Era Pedro Pájaro, ya lo hemos contado, un chaval sorbido por sí mismo. Iba de elegante, lo que en aquella situación se lograba con uniforme de quita y pon. Así que mientras los demás llegábamos hechos una mierda del polvo del camino después por la subsiguiente caminata que nos habíamos pegado, en condiciones, sacudíamos como podíamos la mugre y a otro tema, PP se cambiaba el disfraz y aparecía hecho un pimpollo. Pese a su corta edad era el más veterano del fiestorro y eso se notaba, sobre todo, en que la preceptiva insignia clavada en la preceptiva boina era de mayor peso y relieve. De metal del bueno. Del mismo que estaba fabricado el anillo con el que sujetar la pañoleta de grupo. Iba hecho un Petronio, pero a nosotros nos la sudaba. Por aquello de la antigüedad, gustaba de pasearse solo por toda la instalación, con aires de contramaestre, haciendo que saludaba a un lado y a otro, deteniéndose apenas para solicitar con un gesto fuego para su cigarro. Pero qué tiene que ver Pedro Pájaro en esta nuestra historia. Para saberlo, quizá debamos esperar hasta mañana.
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