miércoles, 27 de agosto de 2014

Emisión suspendida

   Debido a las evidentes DEFICIENCIAS Técnicas Que this in English Blogo ESTA padeciendo, suspendemos la emisión. 

   Permanezcan atentos a sus pantallas.








Cómo se caza un murciélago

   Nosotros, de DE como Agamenón, del Siempre le Buscamos a parte Positiva las Cosas hacer.

   De aquellos Veranos marciales y de compañerismo masculino, saque dos Lecciones Que AÚN Hoy No sí Olvidado. 

   En Un Fuego de Campamento (ya ves, no nos privábamos de nada) de la ONU mando Con pinta de lo Hoy Que Seria ONU perroflauta nos explicó la Manera de cazar Murciélagos. Se trataba de Esperar Una anocheciera cola Para Qué Estós Roedores sobrevolasen cabezas NUESTRAS En El Cielo serrano. Luna Cuanto Menos Mejor, Claro. Trabajo en Equipo. MIENTRAS UNOS apuntaban estafa SUS punto Linternas ONU ONU FIJO DEL UNIVERSO, Haciendo estafa Ello ONU foco de Como de concierto de Michael Jackson, Otros Pocos lanzaban al centro del haz SUS boinas. Los Animales, inmersos en verso col En Un ambiente lumínico hostil e inesperado, relajaban reflejos SUS en Cuanto a lo de las ondas AEE Que emiten a la par la Que reciben, Y Si dirigían a El los Objetos Obscuros. Ahí Hasta, la Teoría.   

   Y Ahí les Tienes a Todos mandando SUS boinas al cielo. 

   Me parecio aquéllo tan Científico Poco Que, silenciosamente, me separé del Grupo y me sente (a echarme cigarro un, -Supongo). 

   Al Canónico Isidoro Díaz Murugarren, En que cochinadas estaria yo pensando le parecio Faltan mi Falta de ardor guerrero, la apatia Que iba a llevarme a Los Infiernos. Del brinco Más Rápido Que pegue en mi vida, me levante y me acerqué al Grupo, Intentando camuflarme en EL. Cogi mi boina Entre Los Dos Dedos, Por no diferenciarme del resto. De Repente, Por El rabillo del ojo, nota Que se aproximaba zigzagueando Una mancha minúscula, oscura Mas Que la oscura noche. 









martes, 26 de agosto de 2014

   El Tiempo, Ya Sabes, Suele Jugar de mi parte.  

   Lo de Las fiestas Nocturnas Práctica Diaria era y yo Célèbre las Siguientes estafa gran placer, dejandome agasajar Por El Resto.

   Mas hete Día de las Naciones Unidas Que aquí, mis compañeros MIENTRAS realizaban el rito de Las ofrendas, no Pude Menos Que Decir:

   - El chocolate de SE El es mío. 

   Y él here exclame en el Preciso Momento En El Que el mostrenco del Pájaro depositaba Una tableta en el centro del corro. 

   ¿De Como Pude determinacion tal estafa contestar?, Preguntarás del te, al no Ser demasiadas las marcas registradas Que ENTONCES SE podian comprar. Ja. El Tiempo, Que se Pone A Veces de mi parte. 

   Tenia yo Una tía, Julia, hermana de mi Madre, Que trabajaba en el hotel de la ONU en Hendaya. Fíjate Que Cerca del Consuelo Pero patrio ENTONCES los Pirineos Eran Muy Pirineos. Que ASI, soltyera, sola, El Pecado Casi Tiempo Libre, Cuando venia Una visitarnos traia la maleta plagada De Regalos Que Hasta Exóticos no paraban. Colonias inexistentes, olorosísimo cafetería ¡en Paquetes al Vacío, ropa elegante para mi Madre ... Y Si, chocolate negro ONU Pero sabroso y de uñas Marcas:!: Todas Escritas en Francés. 

   Ahi la cago el mostrenco. Todos hicieron Por tranquilizarme y en mi resignación Tuvo hacer castigo. Seguia dándose SUS paseos en solitario Pero la cabeza ya no era altanera remetida sino-Entre el los Hombros. No pedia ya Lumbre ni. 

   No Te Voy A Decir Que aquéllo le cambiase la vida. Lo ultimo Que se de El, y ESTO HACE UNOS CUANTOS ya Jahr, es Que Trabaja de serie Parr Agente de Segunda y estupendo si cae algun Anuncio. Trabaja de Secundario en series de Segunda. De Secundario Muy. El Que Pasa Por Delante de la Cámara Por dar veracidad a la trama. El Que Hace Que Cena en la Instancia de instancia de parte Más alejada del comedor ¿Donde Sí Cena En Una toma de la serie de Segunda. Eso si, le ves Por Burgos y PARECE Que Llegado Haya Robert Taylor. 







lunes, 25 de agosto de 2014

   Fíjate, Luis. De aquellos días boy-scouts me acuerdo que no bebíamos alcohol pero sí fumábamos como carreteros. No eran edades así que debe de tratarse de un recuerdo falso, que también los hay. Así que no sacamos de nuestras pardas mochilas ni una botella con que, por nuestra cuenta, hubiésemos completado las viandas maternales. 

   El toque de silencio (sí, toques corneteros también teníamos) era a las diez y media y la oficialidad marcaba que contábamos con media hora de regalo para atrapar el reparador sueño. La verdad es que, si no hacíamos mucho ruido, podíamos quedarnos hasta las doce sin temor a castigos. Hasta los mandos, quién iba a decirlo, tenían su corazoncito. Pasada la medianoche, cenicientos, si éramos pillados, ya sabes... al mástil de la bandera un rato proporcional al tamaño del pecado o falta cometidos. 

   Aquello le daba un punto adrenalínico a nuestras pacatas fiestas nocturnas. Minorábamos la intensidad de nuestras linternas con la pañoleta u otra tela que sirviese para el mismo fin. Hacíamos un corro de piernas cruzadas dentro de la tienda. Y cada uno sacaba sus alimentos y los dejaba en el centro. Todo un ritual. Que todo completaron menos servidora, ya que por más que rebusqué en la mochila no encontré ni miga de pan. 

   - Joder, me han robado la comida.

   Un par de compañeros escudriñaron en la bolsa hasta cerciorarse de que lo que decía era cierto. "Bueno, no pasa nada. No nos agobiemos. Y tal y cual". Eso es lo que más o menos me expresaron todos. 

   No. Todos no. Ahí salió el carácter de Pedro Pájaro, y sus maneras, ya que nada menos que insinuó que seguro que me habría dado un banquetón cuando no me veían. Aquí el gordito. La respuesta fue automática y aunque el resto hizo lo que pudo por evitarlo, adivina quién se pasó un buen cacho de noche atado al palo de la bandera.













viernes, 22 de agosto de 2014

Cómo...

   De aquellos barros vienen estos lodos. Ahora que tan devaluada está la Transición, añadamos nuestro granito de descrédito. Y es que sí, muchos de aquellos mandos de campamento que tan bien organizaban nuestros veranos, han seguido organizándonos la vida hasta ahorita mismo. Lo del mérito y la capacidad es, traído aquí, más que una burla una burda estafa. Algunos, con un cuarto de hora de bachillerato, han llegado hasta las más altas cumbres. Ya sabes, montañas nevadas, banderas al viento. Y que el Movimiento se demuestra andando. Desde jefes de secciones variadas, hasta secretarios territoriales, presidentes de diputación, senador. No se les ha dado mal ocupar la parte alta del escalafón. Y de aquellos barros...

   Pero volvamos, aunque sea a rastras, por el sendero que tomamos, que pronto se va a hacer de noche y quizá veamos murciélagos. 


  






jueves, 21 de agosto de 2014

Apuntes del natural (apunte veraniego)

   Es en esta época estival cuando más me sorprendo arrascándome la espalda en cualquier esquina. 

   Seguramente es porque ahora es cuando el tiempo meteorológico reseca más mi ya de por sí delicada piel. A eso hay que añadir un mayor flujo en las glándulas sudoríparas, de las que, parece ser, estamos  rodeados, y la proliferación de variadas especies de insectos que se alimentan de nosotros (aunque a ínfima escala, eso sí) y al hacerlo provocan el nacimiento de granitos que pican. No ayuda nada el hecho de gustar de andar por la vida vestido únicamente con unas bermudas y sandalia chancleta. 

   Yo antes llegaba perfectamente a rascarme con las uñas de las manos cualquier lugar de la espalda. Ahora, en cambio, bien por la incipiente barriguilla que se me está poniendo que entorpece el necesario giro, bien por el mero trascurrir del tiempo cronológico, que anquilosa, hay a sitios que no llego ni por arriba ni por abajo, lo que, automáticamente, hace que el picor sea mayor. 

   Mis esquinas preferidas son las de las puertas, con ángulos más perfilados que los marcos y no tan ásperas ni frías como las de las calles.











miércoles, 20 de agosto de 2014

Cómo matar a un ruiseñor (o así)

   Malo ha de ser por necesidad el texto que requiere de tanta explicación. Ya que estábamos saboreando un cremoso helado mientras discurríamos del modo conveniente para hacer detenerse al tiempo sin que apenas se notara. 

   Y hemos ido a parar, sin saber muy bien cómo, a una fiesta secreta y nocturna, también gastronómica, en una tienda de campaña de un campamento de los de entonces.

   Los campamentos de entonces eran como el servicio militar pero a escala 1:4. Mezcla de kibutz y ejercicios espirituales, todos tenían su punto fascista, bien por las maneras y las órdenes bien por los símbolos bien porque siempre había un mando capellán para impartirnos sabios consejos sobre cómo tratar el alma y manejarse sin peligro para esta con los pendejos cuerpos. El nuestro era toda una institución. Se llamaba don Isidoro y era nada menos que canónigo de la Catedral. Para nosotros, aquello significaba que estaba sólo a dos escalones del Papa (Pablo IV, si mal no recuerdo).

   Era todo un personaje, sí,  en la sociedad burgalesa de entonces. Menudo, de pasos rápidos y vigorosos; no hablaba, ordenaba. En nuestro campamento (y en todos), cuando salíamos a hacer una marcha en condiciones, siempre íbamos cantando. Canciones guerreras o la de "Margarita se llama mi amor". Y también un versión bastante libre de la Aida de Verdi, por un mando amante de esa ópera. Pues nunca faltaba tampoco una que decía más o menos así: "En el arca de Noé / todos caben, todos caben. / En el arca de Noé / todos caben menos usted.... // Don Isidoro dice así: / 'En el campamento no queremos / ni ursulinas ni merengues'".



   Pobres discípulos amansados. Mas no oí nunca, ni entonces ni en los años venideros, comentario alguno referido a esas malas artes que tan extendidas parecían estar en aquellos días entre el clero. 







martes, 19 de agosto de 2014

Cómo cazar un murciélago (3 o así)

   Era Pedro Pájaro, ya lo hemos contado, un chaval sorbido por sí mismo. Iba de elegante, lo que en aquella situación se lograba con uniforme de quita y pon. Así que mientras los demás llegábamos hechos una mierda del polvo del camino después por la subsiguiente caminata que nos habíamos pegado, en condiciones, sacudíamos como podíamos la mugre y a otro tema, PP se cambiaba el disfraz y aparecía hecho un pimpollo. Pese a su corta edad era el más veterano del fiestorro y eso se notaba, sobre todo, en que la preceptiva insignia clavada en la preceptiva boina era de mayor peso y relieve. De metal del bueno. Del mismo que estaba fabricado el anillo con el que sujetar la pañoleta de grupo. Iba hecho un Petronio, pero a nosotros nos la sudaba. 

   Por aquello de la antigüedad, gustaba de pasearse solo por toda la instalación, con aires de contramaestre, haciendo que saludaba a un lado y a otro, deteniéndose apenas para solicitar con un gesto fuego para su cigarro. 

   Pero qué tiene que ver Pedro Pájaro en esta nuestra historia. Para saberlo, quizá debamos esperar hasta mañana. 








lunes, 18 de agosto de 2014

Como cazar... (2)

   Los antecedentes de la otra ocasión en la que tuve que "hacerme de valer" en aquellos campamentos son más intrincados o simplemente más retorcidos. Yo, encima, los recuerdo vagamente. 

