miércoles, 27 de marzo de 2013

Galicia caníbal

   Hoy, queridos amiguitos, vamos a hablar de una región de España que al que suscribe le produce sentimientos encontrados. 

   Galicia, y más concretamente su costa atlántica, desde Malpica hasta la desembocadura del Miño, es mi lugar del mundo preferido, el sitio donde me gustaría pasar el largo recreo de la jubilación. Todo ello desde una vez que partí para allí de improviso, invitado por las dos hijas de un conocido político burgalés. Qué tiempos de locura eran aquellos en los que subías a casa justo antes de comer, cogías dos mudas y algo de dinero y les decías a tus padres que te ibas fuera unos días, sin mucho más precisar. Tendría yo poco más de veinte años y un alborotado amor platónico por una de las hijas, Olvido. Cuán grande sería su belleza para asumir yo tan rápido mi derrota y no haberla metido ni el más pueril de los avances. Pero el viaje me apetecía y no tendría nada mucho mejor que hacer. Nos acompañaba el dueño del coche, cuyo nombre he olvidado pero no su vistosa manía de vestir con dos camisas al tiempo, la interior con el cuello subido y la de fuera remangada. Era un pijo bien majo, el animal. El viaje de ida se me ha olvidado, quizá para hacer hueco al cúmulo de recuerdos que de aquella semana larga me quedan. Tampoco las Ortega (apellido ficticio) eran excesivamente explícitas pero parecía ser que íbamos a consolar al novio de mi diosa Olvido, con el que había roto recientemente. Yo me puse el disfraz de comparsa y no le di más vueltas. 

   Así que tampoco entendía mucho de nada de lo que estaba pasando nada más llegar. La luz era ya escasa, si es que el sol no se había largado hace tiempo, con lo que uno no se hace idea con un mínimo de precisión del lugar en el que ha acabado. Notaba una tensión en el aire que podía cortarse con una cuchilla de afeitar pero nada les hacía sospechar a mis aletargadas defensas que dicha pulsión me iba destinada. Además, era como una energía muy eléctrica pero inofensiva, solo vibrante, elevada pero chisposa, o eso me parecía a mí. Nos recibieron Manuel, el desolado novio, y un amigo suyo o armario ropero, no me enteré muy bien, con un humor ácido que creí propio del lugar. Estaban bastante borrachos y nosotros no les íbamos a la zaga, con lo que nos fuimos durmiendo cada uno donde pudo. Yo elegí una habitación ciertamente curiosa, al estar defendidos los laterales de la cama por dos hileras hasta el techo de cajas de botellas de licor. No le di más importancia. 

   Lo que sí me sobresaltó, a la mañana siguiente, fue ser abruptamente despertado por un mono saltarín que pegaba botes en mi cama, empuñando una navaja abierta y aullando que me iba a matar. Una par de segundos después, una vez pasado el asombro inicial, volví a pensar en lo curiosos que eran los hábitos locales. Ciertamente desilusionado ante mi actitud, el mono saltarín aclaró que simplemente venía a invitarme a un tiro. Y así fue que me desperté todos y cada uno de los días que aquellas vacaciones con la visita del mono saltarín para regalarme con la mejor cocaína que podía conseguirse en aquel entonces en toda Europa. Sí, habíamos arribado a Villajuán de Arosa, casi barrio de Villagarcía, lo que venía siendo "la  puerta de entrada". 

   Seguí pensando un rato en las curiosas y hospitalarias costumbres que allí se observaban con los visitantes hasta que, en el paseo matinal y sumamente clarificador, Manuel me advirtió que estuve en serio peligro la noche anterior, al pensarse él y su amigo que era yo nada menos que el ocupante sustituyo del corazón de Olvido. Libré por los pelos. 

   Libré y además pasé a ser "el turista un millón", forjándose con ello una amistad que duró muchos años, hasta que el odioso transcurso del tiempo y lo raras que van las vidas hicieron que sin darnos cuenta no supiésemos más el uno del otro. Sería curioso que ahora que me llegan remembranzas varias, apareciese un día Manuel tras cualquier esquina.

   Era un tío ciertamente peculiar. Cum laude en el ICADE, niño pijo con litros de brillantina, bastante alcohólico a mi modo de ver, bruto como una bestia  y coleccionista de camisetas de rayas marineras de todos las combinaciones posibles con el blanco. Tenía cientos. Estuve con él diez largos días de franca hermandad y solo llegue a enterarme de que su familia (padres y hermano mayor) vivía en EEUU, no sé si por negocios u obligados por los negocios que tenían aquí. Tampoco me preocupé mucho en insistir. Así que una vez acabados los estudios, Derecho y Economía al alimón, Manuel disfrutaba de unas merecidas vacaciones en Villajuán, en la casa de tres pisos de sus padres, llena de cajas de botellas del mejor licor.


   (continuará)



martes, 26 de marzo de 2013

Gulli y Peter

   Estoy ya chocho perdido.

   Los gulliveres se me aparecen en sueños. ¿Qué otro modo sino habría de seguir siendo fiel a esta cita diaria?  

   Y ya sabes cómo son los sueños. No pienso ponerme freudiano pero son la leche. Hablo más que nada de su organización y puesta en escena. Tengo mis serias dudas sobre la veracidad de ese rumor compartido de que van en blanco y negro. O quizá es que esté chocho perdido y los que sueñan así son los perros. No me hagas mucho caso. 

   Mucha gente habla en sueños. Lucía, sin irme a buscar más lejos. Es un poco grimoso porque cuando les contestas no sabes muy bien a quién lo haces. A mí es que no me sale nada natural el habla cuando me meto en el sueño de Lucía y, al final, el que no sabe quién es soy yo.

   Los sueños de mi Pollo son en dibujos animados, algo que me despista un poco, nada más llegar. Pero enseguida suelto el ¡yabadabadú! y me tratan allí como en casa. Todos menos ella, que, ya te digo, está cambiada. No sé si más mayor o con una lucidez extraña y con muy buena puntería. Así que no me quedo mucho rato allí. 

   En cambio en mis sueños no me queda otra que quedarme. Menos mal que los tengo surtidos y hasta los repetidos me parecen distintos. 

   Antes me sabía de paporreta las cuatro fases del sueño, más la fase REM, y cuál de ellas era la más propicia para tal estado. Pero eso de nada vale en la práctica. 

   Pues como te decía, estoy chocho perdido. Voy y cuando sueño se me confunden los personajes y pienso que Gulliver es el Capitán Trueno o que yo soy Shrek. Nada grave pero dificultoso para el correcto transcurrir de estos enredos. 

   Sin ir más lejos, el otro día, el Marino no era Gulliver sino Peter Pan y la que vino de visita no era su hadita Campanilla sino Lady Stardust. Nada menos. Y su novio Ziggy, de parranda, sin enterarse.











