Es guapu el cabrón |
Yo tengo el alma aventurera rato sí rato no, así que aprovecho las mareas altas para ir subiendo poco a poco, enrocándome cuando viene el alma quieta. Como atléticas no tengo yo las dotes nunca, la ascensión va al paso de la vaca Matea, pero prisa tampoco tenemos.
Y justo cuando falta el aire, justo cuando se te abren los ojos y el estómago se da la vuelta como un calcetín, es cuando viene de puta madre un asidero como Sara.
Lo demás es juego, fuegos de campamento en el Campamento número 2. Los sherpas tienen fiesta de luna llena y han bebido lo indecible. El cielo limpio de nubes pestañea a las estrellas. Grande es el frío. Y es cuando, toma ya, otro asidero, el más borracho de los sherpas agarra una guitarra española y se toca unos acordes llenos de recuerdos y de ternura. La nostalgia alimenta pero no engorda. Vaya hostias.
Vaya hostias porque el sábado del que te hablaba en el anterior gulli me hice el eslalon gigante, en el Alcampo, y de Sara ni asomo.
No sabes cómo me pongo. No sabes cómo puedo llegarme a poner.
Lo primero, pensar: "¿Dónde coño está el sherpa?". No me como las uñas, que yo creo que no sería la peor solución, pero no me las como.
Hay un bichejo del que, para estos momentos tan cruciales, he imitado con bastante fidelidad su comportamiento. Se llama "armadillo" y es una pasada.
El bicho |
Su forma de proceder |
Rodar y rodar.
Es el momento de desafiar a Newton y a su puta ley de la gravedad. Ya que, todo redondolo, subo por anti-inercia las escaleras del Alcampo, para el piso de arriba. Me patino al frenar en la línea de cajas.
- ¿Qué haces ahí?
Sonrisa de dos cuartas de Sara.
- ¿Te han castigado?
- No lo sé. Yo también me he mosqueado.
A Sara le gustan las cajas de abajo, que hay más bulla y se hace mayor recaudación. Ya ha ganado varios viajes a "la mejor", que ofrecen los miserables de sus jefes. Política de empresa, cómo mola.
Después del sofocón, estamos departiendo tan ricamente, Sara y yo, cuando, por fin, llegamos a donde queríamos. ¿Qué te parece?
Ya que, a la misma caja, arriba nada menos que Pepe. Pepe Horencio López Ibeas. Pepe Ibeas Revolution.
¿Y quién es Pepe?, te ves obligado a preguntar. Pues un amigo burgalés de mi estancia en Segovia. Compartimos dos pisos. Llegamos a tener una relación que, desde mi experimentado hoy, es lo más parecido que estuve nunca a estar casado. Una noche hasta tuvo que dormir en el coche porque no le abrí el cerrojo. Antes quemó el timbre, eso sí.
Pepe da para varios volúmenes de anécdotas, sucedidos y retrecherías. Que no descarto incluir aquí en algún momento. Pero traigamos al menos un botón de muestra. Nos pasábamos todo el día detrás de dos hermanas, camareras ambas de La Escuela, hito del modernismo local. Las llamábamos Elena de Troya y Victoria de Samotracia, porque esos eran sus nombres. Eso sí, ellas no entendían nada. ¿Que habrá sido de sus tiernos cuerpecitos alargados?
Mucho se ha hablado (y se ha escrito) de los 60 y de la movida, dos periodos sin duda peculiares y productivos, en lo musical, pero hubo otro tiempo, a finales de los 80, verdaderamente asombroso por su cantidad y su calidad. A escala mundial. Y de él no dicen nada las enciclopedias de andar por casa.
Allí ya estaban U2 y los Smiths. Y los Cure y los sultanes de los Dire Straits. Y Joe Jackson. Y Queen. Pero también fue el momento de la eclosión del pop en los mil añicos del cristal en el que nos mirábamos. Los Feelies, los Pixies, los Smithereens, los Posies, los Nomads, los Housemartins, Dexy Midnight Runners, los B52's, los UB40, Midnight Oil, los Violent Femmes, por poner sólo algunos ejemplos emblemáticos.
Hoy te traigo uno de ellos, por mí muy querido. They Might Be Giants. Deberíamos ser gigantes. No sé porqué me da que te van a gustar.
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