viernes, 28 de febrero de 2014

Los novios de Coco (2)



   Ya te he contado que Coco y Marta llegarón de la mano de una amiga mía, muy tranversal, que se llama Rocío. Rou.

   Estudiaba entonces Económicas en Pucela y las conoció de residencias, digo yo. Nosotros íbamos mucho a verlas y no parábamos de estar de fiesta. Hubo alguna especial. Recuerdo una que se celebraba en un pub de esos grandes que hay por Paco Suarez. Era el cumpleaños de Greta, la de Greta y los Garbo, y no sé el motivo pero estábamos invitados. Llegamos con las justas para tomar un par de tragos antes de que apareciese la homenajeada y, por festejarla, le cantamos una canción mientras explotábamos todos los globos que de allí colgaban, con grave disgusto de los organizadores, porque aún faltaba más de la mitad de la gente por venir. Eso sí, la muchacha (que era muy sencilla) quedó encantada. 

   Otras veces nos lo montábamos en pisos de estudiantes. Juergas muy etílicas y bailonas. Mucho grito de guerra, en ese plan. También recuerdo una con especial avidez. Nos presentamos en Pucela, Pepe y servidor, justo a tiempo de recoger  a las chicas para ir a una fiesta. Hasta ahí, todo más o menos normal. Dejó de serlo cuando, nada más entrar, comprobamos que allí, los únicos del género masculino éramos nosotros dos y el dueño de la casa. Lo demás, no menos de dos docenas, preciosas muchachas, todas sacadas como del catálogo, todas como recién vestidas en un mercadillo londinense.  

   Pepe me arrastró a la cocina, emocionado. Me llenó medio vaso de güisqui, para brindar por la libertad y, con la mirada casi extraviada, volvió a decirme aquello de:

   -Chico, nos comen en las manos hoy.












jueves, 27 de febrero de 2014

Los novios de Coco (1)

   Parece el momento adecuado, este, de hablar de Coco y de sus novios.

   Primero intentemos describir a Teresa, que ese era su nombre de pila, ignorado por casi todos. 

   Coco era... un sueño hecho realidad. Estatura considerable, unos ojos grandes, amplios, brillantes como la luz, cómo no con un iris azul rebordeado por unas espesas pestañas negras. Pelo de Cleopatra, a juego en el color con las pestañas. Unas tetas considerables que simplemente subrayaban su carácter singular. Vestía como en las revistas. Era sumamente pespicaz, despreocupada e inteligente. Supongo que no es extraño que estas cualidades vengan de la manito, que dicen los argentinos. Agítese con cierta mesura y saldrá que también, por ello, tenía un sentido del humor apabullante. Cuando la conocimos, Jimmy y yo nos quedamos de piedra. No nos atrevíamos ni a acercarnos. Oficiaríamos luego de incorregibles payasos para poder tragar saliva. Y así, poco a poco, fuímos haciéndonos amigos. 


   Coco venía con pareja de función. Rubia, solo un poco más baja. También guapa y también de Santander. Se llamaba Marta y bueno, su humor era más socarrón, su perspicacia menos atinada. A sus tetas se les notaba más el sujetador, por así decirlo.  Cuántos hubieran matado por sus cariños. Pero a Jimmy y a mí... por simple comparación... Al final, no descarto yo que fuese este el motivo (las comparaciones, que son odiosas), Marta acabo anoréxica perdida, con unas depresiones de caballo y tirando por la borda toda la belleza que por natura atesoraba. Pero esa es otra historia. Otro cuento triste cuya narración dejaremos a otros, por no abarcarlo nosotros todo.

   


  






miércoles, 26 de febrero de 2014

Llegué a Valladolid



   "Llegué a Valladolid en olor de santidad..."

-o-

   Cree el Marino haber encontrado la solución a tan persistente problema. Solo se trata de ir retrocediendo hacia atrás de esta, su personal bitácora, hasta que nuestra mirada encuentre un lugar por el que escabullirse por otros derroteros. 

-o-

   Llegué a Valladolid cargado con una maleta mediana y grandes dosis de autosuficiencia. No sé por qué lo recuerdo así. Aunque no es de extrañar, si llegas en olor de santidad.

   Ya te he contado y no procede, por tanto, repetirlo, de mis amigas universitarias. Ya te he dicho, también, que a mi llegada solo quedaba por allí Coco. 

