viernes, 26 de diciembre de 2014

Descartes 2014


   Como Gulliver sospecha que este es el último día del año en el que se va a acercar a esta bitácora y con el objetivo de hacer de esto ya tradición, solo incluirá a unos cuantos amigos que se quedaron fuera porque, la verdad, pues todos no caben. Eso sí, me ruegan (a su manera) que intentes adivinar las historias que de ellos te podría haber contado.

























martes, 23 de diciembre de 2014

   Llevo unos días dándole vueltas a una imagen que retrata muy bien mi estancia en Valladolid. Hace unos gulliveres te hablaba de ella. 



   Ni con tirios ni con troyanos. Yo andaba en un no lugar (me veo hasta flotando) que me permitía, supongo que por ósmosis, cierta relación con esos dos mundos bastante impermeables. Pero, chico, que no me veía en ninguno de los dos lugares. Lo que podría dar como resultado a un inadaptado, que quizá sí. 


    








lunes, 22 de diciembre de 2014

Vaya horas


   Gulliver ha decidido por un día no madrugar.  No es que ayer trasnochara ni que piense en recuperar sueños perdidos. Solo es que ahí fuera se ha desparramado una helada blanca de frío, la primera del año que merecería  tal nombre. Y se estaba a gustito entre las mantas. 










jueves, 18 de diciembre de 2014

Madera de maduro

   No son los enemigos, Luis, los que te convierten en adulto. Qué va. Eres tú mismo el enemigo que has de vencer para hacerte una persona hecha y derecha. Por así decirlo. 

   Saberte solo en aquel mundo.

   Saber que los problemas o te los resuelves  o no hay tu tía. Saber que o te buscas tú remansos de felicidad o nadie va a dejártelos encima del felpudo. 

   Con ello, lo que pasa es que todo adquiere una gran merma de importancia. O tú te vuelves un completo inconsciente. 



   Salia a pasear a menudo, sin más rumbo que mi apetencia. Siempre me perdía, no hace falta decirlo. Pero al final, cada vez acababa encontrándome. Me dejaba llevar e invariablemente, cuando ya no tenía ni idea de por dónde andaba, aparecía frente a mí algún hito de los que sí, sabía. 












miércoles, 17 de diciembre de 2014

   Lo mejor de las noches de farra con Arturo era que la mayoría de las veces ni te acordabas. Y elevabas tu gratitud a las alturas porque así fuese. En los días siguientes te acudían vagos flashes a esa zona bastante profunda e íntima de la conciencia y ello hacía que tu gratitud se acrecentara. 



   Tenían la ventaja, además, esas excursiones vikingas, de que se aprendía mucho de la geografía de la ciudad, aunque nada más fuese en forma de hitos sin prácticamente ninguna hilazón entre ellos. Sí, podía haber zonas que incluyesen varios hitos (Paco Suárez, San Miguel, La Rosaleda) pero incluso esas zonas (de natural y por definición más extensas) también estaban perdidas en el meollo de calles y callejuelas que atiborraba ese pedazo de núcleo urbano. Vamos, que nunca sabía volver yo solo a aquellos antros que tanto me gustaban. 

   Y aquí que enlazo, de una manera que hasta a mí me ha parecido inusitada, con aquello que te contaba de hacerse mayor.













martes, 16 de diciembre de 2014

   ¿Y qué pintaba yo allí?, te preguntarás. Entonces no era muy consciente y además, cabía la posibilidad de que cuando Arturo bajara a estirar las piernas asomase la cabezota por la puerta de mi nicho y me lanzase yo también a los peligros. Ya que con aquel mostrenco cualquier situación podía convertirse (birlibirloque) en un peligro de indefinido calibre. Toda una aventura. 



   Bueno, algo sí que notaría porque a los pocos meses decidí buscarme un alojamiento más amplio y tranquilo. 

   Luego, nos veíamos prácticamente lo mismo. Quedábamos a menudo para comer, salíamos los tres a tomar unas copas, me acercaba yo a su casa a echarle a Coco una mano con la informática, que iba a acabar con ella y sus cientos de notas y textos y más datos y redatos, por aquí y por allá. 

