jueves, 26 de febrero de 2015

Entremés: Novela (breve) (y negra)

   De repente se oye un disparo.

   Seco, fuerte, como dios manda.

   Todo  esto, claro, pilla fuera del enfoque, a látere, que diría el castizo. En mitad de la pantalla unos ojos paralizados por la sorpresa, grandes como globos, brillantes. Parecen femeninos. Seguro que jóvenes.

   Se tendrá que mover la cámara, al mandato del director, en un barrido menguado. O quizá sea otra toma, otra, mercenaria, grabada vete tú a saber cuánto tiempo antes o después. 

   ¿Un charco de sangre? Lo mismo... Joder. Que lo piso. 

   Pero no me lo creo. O se resecó demasiado rápido o, por el contrario, el tono es seis pantones mas liviano que el real y verdadero y auténtico color de la sangre cuando mana reciente de un cuerpo vivo. Así no hay quien se lo crea. Es difícil atinar con los detalles, con las graduaciones. Y pierde entonces la vida toda verosimilitud.








miércoles, 25 de febrero de 2015

"Las chicas" (y 7)

   Pues sí, Luis, todo llega. Hasta ese encuentro que tanto y tanto y tanto se ha hecho de rogar.



   Con el paseo hasta el convento de san Pablo, la ceguedad que la visión de la fachada le había producido en el cerebro y los vericuetos por los que su razón se había intrincado en consecuencia, al Marino se le pasó la tarde pitando. Ya casi se olvidaba de su cita.

   Podría decirse que los nervios carcomían su ánimo; podría decirse, al menos, que la curiosidad le picoteaba en la boca del estómago. Pero ni una cosa ni la otra. Bien se debiese a la actitud condescendiente con la que, por aquellas épocas, se iba tomando la vida, bien fuese (con mayor probabilidad) por el hecho de conocer a Arturo y presentir que aquello solo se trataría de un arturada más.  Una más de tantas. 

   Había quedado con él en un bar que ocupaba una esquina de la plaza de la Cruz Verde. Sitio de estudiantes que allí estudiaban, jugaban a juegos de mesa o arreglaban (a su manera) el mundo. El nombre del local habría de saberme, por ser muchas las veces que allí había estado pero, chico, qué quieres, no me viene ahora. Recuerdo casi más la música que allí ponían. Que bien pudiera ser esta.








martes, 24 de febrero de 2015

"Las chicas" (¡y 7!)

   Hoy me ha salido primero el título. Otras veces tarda más en aparecer. En otras hay que sacarle con berbiquí. Y ya en algunas, ni se digna en personarse por más que implores. ¿O será que hay historias que no tienen título? 


Sin título
   Pero hoy lo primero que me ha salido ha sido el título. La verdad es que lo tenía a huevo, a nada que hubiese echado los ojos unas hojas más atrás. Las chicas 1, 2... Lo malo, eh, es que siempre lleva su peligro (escondido dentro) lo obvio.  

   No hay más que fijarse en esa conjunción determinante, abocadora, redoble de tambor. Y luego, para lo del más inri, las admiraciones tan promesa.

   Y así no queda otra que coger fuelle y volver a empezar de nuevo.







lunes, 23 de febrero de 2015

Reloj en el aparador



   Hay un reloj en el aparador.

   Estas palabras conforman una frase de mierda. Una mierda de frase. Pero vayamos a ver.

   No sabemos si el reloj está encima del aparador o escondido en uno de sus cajones. En cualquier de los tres cajones que conforman el módulo derecho del aparador. 

   Por no liarnos, digamos que el reloj está encima del aparador y es por ello que alguien lo vio y dijo la frasecita en voz alta. No. Tampoco sabemos quién es ese "alguien" y con qué intención habló. 

