Se deslizaba la barca con sedosa gracia por riachuelos poco profundos. A una orden de la cotorra nos dejamos varar entre los mimbres de una orilla, cerca de donde acampaban unos niños bien pertrechados. Uniformes de campaña, boinas y pañuelo. Tiendas canadienses de tamaño medio-grande, de seis plazas cada una. Tiradas con regla, formando una "U". En el camino de entrada, en la loncha de un chopo, alguien había escrito a fuego: "Campamento Santa María la Mayor". -Aquí se quedó una historia a medio contar- me conminó la lora con gesto de pocos amigos. Y eso es lo que me propongo hacer, ir remachando lo que ya eran remiendos, en nuestro camino de regreso. Pero no será antes de mañana.
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