   Pude, por lo tanto, seguir comprobando cómo discurría su atropellada relación. Francamente, seguía habiendo bastantes de arena por cada una de cal, en aquel maremágnum del amor.












lunes, 15 de diciembre de 2014

   Aquellas veces, cuando Arturo parecía que regresaba del mismísimo infierno, lo habitual era que Coco le lamiese las heridas (porque hasta con heridas llegaba), le mudara los mugrientos ropajes y lo acunase entre sus tetas. Y buenas tetas que tenía Coco, doy fe. 




   También podía suceder que se armase la gran gresca del año, una más, y que, al poco, el mostrenco saliese de aquella habitación-vivienda en pequeñito que tenían, con una maleta del año pum, cargada íntegramente (incluso rebosante, la maleta) con la parte del voluminoso temario que anduviese entonces por casa. Aquello pesaba como una montaña robusta (no necesariamente rusa), con lo que le veías abandonar la casa de quedo, por el pasillo, por el largo pasillo, arrastrando el maletón y sorbiéndose con ahínco los mocos, en la manga del jersey, del terrible disgusto.  

   Yo, las primeras veces, ponía cara de curado de espantos. Intentaba no interferir ni mucho menos posicionarme y me buscaba ocupaciones para el resto del día.  Luego, ya, con la costumbre, me daba la risa, que al principio disimulaba con pudor y ya después mostraba con gran franqueza en forma de carcajadas.  





viernes, 12 de diciembre de 2014

  Arturo era otro cantar. No se sabía qué era peor, si tenerle al lado peleándose con alguno de los muchos tomos de su temario, rezongando a niveles insufribles, o que, cuando ya no le daban más las piernas, te dijese que ya no le daban las piernas más y que se bajaba a que le diese un poco el aire. 

   Lo que podía suponer que:

   a) volviese a subir a los diez minutos, que es lo que había tardado en beberse tres cañas, a intentar concentrarse de nuevo, para dejarlo diez minutos después ya que no le daban las piernas de más, y así un largo etcétera.

   o b) que apareciese muchas horas o incluso muchos días después en un estado de veras lamentable. 



jueves, 11 de diciembre de 2014

   Aguanté solo unos meses en aquel piso compartido de la calle Bautismo. Piso de mierda, por otra parte. Las mellizas (la mayor y la menor) no daban para nada que se pudiese llamar convivencia. Luctuosas sombras atravesando la nada. No guardo ningún recuerdo de sus caras. Por no guardarles, ni rencor. De vez en cuando aparecía un sargento por allí, igual de trasparente que ellas. Debía de ser novio de la mayor.  



   Y luego estaban Coco y Arturo, pasando momentos de lo más trascendentes para sus vidas, pues andaban siempre a punto de matarse. Coco preparaba su tesis sobre Juan Ramón Jiménez. Se había traído material de sobra de su viaje a Puerto Rico pero a todo aquello había que darle forma. Lo que requería una concentración de lechuza en un ambiente relajado. Algo que, francamente, era complicado con alguien como su novio al lado. Ya que Arturo, a su vez, estaba preparándose oposiciones para algo dificilísimo, ya no sé si era inspección de trabajo, judicaturas o vete a saber. Y allí estaban los dos juntos, en su habitación, codo con codo, sentados en una mesa larga en frente del ventanal que daba a la calle. Coco peleándose con el ordenador que nunca le hacía caso y Arturo...









miércoles, 10 de diciembre de 2014

Initium sapientiae est timor Domini

   Valladolid, como ciudad universitaria que se precie, es interesante de patear. 

   Cuando me refiero a ella como universitaria quiero decir universitaria universitaria, de las de antes. Ahora, en cualquier lugar te plantan un campus de chicha y nabo y se quedan tan anchos. 

   Pese a la grisura cenicienta de su morfología, su ranciedad ambiente, lo áspero de los caracteres que allí moran y el intrincado diseño (plagado, además, de estrechas arterias y angulosas esquinas sin concordancia) la calle está tomada por estudiantes, a cualquier hora.

