Y hemos ido a parar, sin saber muy bien cómo, a una fiesta secreta y nocturna, también gastronómica, en una tienda de campaña de un campamento de los de entonces.
Los campamentos de entonces eran como el servicio militar pero a escala 1:4. Mezcla de kibutz y ejercicios espirituales, todos tenían su punto fascista, bien por las maneras y las órdenes bien por los símbolos bien porque siempre había un mando capellán para impartirnos sabios consejos sobre cómo tratar el alma y manejarse sin peligro para esta con los pendejos cuerpos. El nuestro era toda una institución. Se llamaba don Isidoro y era nada menos que canónigo de la Catedral. Para nosotros, aquello significaba que estaba sólo a dos escalones del Papa (Pablo IV, si mal no recuerdo).
Era todo un personaje, sí, en la sociedad burgalesa de entonces. Menudo, de pasos rápidos y vigorosos; no hablaba, ordenaba. En nuestro campamento (y en todos), cuando salíamos a hacer una marcha en condiciones, siempre íbamos cantando. Canciones guerreras o la de "Margarita se llama mi amor". Y también un versión bastante libre de la Aida de Verdi, por un mando amante de esa ópera. Pues nunca faltaba tampoco una que decía más o menos así: "En el arca de Noé / todos caben, todos caben. / En el arca de Noé / todos caben menos usted.... // Don Isidoro dice así: / 'En el campamento no queremos / ni ursulinas ni merengues'".
Pobres discípulos amansados. Mas no oí nunca, ni entonces ni en los años venideros, comentario alguno referido a esas malas artes que tan extendidas parecían estar en aquellos días entre el clero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario