miércoles, 20 de agosto de 2014

Cómo matar a un ruiseñor (o así)

   Malo ha de ser por necesidad el texto que requiere de tanta explicación. Ya que estábamos saboreando un cremoso helado mientras discurríamos del modo conveniente para hacer detenerse al tiempo sin que apenas se notara. 

   Y hemos ido a parar, sin saber muy bien cómo, a una fiesta secreta y nocturna, también gastronómica, en una tienda de campaña de un campamento de los de entonces.

   Los campamentos de entonces eran como el servicio militar pero a escala 1:4. Mezcla de kibutz y ejercicios espirituales, todos tenían su punto fascista, bien por las maneras y las órdenes bien por los símbolos bien porque siempre había un mando capellán para impartirnos sabios consejos sobre cómo tratar el alma y manejarse sin peligro para esta con los pendejos cuerpos. El nuestro era toda una institución. Se llamaba don Isidoro y era nada menos que canónigo de la Catedral. Para nosotros, aquello significaba que estaba sólo a dos escalones del Papa (Pablo IV, si mal no recuerdo).

   Era todo un personaje, sí,  en la sociedad burgalesa de entonces. Menudo, de pasos rápidos y vigorosos; no hablaba, ordenaba. En nuestro campamento (y en todos), cuando salíamos a hacer una marcha en condiciones, siempre íbamos cantando. Canciones guerreras o la de "Margarita se llama mi amor". Y también un versión bastante libre de la Aida de Verdi, por un mando amante de esa ópera. Pues nunca faltaba tampoco una que decía más o menos así: "En el arca de Noé / todos caben, todos caben. / En el arca de Noé / todos caben menos usted.... // Don Isidoro dice así: / 'En el campamento no queremos / ni ursulinas ni merengues'".



   Pobres discípulos amansados. Mas no oí nunca, ni entonces ni en los años venideros, comentario alguno referido a esas malas artes que tan extendidas parecían estar en aquellos días entre el clero. 







No hay comentarios:

Publicar un comentario