En todos estos años, no menos de treinta, le habría visto en total una docena de veces. Casi siempre cruzándonos en el barrio de nuestros padres y de nuestra infancia. No me preguntes el motivo pero ni nos saludábamos. No soltábamos ni tan siquiera un hasta luego. Cosas de la tonta juventud y del paso del tiempo. Qué se yo.
Y así fue que estaba yo sentadito en el sofá y Samuel, a mi lado, en la sillita. Y llegó la pareja hasta nosotros y Samuel se levantó y recibió tremendo y alargado abrazo. Abrazo prieto y mudo. Y cuando se separaron , el Chogui le miró con estos ojazos negros y siguió sin decir nada. Ojazos grandes como todo él, negros y llenitos de lágrimas. Luego, sin decir nada, negó con la cabeza y se salió un poco precipitadamente de la sala. Su mujer, que de algo me sonaba, se quedó allí hablando con Samuel.
Con la periodicidad que marca la adicción, salí al exterior a fumarme un cigarro. Ya estaba anocheciendo (tempus fugit) y saludé a algún amigo común más, que llegaba en ese momento.
Al volver a entrar vi a la pareja en el pasillo, apoyados en la pared forrada de madera. Estaban solos. Creí buena la ocasión de acercarme y presentarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario