viernes, 31 de octubre de 2014

En la heladería, ahora, de nuevo

   Sentado en la terraza de la heladería, lamiendo con descuido el helado de cuyo sabor ya no recuerda el nombre, el Enviado está pensando. Piensa en el trascurso del tiempo. Piensa tantas veces en ello que ya no sabe si piensa las mismas cosas cada vez, siendo éste material tan maleable y sustancioso.

   Pestañean los ojos del muchacho y vuelve a la realidad.

   ¿Será posible que lo que a nosotros nos han parecido meses de divagar, va el muchacho y se cree que han sido apenas unos minutos?

   De pronto se le vuelve a hacer consciente su misión. ¿Dónde diablos estará Gulliver? Tiene un par de ideas de por dónde empezar. Le suena haber oído hablar al Marino de unas buenas amigas que siempre le habían tratado bien en anteriores viajes. A nada que se esfuerce podría recordar sus nombres y algún otro detalle que le pusiese en una buena pista. Nombres de bares a los que solían ir. O mejor, quizás, empezar dándose un garbeo por las bibliotecas públicas.

   Entre estos y los otros divagares, parece ser que se hizo la hora de cerrar la heladería para que la muchacha pudiese ir a alimentarse. 

   Se levantó con demasiada rapidez al ver a la chica recoger y bajar las persianas del kiosco. Y sin pensárselo dos veces se acercó a la chavala y le propuso ir a comer juntos. La heladera aceptó con evidente agrado. Les vemos alejarse hasta alcanzar una de las salidas del Campo Grande. Charlan animadamente. Es muy probable que no volvamos a saber de ellos.




   



jueves, 30 de octubre de 2014



  Tiempos nuevos, tiempos salvajes.

   También esa es otra de las ventajas de nuestro torpe proceder. Cuando no sabes dónde estás, también desconoces qué herramientas utilizar para defenderte, para envilecerte o para agarrar como si tales fuesen salvavidas. 

   Los tiempos verbales y los tiempos narrativos. 

   Lo curioso de ello es que, si te pones a pensarlo, sino comprensibles, esos líos que te cuento vienen cargados con un fardo de sinceridad que les hace al menos legibles, inteligibles, importando poco su formas ni las desinencias de los verbos utilizados. Da incluso lo mismo si van en plural o en singulares, en cuarta o en sexta persona, en modo subjuntivo u objetivo, en qué tal conjugación, en qué sustancialidad indicativa. 

   Empezamos aquí, hace tiempo, ya bastante perdidos. El Mayor Tom nos indicaba que él no abandonaba la nave por pereza pero se veía incapaz de devolvernos la cordura. La Tierra es azul y no hay nada que hacer. 

   Y allí seguimos. Y aquí, por lo menos, que estamos.





   





martes, 28 de octubre de 2014

Paseos desnortados

   Tienen estos paseos desnortados, a falta de mucha gracia, otras no menores ventajas. Al menos para el que les va dibujando (bien que con mano torpe) en el mapa de su sinrazón.  

   Ya que es cierto, Luis, que el único concierto que con el tiempo han adquirido estas historias (qué historias, tan solo parrandas cuando no patrañas), el único orden que poseen es el que les marca el que esto escribe. Qué otra cosa ha de esperarse sino caos.

   De aquí para allá te tengo desde hace ya más de dos años, fieles ambos a nuestro compromiso. Hay días en los que te pasará como a mí, que dudo si merece la pena el esfuerzo.

   Y aún así.




   Y aún así este amasijo de ideas contadas con un estilo tan empecinado tienen, al menos para mí, sus ventajas.

   Al ser tan grande el lío y tan difusa la trama, el que esto escribe se puede permitir usar todas las voces narrativas aunque a cuento no vengan, explorar sin pudor los distintos subgéneros, agrandar las elipsis hasta sobrepasar lo razonable, inventarse desvergonzado vocablos, rediseñar figuras, hilar subordinadas sin notar el cansancio. 

   Una vez vencida la primera prevención, el miedo al ridículo (tan sabio consejero) pierde fuelle y mira, pasa lo que pasa.





   

   
    




lunes, 27 de octubre de 2014

Segunda enseñanza


   Ya nos quedó suficientemente claro, o eso espero, cuál era el modo más efectivo de cazar un murciélago. Pero no llegamos a concretar qué otra enseñanza saqué de aquel estío ataviado de boy-scout , que aún a día de hoy no he olvidado.

   En fin. Que había habido robos.

   No era grande la enjundia de ninguno de ellos pero sí su frecuencia mayor de lo habitual. Un reconcome flotaba por el campamento.

   Parecía que aquello iba a ser un asunto que no se iba a arreglar pues ya se acercaba el final de nuestra estadía en Revenga. Pero, mira, para algo servían los manuales. 

   Justo el día anterior a nuestra partida nos hicieron formar a hora inhabitual. El Jefe (sí, ese era su título allí) nos soltó una arenga sobre la hombría y el saber estar en la vida. Me extrañó que usase la palabra "cojones" en su alocución. 

   Sí, no fue un discurso largo. Pero iba cargado con torpedos dirigidos a nuestra línea de flotación. Notabas que te bajaban las defensas. 

   Después dio la palabra a un subalterno que, con timbre nervioso y grave, nos fue detallando lo que decía el manual para casos como aquel.

   Como habíamos observado, no nos habían hecho formar en uno de los lugares acostumbrados sino frente a un tiendón de tres pares, que ya estaba instalado cuando llegamos el primer día y que servía de almacén y despensa. Dentro de dicha carpa, parecía ser, habían instalado una mesa alejada de las miradas y en la que, entrando por parejas, iríamos dejando los frutos de nuestros hurtos. 

   Me maravilló la estrategia de hacernos entrar por parejas.     

   Miré a mi izquierda con inconsciente curiosidad y allí estaba Pedrolo, que también en ese momento me miraba.

   Tuvimos que estar allí mucho rato, en posición descansen, por ser de los últimos de la formación. Según se iba acercando nuestro turno, notabas un incomprensible nerviosismo. 

   Llegó nuestro turno y entramos como a un templo. Las piernas temblaban ante lo desconocido. Una vez dentro nos volvimos a mirar, un segundo, y acto seguido arramplamos con todo lo que pudimos de lo que había en la mesa. Y aún nos dio tiempo para llevarnos, camuflados en los numerosos bolsos de nuestro uniforme, una docena de tubos de leche condensada La Lechera, varios paquetes de las galletas destinadas a nuestro último desayuno, una caja de insignias metálicas, para las boinas, un cuchillo de campo igual al que llevaba el Jefe y hasta un balón de fútbol sin estrenar (esto último no me pidas que te explique cómo).




viernes, 24 de octubre de 2014

   Se deslizaba la barca con sedosa gracia por riachuelos poco profundos. A una orden de la cotorra nos dejamos varar entre los mimbres de una orilla, cerca de donde acampaban unos niños bien pertrechados. Uniformes de campaña, boinas y pañuelo. Tiendas canadienses de tamaño medio-grande, de seis plazas cada una. Tiradas con regla, formando una "U". En el camino de entrada, en la loncha de un chopo, alguien había escrito a fuego: "Campamento Santa María la Mayor".  

   -Aquí se quedó una historia a medio contar- me conminó la lora con gesto de pocos amigos. 

   Y eso es lo que me propongo hacer, ir remachando lo que ya eran remiendos, en nuestro camino de regreso.

   Pero no será antes de mañana. 








jueves, 23 de octubre de 2014

Desandando caminos

   Pues sí, ya iba siendo hora. Que te has dejado ir y mira dónde hemos llegado a parar, Garbancito. Menos mal que eres mirado y fuiste sembrando el camino de pequeños cantos.



   Dejamos que el Proud Mary navegue a favor de corriente, a su pairo, arrastrada suavemente, el velamen recogido en los palos. No son aguas bravas las que nos toca singlar.

   Perezosos, contemplamos las orillas en una observación placentera, despreocupada. Prisa no tenemos, tarde no es.    



