¿Pero dónde está ese toro que había que coger por los cuernos? A estas alturas. Si ya no sabemos ni qué pinta tiene. 

   Habremos de reconocerle eso sí, por su volumen, su estampa, su negritud y, sobre todo, por no ser habitual en nuestra existencia el hecho de tener que coger a un toro por los cuernos. 

   Y enterarnos ya, de una puta vez.

   Y así siguió el muchacho muchos días. Aunque no te lo creas. Hasta que lo tuvimos que ingresar un tiempito. Por su salud. 

   Cuando estuvo recobrado, aun en la puerta del sanatorio, nos reconoció la conveniencia de su internamiento. Pero que ya sabíamos cómo se ponía cuando quería explicar una cosa y no terminaba de explicarla. 

   Y sí, también estuvo otro día la dama de Elche, con "de" minúscula y ganas de bailar. Es lo que tiene que te pille cerca la Ruta del Bacalao. Y Yukio Mishima, antes de hacerse el destrozo. Y el señor Bartleby. Y el presidente del Recreativo de Huelva. Y los siete Infantes. Y... Ya ves Luis, a veces gente indeseable. Por ponerle un poco de picante a la vida.

   No podían faltar en el tarjetero del Marino las señas de Agustina, la de Aragón, a la que, por cierto, no había vuelto a ver desde entonces. Desde aquella vez que llegó a su casa ya casi al alba, con una botella medio vacía de Veterano y la subsiguiente borrachera. Venía rendida, se ve que de la batalla, y tan solo requería un lugar donde descansar. 

   Durmieron ambos abrazados en el catre del mostrenco. 

Gente grande

   Uno que, de alguna leve manera, me decepcionó fue Ernesto, el "Che" Guevara. Es lo que tienen los mitos, que ellos mismos se ponen el listón muy alto. Di que es cierto que venía de la mano de la cerdita Peggy y no sé si comprendía ese humor que tenía la puerca, tan fino.

   Y uno que, por el contrario, me sorprendió de un grato modo fue el rey Alfonso X de Castilla, al que llamaban "El Sabio". Le esperaba más engolado. 

   Ya te digo, los prejuicios, que suelen jugar malas pasadas.

   Pues sí, Luis. Seguía el Marino haciendo un recuento de los invitados que a su casa alguna vez habían acudido. Y pasados tres días continuaba el muchacho. 

  - ...Y una noche, ya siendo esta bien entrada, llegaron Roldán y Atila, brava pareja pero ambos de maneras delicadas, por más que dijese el vulgo. Y en otra ocasión apareció sin avisar don Ramón del Valle-Inclán con una hierba de la mejor calidad. También estuvo un día Manolo, labriego de campos cercanos. Llegó con mujer e hijas, las tres muy simpáticas. 

  Y seguía y seguía...

   - ...Grata sorpresa supuso la admirable entrada que realizó un australopiteco, chocando suavemente la mano contra  su extensa frente, a modo de saludo. Dijo divertirse pero pronto se recogió con la disculpa de ser largo el camino de vuelta a su casa. Esa noche amenizaba nuestra estancia Óscar con su tamboril de lata. Y para que veas, otro día estuvo Mr. E, que la víspera había triunfado nada menos que el Royal Albert Hall. Ay, qué grande mi amigo Mark.

   Curiosamente, a la mesa del Marino también acudió un día Lole, la de Manuel, que vino con su madre La Negra y su hijita Alba. La niña, por entonces, no tenía el tipo de modelo top que luego se le ha puesto. No me preguntes el motivo porque no lo recuerdo, pero guardo una imagen triste de aquella tarde.

(continúa)

   Si por su mesa habían pasado Suleiman y Marco Polo. Carlomagno y Noor de Jordania (ya viuda). Almodovar y Chindasvinto. La Momia y Lafayette. El Sexto de Caballería y James Bond. Alcazar y Pedrín. La mona Chita. La Osa Mayor. Zaratustra. 

   Y la Orquesta del Titanic (manda huevos). Y el Pelusa y Rigodón. Bautista y sus siete males. Artemio y Miguelón. Donatelo (Donato di Niccolò di Betto Bardi). De la familia Monster solo faltó Grandpa, por problemas de próstata. Excusó la ausencia. 

   También asistieron, en diferentes ocasiones, Chanquete y Pedro Reyes. Vilma con Viriato (se los vio muy acaramelados, pobre señor Picapiedra). También Larry Bird con los Gemelos de la Pradera (el ala-pívot se empeñó en cantar y tuvieron los muchachos que acompañarle). 

Hoy era el día

   Hoy era el día. Ya desde ayer lo sabíamos, cuando cogimos carrerilla. Lo de "a la de uno, a la de dos..."

   Hoy era, sin dudarlo, el día.

   Por varios y peregrinos motivos. Ya se le estaban agotando las canciones diarias. Ninguna sociedad produce tanto valor. Y además, tan solo le quedaban unas pocas imágenes con que acompasar sus desvaríos. Ninguna factoría era capaz de habilitar tantos poderíos. De ponerlos a su disposición. 

   Sí. Tenía el chaval la sensación de haberlo contado ya todo. De que no quedaban agujeritos en la carcoma de la existencia que creosotar, pinchazo a pinchazo. De haber consumido ya los trucos. De haber malgastado las trampas. De haberse vuelto o viejo o perezoso. Si total, para qué.

   

   (continua)

Ecos en la mar salada

   Y ahora va y resulta que, cuando parecía que los pasos estaban encaminados, la inercia solventada, incluso las ganas, ay, las ganas, ahora va y resulta que ha escuchado, el Marino, ecos de la mar salada. De puerto le llegan barruntos. No. Guerra no hay pero pudiese su tropa andar en peligro. 

   Olisquea los vientos, Gulliver, como un lobo feroz, como un lobo temeroso. Ay, que pena los lobos. Duda. Se inquieta. Recorre los largos del lugar en el que no recuerda estar. Otra vez hinca la nariz en el aire. No discierne los signos, no son nítidos los augures. Rebufa con fuerza. Gruñe para sus adentros. Extravía la mirada como un niño enfermo, febril. Dos aves carroñeras alargan su cielo. Otra vez olfatea los vientos pero no son mayores las pesquisas.

   Hay que joderse, Luis. Así es que no vamos a llegar nunca.

   Tenía razón el inmenso Luis. Le había querido tangar el Marino. Él contaba con los dedos. Se tocaba primero el pulgar. Luego el índice. Y pasaba así al de en medio, también llamado corazón. Y allí se le acababa la cuenta. Y el título de la entrada anunciaba otra cosa. 

   Luego le vino el Marino con historias y acertijos. La verdad es que se le estaba acabando la paciencia. 

   No sin mérito y esfuerzo ha aguantado el Navegante, no sin trabajo ha aguardado a que los brotes empezasen a brotar, que es lo que tienen que hacer los brotes cuando la época llega (en su jardín), para así insuflarse el Muchacho de la fuerza terráquea, de la energía terrenal. Y vital y hasta mundial. La fuerza enérgica o energética o la fuerte energía. Que va a necesitar para los siguientes y (dios lo quiera) últimos capítulos de nuestras andanzas.  

   Señoras, señores, abróchense los cinturones.

Artera

   La tal chorrada de las tres fotos de estos días (por cierto, de huellas que el tronco de la hiedra dibuja en un muro, la adivinanza era saber cuál era la adivinanza), la tal chorrada, decía, me ha servido, cual ladina arpía que soy, para cementar otros pocos ladrillos en esta ruina de edificio.

   Y me servirá, arteramente, para un día más, si tu agudeza no ha alcanzado los mínimos que servidor esperaba. Ay, los enigmas tristes. 

   Supongo que sabrás que la artera es un pedazo de hierro fabricado a mano las más de las veces, instrumento con el que cada familia marcaba su pan cuando solo había un horno, pero era usado, eso sí, por todo el pueblo. Mañas con que los humanos intentamos que no nos engañen y también encementar ya de una vez o echar abajo esta construcción por la que parece haber pasado no un tornado sino unos cuantos.   

   Ay.
   

   Para lo de tu tercera y última oportunidad, nos mudamos al reino vegetal. Yo pensé al principio que alguien había pintado en el muro. ¿Una flor de espliego lavanda? ¿Quién perdía el tiempo en tales divertimentos?

Perro

   Hoy es un perro emperifollado. Que nos mira con descaro. Si nos fijamos un poco, podemos adivinar que se asoma a un abismo. Pero no parece que sufra de vértigos, el animal. ¿Cómo habrá dejado adornarse con semejante cuello cervantino?

Calambur

   O, por hacernos otro recodo del camino, proponerte un acertijo. Y de recompensa, si lo adivinas, te dejo pedirte que acabe ya esto cuanto antes. Lo cual no es poco. 

   Así que vayamos ya al calambur. 

   "Iba el zorrito tan ufano que su reflejo en el río se había convertido en un gallo cocorico, que (clueco y chulapo) nos miraba de frente".

¿Ha llegado el momento?

   Aunque dan ganas, de nuevo, de no llegar. Y contarte, por ejemplo, que me ha venido un amigo, desesperado, con la peregrina idea de montar una tienda de quesos rallados. "¿Todos rallados?", le he preguntado. Ha asentido con la cabeza, más bien triste. No sé si tendrá aquí el pobre mercado.