martes, 3 de febrero de 2015

El solo acompañado

   Llegó un momento, y no tardó gran cosa, en el que Gulliver seguía estando solo de soledad, aunque conocía ya a bastante gente. Las noches con Arturo ayudaban a intimar con las personas más dispares a las que saludar luego (pasados unos días) sin saber muy bien de qué. También estaban los amigos de la universidad de Coco y sus compañeras. Un grupo de ellos, todos varones y de elevada estatura, eran apodados los Zebulones. Y gente de Burgos que ahora vivía allí. Y también estaban las camareras de muchos-muchos bares. Y también estaba Natalia. Pero Natalia es transversal, así que no cuenta. 

   Y también estaba la gente de la oficina, con la que solía encontrarse poco, a no ser que explícitamente quedasen. 


   Como ves, sujetos de lo más variopinto, al menos en sus procedencias o en la relación que el Marino tenía con ellos. Quizá la única anatomía que compartían, su único vínculo en este mundo cuerpo era conocerle a él, todos de un modo diferente y todos de un modo digamos que venial. Así que no era problema para el muchacho echarse a la calle y buscar alguien con quien conversar, tomarse un café, salir de farra. Y tampoco hallaba dificultad en, si ese era su deseo, buscar lugar y momento para quedarse solo con su soledad.



   Pero como bien dice Sir Stephen Hawking nada es eterno. Vamos, que las cosas empezaron a cambiar de repente.

   Ay, qué nervios.




   

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