Por aquella amplia puerta entré a esa ciudad, mientras iban agitando el incensario a mi paso, sin que yo, como es lógico, lo mereciese.
No agradecí en aquel momento esos detalles, o al menos no lo hice suficientemente. La verdad es que no recuerdo ninguna situación típica en la que se ve siempre inmerso el acarajotado recién venido. ¿Habría ya madurado?, ¿diferenciaría con claridad lo importante de lo superfluo? Seguro que no. Solo era que hay veces en que la vida va una velocidad un poco pasada y no te da tiempo a estar en todo.
A lo más, a lo más, bajarme dos paradas antes de lo debido en el bus que me llevaba a currar, por no andar preguntando al conductor, el primer día.
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