  



lunes, 25 de marzo de 2013

Campanilla y Gulliver

   Tú no lo sabes pero al Gulliver vienen, de tanto en tanto, amigos de visita. Gulliver dice que lo que vienen es de ciento en viento, que es en muchas menos ocasiones de las que a él le placería.

   (A veces hemos discutido Gulliver y yo, muy en serio, sobre esa manera tan suya de hablar. Al final, creo que he terminado acostumbrándome).


   Esta misma tarde ha llegado al barco Campanilla, volando. Lo bueno de esta situación es que descansábamos de nuestras batallas en el País de los Gigantes y el tamaño de la ninfa era muy adecuado a los deseos del Marino. Lo malo es que me he tenido que dar una vuelta, para dejarles solos.










viernes, 22 de marzo de 2013

Gladiadores en la plaza

   O gladiador con escudero, ¿dónde se habrá visto? 

   En la Junta porque no tienen talento, pero nos tenían que llamar don Quijote y Sancho, damos la estampa. Lo que pasa es que, por llevar la contraria, en este caso concreto, siendo tú el leído, el que está mochales soy yo.

   Así que, como dos gladiadores que se precien (o gladiador y criado, tanto da) nos tomamos el último café, que está dulce como un deseo cumplido, leemos los últimos sucedidos,  elegimos nuestras armas y enfilamos el hipogeo.  Al entrar en la plaza siempre el sol atiza los ojos. Están los de siempre y un agente medio enfadado, con bigote, por poner un poco de orden. Su aliento huele a cazalla. Mientras, el César, en el balcón, se pavonea ante sus cachorros. ¡Ferdinandus, Ferdinandus!, se enfurecen las masas. ¿Están pidiendo nuestra vida? 

   Al César Fernando te diriges, como es de ley en la primera tanda. Más torero que nunca, te descubres pidiendo la venia y antes de que se te otorgue ya te estás yendo, más torero aún,  con un medio desplante, para dedicarle ese animal al Jardinero de la Corte. ¡Olé!

Yace Ferdinandus en la arena, descabellado.


 

jueves, 21 de marzo de 2013

   De vez en cuando releo al azar el Gulliver. Lo releo casi al azahar, si me permites estas chorradas tan al principio.



   Lo de volver sobre lo escrito lo hago por intentar afianzarme, siendo las más de las veces esto contraproducente. También lo hago por echar otro ancla más en el pasado. Y por seguir el hilo. Por cogerle la punta al cabrón del hilo y tirar para que esto se enrede aún más. 

   Me he ido a la entrada Habemus Papam de hace unos días y compruebo que he acertado al menos tres de mis seis apuestas sobre Su nueva Santidad. Tengo otra dudosa, pero... Tú dirás.

   Hoy también seré breve, por no variar y ya que es el signo de los tiempos. Empiezo un poco tarde porque he estado quitando todo el resto de poda que llevaba ya un par de semanas en medio del jardín. He llenado dos coches como el mío. De hecho, era el mío y lo he llenado dos veces. Y eso que había doblado los asientos de atrás y cabía una barbaridad. Parece mentira lo que me da de sí un jardín tan pequeño. Antes lo llevaba de a poquitos, con la carretilla. Y ya tenía un lugar cercano a casa donde, tras tres años de apilar ramas y hojas, seguro que había una tierra cojonuda ya, debajo. Pero hace dos semanas, justo cuando vaciaba la primera carretilla, me afeó la conducta una vieja fea y gruñona, vecina de cuatro casas más allá, que hacía ganchillo a la luz de su ventana. La vieja es como es. Lleva una pegatina en su mercedes que dice "que el Señor te acompañe" o algo por el estilo. Por eso, Charo la llama la Dios Mendiante. Son las peores. O quizá no y las haya peores. Me he fajado con mi famosa cintura de avispa. Lo que no se podía permitir es que tirasen allí cajas, latas y plásticos, como algún espabilado había empezado a hacer, pero mis ramas... mis hojas... a la tierra lo que es de la Tierra. Y un largo patatín. Eso sí, al final he doblado la cerviz y le he dicho que no lo iba a hacer más. El que es pusilámine, es pusilámine. Y claro, las ramas y las hojas desde entonces en mitad del jardín. Hasta hoy.



   Parece un chorrada pero ese trabajo que es de los más ingratos me ha cargado las pilas y me ha puesto a funcionar. Sí. Sí, Luis. Es la hostia Mama Tierra. 

   Con todos ustedes: LosDeLaCeja.








  


miércoles, 20 de marzo de 2013

Nos crecen los enanos

    Nos crecen los enanos, Luis. Algo no muy extraño si tenemos en cuenta que viajamos en el barco de Gulliver. ¿Lo pillas?

 
   El otro día comentaste de soslayo y de rondón que es posible que escriba yo diferente este Gulliver desde que... desde que... (¿cómo decirlo?) desde que... he duplicado (al menos) mi público. Desde que existe la posibilidad de que otros ojos nos lean. No sé si me da a mí el brío ni el tino para alcanzar tan elevados pensamientos. Además, no concibo otro lector que tú, capaz de soportar mis chorradas con la persistencia mínima necesaria para que esto tenga el más mínimo de los sentidos. Y todo ello porque te van destinadas, que si no. Y a veces me pienso que ni aún así. Y peor.


   En fin, que va uno escribiendo lo que le viene a la mollera sin más filtros que los adquiridos, no sé si muchos o pocos. Toda esta frase se reafirma en sí misma para hacerte ver que, en fin, escribo lo que me va viniendo.

   A mí esto de que en algún momento pueda aparecer Armando por aquí, incluso saludar con la mano, me hace creer que todo adquiere un punto más de locura de la que ya trae el Gulliver de nacimiento. Porque no me dirás que tiene nombre que un mastuerzo ande día a día postergando otras obligaciones más perentorias por andar contándole a su jefe las más mínimas chorradas que le han sucedido en su vulgar vida y poniéndole cancioncitas que al jefe le resbalan. No me dirás.

   Hoy te traigo a un grupo mexicano. Ya ves como se mueven los centros hacía el Nuevo Continente. Para liarlo, no es un grupo sino el Instituto Mexicano del Sonido, compuesto íntegramente por un polilla que no es polilla sino un lince. Don Camilo Lara. La canción que sigue también es de ellos, pero por el vídeo, se la han debido de apropiar los antisistema.



martes, 19 de marzo de 2013

No todo es mentira (2. Marineros del Mataviejas)

   Es la leche. Con lo que me gusta a mí mentir y se me cuela por las rendijas del gulliver un montón de verdades como puños. 

