Un verdadero dandi, un petronio, alguien como yo no he conocido otro jamás. Tenía una sonrisa dulce y y tranquila aunque en los ojos se notaba que, por dentro, no paraba de bullir. Labios carnosos, a juego con la sonrisa, que no dejaba, cada poco, de humedecerse. Americana de tweed, con aspecto de ser de alta calidad. Pantalones de pinzas, de pana ancha y verde. Verde aceituna, más concretamente. La mayoría de los días corbata de cuello ancho; lo que es, o era, una corbata. Y si no pulóver de cuello cisne. Los zapatos bruñidos hasta el amanecer. Así le pintaría si pintar supiese. Tenía mofletes, como yo, pero con un diseño diferente, acorde con la sonrisa y el tweed. Y unos profundísimos ojos verdes.
Era una de esas aves raras que pululan, y siguen pululando por esta, nuestra (querida) Administración. Nadie sabe de dónde han salido y menos cómo llegaron.
Mariano oficiaba, a meros efectos pecuniarios, de administrativo, en una de las variadas secciones dentro de uno de los varios servicios que se dedicaban a fomentar el deporte regional. Perdido en ese maremágnum que ya quisiera el laberinto borgiano ser tan intrincado. Era licenciado en Derecho y una auténtica eminencia en legislación deportiva. ¿Te acuerdas de hace unos días, que te hablaba de Abelardo, el presidente del Comité de Disciplina Deportiva? Pues a Abelardo le puso él allí. Fue él, de hecho, el que creó dicho comité, el que le dio forma y aliento, competencias y financiación. Desde la mesita que tenía al lado de la que a mí me asignaron, movía hilos como maromas, y no solo en la política deportiva. Era el secretario de ese organismo colegiado y no veas el rebote que se cogió cuando le interpusieron el primer recurso después de tantos años de paz deportivo-social. Era un profesional.
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