jueves, 28 de febrero de 2013

The English Teachers' Country. 3rd. Happy end.

   Después de no superar mi (glasph) tercer COU por el maldito inglés y de haberlo dialogado convenientemente con mi padre, me fui a la mili. Y a la vuelta, empecé a prepararme oposiciones. Curiosamente también estaba Tobi por allí y hasta ligamos con dos opositoras de bastante calidad. Merece al menos un gulliver aquella época, que la diosa Constancia lo permita. Pero a lo que hoy nos trae, habré de decir que aprobé, de una forma ciertamente insólita y bien puede decirse que por los pelos, las oposiciones, pues fui 115º y penúltimo. Compartí piso con el 116º, aquel medio catalán medio salmantino ojeroso y enmorriñado.

   Una vez ubicados en la ciudad y por matar las añoranzas que me contagiaba Javier, me apunté en el Instituto de Bachiller a Distancia (en adelante INBAD) de la única asignatura que me quedaba. Tenía una hora semanal de clase, nada de agobios, los viernes por la tarde, con el mejor profesor que me haya tocado nunca. Era un borrachuzo ya retirado de la profesión que me enseñaba cosas como que el presente de subjuntivo del to be en primera persona del singular era, curiosamente, were y no was como el indicativo parecía indicar. Para ello me cantaba la famosa canción "If I were a rich man, bidubidubidubidu". No se me olvidará nunca, claro. Tenía una voz horrenda pero de gran potencia y entusiasmo. Se desgañitaba. Comenzamos el curso siete alumnos y no habíamos llegado a los Santos que ya era yo el único y pertinaz asistente. Con lo que empezamos a variar de aula. Quedábamos en la biblioteca del centro o en algún bar. O a las orillas del acueducto. O en su casa para ver un documental apañado. O en el Paseo de los Jardines de la Fuencisla. Siempre había al menos una hora de docencia, que muchas veces se duplicaba. Después ya era más camaradería y alcohol.

   Y no lo debió de hacer mal don Francisco pues saqué un 8,5 de nota final. Él me corrigió "sacamos, sacamos los dos, hermano, que venías muy pez". Dejamos de vernos y no habían pasado dos años cuando alguien me dijo que se había muerto. 



   Y así, después de semejante pirueta tirabuzónica, llego hasta donde quería. Cuando me dieron la tarjeta con la nota, saqué una fotocopia y la metí en un sobre con una larga y sentida carta que mandé a mi profesora Docio. Y así fue que la vida me otorgó otra magnífica ocasión para dejar mis cuentas bien saldadas.








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