Y también estaba la gente de la oficina, con la que solía encontrarse poco, a no ser que explícitamente quedasen.
Como ves, sujetos de lo más variopinto, al menos en sus procedencias o en la relación que el Marino tenía con ellos. Quizá la única anatomía que compartían, su único vínculo en este mundo cuerpo era conocerle a él, todos de un modo diferente y todos de un modo digamos que venial. Así que no era problema para el muchacho echarse a la calle y buscar alguien con quien conversar, tomarse un café, salir de farra. Y tampoco hallaba dificultad en, si ese era su deseo, buscar lugar y momento para quedarse solo con su soledad.
Pero como bien dice Sir Stephen Hawking nada es eterno. Vamos, que las cosas empezaron a cambiar de repente.
Ay, qué nervios.
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