   Como tampoco sabemos cómo es el dichoso reloj. Si de señora o caballero. Analógico o digital, de pulsera  metálica, pesadamente metálica, de cuero o de liviano caucho. Su marca. La hora que en este momento dice que es y si esa hora está adelantada o atrasada con respecto a la hora del mundo.










miércoles, 18 de febrero de 2015

Cigüeñas

   Supone el Marino, a base de acordarse de aquellas historias y de estar harto de saber que ya no vive el abuelo para contárselas, que se las va inventando a cada poco, a cada cual más torticera que la anterior, mayor dislate, eso es lo de menos.




   Y así ha llegado al convencimiento, vete tú a saber por qué vericuetos, con qué madeja de razones enmarañadas, de que las cigüeñas cada vez emigran menos. Y que solo lo hacen los individuos más jóvenes, por llevarlo aún grabado en los genes o por su carácter de natural aventurero. Quizá sean los ejemplares de mayor edad y menor brío los que les convenzan de las bondades de dichos desplazamientos, quedándose así aquellos con mayor porción de alimento per cápita para el invierno, en esa dura lucha por la vida que es, en el fondo, este valle de lágrimas. 

   Y así que se ha fijado el muchacho cuando regresan los migrantes, solo huesos y plumas, por la dureza del trayecto; no son más que pellejo y ansiedad en la mirada, de querer ya llegar. Y también se ha fijado en las ancianas, repantingadas en los nidos, plumón de invierno todavía (calentito), una sonrisa socarrona en el pico y hasta con un poco de barriguita en la silueta que se entrecorta contra el cielo. 













martes, 17 de febrero de 2015

¿Cuántos años vive una cigüeña?


   Habrá que remontarse a la niñez de aquel muchacho y a las milongas que le contaba su abuelo carpintero, en los veranos de Riocavado. Aquel que no iba a misa por ofenderle en los ojos el humo de las velas. 

   Llenos los dos de serrín los pantalones. El cuartucho, al lado de las cuadras, es diminuto y a rebosar de tablas y tablones. En una pared, los útiles colgando obedientes de alcayatas. Las patas de la mesa de trabajo parecen vigas, al tablero de la mesa, también de grueso calibre,   se le ven todas las heridas.

  El abuelo le cuenta al niño cada cosa.

     









lunes, 16 de febrero de 2015

Propuesta (simple) en el campo de la ornitología

   El Marino observó los últimos instantes del recorrido del ave. 

   Cuando apenas faltaban un par de metros, dejó descolgar esta su tren de aterrizaje. Vistas desde abajo, las frágiles patas no parecían capaces de aguantar la acometida. Pero (¡a solo un palmo de su destino!) aleteó la cigüeña, solo una vez, para ganar la altura suficiente. La altura necesaria. Se posó en su nido.

   Era por los días de san Blas mas no dejaba de ser ello mera coincidencia ya que el hombrecito viajero, el Marino que desde abajo todo observaba, estaba casi en la certeza de que no habría emigrado la zancuda aquel otoño. Y posiblemente tampoco el anterior.

   ¿Cómo había adquirido Gulliver semejantes saberes?, os preguntareis. Y haréis bien ya que solo se trata de una conjetura. De otra de esas teorías suyas.











   





viernes, 13 de febrero de 2015

Esperando un momento (2)

   Justo cuando volví en mí, de las ensoñaciones a que esas piedras iluminadas por la luz postergaron mi memoria, me llamó la atención el vuelo de una cigüeña blanca (Ciconia ciconia) que con su natural parsimonioso planeo se iba acercando a las alturas del templo, no temiéndole al fulgor que este irradiaba. Ay, animal ateo. Quizá incluso buscándole, por atemperar el relente que sin duda se habría entreverado entre sus alas. 













jueves, 12 de febrero de 2015

Esperando el momento (1)

   No. No me acuerdo de la excusa que le solté al mostrenco para poder gozar, en esas horas que aún quedaban para el encuentro, de mi sola soledad. De lo que sí que me acuerdo es de lo que hice.

