Se llama Samuel mi gran amigo. No sé porque no te lo he dicho antes. Samuel Mariscal Rodrigo.
Samuel estaba jodido. Muy jodido.
Rosa, que es su amante mujer y hablaba por el móvil en ese momento, en el largo pasillo acristalado por el que no entraba la luz de la tarde, me acompañó hasta la sala 4 y me lo señaló sin dejar de hablar. Hablándome con los ojos.
No hacía falta que me lo señalase porque estaba donde debía estar. Un silla que me resultaba familiar. Cerca del lugar donde descansaba su madre muerta. Cerca pero no lo bastante para que el que fuera a acompañarle en su dolor estuviera forzado a verla.
Yo no la miré pero lo mismo podía haberla mirado.
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