Luego llegó lo de los campamentos. Yo esto lo cogí con retraso, debido a una falta de perspicacia por parte de mis progenitores. O quizá solo fuese que no podían con el desembolso. Vete a saber. La cosa es que la primera vez que fui, mis amigos ya llevaban yendo 3 o 4 años. Mis amigos y, por lo que comprobé, todo quisque que allí acudía. Con lo que yo era novatón hasta para los más pequeños.
Ello hizo que tuviera que demostrar mi valor. Yo ni sabía dónde tenía guardado el valor pero lo encontré rápido. Me pegué con dos o tres, cuando como sabes soy reacio a cualquier tipo de violencia. Tuve más suerte que maña, con el primer contrincante que venía acompañado de cerca por el segundo, que encima era su hermano. Nos cogimos dentro de la tienda de campaña. Yo estaba atizando lo que podía, que no sería mucho dado lo angosto del lugar, que impedía a los puños coger el arco necesario para proveerles de la suficiente aceleración. Al hermano mayor ya le tenía bien inmovilizado pero el pequeño, el muy cabrón, se abrazó a mi cuello y no había manera de hacer que se soltase. Con el revoltijo que los tres formábamos no es de extrañar que alguien golpease fortuitamente uno de los mástiles de la tienda, con lo que el tubo que hacía de cumbrera, fabricado en tiempos en los que lo el aluminio y el titanio era puritas entelequias, en fin, el tubo de hierro fue a caerle al hermano pequeño precisamente en mitad de la nariz, con gran dolor a tenor de sus alaridos y abundante derrame de sangre por la nariz. Quedó aquel combate bruscamente interrumpido. Y todos me dieron por vencedor. La hazaña me costó pasarme un buen cacho de noche atado al mástil de la bandera, lo cual siempre era tomado más como un premio que como un castigo. Eso sí, soy fatal durmiendo de pie.
El otro envite, que por sí solo daría para varios gulliveres, te lo resumiré adecuadamente.
Aunque quizá esperemos a saberlo hasta mañana o un poquito más, no vaya a ser que se me acaben los días de contarte, o qué sé yo.
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