   Sería a primeros de febrero y hacía frío aunque el rey astro brillaba aquella vez. El típico invierno castellano. Volviendo a casa me topé con el frontal de la Iglesia de San Pablo, iluminado por los rayos. La fachada refulgía santos, volutas, arabescos. Era una gran foco de claridad que contagiaba su grandeza, su imposibilidad. 



   De los pormenores de la misma no voy a contarte, más que nada porque los desconozco, siendo tú, además, experto en dicho conocimiento, pero te puedo asegurar (pecando, eso sí, de cursi) que me senté en un banco cercano, con el convento al frente, y perdí la noción del tiempo, ante tal prodigio de belleza, "no sabiendo que guerras estaban en marcha ahí abajo, donde el espíritu toca el hueso".










miércoles, 11 de febrero de 2015

"Las chicas" (6)

   Quizá sea llegado el momento de dejarse de tanto preámbulo y tanta pamplina, pues tiende la emoción, en estos casos y por el mero trascurso del tiempo, a debilitarse como un soufflé no ejecutado con la debida destreza. 

   Sí, lo que tanto Coco como yo hace tiempo que habíamos sospechado (y tú también, ya) es que Arturituri había quedado con "las chicas" muy entrecomilladamente. Me lo confesó no bien nos hubimos alejado de las afiladas orejas de Coco, no menos de tres manzanas. 






   La cita era echada la noche, por lo que quedaba media docena larga de horas que llenar, interminables si seguía al lado de aquel monstruito beodo como una vaca. Me inventé un excusa vulgar incluso para mí mismo que me tendría ocupado el resto de la tarde. 

    Hasta le costó decirme lugar y hora del encuentro. 


 





martes, 10 de febrero de 2015

"Las Chicas" (5)





   [Resumen de la anterior entrada: Arturo aparece por casa en un grado de agitación notable. El Marino sestea en su habitación. Al final una cabeza sudorosa y bamboleante se asoma por la puerta.]

  Se notaba que Arturo se encontraba en un estado máximo de embriaguez. Eso también. Pero, desde el profundo conocimiento de su persona, se notaba que había un elemento más, de propiedades aún desconocidas aunque claramente desasosegantes. 

   -¿Qué haces?

   Ante lo obvio, desistí de contestar. El mostrenco no paraba de subir y bajar la cabeza como si tuviese metido en su cabeza un concierto de los Pistols. Llegado un momento, cuando hasta a mí se me estaba haciendo incómodo el silencio, sonrió. También sabía sonreír el mostrenco, a su modo. Una sonrisa interior, profunda, solo delatada para el observador por el estiramiento de labios y un ligero bizquear de ambos ojos. Era una sonrisa que, a poco que le conocieses, daba pánico. 




  

lunes, 9 de febrero de 2015

"Las chicas" (4)

  Así que claro, cuando menos me lo esperaba, llegó a casa Arturo con una aceleración que doblaba en tamaño a la que ya de por sí le caracterizaba. Ríanse ustedes de los tigres enjaulados. No paraba quieto y a punto estuvo un par de ocasiones de subirse por las paredes. Coco, más que preocupada, parecía enojada o mejor asqueada así que hundió la cabeza en sus notas y más notas sobre JRJ para hacer creer que no le veía. 

   Yo estaría en mi habitación, leyendo, encima de la cama. Seguro que estuve tentado a acercarme a la puerta entreabierta, la quinta vez que pasó como una exhalación por el pasillo. 

   Al final fue él quién se asomó. 







viernes, 6 de febrero de 2015

"Las chicas" (3)

   Si, cargado de prudencia, le inquiría sobre esa mil veces prometida cita cuando no había tan siquiera un moro de los pequeños en toda la costa, tampoco sacaba yo mucho en claro ya que recargaba su discurso con tales circunloquios y perífrasis, elipsis y metáforas, florituras y sobrentendidos, que lo concreto del concepto debía de estar por allí atrás, pero que muy atrás, en lo invisible. 




