jueves, 7 de marzo de 2013

  Soy impresionable. Timorato. Cobardica. Pusilánime. Miedica. Otra vez impresionable. Y otra vez cobarde y miedica. 

   Pero aún así pensaba yo que con los años había construido un caparazón de costra de insensibilidad a mi alrededor. Defensivo. Con el objeto de no quedarme fuera de juego y preservar las pocas fuerzas que nunca he tenido para defender, llegado el caso y con todas las de la ley, a la mi pollo, a todos los míos, de los peligros que, quizá, pudiesen acecharles.

   Pues chico, me quedé noqueado al leer el resumen que Armando me hizo de estos treintaitantos últimos años. De sus trei... últimos años y también de los míos.

   Queda presuntuoso, fato, como que fuese yo una de esas princesas dieciochescas, ah, las sales. Pienso, antes de colgarlo en nuestro Gulliver, mandar un mensaje de aviso a Armando. Es lo mínimo, un "te advierto" infructuoso pero seguro que él lo entiende.

   Chicos, querido Luis, querido Armando. No sé porqué cojones, pero me quedé noqueado. Fue el pasado. O es este presente que se supone que está en mitad de no sé dónde. Lo opuesto al pasado no es el futuro, Luis, por inexistente, sino el presente. Inasible, terrible pasajero. Este presente tan corto que por el mero hecho de vivir deja de existir en nosotros y chorrea alguna gotita de su ser al pasado al que se opone. El pasado, aunque te parezca extraño, no está formado de todo el presente que va dejando de ser sino únicamente de pequeños cachitos, los que se incrustan en la masa madre de la memoria. 

   Ya, ya. Andarás diciendo "ya le ha vuelto a dar a Jose la pájara pseudofilosófica e intentará de nuevo explicarme lo obvio". Pongo chica, a ver si así se me pasa.




   Las alas de una mariposa hicieron estornudar a Felix "Maldonado" Herrero, que nos predijo agua para por la tarde. No nos lo hemos pensado nunca así pero es una fortuna tener oráculo en la oficina. Quizá algún día deje de especializarse en los asuntos meteorológicos y nos dé la gran sorpresa de anunciarnos un golpe de suerte, avisarnos de un amor. Sí, Luis, soñar es por ahora gratis. Aprovechémoslo. Fue así por la mariposa que llovió, fino pero suficiente para poder posponer a mañana el entreno de balonvolea, en el jardín, con la Pollo. Con lo que adquirí como en una tómbola un cacho de rato de la tarde, espero que suficiente para escribirte este gulliver y, si está de ser, también el de mañana. Quebradiza mariposa de los duendes, que así sea. 




   Cada uno guarda sus momentos y seguro que los míos de aquellos veranos en Silos nada tienen que ver con los de Armando. La primera sensación es que él tiene más. Por haber estado más tiempo y porque a mí, con mis timideces y mis bobadas, se me embotaba el entendimiento y toda su descendencia. 

    A mí uno de los primeros que me vienen de nuestra poco numerosa pero estrecha pandilla es estar esperándoos en el bar de la plaza, ¿El Cruces?, a Adolfo y a ti. Sería ya uno de los últimos años porque esperaba sentado, viendo la tele, con una cerveza. De repente el cielo se oscurecía como en un sortilegio o era la mano, manaza de Adolfo que te tapaba íntegra la cara, jugando al "¿Quién soy?". Y llegabais los dos  y resulta que eran esa noche fiestas en Salas de los Infantes. O quizá eso fue otro día.

   A ti ya te gustaba todo lo que con la armamentística tuviese relación. Tanques, torpedos. Ya ves que mi capacidad para ese lenguaje es más que escasa, ingenua. Siempre me da alegría el que ha hecho de su afición oficio, que quizá sean palabras con parecida etimología.

   También me acuerdo de la montonera de moscas que se posaban en la mesa que componía la totalidad de la terraza de ese bar con soportal. No me acuerdo, en cambio, de cómo se llamaba el padre de Adolfo y eso que tenía nombre peculiar. Y acababa en ino.

   Sí que me acuerdo de haber navegado por el Mataviejas en las perolas que dejaban de un año para otro los cocineros de pedazo de campamento que tenían allí montado. Igual había dos mil acampados con sus oraciones y sus rezos. Y la gran cruz blanca pintada en la pared de la montaña. Cabíamos media docena de chavales en las perolas. 

   Y me acuerdo de una vez en que estaba solo, ya os habríais ido, y había despedida de los acampados. Y el acto central era una especie de entre liturgia y asamblea y directamente ya fiestón. Era en la iglesia del monasterio o iglesia conventual. Para que cupiésemos todos habían retirado las pesadas bancadas. Una intervención se alargó quizá en exceso. La escuchábamos todos sentados en la frescas piedras del suelo, bien apretujados los unos contra los otros (y por supuesto que viceversa). La cosa es que se me durmieron las dos piernas y cuando tocó levantarse para la siguiente actuación a mí como que no me sostenían el cuerpo. La gente sobre la que me abalanzaba me miraba. Unos asustados, otros despreciativos, alguno amenazante. Pues la jodida caraja y la timidez y el mareo y lo que tú quieras, pero no tuve la capacidad de decir unas palabras explicativas. 

   No sé porqué pero cuando hablo de Silos siempre me apetecen este tipo de canciones.



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