En la Junta porque no tienen talento, pero nos tenían que llamar don Quijote y Sancho, damos la estampa. Lo que pasa es que, por llevar la contraria, en este caso concreto, siendo tú el leído, el que está mochales soy yo.
Así que, como dos gladiadores que se precien (o gladiador y criado, tanto da) nos tomamos el último café, que está dulce como un deseo cumplido, leemos los últimos sucedidos, elegimos nuestras armas y enfilamos el hipogeo. Al entrar en la plaza siempre el sol atiza los ojos. Están los de siempre y un agente medio enfadado, con bigote, por poner un poco de orden. Su aliento huele a cazalla. Mientras, el César, en el balcón, se pavonea ante sus cachorros. ¡Ferdinandus, Ferdinandus!, se enfurecen las masas. ¿Están pidiendo nuestra vida?
Al César Fernando te diriges, como es de ley en la primera tanda. Más torero que nunca, te descubres pidiendo la venia y antes de que se te otorgue ya te estás yendo, más torero aún, con un medio desplante, para dedicarle ese animal al Jardinero de la Corte. ¡Olé!
Yace Ferdinandus en la arena, descabellado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario