Ya te he contado que Coco y Marta llegarón de la mano de una amiga mía, muy tranversal, que se llama Rocío. Rou.
Estudiaba entonces Económicas en Pucela y las conoció de residencias, digo yo. Nosotros íbamos mucho a verlas y no parábamos de estar de fiesta. Hubo alguna especial. Recuerdo una que se celebraba en un pub de esos grandes que hay por Paco Suarez. Era el cumpleaños de Greta, la de Greta y los Garbo, y no sé el motivo pero estábamos invitados. Llegamos con las justas para tomar un par de tragos antes de que apareciese la homenajeada y, por festejarla, le cantamos una canción mientras explotábamos todos los globos que de allí colgaban, con grave disgusto de los organizadores, porque aún faltaba más de la mitad de la gente por venir. Eso sí, la muchacha (que era muy sencilla) quedó encantada.
Otras veces nos lo montábamos en pisos de estudiantes. Juergas muy etílicas y bailonas. Mucho grito de guerra, en ese plan. También recuerdo una con especial avidez. Nos presentamos en Pucela, Pepe y servidor, justo a tiempo de recoger a las chicas para ir a una fiesta. Hasta ahí, todo más o menos normal. Dejó de serlo cuando, nada más entrar, comprobamos que allí, los únicos del género masculino éramos nosotros dos y el dueño de la casa. Lo demás, no menos de dos docenas, preciosas muchachas, todas sacadas como del catálogo, todas como recién vestidas en un mercadillo londinense.
Pepe me arrastró a la cocina, emocionado. Me llenó medio vaso de güisqui, para brindar por la libertad y, con la mirada casi extraviada, volvió a decirme aquello de:
-Chico, nos comen en las manos hoy.
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