viernes, 1 de marzo de 2013

La subordinación

   Descuida, Luis, que no voy a arrancarme con un relato hiperrealista de mis deseos sexuales ocultos. Ni mucho menos.  Ya solo faltaba.

   Bueno... no sé... en fin... quizá algún día.


   Pero no hoy. Esta clase, queridos alumnitos, amigo Luis, va no sé si de la sintaxis o, en un contexto más amplio, de la gramática. En cualquier caso, de su uso defectuoso. 

   Y es que, cuando releo lo que escribo, lo que acabo de escribir, para poder seguir el hilo, me asombro de mi enrevesadez.  Escribo intrincado, con frases dentro de fresas dentro de frases. Con ramificaciones de cuarto o quinto nivel. Con tres o cuatro verbos pegados sin ninguna argamasa adverbial. Con excesivos polisílabos en -mente. Con refrases y fresones. 

   Para, encima y lo peor, terminar no diciendo nada. 

   Soy la reina de las subordinadas.  


    Resume la doctora Garriga, en su último trabajo, que una utilización abusiva de tales usos gramaticales denota en el emisor un condición mental que puede señalar la existencia oculta de una severa patología. Aunque en la inmensa mayoría de las ocasiones (98%) simplemente se trata de un caso poco estudiado pero bastante extendido de dislexia, en el que están involucrados los inhibidores de los receptores de la serotonina y sus agonistas parciales. Los famosos AHT.  (Sacado de mis apuntes de Psicobiología de 3º, si te lo quieres creer).

   Ante la estricta ausencia de tus manifestaciones a este respecto y al resto de los respectos que en el Gulliver puedan tener cabida, ya lo ves, he pasado a psicoanalizarme. Llevo unas semanas en ese plan. Me siento en el sillón Voltaire tarde sí tarde también y me voy dejando escuchar. Lo que ocurre es que al, por decirlo de alguna manera, estar yo a ambos lados del diván, me pillo las trampas enseguida y me tengo que buscar alegatos nuevos con los que tranquilizar a  mi pepitogrilla conciencia. Pero no hay que temer, que mi umbral de contentación está a la altura del barro y bastante cerca del paraje en el que perdí la vergüenza. Si no, a ver de qué estos desnudos integrales, sabiendo ya tú cómo tengo de integrales los desnudos. Buf. Creo que toca poner chica.


La chica cebra, la que todos los filántropos andamos buscando.
   De tanto bullir mis sinapsis interiores, el cacho dedicado a la memoria lo tengo de veras revuelto. Fosfatina. Se me mezclan los dimes con los diretes. En ninguna lata están guardados los recuerdos que tocan y andan estos, encima, mezclados con los deseos, con las filias y con la madre que lo parió. Así que hasta dudo de si a este de hoy ya te lo he traído en forma de canción, o simplemente pasó de puntillas y refilón por nuestra bitácora liliputiense. No lo merecería.

   Ya que se trata de uno de los grandes, al que conoces y seguramente admiras. Pero también esto es "(pop)", amigo mío, y tiene por lo tanto aquí cabida. Últimamente me estoy decantando por el formato largo, contigo. Este de ahora es un concierto, lujoso y que a mí me resulto muy esperanzador. Yo, de mayor, quiero disfrutar haciendo lo que más me gusta, como lo hace este viejo tímido y jodido amante de las mujeres bellas. Aquí le acompaña una banda de postín. Se lo puede permitir. Con todos ustedes, el tímido y viejo Leonard Cohen.




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