrega meramente musical, después de tantos días de desnudo integral, con el desnudo tan poco sensual, con lo poco de desnudo que a uno se le va quedando...

   Pero no han de faltar , vive dios, tampoco hoy las palabras, aunque sean ajenas y en inglés. Ya sé que yo no soy quién para pedir, pero me gustaría que el próximo vídeo lo escuchases y lo vieses con la atención que posiblemente nuestro hardward juntero no nos va a permitir. Quiero que sirva de presentación para este gran artista, este gran actor y sobre todo este gran personaje. Hay poca gente que se cree tanto a sí mismo.Aunque ellos piensen que sí. Y no sigo, que me enciendo.

   
   Y ahora la canción que más que canción es disco, estamos que lo tiramos. Para que cuando llegue la zarzuela a la RadioNacional y estén sosos los de la Radio3, te lo pongas de fondo ambiental y te inspire, nos inspire, en el próximo reembolso a AdecoCamino.

<<<No tienes más que pinchar aquí>>>

 Más si prefieres hoy píldoras, justo aquí debajo te dejo una canción.




hold onvi · agarrarse bien [to, a] · esperar; Tel h. on!, ¡no cuelgue! . aguantar 
© Espasa Calpe, S.A.

   
P.D. Me encanta esta ilustración.


   

miércoles, 6 de febrero de 2013

Arde la calle al sol de poniente

   La gente está cada día más quemada. Y a mí me da miedo, sobre todo por Lucía.



   Dos ejemplos recientes como el pan, ambos de hoy. Ambos de la casa y creo que ilustrativos.

   Ocho de la mañana. Café con mis amigos de Presidencia. Llego un poco antes que ellos. Al fondo de la barra, uno de Fomento está diciéndole a alguien que había que pegarle (sospecho que a un tercero) no menos de sesenta tiros. Pamela me mira con las cejas subidas. A mí se me suben las cejas, también.

   Sesenta tiros. Tú imagínate. Es una barbaridad.

   Cigarro de la una. Bajo con Chapete y están ya fumando un grupo de mujeres. Todas escuchan a Elena, a la que no tengo por una descerebrada. Sí que tiene su punto raro, esa figura, el ser campeona de Castilla y León de tiro con arco. Ahora que, espero, nadie nos escucha, te diré que, con ese mostacho teñido de rubio y, repito, esa figura, me pega más de campeón de dardos en una taberna irlandesa. Yo que sé. Pero, pese a que me consta que es indignada y reivindicativa, repito, no me parece una cabeza loca.

   Pues nada, estaba aprovechando el cigarro de media mañana para instruir a sus compañeras, a voz en grito y repitiendo la consigna una y otra vez. Ya que "los médicos son todos unos hijos de puta". No le ha parecido suficiente el volumen, o el matiz que adornaba la parte fática de su declamación, ya que lo ha repetido unas cuantas veces más, cuando yo creo que el mensaje había quedado demasiado claro ya a la primera. He de reconocerme desilusionado cuando, se ve que al notar nuestra presencia, ha matizado que "no todos pero casi todos". 

   Llevaba tiempo queriendo traerte a uno de mis grupos predilectos. Dirás que ya son muchos, los grupos predilectos.

   Radio Futura

   Escuela de calor

   Buen título. 

   Y el comienzo de la canción es el que he utilizado hoy para llamar a este gulliver. 
 

    Santiago Auserón es un poeta. Ahora va de filósofo y musicólogo. Escarbando en las raíces de esto que aquí llamamos música pop. Pero tiene un buen puñado de canciones memorables.

  Segovia. Piso compartido. Habíamos utilizado al menos tres metros de papel, de aquel de las impresoras antiguas, que venía doblado al modo del acordeón, para forrar la viga que dividía el salón en dos. Así, en el techo, habíamos imprimido una frase de una canción. "Con esa mala leche un salón de té". Impresionables, por aquel entonces aquello nos parecía el Mensaje. Aún hoy me parece una frase memorable.


   Otro día te la pongo, la canción.


lunes, 4 de febrero de 2013

El club del alcohol

   Sí, Luis, sí. Confieso que he bebido. 

   Y lo sigo haciendo con una persistencia que tiene que tener algo de sobrenatural, religioso.  De hecho, en mis oraciones vespertinas, refugiado ya en mi celda, después de la batalla, nunca se me olvida agradecerle al Altísimo el haberme otorgado un hígado fuerte y sano, poderoso, capaz de procesar en cantidades inhumanas, dignas más bien de titanes o avestruces. Ingentes.

   Ya lo dice la canción que hoy te traigo. Degenera o muere.

 

   No hizo falta Ley Seca ni hogar desestructurado.  Ya es indicativo que no me acuerde ni por ensalmo de cómo comencé.Sospecho que, como en todo, tampoco en esto sería muy precoz. Trece, quizá doce, los años que hoy tiene Lucía. Eso sí, desde entonces le he dado con una machaconería que ya podría guardar yo para otros menesteres. 

   Daría no para varios gulliveres sino para toda una enorme y etílica biblioteca, contar los avatares, las pequeñas aventuras, los sucedidos. El que primero me viene a las mientes siempre que me encuentro en una situación similar es el de aquella vez, que acabé suplicándoles a mis espantados vecinos de arriba que me abriesen, que era yo, Jose, el de las orejas largas. 

   Recuérdame que te la cuente.


       Permíteme que, humildemente, complete este tan escueto como, aunque no lo parezca, denso gulliver con una versión de esas que tanto nos gustan. Y encima de una que ya salió aquí y que te hizo gracia. Contigo... de nuevo... los Jollyboys. En acústico.