   Una característica de la madurez (como mero transcurso del tiempo, no como meta alcanzada, que eso yo creo que no lo haré nunca, no sabré hacerlo), una de sus principales características, decía, es que los días se acortan. Sí, vale, siguen teniendo sus veinticuatro horas con sus mañanas, tardes y noches, pero duran la mitad. Eso es algo que debe de agudizarse con el paso de los años. José era el herrero del pueblo. En Cardeña hay más herreros, tres o cuatro, pero el herrero era él. Era el padre de un amigo y de regreso de mis caminatas a veces le encontraba sentado en el poyo de su casa, al lado del taller, y charlábamos un rato. Pues no había cosa que más le fastidiase que lo cortos que iban haciéndosele los días. Él lo sabía ya desde chaval, cuando le agarraban de la patilla los viejos de entonces y le decían que para él un día era un año pero que para ellos, desgraciados, infelices, un año duraba solo un día. Y lo malo es que se fue dando cuenta de que aquello era verdad, que era lo que impepinablemente pasaba. 

   Otra característica de la madurez, tomada de la misma forma, es que llevabas tiempo pensando que el pasado te lo ibas fabricando con el mero vivir y te vas dando cuenta de que es al contrario. Y te van llegando paletadas de evidencias y cada vez a una frecuencia mayor. Y como las evidencias no solo te llegan a ti sino a los que tienen tu edad y muchas de ellas son las mismas, aquello empieza a ser memoria colectiva.

   A mí me influye mucho según qué memoria colectiva. No por nada. O no por nada de lo que sea yo consciente. Es como una presión en el buche. El buche, según la sexta definición de la RAE, es el lugar en el que se finge que se reservan los secretos. Va a ser por eso. Y cómo es la RAE, si a veces parece wikipedia. 

   La memoria colectiva me va llegando por varias vías. El cumplir este año medio siglo ayuda bastante. Ya hay fiestón en ciernes y la verdad es que lo temo. A lo del fiestón se une un reencuentro de los ex alumnos del Cardenal López de Mendoza y eso ya me da directamente pánico. Hoy me comentaba un compañero del café que él lo celebró hace ya un tiempo y fue para llorar y no echar gota. Yo, como tuve varias quintas (te recuerdo que fui uno de los educandos más duraderos del centro), me he quedado con el año en el que coincidí con Tobi, curiosamente también con el hijo del herrero del que te hablaba y con un montón de queridos mastuerzos más. Todo empezó con la intención de hacer una comida para compararnos las calvas, las barrigas y los achaques pero la cosa creció y creció y ya tenemos hasta página de facebook para remezclarnos las nostalgias. Mis recuerdos, como se reparten en más años, son más escasos y menos precisos. Digo yo que será por eso. El Gulliver es el tercer proveedor de memoria. Lo digo siempre. Lo que empezó siendo una broma ha terminado en una hiperautobiografía a más no poder. Casi al psicoanalista modo. Broma infinita.

   Y como todo en el mundo, al menos en mi mundo, es fractal puro y duro, los citados desencadenantes se multiplican, ramificándose hasta llegar a la madre que lo parió. Y de las fiestas llegan las vidas de los amigos que fueron, cada una de sus vidas, aquí o allá, y de cada amigo, encima, llegan otros agarrados del hombro, con sus vidas a cuestas, y a este paso vas a tener gulliveres hasta el día en que me muera. 

   Y si, además, los gulliveres van también desmadejándose en mil cachos, voy a necesitar cientos de vidas para poder dejar en claro todo lo que se debe contar. Todo lo que debe ser contado. Qué mareo. 

   Aquí te dejo una buena prueba de todo lo que te estoy intentando decir, en su verdadera magnitud. El Mataviejas era entonces un río que hacía más honor a su nombre. Ya ves, uno que es de Burgos pero con una inequívoca pasión marinera. Ah, si no me marease hasta en el tren de la bruja.




   Aquí te los presento. El del timón no es otro que Armando, al que te presenté en dibujo de historieta. En las calderas está Esther, grumete donde las haya y hermana del capitán. Y el que disfruta de las vistas y de la brisa marina, en la cubierta de babor, no es otro que una servidora.

   Hoy nos acompaña una canción que habla de todo esto que se me pone en el buche. Canta una señora que es medio diosa, eso sí. Cultura (pop)ular.






lunes, 18 de marzo de 2013

No todo es mentira

   La mentira es una característica humana que tendríamos que elevar al grado de  virtud. O al menos a patrimonio de la humanidad. Incluso declararla reserva de la biosfera. Ha hecho más la mentira por el hombre que el invento de la rueda. 

   Es como todo. La mentira tiene mala fama, a veces ciertamente bien ganada, pero si se usa con cuidado, en la dosis del prospecto y con un cierto cariño, sin fines torticeros ni abyectos propósitos, puedes alcanzar con ella la felicidad.

   Aunque mi hermana Bego decía de mí que era un exagerado, era porque me quería, ya que yo lo que soy es mentiroso. Terrible, pertinaz, adicto. Un mentiroso. Toda ocasión me parece propicia, sin depender del cariz de la situación o de la altura de destinatario. Me gustan más las mentiras gruesas, que provoquen alzares de cejas y pensamientos de duda. Requieren una mayor habilidad y aplomo. Y estar en ello con los cinco sentidos, no puede uno permitirse un descuido. Y, por supuesto, experiencia. 



   La única ocasión de declarar una mentira es para evitar daños mayores. Y entonces...

   Entonces el error es todo tuyo. Equivocaste el camino, la flecha te salió rana, no acertaste con el destinatario, te pasaste de intensidad o de frenada. Te quedaste corto, sin ases en la manga y con dos palmos de narices. No hay nada más triste que un pinocho narigón.


   Unas de las mentiras que me repugnan son las que se cree uno mismo. Porque, de todo esto, lo mejor de lo mejor es mentirte a ti mismo, con saña, es bocatto di cardenale, pero por donde no voy a pasar es por que se mienta uno a sí mismo y que se crea lo que está diciendo. Ahí se acaba la gracia y se termina todo. Es casi peor eso a que te pillen.

   Tampoco me gusta nada cuando la mentira se mezcla con la maldad.


viernes, 15 de marzo de 2013

Comodín dos (deprisa, deprisa)

    Hoy, ya te avisé, le toca descansar al agotado escritor de estas pijadas. Por no dejar un regusto en exceso amargo, ha elegido una canción de amor que bien pudiera valer por mil gulliveres. 

   Solo por ti, de Las Escarlatinas.






jueves, 14 de marzo de 2013

Comodín uno (la vida misma)

   Hoy salimos de viaje tú y yo. Vamos a ver un bodega a Quintana del Pidio, que me resulta nombre curioso. Habrá que preguntar qué cojones es, para los lugareños, un pidio.

