Ya, ya. Me la suda. Pero hasta cierto punto.
Segovia. Segunda casa. Busco la calle en el google maps, para ponerte el nombre y no sé ni cómo llegar. Supongo que en vivo sería diferente. Y eso que fue un lugar conformador de lo que ahora soy, también supongo. Vivíamos Jimmy y yo en un primero en cuesta. El portal del edificio estaba, como suelen, a ras de calle pero a la ventana de mi cuarto que alojaba en su exterior nuestro tendal se llegaba con una poca de ayuda y un brinco. De hecho, nos bailaron del colgadero una camisa a la que teníamos auténtica devoción. Fondo blanco, unos florones del tamaño de una cuarta. Rosas que no eran rosas que eran rosas. Allí en ese piso tuve yo varios percances. De uno ya te he hablado. Terminé, una noche, siendo Jose el de las Orejas Largas, antipersonaje al que no dejarían entran ni en la fiesta de los jaguares. Vivía en el bloque de enfrente, a apenas ocho metros, ventana contra ventana, un policía nacional que fue sumamente discreto y elegante con nuestras cosas. Algo tendría que ver que éramos los inquilinos de su mujer. Teníamos dos gatos, Salomón y Tiberiades, que armaban auténticas diabluras. Y una lavadora pero que muy rudimentaria. Era como un pasapuré con un motorcito de mierda. El agua había que cogérsela de la ducha.
Un fin de semana vivieron a visitarnos unos amigos de Jimmy. Una pareja maja. Él fue el fotógrafo de la foto que de Jimmy y mía has visto. Tengo su apellido en la punta de la lengua. El nombre de ella le tengo en la punta de la polla, si me perdonas la boutade y el chiste malo. El piso tenía dos habitaciones y un salón con mueble castellano a más no poder. Les dejamos, como solía hacer nuestra enorme hospitalidad, la cama grande, que era la que estaba en la habitación de Jimmy. Así que Jimmy ocupaba la cama sobrante de mi habitación.
A la hora del desayuno no paraba la parejita de descojonarse de la noche que les habíamos dado, ya que, como a menudo nos pasaba, nos dio por ser él Platón y yo Sócrates, supongo que fumados, mirando el horrible techo, y por supuesto que en terrible confrontación.
Ya que según mi amigo Jimmy, la elección del Papa nos la sudaba. Y por ahí no estaba yo dispuesto a pasar. Me armé de las más impepinables razones, puse sobre el tapete influencias de segundo o tercer orden, fractalmente hablando, ya que George Bush (padre) era capaz de seguir a pie juntillas cuantas majaderías se le ocurriesen al sumo pontífice y, claro, un largo etcétera.
Y así hasta las siete de la mañana, momento en el que, al parecer, nos dormimos. Luego salió Juan Totus Tuus Pablo II para cargarme hasta los topes de razón. Y después salió el que movía la marioneta, auténtico ideólogo, de la peor calaña. Y, fíjate, según dicen, huye ahora asustado. Un ladrillazo, al dios este, como decía León Felipe.
La música que nos alimentaba en aquel piso bien pudiera ser esta. Ha pasado tiempo, ¿eh?, y me sigue pareciendo una gran canción. The Smithereens.
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