   Coco tenía un novio que por aquí saldrá frecuentemente. Arturo se llamaba. Y resulta que Arturo, seguramente sin yo merecerlo, me adoraba.

   





martes, 25 de febrero de 2014

   Con tal de viajar, Gulliver es capaz de cualquier tropelía. Incluso cuando servidora se ha enfangado en unas cómodas y quietas arenas movedizas, en las que no se hunde pero de las que no puede o no sabe salir, va el Gulliver y se inventa un verdadero paseo por el futuro, del que, por otra parte, nada nos cuenta.

   Qué evocador.

   Y mientras, aquí, el abajo firmante, embozado hasta las ingles en estas arenas movedizas de las que, igual, lo que pasa es que no quiere salir.










lunes, 24 de febrero de 2014

    A veces, tiene Gulliver una marcada impresión de escribir desde el porvenir. 

   No vayamos a suponernos que el Marino desconoce la inexistencia del futuro. No es tan incauto. Pero le pasa que con tanto contar (y callar) de los tiempos pasados y presentes, con tanto trajín de aquí para allá, le da que en ocasiones se pasa de frenada y siente que está escribiendo desde un concepto ficticio, desde un ilusorio lugar que, por ser irreal, no contiene nada, solo le contiene a él. 

   Por no haber, no hay allí ni problemas. 

   Tiene, a veces, Gulliver una muy sentida sensación de que sería incapaz de escribir ni una sola palabra si allí no se encontrase.







viernes, 21 de febrero de 2014

Kiev

   Me disponía a escribir este gulliver cuando antes me he acercado a la página de El País y me he quedado colgado de los vídeos que llegan de Kiev. Es estar viendo una guerra en el puto sofá de tu casa. 

   Menuda masacre. Los opositores se van aproximando (en formación) a no se sabe dónde. Cubiertos por esos trozos de holajata que pretenden que les sirvan de escudos. Apenas unos segundos antes, se podía ver a las fuerzas del orden disparando bastante abundantemente. El que medía más sus balas era un francotirador que, tumbado entre ellos en el suelo, iba apretando el gatillo cada dos o tres segundos. Con precisión de relojero. Sus compañeros han empezado a retroceder pero el se ha quedado allí otro rato.

   Ese grupo de opositores a los que hemos dejado avanzando poco a poco hacia lo incógnito han apretado sus filas, rodilla en tierra. Eran no más de una docena. A la cola, un rezagado ha llegado arrastrándose. Han empezado a sonar disparos y podías ver con cuanta facilidad las balas atravesaban los amagos de escudo. Podías ver cómo, de la formación, iban cayendo. Uno, que intentaba retroceder un par de metros para parapetarse tras el tronco de un árbol, también ha sido alcanzado. Se queja de la entrepierna. Automáticamente, han llegado refuerzos. Dos o tres pirados con sus escuditos a cubrir al herido. Al menos uno de ellos también ha caído.

   Al poco han acudido con camillas, igualmente cubiertos o a la intemperie, y también a ellos los han disparado. Las evacuaciones se hacen  a toda prisa, con la cabeza del herido o del muerto golpeando por la alfombra de escombros en que se ha convertido toda la plaza. 

   Los opositores han retenido a setenta policías. 

   Le Monde habla ya de más de cien muertos.

   ¿Pero es que no hay nadie que pueda parar esta masacre?

jueves, 20 de febrero de 2014

Almejeiras. ¿Sueño 11?

   Salen de sus casas las mujeres, con pañuelos en la cabeza y los delantales de un material plástico que hace que el agua resbale y no penetre y no resfríe sus tripas que parieron, que, algunas, aún parirán.

   Se encuentran, porque así lo dicen los usos, no porque nadie lo haya ordenado, en el Cruceiro das Pedras y ya se juntan en grupitos de tres, de cuatro. Y se preguntan por las familias, por los achaques. Y cotillean y murmuran del último sucedido del rapaz de la Rosalía. Cualquier día acaba mal el rapaz, de eso están seguras.

   Todas llevan su canasto y un aparejo entre pala y azadón, con el que remover la arena superficial y encontrar los frutos que da la mar. Almejas y navajas. 



   La canción que hoy nos acerca el navegante marino me parece a mí muy del tono de las anteriores palabras. 






miércoles, 19 de febrero de 2014

Tetu

   Este fin de semana hemos estado de funeral. Enterramos a la madre de Tetu, que es amigo prieto. 