   Se ve que nuestros padres no confiaban del todo en los organizadores del asunto y añadían a nuestro equipaje alimentos con los que quizá completar una escasa dieta. No tengo un especial mal recuerdo de las comidas que allí nos daban. Ni por su calidad ni por su cantidad. Pero aquellas viandas secretas nos servían para hacer una segunda cena, ya tocada la queda, medio fiesta de pijamas, dentro de la tienda de campaña. 

   En cada una morábamos media docena de acampados. Como nos dejaban elegir, a mí me tocó con los dos amigos con los que había ido, con los primos de uno de ellos, que eran a la sazón los que te contaba el otro día que zurré, y un chaval de apellido Pájaro. Aunque igual no era apellido sino mote que iban pasándose en su casa de generación en generación. Lo que llaman nom de famille. Niño consentido, arrogante, jugaba a ser lobo solitario cuando nada más llegaba a zorrito despistado y con sarna. Iba de pirado, cuando allí el verdaderamente pirado era otro novato como yo, al que le tocaron peores veteranos o vete a saber. Era delgado como una estela y nunca perdía una sonrisa que acentuaba su estado interior. Por defenderse de las bromas gruesas, se agenció (por las proximidades ) una piedra más grande que un puño, la ató a una cuerda de tres metros y a la menor sospecha de peligro en las inmediaciones, él giraba y giraba la piedra. Como los nudos no parecían mañosamente ejecutados, el círculo de tranquilidad se agrandaba mucho más allá de esos tres metros. "Que se va a soltar la piedra y vas a matar a alguno", le decían los mandos, pero allí no se acercaba ni dios a convencerle. Y así se pasó íntegras las dos semanas. Al final, todos le conocíamos como Pedrolo. Lo último que sé de él es que trabajaba en un petrolero kuwaití y que no ha perdido la sonrisa.

   Pero ya nos fuimos por dónde no era, Pulgarcito. Volvamos, pues al Pájaro









miércoles, 13 de agosto de 2014

Cómo cazar un murciélago (cap. 1)

   Cómo eran nuestros veranos cuando teníamos la edad de la Pollo. Algo ya te he contado. Pueblo. Más pueblo. Visita a los de Quintanar. Visita a los de Riocavado. Igual igual, un día a una playa de Santander.  Si te paras a pensarlo, tampoco era mal plan.

   Luego llegó lo de los campamentos. Yo esto lo cogí con retraso, debido a una falta de perspicacia por parte de mis progenitores. O quizá solo fuese que no podían con el desembolso. Vete a saber. La cosa es que la primera vez que fui, mis amigos ya llevaban yendo 3 o 4 años. Mis amigos y, por lo que comprobé, todo quisque que allí acudía. Con lo que yo era novatón hasta para los más pequeños. 

   Ello hizo que tuviera que demostrar mi valor. Yo ni sabía dónde tenía guardado el valor pero lo encontré rápido. Me pegué con dos o tres, cuando como sabes soy reacio a cualquier tipo de violencia. Tuve más suerte que maña, con el primer contrincante que venía acompañado de cerca por el segundo, que encima era su hermano. Nos cogimos dentro de la tienda de campaña. Yo estaba atizando lo que podía, que no sería mucho dado lo angosto del lugar, que impedía a los puños coger el arco necesario para proveerles de la suficiente aceleración. Al hermano mayor ya le tenía bien inmovilizado pero el pequeño, el muy cabrón, se abrazó a mi cuello y no había manera de hacer que se soltase. Con el revoltijo que los tres formábamos no es de extrañar que alguien golpease fortuitamente uno de los mástiles de la tienda, con lo que el tubo que hacía de cumbrera, fabricado en tiempos en los que lo el aluminio y el titanio era puritas entelequias, en fin, el tubo de hierro fue a caerle al hermano pequeño precisamente en mitad de la nariz, con gran dolor a tenor de sus alaridos y abundante derrame de sangre por la nariz. Quedó aquel combate bruscamente interrumpido. Y todos me dieron por vencedor. La hazaña me costó pasarme un buen cacho de noche atado al mástil de la bandera, lo cual siempre era tomado más como un premio que como un castigo. Eso sí, soy fatal durmiendo de pie. 

   El otro envite, que por sí solo daría para varios gulliveres, te lo resumiré adecuadamente.

