Y es que, amiguitos, mi querido Luis, hoy toca metablog. Que es como darle la vuelta a la canción y que de la manga salgan dos conejos con chistera de la que vuelven a salir dos conejos, estos ya sucesivamente.
Te pongo aquí una foto ejemplo de los fractales que tanto me pirran. Este es de un nivel muy bajo, tres o cuatro ramificaciones, pero iniciático y esclarecedor, queridos amiguitos.
Por el hecho de escribirte estas alocadas palabras, me convierto, sin poder ni tú ni yo evitarlo, en blogmaster, que en el original inglés no es maestro sino señor, amo o, en este caso, capitán. Gracias a ello, tripulo esta nave como a mí me viene en gana, dentro de las potencialidades que su diseño permite. Por poner un claro ejemplo, no es una maniobra factible subir en vertical con el barco del Gulliver para llegar a los 10.000 pies hasta bien entrada la tarde. Una vez alcanzado ese momento del día no es aconsejable pero...
Cuando entras en las tripas del Gulliver, como era de esperar en una nave efectiva y moderna, lo primero que ves es que todo está lleno de botoncitos, off/on(s), pantallas y demás aparataje. Tiene, aunque no te lo creas, piloto automático, por lo que podría yo dormirme en los laureles y que fuese él quien te ofreciese canciones, quien te contase cuentos, quien te dijese mentiras. Ni lo ibas a notar. Pero soy de la vieja escuela y no me placen esos usos. Asgo el timón con fuerza pero con tacto e intento que las nubes no nos produzcan ni bandazos ni desconsuelos.
Quizá pudiese alcanzar antes los puertos si utilizase todas las potencialidades que la máquina me ofrece. Si no siguiese con el dedo los mapas de navegación o si usase un sextante 3G, última generación, que tiene hasta voz de locutora joven y lo más en GPS. Pero prisa tampoco tenemos, ¿no?
Tiene más utilidades, mi barco. Puedo diseñar el color del mar de fondo, ahuyentar a las sirenas, optimizar el velamen. Hay, incluso, un botoncito rotulado como "ingresos". Nunca he sentido la curiosidad de presionarle.
En cambio hay otro offon con el nombre de "estadísticas". Cuando la calma chicha se pone ya muy pesada y ninguna labor apremia, me zambullo allí, por matar el rato. Ya sabes cuánto me gustan los grafiquitos, los climogramas, las tablas de frecuencias. Tampoco me fío mucho de la fiabilidad de los datos que ofrece pero siempre me ha intrigado que en una de las opciones, rotulada como "fuentes de tráfico", figurase que somos seguidos en nuestro navegar por gente de:
Alemania, Canada y Filipinas, qué cosas.
Lo achacaba, y lo sigo achacando a falta de mayores evidencias, a estas cosas de la globalización, ¡lo pequeño que se nos está quedando el mundo, Luis!, y a robots de empresas sin escrúpulos que barren el magma internético en busca de piezas menores.
Creo que no estoy siendo nada claro en la descripción de la cabina de mando. Para que te hagas una somera idea voy a incluirte aquí una foto que hizo ayer el contramaestre, conmigo, en primer plano, al timón.
No sé si la imagen aclara o lía más las cosas. O que el que se mete en charcos y en camisas de once varas es servidora. Vayamos, pues, enhebrando al camello.
Otro de las subopciones que Gulliver ofrece de fábrica es, cómo llamarlo... el derecho de admisión. Digamos que tengo la posibilidad de que en este barco se monte quien me salga a mí de las narices, y encima viceversa. (Siempre me acuerdo de aquel profe de penal, que explicaba muy convencido que el ladrón entró por la ventana y viceversa). Por abulia, creo, o por soler varar en puertos solitarios, nunca creí preciso hacer uso de esa facultad y dejé todas las puertas abiertas. O quizá... ya conoces los versos:
que mi barco es mi tesoro
que mi dios la libertad
Y ya para terminar de rematarlo, por fin, entre el resto de las posibilidades náuticas a mi alcance, destaca un lugar llamado "comentarios", que es el preciso lugar donde tú nunca vas a poner nada, casi por definición.
Pues hete aquí que ayer, chicha la mar, claro hasta que se perdía el cielo, cuando menos nadie se lo podía esperar, saltaron todas las alarmas. El sonar se volvió majara, tampoco él, en el fondo, se lo podía creer. El aullido del grumete, subido a lo alto del palo mayor, no dejó lugar a dudas. "¡Comentario a la vista!".
Detendré aquí al Gulliver hoy, para que masques sin premuras la noticia y, si gustas, te llegues hasta una entrada que se titulaba "Señor... señor", allá, a principios de noviembre del año pasado, y observes con tus propios ojos semejante boquete en el casco de la intimidad de nuestra nave.
Para no enrevesar ya más el contenido de este extraño día, pondré una canción amable de la Amaral con el Ivan Ferreiro.
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