   ¿Qué pronto se olvida cómo duele cuando todo es reciente, cuando aún ni te has hecho una idea?

-o-

   La familia de Tetu es fenotípica. Todos están cortados por un mismo patrón que parece haber confeccionado en sus noches más locas el mayor de los genios de la moda. Como esto de la moda va por gustos, no sé decirte quién es ese mayor genio. 

   Todos los Izquierdo tienen un corte surrealista. Picassiano, más concretamente. De hechuras y de armazón, no te vayas a creer. Ojos mayormente azules, puestos en lugares asimétricos de la cara, narices rectas y agudas, el resto es compacto. 

   Tetu es el único acreedor al que una víbora de esas que se dedicaban a la promoción de viviendas (que ni huevos tenían para construirlas), el único al que esa hiena le devolvió lo que le debía. Así son de compactos en esa familia.

   Le costó dios y ayuda. Eso sí. Es más, pensábamos que daba en tonto, de la obsesión que le entró. Tuvo la mala suerte el ladrón de que, por aquellas, mi amigo estaba en el paro y sin mucho más que hacer en la vida. Se dejaba barba de una semana y ponía cara de pirado. Y así se pasaba mañanas enteras a la puerta de las oficinas del promotor. Nosotros le decíamos que tuviese cuidado. Como esas oficinas estaban al lado de Capitanía. No fuese a ser que un soldadito demasiado celoso de su misión le pegase un tiro. 

   Cada vez que el buitre salía de su madriguera con alguna visita, el Tetu se acercaba a recordarle sus obligaciones. 

   Porque Burgos es un pañuelo, se enteró pronto de donde vivía. Con tan buena suerte que le pillaba a dos minutos de su casa. Y allí se pasaba las tardes noches, hasta que el moroso sacaba a pasear a un perro de lanas, blanco y diminuto. Y era entonces que Tetu se hacía el encontradizo. Con su barba y sus ojeras. "Qué perro más bonito que tienes". Un día y otro día. Y cuando al perrito lo sacaba la hija, no por eso él dejaba de acercarse. "Perrito, perrito. Dile a tu padre que tenéis un perrito precioso". Y un día y otro día. Sin una amenaza. Sin una palabra más alta que otra. Al final yo creo que le devolvió de más.








lunes, 17 de febrero de 2014

Agazapado

   Se me quedó, en nuestro último gulliver, el alma como con ardor guerrero y sin el Almax Forte en el botiquín para lo del "por favor, un poquito de pudor". 

   Mas no se desalienta ya a estas alturas el muchacho navegante. Ni aún por esas. Ni por los errores cometidos ni (y eso sería más lógico) por los muchos que le restan aún de cometer.¿Qué fue de aquel Gulliver sangreherido, al que a la mínima ráfaga le tumbaba la vergüenza?



   Aunque anda el mostrenco estos días repensando y repensándose. Y se le está haciendo bola el asunto. Y es que se da cuenta de que ha remansado en esas aguas mansas de su llegada al trabajo y no parece dispuesto a salir de allí si no se personan los geos. 

   Plácido lugar el monasterio, eso te lo reconozco, donde además vivió muy diversas situaciones, llegándose incluso a enamorar. Hoy, esas casualidades, cumple años aquella chica hermosa y a los escuetos deseos de felicidad vía mail que el Marino le ha enviado, ha correspondido contestando la muchacha con una pantalla entera llena de "lindos". "Lindo, lindo, lindo, lindo...." Y el Marino... pues que se ha emocionado.
 




sábado, 15 de febrero de 2014

 

   Ayer te comentaba (pero se me fue el hilo por los linderos) que Gulliver se ha amorrado a tablas y de ahí no hay quien lo saque. Ni con el calzador. Y me vuelvo a preguntar: ¿pero qué pasó ahí afuera, hace unos años, que tanto respeto le infunde a nuestro protagonista? Este narrador que es de todo menos omnisciente se obliga a continuar, por enterarse de tales asuntos de primera mano. Y luego, cómo no, por contártelos. Pero lo de la sangre, sudor y hierro cidianos se va a quedar el agua de borrajas al lado del calvario por el que estoy pasando. En fin. Qué cosas. 









jueves, 13 de febrero de 2014

Cuestiones de trabajo

    El día de mi presentación, después de apurado aquel vino tinto  tan rico y quizá un par de ellos más, me mandaron para casa antes de que el reloj de la entrada marcara la hora de salida. 

   Y ya sería al día siguiente, que nos metimos en harina. El jaleo de la mundanza laboral persistía por allí, dándole al asunto un aspecto de entre camarote de los Marx y patio de la vivienda de Tócame Roque, ahí en la calle de Barquillo. Intenté hacerme un islote de paz en aquel caos y me dispuse a cumplir con los deberes que Alfredo me había encomendado. Tal era su modo de expresarse (tanta preocupación detrás de unos vanos intentos de ironía) que a mí, aquello me pareció casi una misión.

   Era la época del año en la que se publicaban todo tipo de ayudas para promover el deporte y tener encauzada a la juventud y a sus hormonas castellanas y leonesas. Las órdenes de convocatoria estaban ya redactadas y a punto de mandarse al Boletín. Así que tenía yo solo un par de días o tres para incluir en las mismas lo que me pareciese conveniente. Bueno es que no me pudo la responsabilidad. Ya que aquello tenía pinta de juego de mesa, de sopa de letras, de mecano que construir y despiezar y volver a montar. Y fueron tantas las chorradas que se me ocurrieron (no era deportista pero, sí, ay, entonces era joven), fueron tan severos los cambios en las baremaciones, tan numerosas las nuevas actuaciones,  que aquel año la publicación se retrasó un mes y fuimos toda la campaña de culo. En algunas de mis ocurrencias metimos profundamente la pata pero otras tuvieron gran aceptación y aún se conservan. Lo primero, te imaginarás, fue un cambio de look por la vía del peinado de la terminología. Nada ya de "campamentos", que tenían que evocar en los paganinis padres de los chavales tiempos infaustos, sino algo tan etéreo como un "Verano Joven". Con actividades dirigidas a propósitos o a gustos concretos. Multiaventura, senderismo, talleres (de fotografía, del barro, hasta de cometas o de atletismo, mira tú, un taller de atletismo), actividades de tiempo libre. Jo. Da un poco de mareo recordar que todo esto proviene de allí. Y encima éramos masocas. Pasamos en unos años de las cuarenta ofertas a casi trescientas. Más pequeñas, eso sí, pero mejor llevadas. Salimos de los albergues de la región para irnos a lugares de playa, incluso al extranjero. Había dinero y se aprovechaba bien. Podían viajar por diez mil pesetas una semana larga a París, por poco más se pasaban quince días navegando veleritos en Somo.



   No digo yo que me crea el inventor del ocio moderno, ni muchísimo menos, pero sí que se me infla un poco el orgullo por haber formado parte de un grupo tan trabajador, tan imaginativo y a la vez tan heterogéneo. Y cuya máxima era "ni un charco en el que no meterse hasta las trancas".







miércoles, 12 de febrero de 2014

Sueño 14



   El gulliver se retroalimenta. ¿No hablábamos hace unos días de unas mellizas idénticas de pelo punta? Pues va el chaval y se pasa toda la noche (esta noche) con una de ellas, la sonriente. 

   Como es en sueños, se dan los trajines acostumbrados, de acá para allá. En esta ocasión el decorado es una rara mezcla de la calle Calvario y el Montmartre parisién. Lugares en cuesta, en cualquier caso, y muy propensos a salir en las noches laberínticas del marino.


   Por no dilapidar el sueño, el niño no despega su mirada de la cara de la niña. Ambas están cerca, que es buen modo de buscar atropellos o al menos intensidad. Sí, Luis, otro sinsentido, que así son los sueños de nuestro protagonista. 

   O a lo mejor solo se trata de esa estrategia del chaval de solo acordarse de lo sustancioso, desterrando de su memoria las partes cotidianas y más narrables. Que igual da el mundo sea cual sea la trama. Sobre todo si tenemos un estilo de la hostia. 




martes, 11 de febrero de 2014

Paseo por el Monasterio (toma tres)

   Pero aún no conocía el Marino ninguno de aquellos detalles de la vida de su (desde entonces) compañero. Recién le estaba cediendo el paso en el despacho de atareado jefe. No, pasa tú. No, tú primero. Estaba claro que iba a ser un paseo pues, nada más cruzar la puerta, Mariano se metió las manos en los bolsillos de su pantalón (verde, de pinzas, de pana, verde aceituna), echó un poco su espalda para atrás (su delicada espalda, sabría con el tiempo el Marino) y comenzó a caminar dejadamente por los amplios pasillos del Monasterio.

