Tengo, aquí, en el estudio, al lado del ordenador, bien a mi vista, una foto de mi padre en el hospital. Es una foto retocada, en un marco de madera pintada de amarillo. Está en una habitación de hospital. Del San Juan de Dios, si la memoria no me falla. Convalecía de una neumonía grave, que pasaría a ser una neumonía más de todas las que, al final, se lo llevaron a la tumba.
Era buen enfermo. No era guerrero. O no lo era más que cuando estaba en casa. En su primer ingreso, con 40 grados de fiebrón, cuando la neumóloga le dijo que iba a quedarse la noche allí, simplemente le respondió:
- Está usted muy equivocada.
Luego, claro, ya se fue acostumbrando.
Los primeros días de cada ingreso había que acompañarlo toda la noche. Por los goteros y el despiste. Tengo yo por ahí la idea de un cuento terrible, de entonces. La entrada de ese hospital, no sé si la conoces, da a un precioso jardín, de árboles viejos, enormes, perennes, y escaleras con balaustres. Allí me sentaba yo a fumarme los insomnios. El silencio en la noche era brutal, pues sólo era roto por un voz de viejo, agotada y a la vez enérgica, muy clara. Durante horas, no paraba de gritar: "¡Madre!". Una y otra vez.
En la foto, mi padre está sentado en una butaca de habitación de hospital. Tiene un aspecto muy saludable, pese a que en las penumbras se adivine un gotero. Está absorto, escribiendo. La luz, que es lo que he retocado en la foto, entra por la ventana, iluminándole. Parece bendecido por la música de Dios. Está escribiendo la obra de su vida, de toda su vida.
INFORME Y EVOLUCIÓN DE LA VIDA
ESPECIALMENTE FORESTAL
DE SILOS Y ALDEAS
DESDE 1.947 A 1.974
ASÍ COMO LA EVOLUCIÓN DE SILOS
EN TODOS LOS ASPECTOS
DE ÉSTE Y ALDEAS
HASTA
JULIO DE 2005
Yo era el encargado de pasárselo al ordenador. Era un trabajo agotador, sobre todo en lo emocional, ya que mi padre no paraba de puntualizar, de retocar, de matizar, metiéndole tanta pasión que acababa con mis fuerzas, con mi paciencia, con todo menos con mi amor. No solía admitir ninguna propuesta de cambio, que a mí me parecían esenciales aunque solo fuese para aclarar la redacción. No eran las cuestiones de estilo lo que más le importaba, se ve. Quería, ya terminado el otoño de su vida, seguir trabajando por el pueblo que siempre amó.
Quizá algún día leas ese informe. Yo no he podido desde que murió. Se ve que estoy saturado. Pero si me pongo, podría declamarte párrafos enteros. Llenos de referencias a parajes y a paisanos, a los precisos números de peonadas de gente de Hortezuelos, Hinojar, buenos trabajadores. También estaba repleto su informe de consejos para el futuro de esos bosques que plantó, para su mejor cuidado y aprovechamiento. Con un estilo de posguerra. Un galimatías de la madre que lo parió pero así era mi padre.
También habla, como no podía ser de otra manera, de las primeras piscinas que se hicieron en la provincia, nada más pasada la Yecla. Engatusó a sus jefes, que entonces no se si se llamaban la Delegación, Patrimonio (este sin artículo) o quizá algún otro nombre de los del Glorioso Movimiento. Y engatusó a la vez a los de Deportes de la Diputación y a quien se le puso en medio, para tener una masa de agua con la que apagar cualquier atisbo del incendio que pretendiese atacar a sus árboles. Y a la vez, crear un lugar de recreo. Allí aprendí yo a nadar, con el mulato de los dos metros del que ya te he hablado, Adolfo Álamo B, y sus primos que se apellidaban todos Estiarte, de los hombros que tenían. Y de sus primas también, llegadas de los más exóticos lugares de España. Málaga, Fuerteventura, Bilbao. Con alguna compartí lleno de adolescencia jornadas de cangrejos, cuando ya mi padre se hartaba de ir y nos buscaba un par de licencias de coto cómodas y cercanas. Pero esa es otra historia que quizá merezca un gulliver para ella solita.
Así que volvamos al informe y a sus piscinas, que eran suyas porque a él se le ocurrieron y, por corroborarlo o amenizar la lectura, incluía aquí una anécdota, ya que todo empezó con el puente que no había para pasar el Arroyo del Cauce, con lo que los vecinos de la aldea de Peñacoba, cuando las aguas venían crecidas, sí querían salir del pueblo tenían que meterse en el río hasta la cintura, como así pudo comprobar mi padre con dos de los aldeanos, con la complicación de que ambos portaban en sus brazos a una aldeana, esposa de uno de ellos y en muy avanzado estado de gestación.
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