   A más a más, que dicen mis amigos leoneses, quiero, antes de salir, ver si remato las fichas que les tenemos que mandar a las cooperativas de la provincia y las pongo en el correo.

   Y el viernes volvemos a salir, esta vez para el norte, a ver al jardinero mirandés y ya de paso sacar unas fotos a los colegiales de los Sagrados Corazones, comiendo fruta sana. A qué cosas nos dedicamos tú y yo.

   Te explico todo esto, ya imaginarás, para avisarte que este par de días tendremos buenos ratos para hablar de lo divino y de lo humano e igual también del Gulliver, con lo que propongo entradas cortas y sin excesiva sustancia (si alguna la ha tenido alguna vez) para no aturullarnos y mezclar las churras con las merinas. 

   A más a más, ando un poco desquiciado ya que como la Pollo no fue ayer a clase, entre hoy y mañana "tenemos" cinco exámenes, cinco. 

   Como no sé cómo se escribe en el gulli la señal de tiempo muerto, simplemente te pongo sobre aviso. 

   Hoy por no tener, ni canción.

    Eso sí, las imágenes que vamos a proponerles a continuación podrían herir su sensibilidad. Nunca matarla. 



 

miércoles, 13 de marzo de 2013

Brrrr...

   ¿Qué se escribe cuando no se tiene ganas de escribir? Ese  es el quid y quizá uno de los puntales que sostienen un proyecto literario serio. 

   Hoy no tengo pijas ganas de escribir. Y todo por un par de llamadas a números 902 para darme de baja de un servicio. Chico, ha sido imposible y se me ha ahondado el ya mal cuerpo de lunes que arrastraba. Incluso me he pensado llegarme hasta Barcelona, a  la dirección que me han dado y explicárselo en persona. Ya el tener que apuntarla, en un papelito y con la mala leche haciéndole temblar al boli, tenía su guasa. Por una vez te juro que es cierto lo que te cuento.

   GasNatural SDG
   Departamento de Atención Personalizada
   Plaza del Gas, 1
   Edificio BTA
   3ª planta
   08003 Barcelona

   Se han hecho una plaza para ellos solos, estos hijos de la gran puta del comercio del gas. E imagínate cómo tiene que ser la plaza para que tenga un edificio con esa nomenclatura. Haz cuentas. Empieza por el edificio AAA y sigue, edificio AAB, AAC... hasta el BTA. Multiplica por al menos tres plantas por edificio. Y eso nada más en el número 1 de la placita. A 10 números que tenga... A no ser que lo de BTA sea un mensaje apenas escondido y subliminal y simplemente es lo que a uno le deletrean nada más llegar con su queja o reclamación. No me extrañaría. 

   Iba la cosa de 15 euros y aún así me han dado ganas de acercarme a que me lo explicasen a los ojos. Los hijos de la gran puta.


   Cambiemos de tercio, por el bien de mi salud. Pero antes, para ayudarnos a mutar de genio, pongamos chica(s).


   Sí, aún se me nota el talante en la elección de la foto, pero algo me siento aliviado.

   Un efecto directo de no tener ganas de escribir es que no sabes qué contar y maldito lo que te importa. Esto último es lo que marca la diferencia de cuando sí que tienes alguna gana, ya que no saber qué contar, eso me pasa siempre. 

   Cuando no se sabe qué contar es ridículo tratar de hallar el conflicto. Lo más conveniente es buscar un personaje. Como personaje vale todo, desde algún pariente lejano hasta el vaho de una ventana. Lo normal es que dé más juego el pariente lejano pero no en todos los casos. 

   Por la ventana de mi estudio se ve la casa de mi vecina Conchi. Hagámosla personaje a la orgullosa propietaria, aunque sea por un día. Bien espero que no lea estas líneas que va a protagonizar pues no dudo que agarraría la escopeta que sin duda tiene y me pegaría tres tiros. Hoy estoy bravo y me voy a atrever. Quizá usando como una defensa más que es improbable que lo lea pero lo es más que lo entienda. Lo cual es un colchón de tranquilidad. Conchi tiene un hijo, del que no sacaremos la cara, por aquello de la ley de protección del menor, que vaya mundo para que hagan falta estas leyes. Habremos de decir de él que no es excesivamente espabilado, siendo por nuestra parte magnánimos. Pues un día, en una de las inacabables reuniones de preparación de la revista del pueblo, que teníamos en el ayuntamiento, alguien trajo a colación  que ese niño de esa vecina había conseguido un premio a la excelencia, con un trabajo medio sesudo para un chaval de ocho años. A mí me extrañó e insistí un par de veces en que me aseguraran que la identidad del ganador y la de mi vecino coincidían. Por unanimidad, me encargaba yo de redactar algo. 

   La próxima noche que me encontré con Conchi y su marido, del que en otra parte se tratará como es debido, fue en la cantina y me pareció el momento adecuado para empezar con el encargo. Y entre que yo me explico como me explico, que ellos entienden como entienden y el mensajito, aquello fue la fiesta de la mueca. No, que me han dicho que a vuestro hijo le han dado un premio en el cole. Muecas de escala dos. Repito casi clavado mi introducción. Más muecas de parecido nivel. "¿X?", preguntan ellos. Mueca perfecta mía, siempre llevo varias ensayadas. Explicaciones balbuceantes de servidor, más muecas y más muecas, "¿pero seguro que estás hablando de X?" Aquello acabó con unas risas pero medio temblorosas, del tipo je, je, mi hijo, pero si es un estúpido. Y eso no siempre gusta reconocerlo. 

   Y aquí acabamos el breve pero tupido capítulo uno de Vecina y servidor. Habrá más otro día que esté bravo.

   Y por terminar con el signo de los tiempos o al menos de esta tarde, la canción también habré de buscarla medio enfurruñada.

   Esta me vale, muy buena para oír en el coche.



 P.D. Lucía acaba de merendarse un bocata de salchichas fritas, supongo que con kechup, no me he atrevido a acercarme a comprobarlo, lo cual habla muy bien de la mejoría de sus anginas. Supongo.

  

martes, 12 de marzo de 2013

Habemus papam

   Llevo tres días sin dormir, en ascuas, esperando con gran ansia la fumata blanca. ¿Será americano, italiano, progre, negro, tímido, gay?



   Ya, ya. Me la suda. Pero hasta cierto punto. 



