jueves, 30 de abril de 2015



   Como buen observador que eres (entre socrático y cartesiano, podríamos decir) hace ya un rato que te has dado cuenta de que ayer (por desconocidas razones: bien carestía de tiempo, bien despiste, bien cualquier otra que pudiera ocurrírsenos) se quedó el Gulliver desconcertado ya que al releer, ya por la noche, lo que a la mañana había escrito, percatose de que algo allí no cuadraba. Como que algo faltaba. 


miércoles, 29 de abril de 2015

Son cuatro


   Son 4 y te las describiré someramente. Las ordenaré antes por tamaño. Y ofreceré lo que no puede llamarse sino una primera impresión.

   Cómo no, había una grandota. Media melena morena y con pecas en la cara. De risa ancha y sonora. Es posible que fuese de Salamanca. O quizás viniese del mismo lugar del que venían las hermanas de las que ahora toca contar.

   Sorianas. De Ágreda. No, de Ágreda era el capullo aquel que tuve de compañero de piso y que ahora es director general. ¿Y por qué le llamábamos entonces el Maño? De eso ya no me acuerdo. 

   Estas eran de Ólvega. Una buena y una mala. Aunque terminaron siendo las dos la mar de buenas. Pilar y... ¡Dios mío, no logro acordarme! Pilar era la mala. Y si no la mala, la pilla, la jefa de la manada. Hembra alfa. Pero rizado y mirada con un punto desafiante. Ambas eran morenas de piel tostada. Se las podía diferenciar sin problemas, eso sí. La Alfa y la otra que no paraba hasta ser la Omega de toda esta operación. Pelo lacio y aspecto levemente monjil. Era muy callada y decididamente no recuerdo su nombre.











martes, 28 de abril de 2015



   Siendo como es Gulliver, le ocurrió lo que le siempre le ocurre. Que se pasó de frenada. Y tuvo así de volver a desandar un trecho. 

   La cigüeña en el espejo de San Pablo, espejo ambarino y simbólico. La hora de la cita, ya cercana. Su famosa costumbre de llegar antes. El bar. Los asuntos del bar y sus características. Las portadas de los vinilos que habían puesto por las paredes. Portadas como esa tan famosa de Pink Floyd con la vaca, o aquella en la que...



   [No, Marino, por favor. No te disgregues otra vez y nos pierdas por nuevos caminos, por caminos infinitos. Y no seas tan cabrón de poner hoy (precisamente hoy) una canción de 24 minutos. Una canción que, por otra parte, es un auténtico coñazo.]

   El bar. Y los camareros. Y de repente llega un Arturito desatado. Y sus gestos. Y las chicas, que entran ya por la puerta.










viernes, 24 de abril de 2015




  Allí estuvo un buen rato, Gulliver, reclinado como un efebo sobre la hueca hierba, a la sombra de sauces y alisos. 

   Habremos de obviar gran parte de lo que allí consideró, dado que es nuestra intención aminorar en lo posible las salvedades de este enésimo regreso, dado que es nuestro deber así hacerlo. 

   No podemos olvidar, eso sí, que era hombre de compendios y regresiones. Mencionaremos pues que viajaron sus ideas por pasados lejanos, cubiertos ya por una menuda niebla de olvido. 

   Sí. Siempre unas cosas llevan a otra.

   Se incorporó el muchacho bien satisfecho, con la intención de aligerar el paso.  











miércoles, 22 de abril de 2015

Los sietecolores

   También hoy seremos breves pero esta vez no por falta de tiempo sino por haber poco que contar. 




   Ya que en el camino de regreso al lugar donde se acuerda que había posado la punta del hilo de la madeja, Gulliver se encontró un paraje de esos que el Rejas, en su ignorancia, llamaría dionisíaco. Qué tendrá que ver el dios griego con el aspecto de ese paisaje verde, praderita a la orilla de un río, claro y cantarín. Unos alisos hurtaban una franja del pradal a los ojos del astro Sol y allí a la fresca fue donde el Marino se recostó. Sí, mullida estaba la hierba y salpimentada de florecillas. Había, por no faltar, hasta una familia de jilgueros, extensa, de casi una docena de miembros, que volaba animosa y se perdía cada poco entre los ramajes con sus característicos piares.  Los sietecolores. 







martes, 21 de abril de 2015

   Hoy el tiempo nos lleva a la brevedad. El atmosférico. El cronológico. Días así, que no te cunden nada. 




   Tendremos pues que conformarnos y mirar, despistados, hacia el techo, mientras escuchamos este temazo. 









lunes, 20 de abril de 2015

Ándale, Pulgarito.

