Y más ahora que me acerco sin remedio ni anestesia a la cincuentena. Suena severo.
Es momento, parece, de echar la vista atrás (que decía la canción) y quedarte de sal como la incauta esposa del profeta. O de piedra, según en qué casos.
Si seguiste ayer mis instrucciones llegarías a ser testigo de una buena prueba de ello. Por un agujero infinito y gracias a las delicias que el buscador Google ofrece a sus usuarios, Armando, aquel amigo de mis veranos silenses pudo comprobar, me imagino que con gran estupefacción, que forma parte del ya extenso reparto de este peliculón del género bobo en el que se ha convertido Gulliver. Bien es cierto que su apellido no era (ni por lo tanto es) Guerra pero no es esta sino otra prueba más de que nuestro cuaderno de bitácora está plagado de triquiñuelas, trampantojos y demás campos minados. En tus manos queda sortearlos o dejar que exploten en fatuos fuegos artificiales. Espero que te sean inocuos.
A raíz de su descubrimiento, Armando se puso en contacto conmigo a través de otra herramienta de las muchas que contiene esta nave sideral. El facebook. Lento de reflejos como es uno, tardé más de la cuenta en caer que ese Armand que solicitaba mi amistad fuese el mismo de aquel de mis años mozos. Como que uno hubiese conocido a muchos Armandos en su vida.
Armando García (su foto del perfil del feisbu) |
Así que tocaba, de nuevo, echar la vista atrás. Y acordarme de aquel niño que sin duda fui. Y acordarme de lo grande y amenazador que a este niño se le hacía el mundo que le rodeaba. Y preguntarme cuánto queda de aquellos temores, de aquellas vergüenzas, de aquellos complejos, en lo que ahora soy.
Desbordado por la natural alegría al saber de una persona querida y perdida en mi despreocupado pasado desde hace ya tantos años, le escribí una sucinta reseña de todo este tiempo. Todo muy pulcro y aséptico ya que era un modo de abrir boca, rompiendo el hielo, o algo así. Le hablé de mi paso por Segovia y por Pucela antes de regresar a mis raíces. Pero todo de refilón. También le dije que me había casado y que existía la Pollo, que ahí es nada.
Él, que, como le ocurre a la gente normal, seguro que flipa con esa manera mía de escribir, tan enrevesada, me dijo que no poseía dotes literarias pero... no veas.
En una docena de líneas, o menos, me contó una vida bien vivida. Me habló de la suerte que tuvo (eso no lo ponía, simplemente lo deduje de su sonrisa) de encontrar el amor con una de las chicas que allí pasaban los veranos. Me contó que ese amor se murió de cáncer hace no tanto pero que le quedan dos hijas que presumo adorables. Una de ellas no soportaba la idea de ver a su madre perder el pelo con los tratamientos. Así que Marta, que así se llamaba y así se llama su amor, retomó los lápices de colores, largo tiempo abandonados, para explicárselo a su manera. Armando me mandaba la dirección de ese blog terapéutico y encima curativo. Con gran pudor y habiéndoselo advertido a mi amigo, mas no pidiéndole permiso, que espero que no haga falta, aquí te pongo el enlace.
Así que claro, hoy toca canción grande. Supongo que si nos juntásemos Armando, Adolfo y yo en comandita, allí arriba, en la ermita, no quedaría más remedio que poner una de uno de los más grandes. Ya sabes, el mago, la bruja, el jodido del Bob Dylan. Estoy seguro que en breves días contactaré (feo verbo más bonito resultado, espero) con Adolfo, que me dará su sincera opinión de lo último del artista. Treintaitantos años después barrunto que me daría el visto bueno para que dicha canción fuese Tempest, la cancionota de su último disco. Pero yo elijo otra. Que bien define mi estado actual a este respecto. Se la dedico a Marta, de la que no tengo la suerte de acordarme. Pena. Y se la dedico a Armando, que quizá esté mirando este gulliver por un agujerito. Ojala.
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