lunes, 18 de marzo de 2013

No todo es mentira

   La mentira es una característica humana que tendríamos que elevar al grado de  virtud. O al menos a patrimonio de la humanidad. Incluso declararla reserva de la biosfera. Ha hecho más la mentira por el hombre que el invento de la rueda. 

   Es como todo. La mentira tiene mala fama, a veces ciertamente bien ganada, pero si se usa con cuidado, en la dosis del prospecto y con un cierto cariño, sin fines torticeros ni abyectos propósitos, puedes alcanzar con ella la felicidad.

   Aunque mi hermana Bego decía de mí que era un exagerado, era porque me quería, ya que yo lo que soy es mentiroso. Terrible, pertinaz, adicto. Un mentiroso. Toda ocasión me parece propicia, sin depender del cariz de la situación o de la altura de destinatario. Me gustan más las mentiras gruesas, que provoquen alzares de cejas y pensamientos de duda. Requieren una mayor habilidad y aplomo. Y estar en ello con los cinco sentidos, no puede uno permitirse un descuido. Y, por supuesto, experiencia. 



   La única ocasión de declarar una mentira es para evitar daños mayores. Y entonces...

   Entonces el error es todo tuyo. Equivocaste el camino, la flecha te salió rana, no acertaste con el destinatario, te pasaste de intensidad o de frenada. Te quedaste corto, sin ases en la manga y con dos palmos de narices. No hay nada más triste que un pinocho narigón.


   Unas de las mentiras que me repugnan son las que se cree uno mismo. Porque, de todo esto, lo mejor de lo mejor es mentirte a ti mismo, con saña, es bocatto di cardenale, pero por donde no voy a pasar es por que se mienta uno a sí mismo y que se crea lo que está diciendo. Ahí se acaba la gracia y se termina todo. Es casi peor eso a que te pillen.

   Tampoco me gusta nada cuando la mentira se mezcla con la maldad.


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