   Segovia. Segunda casa. Busco la calle en el google maps, para ponerte el nombre y no sé ni cómo llegar. Supongo que en vivo sería diferente. Y eso que fue un lugar conformador de lo que ahora soy, también supongo. Vivíamos Jimmy y yo en un primero en cuesta. El portal del edificio estaba, como suelen, a ras de calle pero a la ventana de mi cuarto que alojaba en su exterior nuestro tendal se llegaba con una poca de ayuda y un brinco. De hecho, nos bailaron del colgadero una camisa a la que teníamos auténtica devoción. Fondo blanco, unos florones del tamaño de una cuarta.  Rosas que no eran rosas que eran rosas. Allí en ese piso tuve yo varios percances. De uno ya te he hablado. Terminé, una noche, siendo Jose el de las Orejas Largas, antipersonaje al que no dejarían entran ni en la fiesta de los jaguares. Vivía en el bloque de enfrente, a apenas ocho metros, ventana contra ventana, un policía nacional  que fue sumamente discreto y elegante con nuestras cosas. Algo tendría que ver que éramos los inquilinos de su mujer. Teníamos dos gatos, Salomón y Tiberiades, que armaban auténticas diabluras. Y una lavadora pero que muy rudimentaria. Era como un pasapuré con un motorcito de mierda. El agua había que cogérsela de la ducha.



 Un fin de semana vivieron a visitarnos unos amigos de Jimmy. Una pareja maja. Él fue el fotógrafo de la foto que de Jimmy y mía has visto. Tengo su apellido en la punta de la lengua. El nombre de ella le tengo en la punta de la polla, si me perdonas la boutade y el chiste malo. El piso tenía dos habitaciones y un salón con mueble castellano a más no poder. Les dejamos, como solía hacer nuestra enorme hospitalidad, la cama grande, que era la que estaba en la habitación de Jimmy. Así que Jimmy ocupaba la cama sobrante de mi habitación. 


   A la hora del desayuno no paraba la parejita de descojonarse de la noche que les habíamos dado, ya que, como a menudo nos pasaba, nos dio por ser él Platón y yo Sócrates, supongo que fumados, mirando el horrible techo, y por supuesto que en terrible confrontación.


  Ya que según mi amigo Jimmy, la elección del Papa nos la sudaba. Y por ahí no estaba yo dispuesto a pasar. Me armé de las más impepinables razones, puse sobre el tapete influencias de segundo o tercer orden, fractalmente hablando, ya que George Bush (padre) era capaz de seguir a pie juntillas cuantas majaderías se le ocurriesen al sumo pontífice y, claro, un largo etcétera.


   Y así hasta las siete de la mañana, momento en el que, al parecer, nos dormimos. Luego salió Juan Totus Tuus Pablo II para cargarme hasta los topes de razón. Y después salió el que movía la marioneta, auténtico ideólogo, de la peor calaña. Y, fíjate, según dicen, huye ahora asustado. Un ladrillazo, al dios este, como decía León Felipe. 


   La música que nos alimentaba en aquel piso bien pudiera ser esta. Ha pasado tiempo, ¿eh?, y me sigue pareciendo una gran canción. The Smithereens




lunes, 11 de marzo de 2013

María Coma

   Después de unos días de despelote total, creo que voy a centrarme hoy en uno de los aspectos elementales que conforman esto del gulliver: lo musical.

   Pero ocurre que hasta con lo musical me sucede, que ya no sé si forma parte de la ficción gulliveriana o de la cruda y de veras increíble realidad. Leo en un periódico digital que un millón de personas han firmado una petición para que Cospedal vuelva a contar el chiste del finiquito. Yo, que soy de cintura lenta, enseguida me he acordado del Finiquito de la Calzada, jaaaar, y he creído estar soñando. 

   Así que se mezclan realidad y fantasía, pasen y vean, menudo circo que tenemos montado. Eso sí, necesitamos gladiadores en el paro, que salen más a cuenta, que las fieras tienen hambre y necesitan carnaza. ¿Cómo dice, señora? ¿Una escabechina? ¿No sabe usted que el circo nacional se sumerge en el mismo acervo cultural de lo que somos y venimos siendo? 

   Blablabás chasquea los dedos como que estuviese todo ya muy claro. La mujer se da la vuelta triste y se aleja en silencio.

Blablabás
   La canción de hoy también tiene su punto entre político y social. Además, en catalán, el idioma del enemigo. Una gran canción. Un mundo de locos.



   
   Porque los corazones de las personas son de acero inoxidable.

viernes, 8 de marzo de 2013

El Delgado Duque Blanco cabalga de nuevo (un breve homenaje)


   Lleva ya unos días en el mercado (¿en cual coño mercado?, ji, ji) el nuevo e inusitado disco del Delgado Duque Blanco. Pese a superarnos en edad y fortuna, también lo intenta en alegría y entusiasmo. Así que no podemos defraudarle, ni esperar más en el Gulliver sin que nos acompañe un ratito. O dos.




   Ya que después del vídeo del nuevo single, me apetece escuchar algo de su Aladine Sane. Voy a ver qué elijo.


   Al final, te enchufo los 43 minutos del álbum y me quedo tan ancho. Eso sí, si te apetece hoy trago corto, vete el minuto 9:35, por ejemplo.



   Sí, la edad pasa para todos y se pierde por el camino energía. Ya lo dice el sabio cartujo, "morir tenemos, ya lo sabemos".

   Hoy, día breve, toca teoría anodina.

   ¿Por qué se vuelve loco el Tron cuando llegamos a casa? Posible explicación

    Partiendo de la más evidente de las soluciones, que no es otra que nos quiere con un amor y una pasión tal, que bla, bla, bla... y huyendo como de la peste de las respuestas fáciles y maniqueas, se me ha ocurrido a mí que puede ello deberse a poseer entre sus virtudes, los cánidos, la de tener una memoria retroactiva de escaso tramo. No alcanzan a recordar, por lo tanto, que siempre que nos hemos ido, hemos terminado volviendo, con lo que su angustia vital tiene que ser de la repanocha, por momentos. Llevo unos días observándole, al Tron, para comprobar al empírico modo mis suposiciones. Él me mira con ojos preocupados o quizá no le dé más importancia. Pero no me soluciona la papeleta. Ahora que Charo y Lucía se fueron a la pelu, compruebo que, de tanto en tanto, se levanta de su camastro y se da una vuelta por toda la casa. Parece buscarlas. Pero ¿quién sabe?

   Otra de mis absurdas teorías viene muy bien explicada en la siguiente imagen.






jueves, 7 de marzo de 2013

  Soy impresionable. Timorato. Cobardica. Pusilánime. Miedica. Otra vez impresionable. Y otra vez cobarde y miedica. 

   Pero aún así pensaba yo que con los años había construido un caparazón de costra de insensibilidad a mi alrededor. Defensivo. Con el objeto de no quedarme fuera de juego y preservar las pocas fuerzas que nunca he tenido para defender, llegado el caso y con todas las de la ley, a la mi pollo, a todos los míos, de los peligros que, quizá, pudiesen acecharles.

   Pues chico, me quedé noqueado al leer el resumen que Armando me hizo de estos treintaitantos últimos años. De sus trei... últimos años y también de los míos.