   La primera cuestión a tratar, dado el lugar y sus cometidos, estaba referida a las preferencias futbolísticas del novato. Quedó satisfecho el abogado al conocer que Gulliver era merengue. Mas la honestidad era elemento principal en el escudo de armas del muchacho navegante, así que se apresuró a confesar que a él, lo del balompié...

   No se le desdibujó la sonrisa al acompañante, quizá suponiendo que no sería grande el esfuerzo necesario para modelar al chaval a su antojo. Era tal la confianza que en sí mismo tenía que Gulliver permitió, en su pensamiento, la posibilidad de tales cambios en sus gustos y aficiones. 

   Pero Mariano era tan buen conversador que pronto se perdieron en los adentros del muchacho tales conjeturas. 

   El trayecto se antojaba aleatorio, como que no quisiese entrometerse en la conversación, el trayecto. Pese a ello,  cree recordar el marino que desambularon sin excesivo concierto por los tres claustros que conformaban la mayor parte de la edificación. Claustros de piedra clara, casi blanca, con techos altísimos, con grandes ventanales. De tanto en cuanto, se cruzaban con personas apresuradas en sus labores, que saludaban escuetamente. 



   Mariano le dejó claro que era del Madrid y del PP, no advirtiéndole del orden de sus preferencias. No era el momento de discutir de política, que tiempo tendrían. Solo de empaparse del decorado y de quitarse la caraja que sin duda el muchacho llevaba en la mochila. 

   No le quedó otra a Gulliver que admitirlo. Por más que el corazón palpitase a la velocidad adecuada y que a los ojos no venían antiguas brumas de cuando la timidez lo embadurnaba todo, quizá sí que se notase en sus frases cortas, o en el estar fijándose tanto en su acompañante.

   Acabaron en el bar, que estaba en las catacumbas o al menos en los sótanos del egregio edificio. Tiempo habrá de describir también ese lugar, su espacio, su importancia, su aire peculiar. Pero por hoy dejémosles saboreando un vino de la tierra. La ribera del Duero sabe tratar a sus viñas, eso hay que reconocerlo.



   



sábado, 8 de febrero de 2014

Paseo por el Monasterio, con Mariano

   Se llamaba Mariano Cuesta y he conocido a poca gente que se quisiese más, o, al menos, que lo dijese tanto. Mariano Cuesta, que casi es una declaración de intenciones o al menos un quiebro de cintura despistatorio. Mariano. Cuesta.

   Un verdadero dandi, un petronio,  alguien como yo no he conocido otro jamás. Tenía una sonrisa dulce y y tranquila aunque en los ojos se notaba que, por dentro, no paraba de bullir. Labios carnosos, a juego con la sonrisa, que no dejaba, cada poco, de humedecerse. Americana de tweed, con aspecto de ser de alta calidad. Pantalones de pinzas, de pana ancha y verde. Verde aceituna, más concretamente. La mayoría de los días corbata de cuello ancho; lo que es, o era, una corbata. Y si no pulóver de cuello cisne. Los zapatos bruñidos hasta el amanecer. Así le pintaría si pintar supiese.  Tenía mofletes, como yo, pero con un diseño diferente, acorde con la sonrisa y el tweed. Y unos profundísimos ojos verdes. 

   Era una de esas aves raras que pululan, y siguen pululando por esta, nuestra (querida) Administración. Nadie sabe de dónde han salido y menos cómo llegaron. 

   Mariano oficiaba, a meros efectos pecuniarios, de administrativo, en una de las variadas secciones dentro de uno de los varios  servicios que se dedicaban a fomentar el deporte regional. Perdido en ese maremágnum que ya quisiera el laberinto borgiano ser tan intrincado. Era licenciado en Derecho y una auténtica eminencia en legislación deportiva. ¿Te acuerdas de hace unos días, que te hablaba de Abelardo, el presidente del Comité de Disciplina Deportiva? Pues a Abelardo le puso él allí. Fue él, de hecho, el que creó dicho comité, el que le dio forma y aliento, competencias y financiación. Desde la mesita que tenía al lado de la que a mí me asignaron, movía hilos como maromas, y no solo en la política deportiva. Era el secretario de ese organismo colegiado y no veas el rebote que se cogió cuando le interpusieron el primer recurso después de tantos años de paz deportivo-social. Era un profesional.

 

  




viernes, 7 de febrero de 2014

Mariano

   Cuando llegó Mariano al despacho, mi nuevo jefe nos presentó. 

   -Este es José María, nuestro nuevo galeote.

   Sí, no tenía demasiada gracia en las venas, el bueno de Alfredo, pero no por ello dejaba de intentarlo a cada rato.

   Quizá fuese ese el momento en el que aclaré que podían llamarme como más les placiese pero que nadie en mi vida me había llamado así sino era con fines aviesos. Y que me podían decir, si así gustaban, "Jose", sin acento en la 'e' .

   Tendríamos que volver sin mucho tardar a este asunto de los nombres, a la importancia de llamarse de una determinada manera. Justo de esa manera. Donde cuenta (y mucho) hasta una tilde colocada fuera de lugar. Pero creo que ahora es conveniente no salir de nuevo por peteneras y contarte de aquel paseo por el Monasterio que nos dimos Mariano y yo.

   Mas será la próxima semana, que anda Gulliver en otros trajines más urgentes, que no de mayor importancia.

-O-

   Por endulzar tan abrupto final, un final tan interruptus, pondrete una foto y, como casi cada día, también pondrete una canción.

   Ambas las elijo suaves, quizá sanadoras de mentes tensas o de malas ideas.


-O- 
















jueves, 6 de febrero de 2014

Por la tangente / Primer día

   Ves, Luis, a lo que me refiero. Acabo de llegar a esa última estación, la ultima piedra antes de saltar a la orilla del regreso, con su Penélope y la cama de uno mismo. Y otra vez me voy por la tangente y vuelvo a mi Burgos y sus gemelas idénticas. ¿Qué tendrá Valladolid para producirme la necesidad de huir hasta de su recuerdo? Quizá me sirvan esos gulliveres resbalosos y zalameros, escurridizos, para enterarme yo mismo, para arreglar algo roto en mi interior que ni conozco, que vagamente intuyo pero que... no sé.


-o-

   Cuando llegué por primera vez a mi destino pucelano, estaba todo manga por hombro. De mudanzas. Estructura nueva, jefe recién ascendido, equipo de confianza. Había reparto de despachos, un millón de cajas de archivo por todas las partes. No me esperaban. Es curioso. Nunca me han esperado en ninguno de los trabajos a los que he llegado. Con lo que no sabían muy bien qué hacer conmigo. 

   Por fin, el flamante nuevo jefe de los deportes y la juventud castellanoleones tuvo un rato. En mi vida me habían soltado un discurso tal. Agotador. Y eso que iba preparado para cualquier cosa. Que a la capacidad de sorprenderme le había subido bastante el umbral por el mero transcurso del tiempo. Todo era de un buenrrollismo arrollador. Un equipo formado más que por compañeros, por amigos. Una máquina perfectamente engrasada para funcionar sin un chirrido. Lo que menos deseaban era que llegase una zorra al gallinero, que se encastrase en el grupo una manzana podrida que, ya sabes lo que pasa, José María, termina estropeando el cesto entero. Y papatín y patatán. Yo no abría la boca pero mi mirada no podía sino trasmitir la alta dosis de incredulidad que sentía hacia lo que estaba oyendo. No podía ser cierto que hablase de mí, ¿qué había hecho yo en tan escaso periodo de tiempo para que Alfredo (así se llamaba mi nuevo jefe) y su equipo entero de amigos, de más que amigos, me tuviesen en tal elevado concepto? No fue ya casi hasta el final, sus buenos cincuenta minutos después, que me aclaró, con verbo florido, que todo aquello eran suposiciones y ejemplos, o una manera de romper el hielo. Y que además tengo un montón de cosas que hacer y (esto te lo digo, José María, ya como una confidencia) ya te habrás dado cuenta de que no soy muy gracioso incluso cuando me lo propongo. Su pelo, duro pero lacio, ya mediado de canas; su barba del mismo tono, cuyo bigote ocultaba casi por completo su boca; sus profundas, casi talladas ojeras así lo hacían pronosticar. No sé si se lo dije. Esto de las presentaciones se le da mucho mejor a Mariano, también me confesó. Y le llamó por teléfono para que viniese a por mí.


   Mientras esperaba, allí sentado, mirando cómo Alfredo, mi nuevo jefe, trajinaba entre las cajas, buscando algún papel urgente, no pude sino pensar que aquella hora de perorata, aquella hora larga y cansada, no había sido sino una sesión de entrenamiento para él. Que me había tomado como sparring para futuros encuentros y seguro que más cruentos choques en otros foros diferentes, con la prensa o en la presentación de la programación de las actividades de ocio y tiempo libre en el verano del 1994, que la Junta (esa madre) ofrecía a sus vástagos. 