   En la verga del juanete mayor ha anidado una cotorra. Parece contenta allí. Solo desciende a cubierta a las horas de las comidas y cuando advierte que pasamos por lugares en los que dejamos historias a medio avanzar. Ella, resabida, mostrando ufana su penacho, nos las va contando. 

miércoles, 22 de octubre de 2014

martes, 21 de octubre de 2014

Cruel asesinato de un resumen breve

   Ya que tendría que ir desmigando de a poquitos todas las sensaciones recordadas mientras mis compañeros ojeaban cada palmo de terreno en busca de los apreciados edulis. Pero es que entonces no sería breve el resumen. Lo más probable es que ni fuese ya resumen sino copla o romanza. 

   Así que le defenestro, al resumen, solo parándome a hablar de lo cerquita del cielo que uno se veía en el refugio construido en el pico del monte, y de lo solo que se puede encontrar un chaval en plena naturaleza, a esos años. 

   Sí, buitres y águilas volaban en cota menor que la mía, así que les veía por arriba, algo entonces inusual y que de veras daba mucha impresión. 

   Allí aprendí a cocinar con economía de medios. Allí aprendí a pasar miedo. Vi relámpagos zigzaguear por el suelo a escasos metros de mi guarida, el cielo casi apagado por la tormenta. Llegaba antes el trueno que el rayo, por así decirlo. 

   Lanzaba aullidos a los valles, desgarrados, sin motivo. Y los valles siempre me sorprendían. 

   Jugaba a ser niño bosque. Perseguía durante horas a una manada de trotones. Me subí del pueblo una teja para cocinar allí los hongos. 

   Leía y leía y leía, sin guardar de ello nada en el recuerdo. 

   Allí busqué el amor y lo encontré. Un amor largo y de poco compromiso. Un serrana delgada y con la nariz puntiaguda. Los ojos siempre brillantes. Las manos enrojecidas por trabajar. Solo nos veíamos por la noche.

   Hasta que, año tras año, regresaba justo para empezar las clases. Pareces venezolano, me decían. No sé si en su vida habrían visto a uno. Pero es que volvía renegrido, asalvajado, con el pelo sin cortar desde hacía meses. Quizá con la piel un poco más dura.









lunes, 20 de octubre de 2014

Resumen breve de una adolescencia estival

   Cuando lo cuento nadie se cree que fuera a aquella edad pero mi padre funcionaba así. Supongo que era lo más parecido a un curso para la inmersión en la vida que se podían permitir en casa. Así que a la tierna edad de 14 años (tengo correspondencia que lo atestigua) me dijo que (si me apetecía) cogiera unos libros y la bici y me subiera a un coche de La Serrana (la bicicleta izada no se sabe cómo y atada de cualquier forma a la baca del autocar). 

   [Creo que es la primera vez que escribo "baca" con conocimiento de causa. Otro motivo para festejar.]

   Se trataba, no entendí muy bien, de trabajar ese verano de vigilante de incendios, ya que si lo podían hacer los sobrinos del ingeniero su hijo también tenía derecho. No me explicó mucho más por ser aquello complicado de ir desarrollando en un periodo no exagerado de tiempo y porque ya me iría yo enterando. 

   Como soy un sincerebro, no me haría de rogar. 

   Al menos sí que me previno para que le avisase al conductor que pretendía yo bajarme en la Casa de la Vega, entre los dos Huertas (de Abajo y de Arriba), donde no había parada oficial, y que una vez allí preguntase por Jesús, el Guarda. No me advirtió, en cambio, o yo al menos no tengo recuerdo, de que lo más probable era que el dicho guarda apareciese allí con una tajada como un piano. Era alcohólico de manual. De esos que se encastañan con medio vaso de vino. Y esto siempre complica las cosas. 

   La familia, sin embargo, un primor. Me acogieron como a uno más, o mejor aún, dada la evidente caraja que llevaba pintada en la cara. Madre abnegada porque a la fuerza ahorcan y cuatro chavales y una muchacha dignos de encomio. Era la hora de cenar pero como estaban de fiestas del pueblo, lo resolvieron con gruesas lonjas de jamón serrano serrano, y que valga la redundancia. 

   En aras de la brevedad de este resumen, no te voy a contar de aquella primera noche aunque no descarto hacerlo en mejor ocasión. Solo te diré que ya ese día conocí a BB, por poner únicamente las iniciales, que (¿cómo no?) ejercía de camarera ocasional de la peña del pueblo y a la que no muchos años después fui a buscar sin éxito a Bruselas. No había entonces móviles así que quedamos antes por correspondencia. Tal día a tal hora en la embajada de España allí. Ignorantes, desconocíamos que ya entonces había más de una docena de edificios con consulados, oficinas y departamentos pertenecientes a ese organismo, repartidos por toda la ciudad. Esperamos a la puerta del que nos pareció más significativo, mi amigo Santos y yo, una mañana de veras invernal.






viernes, 17 de octubre de 2014

Nada importa

   Qué más da "facilidades" que "felicidades". "En ira bona" que cualquier otra cosa. De fidelidades también hemos hablado pero uno de los tres no se ha dado cuenta. 

   Luego he venido a casa y me sale esta canción. Que te he mandado por correo ya que en el YouTube, pues no estaba. 




   Ayer, de setas, en ese retorno al pasado, inmersión o directamente zambullida, decidí no escribirte para hoy lo que tocaba, que era el intento de tomar el camino de regreso, pasito a paso. En cambio (háganse oír, timbales y clarines), me dispongo a rizar un poco más el rizo, no tirando del hilo por ir viendo las dobleces sino enmarañándolo más. ¿Será esto posible?

   Y únicamente por jugar con tu paciencia y por que se sepa.










jueves, 16 de octubre de 2014

Bricolaje

   Me ha venido bien este puentecito que nos hemos tomado aquí en el gulliver. Para pensar, pero de otra manera. 

   He hecho algo de bricolaje por casa. Lijar tablas, pintarlas. Me ha quedado un pequeño mueble con pinta de flotar en el espacio. Con uno cajoncitos para meter la correa de TroN y las llaves de los vecinos. 

   Bien cierto es que usar las manos ayuda a pensar, pero de otra manera. 

   Un día me voy a poner a contar todas las maneras que hay de pensar.









viernes, 10 de octubre de 2014

   Y ahora es cuando ya, por fin, quizá, venga la moraleja. 


   Qué cosas. Cómo no iba a acordarse de mí el Chogui. Pero qué cosas. Y puso brillantes los tremendos ojotes que las gafas hacían aún más tremendos. Y en la boca se le pintó una media  sonrisa que no sé si era de afecto o de lástima. Tremenda la sonrisa también, con unos labios carnosos como dos plátanos. 

   Y allí fue que me aturullé, claro, por empezar a contarles a ambos mi vida entera desde justo el día en que él salió y cerró la puerta de nuestro futuro. Por decirlo así. Mi vida entera y con los mínimos detalles y con sus vericuetos y pasos en falso y encima para delante y para atrás.

   Me preguntó (idéntica mirada, idéntica sonrisa) si seguía en el Ayuntamiento. Y yo rápido a explicarle a mi nuevo antiguo amigo que no, que yo trabajaba en la Junta. Total, no pasa nada, son ambos organismos públicos y patatín.

   -Ya, ya- me cortó. -Decía en el Ayuntamiento de Cardeña. 

   Y empezó a dejarme claro que, a trazo gordo, sabía de mis andanzas, que si le contaba mi hermana, que si con Samu y Rosa quedamos bastante... 

   Y yo, que justo antes de acercarme a ellos le había tenido que rogar a un amigo común (entre risitas, claro) que me recordase su nombre.

   Y yo, estúpido ignorante, soberbio pedante, que por un momento me sentí ufano de tener una vida tan conocida. 

 

   

   




jueves, 9 de octubre de 2014

   Y así fue que vi entrar al Chogui, cogido del brazo por su señora, en la sala de aquel velatorio. 

   En todos estos años, no menos de treinta, le habría visto en total una docena de veces. Casi siempre cruzándonos en el barrio de nuestros padres y de nuestra infancia. No me preguntes el motivo pero ni nos saludábamos. No soltábamos ni tan siquiera un hasta luego. Cosas de la tonta juventud y del paso del tiempo. Qué se yo.




   Y así fue que estaba yo sentadito en el sofá y Samuel, a mi lado, en la sillita. Y llegó la pareja hasta nosotros y Samuel se levantó y recibió tremendo y alargado abrazo. Abrazo prieto y mudo. Y cuando se separaron , el Chogui le miró con estos ojazos negros y siguió sin decir nada. Ojazos grandes como todo él, negros y llenitos de lágrimas. Luego, sin decir nada, negó con la cabeza y se salió un poco precipitadamente de la sala. Su mujer, que de algo me sonaba, se quedó allí hablando con Samuel. 



   Con la periodicidad que marca la adicción, salí al exterior a fumarme un cigarro. Ya estaba anocheciendo (tempus fugit) y saludé a algún amigo común más, que llegaba en ese momento.

   Al volver a entrar vi a la pareja en el pasillo, apoyados en la pared forrada de madera. Estaban solos. Creí buena la ocasión de acercarme y presentarme. 






miércoles, 8 de octubre de 2014

   Intento recordar. A aquel amigo le trajo él. Era un tipo grande, con voz ronca (para aquellos años), tez morena (oscura), labios carnosos, nariz chata, mejor dicho achatada, amplia, ancha. Barba cerrada aún de recién afeitado. Nadie sabía qué pintaba allí. 

   Enseguida, los más certeros y atinados le pusieron mote. Que no sería capaz de repetir aquí si todo no hubiese tomado ese cariz de corazón abierto y entregado.

   Sí. Le llamábamos Chogui. Evidentemente, venía el apodo del Choguila Maguila, el de los dibujos de Hanna Barbera. Era clavado, dios me perdone. 

   Por dentro y por fuera era clavado a ese dibu con esas características tan marcadas. Le trajo Samuel y no sabíamos qué hacer con él. Severo, serio, un poco más. No entraba en las conversaciones, que de aquellas trataban de las chicas que iban a venir al chamizo esa tarde, de las estrategias y de las estratagemas. Era lo que ahora llaman un "margi". Un marciano.

   Pasó el tiempo, que eso es lo que suele pasar. Cada vez nos volvimos todos más sibaritas o al menos más refinos en las opciones. Y, francamente, allí, el Chogui, no pintaba nada.

   Yo no me acuerdo cuando se produjo su retirada, su ausencia. Seguro que se dio cuenta de que allí, francamente, pintaba poco. Dejó de estar y no sé los demás, pero yo como que le eché poco de menos.

   Se daba, por arte de la casualidad, el hecho de que vivía justo en el portal de enfrente del de casa de mis padres. Pero en los años salvajes eso no era determinante.




   

   






martes, 7 de octubre de 2014

   Con los que van llegando al velatorio uno se poner a intentar rellenar los huecos del puzzle en que se iba con convirtiendo, según pasaba la tarde, la vida de mi amigo.

   No es que su sustancia, lo más profundo y duradero, se le fuese desdibujando. Todo lo contrario. Eso persistía en su manera de ser. Mas esos cachos de existencia, que me imaginaba o no llegaba a imaginarme, iban adornando su vida, haciendo del conjunto algo así como un patchwork acogedor.

   Aunque, claro, en ese momento el que necesitaba que los demás fuésemos acogedores era él.   

   Y allí estaba yo, a su lado, invisible para el resto. Y cuando, escasas veces, no estaba hablando con nadie, se sentaba en la sillita y allí que me tenía.

   Eso de las piezas del puzzle que tanto me estaban haciendo pensar se me fue al garete cuando llegó un amigo común de la primera infancia. De la primerísima infancia.  

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lunes, 6 de octubre de 2014

   Y seguían llegando conocidos a aquel velatorio. Y fue ahí, por eso, que me dio por pensar.



   Llegaban amigos y le daban el pésame con cara de circunstancias y lo que a mí me parecía un montón de cariño. De deseo de traspasarlo. A muchos los conocía. A otros, en cambio, no. O sabían quienes eran pero desconocía los intrincados laberintos que les hacían estar allí. Al Chencho, sin ir más lejos. Al Chencho que me encontré allí y no me podía imaginar cadena de situaciones semejante que hubiese hecho su vida contactar con la de mi amigo Samuel. 

   Qué enmarañados recorridos tienen las vidas de las que no conocemos más que un trozo. Y más si ese trozo es antiguo. 





viernes, 3 de octubre de 2014

Samuel estaba jodido

   Lo que más me preocupó fue que mi amigo llegaba unas gafas de sol, oscuras y, parecían, incrustadas en su rostro. No se las quitó en los dos días siguientes. Yo, al menos, no vi que se las quitara.

   Estuvimos un rato abrazados mientras le iba diciendo al oído palabras no ensayadas. Palabras gordas y a la vez fofas. Palabras tontas que espero ya no recuerde.

   Me dijo que estaba muy cansado. 

   Se sentó en la silla y yo en un sofá que había al lado. Nos quedamos así un ratito, sin decir nada. Luego hablamos otro poco, pero como que no estuviésemos allí. Como que su madre difunta no estuviese allí al lado.

   No tardaron en llegar más conocidos a los que debía recibir, de los que sentirse abrazado. Sí, más palabras gordas y en esa situación tontas o al menos inútiles.   

   Quizá en algún momento le solté la perorata de la necesidad del tiempo de duelo, de lo apropiado aunque no pareciese. Espero que eso tampoco lo recuerde.

   Llegaron más amigos y decidí quedarme allí al lado, con intención de invisibilidad. Quedarme allí solo para cuando se sintiese cansado y se sentase y no hubiese nada que decir. 

   Los amigos llegaban. A algunos ya les conocía pero en ese momento nos saludábamos con apenas un alzar de ojos y de dedos, un segundo. 

   A otros no les conocía de nada. 




   Y allí es que empezó el Marino a pensar.







jueves, 2 de octubre de 2014

   Samuel estaba tocado y hundido por el dolor.

   Se llama Samuel mi gran amigo. No sé porque no te lo he dicho antes. Samuel Mariscal Rodrigo.

   Samuel estaba jodido. Muy jodido. 

   Rosa, que es su amante mujer y hablaba por el móvil en ese momento, en el largo pasillo acristalado por el que no entraba la luz de la tarde, me acompañó hasta la sala 4 y me lo señaló sin dejar de hablar. Hablándome con los ojos.

   No hacía falta que me lo señalase porque estaba donde debía estar. Un silla que me resultaba familiar. Cerca del lugar donde descansaba su madre muerta. Cerca pero no lo bastante para que el que fuera a acompañarle en su dolor estuviera forzado a verla. 

   Yo no la miré pero lo mismo podía haberla mirado. 







miércoles, 1 de octubre de 2014

Tanatorio

   Son lugares, los tanatorios, que hasta ecosistemas no paran. Basta con acercarse a la puerta para que el estómago lo note. Yo sobre todo lo noto en el estómago y también en la vesícula, aunque eso no sé explicarlo. 

   No es el hecho de dudar de tu capacidad para comportarte. No, no es eso. No es el apoderarse de ti los recuerdos. Eso tampoco. Ni son los materiales ni su conformación aséptica. Ingrávida y a la vez rotunda, hincada en la tierra redentora. 

   No es esa disposición de salas y más salas, todas parecidas, ninguna igual. 

   Ahora los tanatorios tampoco huelen. No huelen a nada. Y tienen una temperatura regulable, aunque los asistentes siempre tengan frío o calor, depende de la estación y de la afinidad con el finado, que enfría o calienta, esa afinidad, no sé, ya me entiendes. 

   No es el no saber qué cara poner. Yo no pongo ninguna cara, lo que a veces puede contrariar al convocante. Al convocante (la experiencia me dice) le suele dar todo igual. Le van llegando conocidos que no saben qué cara poner pero a él le da igual. Besa o se deja besar. Abraza o se deja abrazar. 

   Tampoco es la omnipotente presencia del finado, más muerto que muerto pero que impregna su presencia de una manera que solo puede ser involuntaria, pero allí está él, a unos metros escasos, tras el cristal, ausente y a la vez convocante.  No deja de ser el protagonista de la cuestión, si nos paramos a pensarlo.

   Allí está el finado y sus más próximos están cerca. Como guardia pretoriana o como María Magdalena. Como bobos. Tocados o hundidos por el dolor.