   Queda presuntuoso, fato, como que fuese yo una de esas princesas dieciochescas, ah, las sales. Pienso, antes de colgarlo en nuestro Gulliver, mandar un mensaje de aviso a Armando. Es lo mínimo, un "te advierto" infructuoso pero seguro que él lo entiende.

   Chicos, querido Luis, querido Armando. No sé porqué cojones, pero me quedé noqueado. Fue el pasado. O es este presente que se supone que está en mitad de no sé dónde. Lo opuesto al pasado no es el futuro, Luis, por inexistente, sino el presente. Inasible, terrible pasajero. Este presente tan corto que por el mero hecho de vivir deja de existir en nosotros y chorrea alguna gotita de su ser al pasado al que se opone. El pasado, aunque te parezca extraño, no está formado de todo el presente que va dejando de ser sino únicamente de pequeños cachitos, los que se incrustan en la masa madre de la memoria. 

   Ya, ya. Andarás diciendo "ya le ha vuelto a dar a Jose la pájara pseudofilosófica e intentará de nuevo explicarme lo obvio". Pongo chica, a ver si así se me pasa.




   Las alas de una mariposa hicieron estornudar a Felix "Maldonado" Herrero, que nos predijo agua para por la tarde. No nos lo hemos pensado nunca así pero es una fortuna tener oráculo en la oficina. Quizá algún día deje de especializarse en los asuntos meteorológicos y nos dé la gran sorpresa de anunciarnos un golpe de suerte, avisarnos de un amor. Sí, Luis, soñar es por ahora gratis. Aprovechémoslo. Fue así por la mariposa que llovió, fino pero suficiente para poder posponer a mañana el entreno de balonvolea, en el jardín, con la Pollo. Con lo que adquirí como en una tómbola un cacho de rato de la tarde, espero que suficiente para escribirte este gulliver y, si está de ser, también el de mañana. Quebradiza mariposa de los duendes, que así sea. 




   Cada uno guarda sus momentos y seguro que los míos de aquellos veranos en Silos nada tienen que ver con los de Armando. La primera sensación es que él tiene más. Por haber estado más tiempo y porque a mí, con mis timideces y mis bobadas, se me embotaba el entendimiento y toda su descendencia. 

    A mí uno de los primeros que me vienen de nuestra poco numerosa pero estrecha pandilla es estar esperándoos en el bar de la plaza, ¿El Cruces?, a Adolfo y a ti. Sería ya uno de los últimos años porque esperaba sentado, viendo la tele, con una cerveza. De repente el cielo se oscurecía como en un sortilegio o era la mano, manaza de Adolfo que te tapaba íntegra la cara, jugando al "¿Quién soy?". Y llegabais los dos  y resulta que eran esa noche fiestas en Salas de los Infantes. O quizá eso fue otro día.

   A ti ya te gustaba todo lo que con la armamentística tuviese relación. Tanques, torpedos. Ya ves que mi capacidad para ese lenguaje es más que escasa, ingenua. Siempre me da alegría el que ha hecho de su afición oficio, que quizá sean palabras con parecida etimología.

   También me acuerdo de la montonera de moscas que se posaban en la mesa que componía la totalidad de la terraza de ese bar con soportal. No me acuerdo, en cambio, de cómo se llamaba el padre de Adolfo y eso que tenía nombre peculiar. Y acababa en ino.

   Sí que me acuerdo de haber navegado por el Mataviejas en las perolas que dejaban de un año para otro los cocineros de pedazo de campamento que tenían allí montado. Igual había dos mil acampados con sus oraciones y sus rezos. Y la gran cruz blanca pintada en la pared de la montaña. Cabíamos media docena de chavales en las perolas. 

   Y me acuerdo de una vez en que estaba solo, ya os habríais ido, y había despedida de los acampados. Y el acto central era una especie de entre liturgia y asamblea y directamente ya fiestón. Era en la iglesia del monasterio o iglesia conventual. Para que cupiésemos todos habían retirado las pesadas bancadas. Una intervención se alargó quizá en exceso. La escuchábamos todos sentados en la frescas piedras del suelo, bien apretujados los unos contra los otros (y por supuesto que viceversa). La cosa es que se me durmieron las dos piernas y cuando tocó levantarse para la siguiente actuación a mí como que no me sostenían el cuerpo. La gente sobre la que me abalanzaba me miraba. Unos asustados, otros despreciativos, alguno amenazante. Pues la jodida caraja y la timidez y el mareo y lo que tú quieras, pero no tuve la capacidad de decir unas palabras explicativas. 

   No sé porqué pero cuando hablo de Silos siempre me apetecen este tipo de canciones.



miércoles, 6 de marzo de 2013

Armando "Guerra" García (1)

   Lo que son las cosas. Yo siempre lo he dicho.

   Y más ahora que me acerco sin remedio ni anestesia a la cincuentena. Suena severo. 

   Es momento, parece, de echar la vista atrás (que decía la canción) y quedarte de sal como la incauta esposa del profeta. O de piedra, según en qué casos.  

   Si seguiste ayer mis instrucciones llegarías a ser testigo de una buena prueba de ello. Por un agujero infinito y gracias a las delicias que el buscador Google ofrece a sus usuarios, Armando, aquel amigo de mis veranos silenses pudo comprobar, me imagino que con gran estupefacción, que forma parte del ya extenso reparto de este peliculón del género bobo en el que se ha convertido Gulliver. Bien es cierto que su apellido no era (ni por lo tanto es) Guerra pero no es esta sino otra prueba más de que nuestro cuaderno de bitácora está plagado de triquiñuelas, trampantojos y demás campos minados. En tus manos queda sortearlos o dejar que exploten en fatuos fuegos artificiales. Espero que te sean inocuos.

   A raíz de su descubrimiento, Armando se puso en contacto conmigo a través de otra herramienta de las muchas que contiene esta nave sideral. El facebook. Lento de reflejos como es uno, tardé más de la cuenta en caer que ese Armand que solicitaba mi amistad fuese el mismo de aquel de mis años mozos. Como que uno hubiese conocido a muchos Armandos en su vida.

Armando García (su foto del perfil del feisbu)

   Así que tocaba, de nuevo, echar la vista atrás. Y acordarme de aquel niño que sin duda fui. Y acordarme de lo grande y amenazador que a este niño se le hacía el mundo que le rodeaba. Y preguntarme cuánto queda de aquellos  temores, de aquellas vergüenzas, de aquellos complejos, en lo que ahora soy.

   Desbordado por la natural alegría al saber de una persona querida y perdida en mi despreocupado pasado desde hace ya tantos años, le escribí una sucinta reseña de todo este tiempo. Todo muy pulcro y aséptico ya que era un modo de abrir boca, rompiendo el hielo, o algo así. Le hablé de mi paso por Segovia y por Pucela antes de regresar a mis raíces. Pero todo de refilón. También le dije que me había casado y que existía la Pollo, que ahí es nada. 

