miércoles, 13 de marzo de 2013

Brrrr...

   ¿Qué se escribe cuando no se tiene ganas de escribir? Ese  es el quid y quizá uno de los puntales que sostienen un proyecto literario serio. 

   Hoy no tengo pijas ganas de escribir. Y todo por un par de llamadas a números 902 para darme de baja de un servicio. Chico, ha sido imposible y se me ha ahondado el ya mal cuerpo de lunes que arrastraba. Incluso me he pensado llegarme hasta Barcelona, a  la dirección que me han dado y explicárselo en persona. Ya el tener que apuntarla, en un papelito y con la mala leche haciéndole temblar al boli, tenía su guasa. Por una vez te juro que es cierto lo que te cuento.

   GasNatural SDG
   Departamento de Atención Personalizada
   Plaza del Gas, 1
   Edificio BTA
   3ª planta
   08003 Barcelona

   Se han hecho una plaza para ellos solos, estos hijos de la gran puta del comercio del gas. E imagínate cómo tiene que ser la plaza para que tenga un edificio con esa nomenclatura. Haz cuentas. Empieza por el edificio AAA y sigue, edificio AAB, AAC... hasta el BTA. Multiplica por al menos tres plantas por edificio. Y eso nada más en el número 1 de la placita. A 10 números que tenga... A no ser que lo de BTA sea un mensaje apenas escondido y subliminal y simplemente es lo que a uno le deletrean nada más llegar con su queja o reclamación. No me extrañaría. 

   Iba la cosa de 15 euros y aún así me han dado ganas de acercarme a que me lo explicasen a los ojos. Los hijos de la gran puta.


   Cambiemos de tercio, por el bien de mi salud. Pero antes, para ayudarnos a mutar de genio, pongamos chica(s).


   Sí, aún se me nota el talante en la elección de la foto, pero algo me siento aliviado.

   Un efecto directo de no tener ganas de escribir es que no sabes qué contar y maldito lo que te importa. Esto último es lo que marca la diferencia de cuando sí que tienes alguna gana, ya que no saber qué contar, eso me pasa siempre. 

   Cuando no se sabe qué contar es ridículo tratar de hallar el conflicto. Lo más conveniente es buscar un personaje. Como personaje vale todo, desde algún pariente lejano hasta el vaho de una ventana. Lo normal es que dé más juego el pariente lejano pero no en todos los casos. 

   Por la ventana de mi estudio se ve la casa de mi vecina Conchi. Hagámosla personaje a la orgullosa propietaria, aunque sea por un día. Bien espero que no lea estas líneas que va a protagonizar pues no dudo que agarraría la escopeta que sin duda tiene y me pegaría tres tiros. Hoy estoy bravo y me voy a atrever. Quizá usando como una defensa más que es improbable que lo lea pero lo es más que lo entienda. Lo cual es un colchón de tranquilidad. Conchi tiene un hijo, del que no sacaremos la cara, por aquello de la ley de protección del menor, que vaya mundo para que hagan falta estas leyes. Habremos de decir de él que no es excesivamente espabilado, siendo por nuestra parte magnánimos. Pues un día, en una de las inacabables reuniones de preparación de la revista del pueblo, que teníamos en el ayuntamiento, alguien trajo a colación  que ese niño de esa vecina había conseguido un premio a la excelencia, con un trabajo medio sesudo para un chaval de ocho años. A mí me extrañó e insistí un par de veces en que me aseguraran que la identidad del ganador y la de mi vecino coincidían. Por unanimidad, me encargaba yo de redactar algo. 

   La próxima noche que me encontré con Conchi y su marido, del que en otra parte se tratará como es debido, fue en la cantina y me pareció el momento adecuado para empezar con el encargo. Y entre que yo me explico como me explico, que ellos entienden como entienden y el mensajito, aquello fue la fiesta de la mueca. No, que me han dicho que a vuestro hijo le han dado un premio en el cole. Muecas de escala dos. Repito casi clavado mi introducción. Más muecas de parecido nivel. "¿X?", preguntan ellos. Mueca perfecta mía, siempre llevo varias ensayadas. Explicaciones balbuceantes de servidor, más muecas y más muecas, "¿pero seguro que estás hablando de X?" Aquello acabó con unas risas pero medio temblorosas, del tipo je, je, mi hijo, pero si es un estúpido. Y eso no siempre gusta reconocerlo. 

   Y aquí acabamos el breve pero tupido capítulo uno de Vecina y servidor. Habrá más otro día que esté bravo.

   Y por terminar con el signo de los tiempos o al menos de esta tarde, la canción también habré de buscarla medio enfurruñada.

   Esta me vale, muy buena para oír en el coche.



 P.D. Lucía acaba de merendarse un bocata de salchichas fritas, supongo que con kechup, no me he atrevido a acercarme a comprobarlo, lo cual habla muy bien de la mejoría de sus anginas. Supongo.

  

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