-o-

  Hoy nos regalamos un temita de Actress, al que no conocía siendo como es "el gran innovador que ha tendido el techno en lo que llevamos de década", o eso dicen los críticos. La verdad es que no está mal, aunque escuche, allí al fondo, como el soniquete de discurso que me echarón aquel lejano día .








miércoles, 5 de febrero de 2014

   A currar, en Valladolid, solía ir andando. Bueno. Estuve allí cinco años prietos, por lo que hubo temporadas de todo, bus, coche... El Rover tenía el lado derecho del paragolpes trasero suelto y casi rozaba el suelo. Yo lo ataba con un alambrito pero al primer mínimo bache se volvía a soltar todo y quedaba colgando. No casaba demasiado con el resto de los autos finos del aparcamiento ni con el propio telón de fondo, el poderoso frontal del Monasterio de Nuestra Señora del Prado. Pero a mí, francamente, me la sudaba. Incluso creía, por entonces, que daba un toque especial a mi aura de funcionario atípico. Esas chorradas. 



   Pero lo que más recuerdo es ir andando. Era media hora larga a buen paso. El fresco matutino te hacía espabilar y se te ocurrían unas cosas en el trayecto... Y la niebla, la eterna niebla. Te pasabas un mes sin ver ni un sol en pintura. Y sobre todo a aquellas horas, que convertían la ciudad en un decorado de Tim Burton, con sus personajes y todo. Muchos de los cuales coincidían en el mismo lugar, mañana tras mañana, por lo que me los adueñaba para el itinerario y me imaginaba sus vidas. Esta práctica recuerdo realizarla desde la adolescencia, cuando empezaba a ir al Instituto Cardenal López de Mendoza. Entonces me ocurrió una de esas cosas que me creo que solo me pasan a mí.  En la calle Madrid, a la altura ya del Hospital de la Concepción, se cruzaba conmigo, o yo con ella, por la estrecha acera izquierda, una niña monísima. Pelo corto, negro y en punta, buenas tetas, poderosas, tras el portafolios decorado con fotos de sus héores, mirada curiosa, interrogativa, sonrisa acentuada. Bueno, la verdad es que la sonrisa se me acentuaba más a mí, para qué engañarnos. Así que continuaba yo más contento que El Pichi, por la calle de la Concepción, hasta que justo al llegar a la iglesia, se me volvía a aparecer la misma chica. Bien pudiera pensarse que, dada mi gallardía, la muchacha, por volver a verme siquiera de pasada, había corrido por Barrio Gimeno y cruzando por San Cosme, me había vuelto a salir al paso. Desmoronaba esta hipótesis el hecho de ir vestida con otra ropa y ser distintos los héroes del archivador. Sí, Luis. Gemelas idénticas, clavadas, clónicas. Nunca las vi juntas y eso que era raro el día que no me las cruzaba, tan iguales. Eso sí. Yo siempre las diferenciaba por el sencillo método de que una me sonreía y la otra, pues francamente no.





  






lunes, 3 de febrero de 2014

Olor de santidad

   Llegué a Valladolid en olor de santidad. Creo habértelo dicho ya. Y eso que para cuando quiso resolverse el concurso de traslados de marras (el archifamoso macroconcurso) y fui para allá, mis amigas universitarias ya habían acabado sus correspondientes estudios y volado a sus nidos paternos, a la busqueda del futuro. Solo quedaba por allí Coco, que era una de las dos santanderinas y andaba currándose un doctorado  sobre Juan Ramón Jiménez. El de las jotas. 

   Por aquella amplia puerta entré a esa ciudad, mientras iban agitando el incensario a mi paso, sin que yo, como es lógico, lo mereciese.

   No agradecí en aquel momento esos detalles, o al menos no lo hice suficientemente. La verdad  es que no recuerdo ninguna situación típica en la que se ve siempre inmerso el acarajotado recién venido. ¿Habría ya madurado?, ¿diferenciaría con claridad lo importante de lo superfluo? Seguro que no. Solo era que hay veces en que la vida va  una velocidad un poco pasada y no te da tiempo a estar en todo. 

   A lo más, a lo más, bajarme dos paradas antes de lo debido en el bus que me llevaba a currar, por no andar preguntando al conductor, el primer día.