  Opté, en aras de mi salud, por no darle más importancia al asunto y entregarme a la paciencia y a mis cosas. 





 

jueves, 5 de febrero de 2015

"Las chicas" (2)

   Pasaba luego, los días siguientes, que me venía a mí esa frase. Así que se la recordaba a él y le instigaba por ver que quedábamos ya con "las chicas". Me salía a mí mucho peor el entrecomillado seguramente debido a que carecía de la más mínima información respecto a esa entidad para mí abstracta o ignota. Se lo preguntaba en cualquier momento, por las mañanas, por las tardes... Si estaba delante Coco se atragantaba cual si tuviese atascada en la garganta una escobilla de letrina. Cambiaba de color y le temblaban las extremidades. Para eso sí que tenía talento, el tío, ya que a la vez me dirigía mil muecas implorando mi silencio. Qué cosas.







miércoles, 4 de febrero de 2015

"Las chicas"



   Con Arturo no había noche en la que, cuando mejor nos lo parecía estar pasando, se te acercaba a la oreja, todo sudado. Subaba mucho Arturo. Era otra de sus virtudes. El pobre diablo. Coco le llevaba hecho un pincel (incluso le echaba la colonia) pero ni aún así. La cosa es que, llegado ese momento de la noche en el que más estabas disfrutando,  te agarraba el cuello con el brazo y pegaba su boca a tu oreja. Y te soltaba siempre el secreto mejor guardado. "Ya verás cuando quedemos con 'las chicas"". Decía "las chicas" así, el tío, entrecomillado. Pero como estábamos pasándonoslo tan requetebién no le hacía yo mucho caso. 








martes, 3 de febrero de 2015

El solo acompañado

   Llegó un momento, y no tardó gran cosa, en el que Gulliver seguía estando solo de soledad, aunque conocía ya a bastante gente. Las noches con Arturo ayudaban a intimar con las personas más dispares a las que saludar luego (pasados unos días) sin saber muy bien de qué. También estaban los amigos de la universidad de Coco y sus compañeras. Un grupo de ellos, todos varones y de elevada estatura, eran apodados los Zebulones. Y gente de Burgos que ahora vivía allí. Y también estaban las camareras de muchos-muchos bares. Y también estaba Natalia. Pero Natalia es transversal, así que no cuenta. 

   Y también estaba la gente de la oficina, con la que solía encontrarse poco, a no ser que explícitamente quedasen. 


   Como ves, sujetos de lo más variopinto, al menos en sus procedencias o en la relación que el Marino tenía con ellos. Quizá la única anatomía que compartían, su único vínculo en este mundo cuerpo era conocerle a él, todos de un modo diferente y todos de un modo digamos que venial. Así que no era problema para el muchacho echarse a la calle y buscar alguien con quien conversar, tomarse un café, salir de farra. Y tampoco hallaba dificultad en, si ese era su deseo, buscar lugar y momento para quedarse solo con su soledad.



   Pero como bien dice Sir Stephen Hawking nada es eterno. Vamos, que las cosas empezaron a cambiar de repente.

   Ay, qué nervios.




   

lunes, 2 de febrero de 2015

Perro y poni


   Está Gulliver acomodándose quizá excesivamente a su nueva condición. Se cree (además) lo que no es, por mor de piropos que ha llegado a sus oídos que de él dicen, que le dedican las personas más dispares. No hubiera sido mala elección por esta vez, la de matar al mensajero.  

   Viste de oscuro, como ya sabemos. Las últimas aventuras y la mala vida han afinado su estampa. Remata el desaliño con una cabellera larga, que abultan amplios y azabaches rizos. Un sobretodo (también negro) largo hasta los pies, botas de media caña y el perpetuo cigarrillo entre los dedos nos sirven para completar la descripción. 

   Si a ello le sumamos la niebla (sí, siempre la niebla) y ese andar ligero que tiene el muchacho, como de ignorar el camino, bien podremos decir que nos será fácil hacernos aunque sea una idea.