   ¿Y cómo sabía yo que todos aquellos eran estudiantes? Vamos, Luis, no hará falta que explique semejante cosa. Ni por las carpetas al pecho ni por las trencas de colores verde oliva, lo que luego inventaría Panama Jack. Simplemente se nota. En los aires en el andar, en la manera de tratarse entre ellos, en ese modo de moverse solos sabiéndose siempre acompañados, en la forma de ignorar al resto del vivientes. 

   Es como que existiesen dos ciudades superpuestas. Los intercambios entre ambas (de energía, de fluidos, de conversación) tienden al mínimo. 

   Yo, no es por fardar, pero debía de estar ubicado en la delgada línea que las dividía, que, si te pones a pensarlo, es simplemente otra manera de no estar. Demasiado delgada la línea.








martes, 9 de diciembre de 2014

Oscuro gabán


   A Valladolid, el marino Gulliver fue de paso. No era, por lo tanto, dicho lugar más que como uno de esos guijarros resbaladizos que siempre aparecen en el medio de una torrentera y que ha de servirnos simplemente para pasar al otro lado. O para partirnos la crisma.

   Llega uno, por lo tanto, con el cuerpo desalertado, con esa floreja y el tumbao de los guapos. Eso sí.

   Vestía el Marino, por entonces, habitualmente de oscuro, rematando los atavíos con un sobretodo de paño negro, largo como un verano, que un amigo de la infancia  le había traído de regalo, de un mercado de ultramar, de segunda mano. Cómo sería la prenda que sus cercanos se la pedían prestada si tenían un acontecimiento importante que celebrar o debían cortejar a sus amadas. 

   Y así, por entonces, por lo tanto, el muchacho caminaban elegante las calles, las faldas del gabán al viento, olisqueando él los aires nuevos. 






jueves, 4 de diciembre de 2014

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Vida adulta [el paso a la ~]

   Lo dejamos ayer en mis indagaciones sobre los desencadenantes que nos hacen (si ha lugar) pasar de la tormentosa juventud a la mucho más severa, adusta, cansina edad madura. No soy el más indicado para hablar de ello dado que (ya te decía) siempre me he jactado de no querer alcanzar nunca dicho lugar ni condición (el aspecto sería en este caso secundario), por lo que solo puedo hablar de oídas y sin demasiado conocimiento de causa. Pero esa incapacidad no me impide pensar en ello. Incluso opinar gratuitamente y sin ponerle freno a mi lengua.

   Yo, de mayor... 



   Nada. Pamplinas. Tengo más que asumido que nunca seré más mayor que ahora. Sí que seré más viejo pero nunca más lúcido, experimentado, sagaz. Me rendí si alguna vez peleé por ello. Qué cojones de pamplinas.     


   







martes, 2 de diciembre de 2014

La vida adulta


   Leí una vez que uno entra en la vida adulta cuando es consciente de que tiene enemigos. En aquel momento esa teoría me conmocionó bastante y me tuvo buenos días dándole vueltas al magín. Ya que, pese a contar con los suficientes años cumplidos para que se me considerase una persona madura, por más que me liaba con el asunto, no encontraba en aquellas circunstancias mías de entonces a nadie que me odiase. Seguro que los había y con razones suficientes pero, chico, yo no caía en quiénes podían ser. Quizá fue allí cuando, a la fuerza, me resigné a ser un tonto adolescente para el resto de mi vida. 

   Hoy, aquí, escribiendo, claro, he vuelto a pensar en ello. Pero muy por encima. En el asunto en general, no me ha apetecido andarme con muchas pesquisas. Y como no he dejado de ser un tonto en medio de la pubertad pero además me he vuelto ecléctico, he pensado que a lo mejor sí pero a lo mejor no. 

   Es más. También he pensado que además del citado factor, dado lo complicado que sin duda es el mundo, influirán en ese paso del Rubicón muchas otras consideraciones y efectos que en el trascurso de la vida nos van acaeciendo.