La primera cuestión a tratar, dado el lugar y sus cometidos, estaba referida a las preferencias futbolísticas del novato. Quedó satisfecho el abogado al conocer que Gulliver era merengue. Mas la honestidad era elemento principal en el escudo de armas del muchacho navegante, así que se apresuró a confesar que a él, lo del balompié...
No se le desdibujó la sonrisa al acompañante, quizá suponiendo que no sería grande el esfuerzo necesario para modelar al chaval a su antojo. Era tal la confianza que en sí mismo tenía que Gulliver permitió, en su pensamiento, la posibilidad de tales cambios en sus gustos y aficiones.
Pero Mariano era tan buen conversador que pronto se perdieron en los adentros del muchacho tales conjeturas.
El trayecto se antojaba aleatorio, como que no quisiese entrometerse en la conversación, el trayecto. Pese a ello, cree recordar el marino que desambularon sin excesivo concierto por los tres claustros que conformaban la mayor parte de la edificación. Claustros de piedra clara, casi blanca, con techos altísimos, con grandes ventanales. De tanto en cuanto, se cruzaban con personas apresuradas en sus labores, que saludaban escuetamente.
Mariano le dejó claro que era del Madrid y del PP, no advirtiéndole del orden de sus preferencias. No era el momento de discutir de política, que tiempo tendrían. Solo de empaparse del decorado y de quitarse la caraja que sin duda el muchacho llevaba en la mochila.
No le quedó otra a Gulliver que admitirlo. Por más que el corazón palpitase a la velocidad adecuada y que a los ojos no venían antiguas brumas de cuando la timidez lo embadurnaba todo, quizá sí que se notase en sus frases cortas, o en el estar fijándose tanto en su acompañante.
Acabaron en el bar, que estaba en las catacumbas o al menos en los sótanos del egregio edificio. Tiempo habrá de describir también ese lugar, su espacio, su importancia, su aire peculiar. Pero por hoy dejémosles saboreando un vino de la tierra. La ribera del Duero sabe tratar a sus viñas, eso hay que reconocerlo.
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