martes, 16 de diciembre de 2014

   ¿Y qué pintaba yo allí?, te preguntarás. Entonces no era muy consciente y además, cabía la posibilidad de que cuando Arturo bajara a estirar las piernas asomase la cabezota por la puerta de mi nicho y me lanzase yo también a los peligros. Ya que con aquel mostrenco cualquier situación podía convertirse (birlibirloque) en un peligro de indefinido calibre. Toda una aventura. 



   Bueno, algo sí que notaría porque a los pocos meses decidí buscarme un alojamiento más amplio y tranquilo. 

   Luego, nos veíamos prácticamente lo mismo. Quedábamos a menudo para comer, salíamos los tres a tomar unas copas, me acercaba yo a su casa a echarle a Coco una mano con la informática, que iba a acabar con ella y sus cientos de notas y textos y más datos y redatos, por aquí y por allá. 

   Pude, por lo tanto, seguir comprobando cómo discurría su atropellada relación. Francamente, seguía habiendo bastantes de arena por cada una de cal, en aquel maremágnum del amor.












No hay comentarios:

Publicar un comentario