Me disponía a escribir este gulliver cuando antes me he acercado a la página de El País y me he quedado colgado de los vídeos que llegan de Kiev. Es estar viendo una guerra en el puto sofá de tu casa.
Menuda masacre. Los opositores se van aproximando (en formación) a no se sabe dónde. Cubiertos por esos trozos de holajata que pretenden que les sirvan de escudos. Apenas unos segundos antes, se podía ver a las fuerzas del orden disparando bastante abundantemente. El que medía más sus balas era un francotirador que, tumbado entre ellos en el suelo, iba apretando el gatillo cada dos o tres segundos. Con precisión de relojero. Sus compañeros han empezado a retroceder pero el se ha quedado allí otro rato.
Ese grupo de opositores a los que hemos dejado avanzando poco a poco hacia lo incógnito han apretado sus filas, rodilla en tierra. Eran no más de una docena. A la cola, un rezagado ha llegado arrastrándose. Han empezado a sonar disparos y podías ver con cuanta facilidad las balas atravesaban los amagos de escudo. Podías ver cómo, de la formación, iban cayendo. Uno, que intentaba retroceder un par de metros para parapetarse tras el tronco de un árbol, también ha sido alcanzado. Se queja de la entrepierna. Automáticamente, han llegado refuerzos. Dos o tres pirados con sus escuditos a cubrir al herido. Al menos uno de ellos también ha caído.
Al poco han acudido con camillas, igualmente cubiertos o a la intemperie, y también a ellos los han disparado. Las evacuaciones se hacen a toda prisa, con la cabeza del herido o del muerto golpeando por la alfombra de escombros en que se ha convertido toda la plaza.
Los opositores han retenido a setenta policías.
Le Monde habla ya de más de cien muertos.
¿Pero es que no hay nadie que pueda parar esta masacre?
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