lunes, 4 de febrero de 2013

El club del alcohol

   Sí, Luis, sí. Confieso que he bebido. 

   Y lo sigo haciendo con una persistencia que tiene que tener algo de sobrenatural, religioso.  De hecho, en mis oraciones vespertinas, refugiado ya en mi celda, después de la batalla, nunca se me olvida agradecerle al Altísimo el haberme otorgado un hígado fuerte y sano, poderoso, capaz de procesar en cantidades inhumanas, dignas más bien de titanes o avestruces. Ingentes.

   Ya lo dice la canción que hoy te traigo. Degenera o muere.

 

   No hizo falta Ley Seca ni hogar desestructurado.  Ya es indicativo que no me acuerde ni por ensalmo de cómo comencé.Sospecho que, como en todo, tampoco en esto sería muy precoz. Trece, quizá doce, los años que hoy tiene Lucía. Eso sí, desde entonces le he dado con una machaconería que ya podría guardar yo para otros menesteres. 

   Daría no para varios gulliveres sino para toda una enorme y etílica biblioteca, contar los avatares, las pequeñas aventuras, los sucedidos. El que primero me viene a las mientes siempre que me encuentro en una situación similar es el de aquella vez, que acabé suplicándoles a mis espantados vecinos de arriba que me abriesen, que era yo, Jose, el de las orejas largas. 

   Recuérdame que te la cuente.


       Permíteme que, humildemente, complete este tan escueto como, aunque no lo parezca, denso gulliver con una versión de esas que tanto nos gustan. Y encima de una que ya salió aquí y que te hizo gracia. Contigo... de nuevo... los Jollyboys. En acústico.




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