lunes, 25 de agosto de 2014

   Fíjate, Luis. De aquellos días boy-scouts me acuerdo que no bebíamos alcohol pero sí fumábamos como carreteros. No eran edades así que debe de tratarse de un recuerdo falso, que también los hay. Así que no sacamos de nuestras pardas mochilas ni una botella con que, por nuestra cuenta, hubiésemos completado las viandas maternales. 

   El toque de silencio (sí, toques corneteros también teníamos) era a las diez y media y la oficialidad marcaba que contábamos con media hora de regalo para atrapar el reparador sueño. La verdad es que, si no hacíamos mucho ruido, podíamos quedarnos hasta las doce sin temor a castigos. Hasta los mandos, quién iba a decirlo, tenían su corazoncito. Pasada la medianoche, cenicientos, si éramos pillados, ya sabes... al mástil de la bandera un rato proporcional al tamaño del pecado o falta cometidos. 

   Aquello le daba un punto adrenalínico a nuestras pacatas fiestas nocturnas. Minorábamos la intensidad de nuestras linternas con la pañoleta u otra tela que sirviese para el mismo fin. Hacíamos un corro de piernas cruzadas dentro de la tienda. Y cada uno sacaba sus alimentos y los dejaba en el centro. Todo un ritual. Que todo completaron menos servidora, ya que por más que rebusqué en la mochila no encontré ni miga de pan. 

   - Joder, me han robado la comida.

   Un par de compañeros escudriñaron en la bolsa hasta cerciorarse de que lo que decía era cierto. "Bueno, no pasa nada. No nos agobiemos. Y tal y cual". Eso es lo que más o menos me expresaron todos. 

   No. Todos no. Ahí salió el carácter de Pedro Pájaro, y sus maneras, ya que nada menos que insinuó que seguro que me habría dado un banquetón cuando no me veían. Aquí el gordito. La respuesta fue automática y aunque el resto hizo lo que pudo por evitarlo, adivina quién se pasó un buen cacho de noche atado al palo de la bandera.













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