   Él, que, como le ocurre a la gente normal, seguro que flipa con esa manera mía de escribir, tan enrevesada, me dijo que no poseía dotes literarias pero... no veas.

   En una docena de líneas, o menos,  me contó una vida bien vivida. Me habló de la suerte que tuvo (eso no lo ponía, simplemente lo deduje de su sonrisa) de encontrar el amor con una de las chicas que allí pasaban los veranos. Me contó que ese amor se murió de cáncer hace no tanto pero que le quedan dos hijas que presumo adorables. Una de ellas no soportaba la idea de ver a su madre perder el pelo con los tratamientos. Así que Marta, que así se llamaba y así se llama  su amor, retomó los lápices de colores, largo tiempo abandonados, para explicárselo a su manera. Armando me mandaba la dirección de ese blog terapéutico y encima curativo. Con gran pudor y habiéndoselo advertido a mi amigo, mas no pidiéndole permiso, que espero que no haga falta, aquí te pongo el enlace.





  Así que claro, hoy toca canción grande. Supongo que si nos juntásemos Armando, Adolfo y yo en comandita, allí arriba, en la ermita, no quedaría más remedio que poner una de uno de los más grandes. Ya sabes, el mago, la bruja, el jodido del Bob Dylan. Estoy seguro que en breves días contactaré (feo verbo más bonito resultado, espero) con Adolfo, que me dará su sincera opinión de lo último del artista. Treintaitantos años después barrunto que me daría el visto bueno para que dicha canción fuese Tempest, la cancionota de su último disco. Pero yo elijo otra. Que bien define mi estado actual a este respecto. Se la dedico a Marta, de la que no tengo la suerte de acordarme. Pena. Y se la dedico a Armando, que quizá esté mirando este gulliver por un agujerito. Ojala.











      

martes, 5 de marzo de 2013

Ojos que nos ven

   Con lo que a mí me gustan estas historias tan electroespaciales e hidrotemporales. 

   Y es que, amiguitos, mi querido Luis, hoy toca metablog. Que es como darle la vuelta a la canción y que de la manga salgan dos conejos con chistera de la que vuelven a salir dos conejos, estos ya sucesivamente. 

   Te pongo aquí una foto ejemplo de los fractales que tanto me pirran. Este es de un nivel muy bajo, tres o cuatro ramificaciones, pero iniciático y esclarecedor, queridos amiguitos. 



   Por el hecho de escribirte estas alocadas palabras, me convierto, sin poder ni tú ni yo evitarlo, en blogmaster, que en el original inglés no es maestro sino señor, amo o, en este caso, capitán. Gracias a ello, tripulo esta nave como a mí me viene en gana, dentro de las potencialidades que su diseño permite. Por poner un claro ejemplo, no es una maniobra factible subir en vertical con el barco del Gulliver para llegar a los 10.000 pies hasta bien entrada la tarde. Una vez alcanzado ese momento del día no es aconsejable pero...

   Cuando entras en las tripas del Gulliver, como era de esperar en una nave efectiva y moderna, lo primero que ves es que todo está lleno de botoncitos, off/on(s), pantallas y demás aparataje. Tiene, aunque no te lo creas, piloto automático, por lo que podría yo dormirme en los laureles y que fuese él quien te ofreciese canciones, quien te contase cuentos, quien te dijese mentiras. Ni lo ibas a notar. Pero soy de la vieja escuela y no me placen esos usos. Asgo el timón con fuerza pero con tacto e intento que las nubes no nos produzcan ni bandazos ni desconsuelos.

   Quizá pudiese alcanzar antes los puertos si utilizase todas las potencialidades que la máquina me ofrece. Si no siguiese con el dedo los mapas de navegación o si usase un sextante 3G, última generación, que tiene hasta voz de locutora joven y lo más en GPS. Pero prisa tampoco tenemos, ¿no?

   Tiene más utilidades, mi barco. Puedo diseñar el color del mar de fondo, ahuyentar a las sirenas, optimizar el velamen. Hay, incluso, un botoncito rotulado como "ingresos". Nunca he sentido la curiosidad de presionarle. 

   En cambio hay otro offon con el nombre de "estadísticas". Cuando la calma chicha se pone ya muy pesada y ninguna labor apremia, me zambullo allí, por matar el rato. Ya sabes cuánto me gustan los grafiquitos, los climogramas, las tablas de frecuencias. Tampoco me fío mucho de la fiabilidad de los datos que ofrece pero siempre me ha intrigado que en una de las opciones, rotulada como "fuentes de tráfico", figurase que somos seguidos en nuestro navegar por gente de:

   Alemania, Canada y Filipinas, qué cosas.

   Lo achacaba, y lo sigo achacando a falta de mayores evidencias, a estas cosas de la globalización, ¡lo pequeño que se nos está quedando el mundo, Luis!, y a robots de empresas sin escrúpulos que barren el magma internético en busca de piezas menores.

   Creo que no estoy siendo nada claro en la descripción de la cabina de mando. Para que te hagas una somera idea voy a incluirte aquí una foto que hizo ayer el contramaestre, conmigo, en primer plano, al timón.


   No sé si la imagen aclara o lía más las cosas. O que el que se mete en charcos y en camisas de once varas es servidora. Vayamos, pues, enhebrando al camello.

   Otro de las subopciones que Gulliver ofrece de fábrica es, cómo llamarlo... el derecho de admisión. Digamos que tengo la posibilidad de que en este barco se monte quien me salga a mí de las narices, y encima viceversa. (Siempre me acuerdo de aquel profe de penal, que explicaba muy convencido que el ladrón entró por la ventana y viceversa). Por abulia, creo, o por soler varar en puertos solitarios, nunca creí preciso hacer uso de esa facultad y dejé todas las puertas abiertas. O quizá... ya conoces los versos:

   que mi barco es mi tesoro
   que mi dios la libertad



   Y ya para terminar de rematarlo, por fin, entre el resto de las posibilidades náuticas a mi alcance, destaca un lugar llamado "comentarios", que es el preciso lugar donde tú nunca vas a poner nada, casi por definición.

   Pues hete aquí que ayer, chicha la mar, claro hasta que se perdía el cielo, cuando menos nadie se lo podía esperar, saltaron todas las alarmas. El sonar se volvió majara, tampoco él, en el fondo, se lo podía creer. El aullido del grumete, subido a lo alto del palo mayor, no dejó lugar a dudas. "¡Comentario a la vista!".