   Ándale, Pulgarcito. Que ya estamos de regreso otra vez. En este Maremágnum. Ándale. A seguir las pistas que dejaste y que los gorriones no se hayan merendado. Ponte las botas de siete leguas, por darnos más prisa en llegar hasta la princesa dormida. Que ya lloran los cabritillos de verla así, tan traspuesta, que se ya refrota las manos con gusto la pérfida madrastra. No le demos, Garbancito, tiempo a la bruja para que termine de hervir su pócima, dejemos al feroz lobo con las fauces abiertas y cara de bobo (¡Qué ojos más grandes tienes, Blancanieves!). Corre, pequeño, gana a la liebre y engaña a la zorra. 






   Todo eso cantó la cigarra, mientras el muchacho retornaba por el estrecho y mudo sendero del regreso.







jueves, 16 de abril de 2015

Compendio de sueño recurrente

   Parece adecuado, después de unas semanas persiguiendo un sueño, y una vez dándole por finalizado (¿cómo terminan los sueños, Luis?), que hagamos una breve y sumaria exposición de lo contado en él de un modo no tan latamente como nos hubiera gustado (nos falta el tiempo, Luis) . 



   Quizá tuviésemos que preguntarle a tu esposa (a sus pies me pones) que parece ser más ducha en realizar estas complicadas lecturas, pero para que sigo pareciendo esto igual de privado, tendremos que ser nosotros los que le interpretemos, al sueño, al gulliveresco modo, eso sí.

   El coche. El coche como objeto. Como objeto fálico, si nos ponemos.

   La pérdida no de la intensidad sino de la totalidad, la privación no gradual sino instantánea y absoluta. ¿Pero de qué?

   Los lugares íntimos, esos sitios a los que siempre intentamos regresar, aunque sea en sueños. Y que nunca están. Nunca están al menos igual que como creíamos. 

   La gente. La gente como perfecta desconocida. Con la que poder hablar pero no entenderse. 

   La oscuridad como manto, para que pese un poco más la realidad. 

   Y, empapándolo todo, una sustancia húmeda, incolora, indolora, que incluso nos lubrifica.

   -Uf, dijo Gulliver sofocado.









miércoles, 15 de abril de 2015

El taller



  Sí. Era evidente. Desde que empezamos con este somero recorrido por mi sueño de sueños, el sueño ese tan recurrente que te vengo resumiendo, esta claro que terminábamos en el taller. Hay veces que, chico, será el destino, yo que quieres que te diga. 

   Sobre todo porque, luego, en el taller, tampoco pasaba gran cosa. Líos sí. Los prescritos. Los de siempre. Pero soluciones... 

   Dependía del día, eso sí, ya que lo normal es que hablásemos con el encargado de cuestiones que nada tenían que ver con lo que a allí nos traía, y una vez terminada la conversación (muchas noches a las puras voces), nos adentrábamos en las profundidades del taller, que se convertía de golpe y porrazo en garaje en los bajos de un edificio. Y había allí muchos coches pero ninguno era el mío.

   Era previsible también que el lugar tuviese, al menos, tantas salidas como entradas. Por lo que continuábamos trayecto, con la burra que ya a estas alturas se nos iba fácil al trigo. 








martes, 14 de abril de 2015

El presente imperfecto



   Cuando esto escribo, acaban de morir dos autores. Günter Grass y Eduardo Galeano.

   No es dado Gulliver a dejarse enmadejar por los acontecimientos presentes, pues ello sería buena excusa para incluir un tiempo más en esta bitácora. Otra capa y de las anchas, demasiado ya para nuestras trabajadas mentes. 

   Pero cuando se van dos personas que, desde una distancia para ellos ignorada, dejaron en su día su semilla en mi terruño, es el momento para pensar que, aunque todo lo contemos en futuro infinito, el tiempo llega un momento en que va el cabrón y se termina. 





         "Cada persona brilla con una luz propia entre todas las 
      demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y  fuegos 
      chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno,
      que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire
      de chispas.

        Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman;
      pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos
     sin parpadear, y quien se acerca, se enciende".

viernes, 10 de abril de 2015

   Sí. Venían ya avisándonos desde hace un par de entradas de que íbamos a acabar en el taller. Hubiéramos podido hacerlo antes, como así nos ocurre algunas de las noches, ya que además de por la frutería y a la salida del híper, también se podía llegar a él por su entrada principal (y gran letrero no le faltaba). Acristalada como un océano y que se encontraba según acabábamos de bajar la cuesta que nos había llevado a la gran superficie. 

   Por lo tanto, prisa parece que mucha no teníamos. Dado el caso, hubiéramos podido incluso atrochar mucho antes. Por uno de los pasadizos que comunicaban las calles estrechas y húmedas se llegaba a unos cines de los que ya no sé si te he hablado. Llegabas a la taquilla. Le comprabas a la taquillera las entradas. Y si, en vez de dirigirte hacia la sala, tomabas un pasillo que salía a la izquierda, ¿adivina dónde te plantabas?

