No podían faltar en el tarjetero del Marino las señas de Agustina, la de Aragón, a la que, por cierto, no había vuelto a ver desde entonces. Desde aquella vez que llegó a su casa ya casi al alba, con una botella medio vacía de Veterano y la subsiguiente borrachera. Venía rendida, se ve que de la batalla, y tan solo requería un lugar donde descansar. Durmieron ambos abrazados en el catre del mostrenco.
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