   Detendré aquí al Gulliver hoy, para que masques sin premuras la noticia y, si gustas, te llegues hasta una entrada que se titulaba "Señor... señor", allá, a principios de noviembre del año pasado, y observes con tus propios ojos semejante boquete en el casco de la intimidad de nuestra nave.

   Para no enrevesar ya más el contenido de este extraño día, pondré una canción amable de la Amaral con el Ivan Ferreiro.









  

lunes, 4 de marzo de 2013

La memoria

   Te hablaba el viernes de mi mala memoria y como hoy estoy vagazo total, me he acordado de un "proyecto literario" (toma ya) en el que, a través de la mirada de un niño, intentaba explicar las potencias del ser humano, al modo de las redacciones escolares. En uno de los primeros capítulos se hablaba precisamente de la memoria.





LA MEMORIA



            Lo mejor de la memoria es que a menudo las cosas se te olvidan. Menos mal, que sino... Yo muchas veces no sé si una cosa se me ha olvidado o es que nunca la he sabido. Yo creo que la memoria es así o por compasión o porque el mundo funciona de esa manera. Las cosas que se olvidan pasan a formar parte de la memoria colectiva que es la que todos tenemos y no es de nadie únicamente. Mi madre me dice que esa memoria la tenemos desde antes de nacer cada uno pero no sé, de eso tampoco me acuerdo. Puede ser que sí.



            Yo a la memoria me la imagino como esas colchas que se hacen con trozos de aquí y de allá. Todos los retales son muy diferentes y muy raros y vete a saber de donde han salido y además no pegan ni con cola pero después la colcha es bien chula y yo creo que hasta abriga más. También me la imagino como una partitura.



            Da un poco de cosa pensar en lo grandaza que tiene que ser la memoria colectiva, da como mareo, porque somos muchos y a todos se nos olvidan cosas, me imagino, y ya sólo en mi clase somos más de treinta y pico, eso sin contar con Jacinto Morquecho, que aunque está en la lista no viene nunca porque está enfermo y tiene que quedarse en la cama. No le conocemos ninguno pero aún sin contar con él somos ya un montón para que se nos olviden cosas.



            Yo, por ejemplo, me tengo que haber olvidado de muchísimas cosas antes de acordarme de la primera. Lo digo porque de la primera cosa que me acuerdo es de una en la que ya tenía lo menos tres años. De antes no me acuerdo y tuvieron que pasar muchas cosas porque ya era como tres años de grande y estaba ya hecho, mucho más que un niño bebé que parece una morcilla con poca masa, arroz, sangre y cebolla y más cosas que se les echa a las morcillas, porque los niños bebés tienen rollitos y michelines y arrugas en los muslos y eso es porque tienen que hacerse más grandes y si no explotarían o se les saldría la masa o algo.



            Yo de lo primero que me acuerdo es de mí mismo. Es lógico, si me paro a pensarlo, porque si no cómo me iba a acordar. Iba por un pasillo bastante oscuro. Lo mismo no era oscuro y me lo imagino yo así o lo mismo es que se me está olvidando el recuerdo por las orillas. Así que no sé si había puertas a los lados del pasillo pero al final sí que había una y bien grande, de ésas que se abren por la mitad para los dos sitios y además para delante y para atrás. Me había salido un bulto en la garganta pero por fuera, encima del cuello y no sé de qué tamaño porque no me acuerdo y después tampoco me lo han dicho o si me lo han dicho ya no me acuerdo. Tampoco sé que había dentro del bulto, me imagino que quistes. Pero me lo tenían que quitar por medio de una operación así que eso que había detrás justo de la puerta grande era el quirófano.



            Yo no sé pero para mí que el médico era muy malo porque me hizo mucho daño y además mucho rato. Como que intentaba las cosas de varias maneras pero no a la vez sino una detrás de otra. O será que la medicina ha adelantado una barbaridad después de mi operación. Por de pronto yo entré andando y no como ahora pero es que ahora lo hacen por si te resbalas o te mareas o las dos cosas y te tienen así que pagar mucho dinero o a tu familia, así que ahora te ponen tumbado en una camilla y un enfermero que esté fuerte te lleva por todos los pasillos. Pero yo me entré andando con las dos manos cogidas, de mi padre y de mi madre me imagino porque eso tampoco lo veo aunque mire para arriba del recuerdo. Mi madre dice que todo me lo imagino o me lo invento. No se lo cree pero entré andando y además me sentaron en un sillón igual que el del barbero y también me pusieron una sábana blanca pero no para recoger pelos porque era mucho más grande y apretada y no podía así mover los brazos ni nada. Y además había dos chicas que eran enfermeras y tiraban de la sábana para atrás así que no les veía la cara y tampoco me podía volver para mirarlas o para otra cosa. Y el señor que era el médico vino con un instrumento y no me acuerdo de la forma porque además son muy raros esos instrumentos y además muy parecidos los unos y los otros aunque valdrán para cosas diferentes. Y éste no sé para que valía pero hacía mucho daño y mucho rato y aunque yo decía ¡para!, ¡para! él seguía. Ahora ya no tengo el bulto pero sí una cicatriz pequeñita que si me río con la boca abierta se me arruga. Y ya no me duele nunca.



            Cuando se lo cuento a mi madre no se lo cree y me dice que me lo invento y que qué ocurrencias. Y me dice que no era una sábana sino una toalla porque salí con los pelos chupados del sudor y yo le digo que si estaba dormido y anestesiado entonces para qué iba a sudar si a los anestesiados no les duele.



            Y lo que menos se cree es que el quirófano era rojo, dice que tienen que ser verdes, que les ponen así en todos los sitios, como el campo pero en más pálido porque así son más relajantes y miras a las paredes o al techo o inclusive a la bata del médico y te olvidas o te vas como volando. Y será porque se me ha olvidado pero el techo y las paredes eran negros o no estaban y todo lo demás, pero todo, de eso sí que me acuerdo, era rojo.



            Sí, sí. Al final todo era rojo y me dicen que no puede ser así, que no hay quirófanos rojos y me pienso que pudiera ser la sangre que me salía por el bulto y me dicen que no, que estaba anestesiado que es como dormido pero que además no te acuerdas y a lo mejor es por eso, que como era la primera cosa de la que me acuerdo es como que con la anestesia me pusieron el interruptor de acordarse en un sitio o en otro, en encendido o apagado, y como de antes no me acuerdo y me dieron el interruptor con la anestesia pues de eso sí que me acuerdo. O algo así.


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    El (toma ya) "proyecto" incluía también la imaginación, la emoción, la autenticidad, el nombre de las cosas y un montón de historias más. Tenía el forzado y pretendidamente humorístico título de La cadena simpática, por lo que supongo que está escrito en mis pinitos como estudiante de psicología a distancia. He estado releyendo algunas páginas y se me ha juntado el rubor con la nostalgia.