   No quiero yo liar la cosa más pero no puedo aguantarme contarte que desde la sala, en la que siempre ocurrían miles de peripecias que poco tenían que vez con lo que sucedía en la pantalla o el escenario (incluso tardes de toros han disfrutado mis sueños allí), desde la sala, te decía, se llegaba al pub aquel que había al final de la piscina. 




   Redios. Releo y veo que no te he contado ni del cine y su taquillera ni de las piscinas que hay al sur de la zona A, con su bar de moda lleno de artistas creando. Pues es una pena pero (no sé el motivo) tengo ganas de llegar ya al taller.









jueves, 9 de abril de 2015

Otra etapa en la zona B



   Mal que bien, termino apañándomelas para escaparme del híper, aunque en un estado que en nada mejora el hecho de que me riñan los que me están esperando a la salida. Es raro, también, ya que yo con ellos nunca entré. Son como familiares a los que algo debiera, al menos deferencia o puntualidad. Es evidente que no tienen conmigo ningún tipo de parentesco pero las sensaciones son como de que sí. Otro lío.



   Me ando espabilado para inventarme una trola, diferente cada día pero que cada día cuela, con el fin de quedarme a solas, o como mucho acompañado con la persona que venía conmigo desde hace un buen cacho del sueño, para llegar, por fin, al taller. 

miércoles, 8 de abril de 2015

En la cola

   En la fila de pagar me hago lío porque en ocasiones en vez de las cajeras está la pescatera, que, como todas las que conozco, es lenguaraz y tetona. Agarra lo primero que tiene a mano y me amenaza con una, pongamos, bertorella,  al modo de la sota de espadas. Y yo ya lo sé, que lo hace en broma, pero no paro de insistir en que me cobre. Allí yo, con mi tarjetita de crédito. 




   Y en buena lógica, casi en lógica aplastante, se me mosquean las cajeras cuando les digo que me pongan un cuarto de lechal delantero y que añadan un par de riñones, abiertos por la mitad. O unas penquitas de cardo y dos nabos. Si el nabo será de los pocos alimentos que no trago.  

   Es allí, claro, donde más rato echo.










martes, 7 de abril de 2015

Otro trozo de zona B

   Desde los ultramarinos también se llega al taller, pero no eso toca contarlo ahora. 



   Ya que toca meternos en el híper que no es ningún híper conocido sino que es clavado a la oficina mía del sueño, que por otra parte tampoco es mi oficina. Donde debería estar mi mesa de trabajo, al fondo a la derecha, es donde más rato me paso. Tienen allí el pan y material escolar. Y un poco más acá un par de estanterías con las cosas de a un euro. Muy peregrinas. Brillantes y como del siglo pasado. Bailarinas con su caja de música debajo. Ceniceros de recuerdo de Ampuriabrava. Teteras de juguete bruñidas de unos reflejos irisados. Las tazas a juego no las he encontrado. 

   Cuando me canso de estar allí me acerco a la zona de refrigerados. Aunque siempre me toca volver porque se me olvidó por el camino el carrito, en el pasillo de los productos para la mujer.  

   Completando el recorrido pero al contrario de las agujas del reloj llega uno a la zona de alimentos frescos y luego están las cajas de pagar, que es donde más lío me hago. 




lunes, 6 de abril de 2015

Comentario

    No sé si te has fijado que durante este largo periodo onírico del Gulliver, he intentado colocarte canciones en blanco y negro, por ser ésta cualidad que adorna a los sueños. Lo que pasa es que todos los días no me acordaba de este propósito, por lo que les ha habido en los que te llegaban los vídeos de todos los colores.






miércoles, 1 de abril de 2015

   Bien desde la balconada, bien desde el bosque o el scalextric, llegamos a una gran superficie. Todos los días es la misma pero no es ninguna de las que visito. A la entrada, a la izquierda, hay una frutería enorme que no sabemos si forma parte del hipermercado o es independiente y solo está adosada. Más que una frutería, algunos días es una tienda de ultramarinos. Pero otros es solo frutería, con un mostrador elevado y largo, en forma de ele, repleto de género. Lo regenta una familia muy de fruteros. El padre, con el pelo cano, peinado hacia atrás, con mostacho y bata azul marino, despacha con  la efectividad que da la experiencia, aunque sus movimientos sean cansinos. La hija, con bata y gorro blancos, es salerosa y de generoso escote. Algunos días hay un dependiente bastante corto de espíritu. La madre, rechoncha, con delantal, es la que se encarga de la parte trasera de la tienda, dominando el brazo corto de la ele. No sé porqué me da a mí por pensar que allí la mercancía es de mayor calidad. Luego, los líos con la frutera van a juego con el resto del sueño.