   Aunque quizá esperemos a saberlo hasta mañana o un poquito más, no vaya a ser que se me acaben los días de contarte, o qué sé yo.














martes, 12 de agosto de 2014

Cómo se caza un murciélago (prólogo)



   Hacer que el tiempo se detenga. Es difícil, creo yo. Algo así como fabricar un perpetuum mobile mas al contrario. Es decir, encontrarse de frente con el negativo reflejado en los espejos de nuestro propio yo. Y sin derrochar energía. Ni una gota. Si no es trampa. 

   Viene esto a cuento ya que lo que pensaba en ese preciso momento tenía forma de recuerdo pasado, valiendo en este caso la redundacia. 

   ¿Tú sabes cómo se caza un murciélago? 












lunes, 11 de agosto de 2014

   
   Sentado en la terraza de la heladería, lamiendo con descuido el helado de cuyo sabor ya no recuerda el nombre, el enviado sigue pensando. Piensa en el trascurso del tiempo. Piensa tantas veces en ello que ya no sabe si piensa las mismas cosas cada vez, siendo éste material tan maleable y sustancioso. 

   Observa con pasión de voyeur a la chica de la barra servirles a una pareja de mocosos maleducados unos cucuruchos enormes, con una docena de bolas heladas cada uno, mientras la que parece su madre, embebida en la pantalla del móvil, ni dirige la mirada a la chavala, cuando le alarga displicente un billete recién salido de la fábrica. 

   Ciertas veces, al muchacho le parece ser capaz de parar el tiempo, de evitar que transcurra. Algo así como Regreso al futuro pero al revés, no sé si me entiendes.




   No, esta vez las cosas siguen su divagar. Las nubes, pese al escaso viento, se mueven por el cielo con dirección al Sur. Las pelotas del frío helado siguen posándose con celo de constructora de pirámides en el cono de  barquillo y no se quedan suspendidas y suspensas en la nada aérea. El mundo es mundo.    


(Continuará)





viernes, 8 de agosto de 2014

Mercedes inmarcesible

   En la vida de todo chaval que haya vivido (lo confiese o no) existe un criatura casi fantasmal, por lo inaccesible. Se cruza el chaval con dicho ser por cualquier esquina del barrio y sus doce años se ruborizan por completo aunque posea la absoluta seguridad de resultar del todo trasparente para ese ser. Y es que aún así...

   Pelo moreno (casi negro), ojos también oscuros, grandes pero almendrados, lo que aporta al conjunto un aire oriental, exótico. Cuerpo denso, duro, poderoso, sobre todo en las piernas, que mueve con lo que parece ingenuidad y vete tú a saber. Viste como vestían las muchachas entonces. Vaqueros Wrangler o Jesus o Lee. Jersey de cuello alto. Quizá camperas tratadas con sebo de caballo. Las tetas son igual de rotundas que el resto del animal. Con los picos apuntando al frente. Esas ojeras también las tenía entonces. Venían de fábrica. Tiene con ellas una expresión apenas un poco triste. O es solo melancolía. Mas cuando te has parado a observarla en compañía, gasta conversación igual de fácil que sonrisa, que donde más se le nota es en un titilar del brillo de los ojos. 

   Una auténtica pena que, tanto ayer como ahora, fuese un par de años mayor que yo. 









jueves, 7 de agosto de 2014

Enseñar, esconder


   Como eres de natural curioso y siempre tienes ganas de aprender estoy seguro que el final de la entrada de ayer te dejó quizá un pelo decepcionado. Pero hablé y lo mantengo de saber guardarme mis cositas íntimas, esas que me cuento a mí mismo. Y solo en voz alta.

   Lejos está de mi intención provocarte sensaciones negativas, aunque sea por omisión, que era una de las cuatro maneras o formas de pecar. No se me ha ocurrido mejor modo de sortear ese riesgo que esta que aquí ves:













   Enseñar, esconder. Es solo otra forma de contar.


miércoles, 6 de agosto de 2014

Hablando en alto



  Ya son tres las veces en las que me he sorprendido hablando solo. En lo que llevamos de semana. Por una parte, y dado que (en esta etapa) tiendo al optimismo más irracional, me he sentido feliz del descubrimiento, ya que de ello prontamente se deduce que tengo cosas que contarme. 

