martes, 21 de octubre de 2014

Cruel asesinato de un resumen breve

   Ya que tendría que ir desmigando de a poquitos todas las sensaciones recordadas mientras mis compañeros ojeaban cada palmo de terreno en busca de los apreciados edulis. Pero es que entonces no sería breve el resumen. Lo más probable es que ni fuese ya resumen sino copla o romanza. 

   Así que le defenestro, al resumen, solo parándome a hablar de lo cerquita del cielo que uno se veía en el refugio construido en el pico del monte, y de lo solo que se puede encontrar un chaval en plena naturaleza, a esos años. 

   Sí, buitres y águilas volaban en cota menor que la mía, así que les veía por arriba, algo entonces inusual y que de veras daba mucha impresión. 

   Allí aprendí a cocinar con economía de medios. Allí aprendí a pasar miedo. Vi relámpagos zigzaguear por el suelo a escasos metros de mi guarida, el cielo casi apagado por la tormenta. Llegaba antes el trueno que el rayo, por así decirlo. 

   Lanzaba aullidos a los valles, desgarrados, sin motivo. Y los valles siempre me sorprendían. 

   Jugaba a ser niño bosque. Perseguía durante horas a una manada de trotones. Me subí del pueblo una teja para cocinar allí los hongos. 

   Leía y leía y leía, sin guardar de ello nada en el recuerdo. 

   Allí busqué el amor y lo encontré. Un amor largo y de poco compromiso. Un serrana delgada y con la nariz puntiaguda. Los ojos siempre brillantes. Las manos enrojecidas por trabajar. Solo nos veíamos por la noche.

   Hasta que, año tras año, regresaba justo para empezar las clases. Pareces venezolano, me decían. No sé si en su vida habrían visto a uno. Pero es que volvía renegrido, asalvajado, con el pelo sin cortar desde hacía meses. Quizá con la piel un poco más dura.









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