Bueno, algo sí que notaría porque a los pocos meses decidí buscarme un alojamiento más amplio y tranquilo.
Luego, nos veíamos prácticamente lo mismo. Quedábamos a menudo para comer, salíamos los tres a tomar unas copas, me acercaba yo a su casa a echarle a Coco una mano con la informática, que iba a acabar con ella y sus cientos de notas y textos y más datos y redatos, por aquí y por allá.
Pude, por lo tanto, seguir comprobando cómo discurría su atropellada relación. Francamente, seguía habiendo bastantes de arena por cada una de cal, en aquel maremágnum del amor.
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