   Como sabrás, uno se da cuenta de que habla solo únicamente cuando nota que le han pillado, que  sospecha que está siendo observado por alguien que se sonroja de su proceder. Ya sabes, lo de la vergüenza ajena. 

   ¿Qué me voy contando estas veces?, sin duda te preguntarás, mas pertenecen esas cuitas al más estricto ámbito de lo privado. Te extrañará semejante escapatoria, dado que no soy parco en la concesión de intimidades, así que solo imagina el cariz de mis pensamientos cuando me vienen en voz alta. 






martes, 5 de agosto de 2014

   Me senté en una mesa de la terraza de la heladería. 

   Como solemos hacer la gente de mar, elegí con puntilloso esmero el lugar donde repanchingarme. Las espaldas cubiertas de potenciales peligros y el mayor campo visual que el escenario permitiera. Así opté por un asiento con vistas tanto a la gente que por allí circulaba como a los que hacían descanso en el mostrador, donde reinaba (también al alcance de mi escrutinio) la niña de los helados.  

   En la mesa, un cenicero de vidrio y escasa capacidad, un florero de tarrina reciclada donde convivían con bastante armonía unas cuantas olorosas y una carta con todas las variedades de sorbetes, granizados y demás productos con que el franquiciero abastecía a la muchacha.

   Tan a gusto me encontraba que me dio por volver a pensar.   










lunes, 4 de agosto de 2014

El kiosco de helados

   Desperezado por segunda vez en lo que llevamos de escasa mañana trascurrida,  dejé vagar mis pasos al mero azar, en la creencia de no tardar en encontrar una de las varias salidas que el jardín, sin duda, debía de tener. Noté una mayor afluencia de visitantes, quizá por la hora, mamás, mayormente, que empujaban sin esfuerzo carritos último modelo (o generación, yo ya no sé), donde cobijaban a sus recién engendrados del ambiente exterior.  La mayor parte iba en parejas. 




   A las afueras del parque, que ya se adivinaban por el ruido de los motores, la existencia de calles, edificios, en fin, del resto de la ciudad, me topé con un quiosco de helados y se me antojó tomarme uno.  Lo regentaba una muchacha que apenas habría traspasado la mayoría de edad. Era tan grande y extraña su belleza que costome decidirme en la elección de los sabores. A falta de otros clientes que atender, ella posó su sonrisa en mis dudas y esperó sin prisa. Era amplia la gama de gustos, vive dios, y abarcaba todas las especies de frutos tropicales y alguna más por mí desconocida. Me pareció complicado que la muchacha tuviese allí metidos aunque no más fuese uno de cada clase. Me acordé de mi madre y sus elogios a los beneficios del orden. 

   Le pedí uno de vainilla y chocolate, un pelo enfadado conmigo mismo ante la vulgaridad de mis gustos. No observé decepción en la chica, lo cual tenía su parte buena y su parte mala. O al menos podría tenerlas. Por lo que decidí sentarme en una de las mesas que rodeaban el kiosco, cubiertas por sombrillas, por ver si averiguaba qué parte de las dos pesaba más. 

La heladera, quizá un poco resfriada.








viernes, 1 de agosto de 2014

Receso indebido

   En aquel rincón (otra esquina del mundo, hay muchas, otro escondite, otro resguardo donde lamerse las inexistentes heridas), con las espaldas a salvo de ataques insospechados por un seto de boj de diez palmos de talla y de espeso e intrincado ramaje,  y cubierta, además, mi mollera por el techo de las hojas de un árbol vulgar, diome por ponerme a pensar.

   Vagan, cuando eso, mis escuálidos razonamientos, llamémosles ocurrencias, de lo preciso a lo genérico, de lo presente a la parte atemporal del mundo universo, quizá más trascendente. Si estas (famélicas) reflexiones se retuercen y de tanto ir y venir no fijan en un punto concreto sus propósitos, me suele entrar la modorra.

   Así ocurrió aquella vez  por lo que desperteme de mal genio pasado un tiempo impreciso. La boca pastosa, el cuello adolorido, otro distinto yo.