Habrá que remontarse a la niñez de aquel muchacho y a las milongas que le contaba su abuelo carpintero, en los veranos de Riocavado. Aquel que no iba a misa por ofenderle en los ojos el humo de las velas.
Llenos los dos de serrín los pantalones. El cuartucho, al lado de las cuadras, es diminuto y a rebosar de tablas y tablones. En una pared, los útiles colgando obedientes de alcayatas. Las patas de la mesa de trabajo parecen vigas, al tablero de la mesa, también de grueso calibre, se le ven todas las heridas.
El abuelo le cuenta al niño cada cosa.
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